Abuelito

por Yuku


En una noche con cielo estrellado y hermosas constelaciones observadas por los soñadores desde sus ventanas, un resplandor de una pequeña estrella, muy pequeña, seguramente por la distancia, se iluminó un poco más de pronto, para luego desaparecer para siempre. Tiempo después, ese resplandor que desapareció en el firmamento terrestre fue sustituido por un cometa, o así lo observaron algunas personas, un brillo plateado que iluminó un momento y luego desapareció. Lo que no sabían es que ese resplandor fugaz cambiará el destino de la Tierra.

Un día soleado de Paozu Yama, un sabio y bondadosos anciano se encontraba buscando leña cuando algo llamó su atención: el llanto de un bebé. Se acercó al lugar de donde provenía el sonido.

Entre la vegetación encuentra a un robusto y sano bebé que le sonrió, sonrisa correspondida por el anciano. Éste lo levanta sobre su cabeza y nota una curiosa y peluda cola que le hace gracia.

«Así que un niño con cola» –se dijo–. «Tu nombre será Goku y llevarás mi apellido».

Como si hubiese entendido sus palabras, el bebito risueño lanza una patada con su piernita a la cara del anciano. «Tiene mucha fuerza» –piensa.

Y el bebe ríe alegremente, mientras lo levantaba sobre su cabeza.

El bebé era tan inquieto y agresivo que era difícil de controlar, pero a Son Gohan no le importó y cuidó de ese niño como su hijo. Un día, en que caminaba cerca de un precipicio, el niño saltó de su espalda, cayendo de cabeza en el profundo y oscuro precipicio. Supuso que no sobreviviría, sin embargo, bajó a asegurarse. Para su sorpresa, aún estaba con vida, con un golpe mortal en la cabeza, algunas heridas, pero vivo. Por segunda ocasión, Son Gohan rescató al pequeño, y éste, gracias a su increíble fortaleza, se recupera, además que desde entonces fue bueno y tranquilo.

A pesar del golpe, el niño aún conservaba su gusto por la lucha, mas no por hacer daño. Su abuelito, como él lo llamaba, lo entrenó de manera muy estricta, pero justa. Goku tenía grandes habilidades y fuerzas para pelear, como si fuera por instinto… y al niño le parecía que pelear era su vida.


Unos años después.

En una rama de un árbol de manzanas que se elevaba sobre el río, se encontraba Goku colgado de su cola, corta la fruta y la lanza a la orilla. Cundo ha logrado juntar suficiente, se balancea con fuerza en su cola y salta ágilmente a la orilla.

Cargado de fruta camina río abajo, hasta toparse con su abuelo que se lanza al agua.

Goku llega, deja la fruta y riendo se desnuda y entra al agua salpicando divertido a su abuelo.

«Atrapemos la comida» –sugirió Son Gohan, aprovechando.

«Encontraré uno grande» –exclama entusiasmado el niño.

«¿Recuerdas cómo te dije que se hace?».

«Sí» –le contesta seguro.

«Vamos».

A esta orden, ambos se sumergen, para emerger de nuevo unos minutos después, cada uno con un considerable presa; en el caso de Goku, más grande que él mismo e incluso más grande que el pescado de su abuelo.

«Muy bien, Goku, te felicito».

«Gracias, abuelo» –le contesta feliz, y por inercia pone su mano atrás de su cabeza mientras ríe, situación aprovechada por el pescado que se retuerce y resbala de las manos de Goku, le da unas cachetadas en la cara con su cola al niño y se echa al agua, salpicándolo.

«Jajaja» –se burla el abuelo ante la expresión un poco molesta del niño. Oh, gran error, porque su pescado imita al de su nieto y lo deja con la misma expresión que a éste.

Ambos voltean a verse.

«Jajajajaja» –estallan los dos en carcajadas.

Ambos, con resignación, van a la orilla y se visten, para luego devorar la fruta que Goku había recogido.

Luego, se dirigen de nuevo a su casa.

«Vamos por leña, Goku» –lo llama para que lo siga por el sendero.

«Vamos» –le contesta el niño con una sierra en el hombro.

Llegan a un lugar con grandes árboles de troncos varias veces más gruesos que los cercanos a su casa.

Son Gohan se pone en posición de pelea, se concentra y respira.

«¡Iaaaaaaah!».

Una de las copas de los grandes árboles se tambalea para desaparecer.

El árbol cayó cerca de Goku, que quedó muy impresionado.

«Wow…».

«Ahora ayúdame a cortar…».

«¡Aaaaaah!» –grita Goku, lanzándose contra otro árbol cercano.

Goku, con mucha velocidad y todas sus fuerzas, lo patea y… cae sentado, con un dolor de piernas, sin haberle hecho nada al árbol.

«Uy…» –se queja el niño.

«…este tronco en partes» –termina de completar su abuelo con una mano y gota de sudor en su frente.

Goku, después de reponerse, ayuda a su abuelito a cortar el tronco en gruesas rebanadas redondas de madera que hacen rodar por el sendero montados en ellas.

Cuando llegan al frente de su casa, cada uno levanta con trabajo su parte y lo lanzan al aire. Ambos saltan y golpean rápidamente en el aire su trozo. Cuando caen arrodillados al suelo, a su lado se acomodan los leños perfectamente cortados.

«Abuelito, vamos al risco a pelear».

«Primero a entrenar y luego al risco. Vamos, a correr, sube y baja tres veces la montaña».

«Sí».

Comienza a correr, pero su abuelo lo detiene tomándolo del traje.

«¿Qué pasa, abuelito?».

«Hazlo cargando esa piedra» –le dice con los ojos cerrados, señalando una piedra que bien podría pesar el triple de Goku.

«Abuelito…» –se queja el niño.

«Anda, que se hace tarde».

Goku ve la piedra y luego a su abuelo. Sonríe y la carga mientras sale disparado como cohete a subir la montaña.

Cuando por fin terminó su entrenamiento, fueron hacia su risco.

El niño se había adelantado y estaba sentado en la orilla, veía el paisaje del bosque, los ríos y las montañas todo verde y lleno de vida hasta donde alcanzaba la vista. Por muchas veces que viera ese mismo paisaje, nunca dejaría de impresionarse.

«Vamos, abuelo».

«El risco no se va a mover, Goku» –le contesta sonriente caminando hacia él y sentándose a su lado.

«Abuelito, ¿qué hay allá?» –le pregunta señalando el horizonte.

«El mundo entero, Goku» –contesta.

«¿Cómo es?» –pregunta con la vista en el paisaje.

«Hay muchísimas cosas. Cuando no puedes caminar, hay aparatos que te llevan a donde quieras sin necesidad de cansarte» –le explica.

«¿Cómo es eso?» –le pregunta sorprendido, volteando a verlo.

«Se llaman automóviles». –El anciano voltea a ver la expresión confundida de su nieto adoptivo.

«Hay muchas cosas que desconoces, Goku… Ni siquiera has visto en toda tu vida a una chica».

«¿Qué es eso?».

«Es una persona como tú y yo».

«¿Y qué tiene de especial? ¿Es muy fuerte?» –le interroga emocionado.

«No, sólo son diferentes. Si alguna vez conoces una chica, sé muy amable con ella».

«¿Por qué?» –cuestiona confundido el niño.

«Este, ejem, porque… porque son más débiles» –contesta nervioso de pronto.

«Ah… Abuelito, ¿peleamos?».

«Veamos cuánto has mejorado».

Y comienzan a pelear.

Después de intercambiar rápidos golpes y patadas, claro, con una marcada diferencia de poder, Goku, al recibir un golpe en la cara, sale volando.

Sin importarle el golpe, se levanta rápidamente, y lejos de tener dolor, tenía felicidad y admiración en su rostro.

«Eres muy fuerte, abuelito. Quisiera ser tan fuerte como tú».

«Lo serás si entrenas».

«Ajá» –asiente mientras se lanza nuevamente a la lucha.

«Abuelo» –lo llama en medio de la lucha–. «¿Podemos venir a practicar mañana?».

«Claro» –le dice sonriendo.

«¡Viva!». –Y comienza a luchar con más entusiasmo.


La luz dorada de la tarde cubre al anciano, que caminaba por el sendero cargando en su espalda un niño. Voltea a ver cómo éste ronca. «Se ve tan tranquilo… Quién diría que…».

Llega a su casa y lo recuesta en la cama. Sale y en un rato regresa con un enorme ave y afuera de su casita enciende una fogata. El exquisito olor del ave despierta a Goku, que en una diezmilésima de segundo se encontraba frente a su abuelo.

«Buen provecho, mmm, quemf ricmfo» –exclama atragantándose de comida.

«Traga antes de hablar, Goku».

«Hu-hum».

Cuando ambos terminaron, comenzaba a oscurecer por completo y a aparecer las estrellas.

«Vamos, Goku. Hoy no salgas, es luna llena. Nunca veas la luna llena directamente, hay un monstruo que aparece en las noches de luna llena. Mejor vete a dormir, Goku».

«No saldré, abuelito».

Ya estaban listos para dormir. Son Gohan se acostó en la única cama de la casa. Goku se acuesta a su lado y bosteza.

«Buenas noches, Goku».

«Buenas noches» –fueron sus últimas palabras antes de quedarse dormido.

Un rato después, Goku se despierta súbitamente, se levanta y, corriendo sin moverse del mismo sitio y encogiendo las piernas, desesperado, sin poder aguantar más, se acerca la puerta. Duda, y voltea a ver a su abuelo que dormía tranquilamente.

«Ya no aguanto… Tendré que salir… Ni modo, tendré cuidado…».


Una mañana como cualquier otra en esa extraña y salvaje montaña. Nadie sospecharía que una vida cambiaría tan drásticamente en una mañana tan tranquila.

Una lagartija verde pasa entre un montón de árboles arrancados de raíz, se para en una rama ¿peluda? De pronto, la «rama» oscila en forma circular haciendo que la lagartija desapareciera asustada entre los troncos.

Un tronco se levanta para dejar ver a un niño con cola desnudo. Se incorpora soñoliento y se rasca la cabeza con la cola. Se frota un poco los ojos y ve a su alrededor confundido.

Repasó sus recuerdos mas recientes y lo último que recordaba era que había salido al baño y vio la luna y luego… y luego… ¿Qué pasó luego? ¿Y su ropa? No es que le importase estar desnudo, pero le extrañaba… no lo recordaba.

«Debí quedarme dormido aquí afuera, espero que mi abuelito no se enoje».

«¡Abuelito! ¡ABUELITO!» –lo llamó moviendo la cabeza en todas direcciones esperando su respuesta.

…silencio…

Goku observa con detenimiento a su alrededor. Ahora que observaba alrededor de su casa, los árboles estaban arrancados. Su casa, a unos cuantos metros de distancia, no tenía techo. Un poco más a lo lejos se encontraba éste como si lo hubieran pateado, y había enormes pisadas en el suelo.

Una daga helada cruzó su cabeza.

«Nunca veas la luna llena directamente, hay un monstruo que aparece en las noches de luna llena. Mejor vete a dormir, Goku».

«¡ABUELITO! ¡ABUELITO!».

Corrió hacia su casa y se asomó para no encontrarlo, corre de nuevo hacia afuera y frenéticamente voltea hacia todos lados en su búsqueda.

Por instinto corre hacia un montón de troncos arrancados cercanos a la casa. Sin dejar de gritar con voz cada vez más desesperada, lo llamaba mientras levantaba tronco tras tronco a mano desnuda, hasta que apareció lo que tanto buscaba, pero temía encontrar…

El único ser humano que conocía y quería, el que lo crío, le enseñó todo lo que sabía, que le dio un hogar, su única familia… ahí estaba, pero a la vez no. Lo observa detenidamente, estaba lleno de raspones, sangre y algunos huesos rotos, y estaba hundido ligeramente en la tierra, rodeado de una marca de huella.

«Debió haber luchado… y el monstruo lo aplastó…».

Se le quedó mirando y lo zarandeó con la esperanza de verlo despertar.

«Abuelo, es tarde, despierta, tenemos que ir a entrenar. Anda, vamos, prometiste que iríamos al risco, tienes que contarme más sobre las ciudades, los autos, las chicas. Anda, vamos, yo pescaré el desayuno» –le dijo jalando su frío brazo, que cayó al soltarlo.

«Despierta, abuelo, por favor… por… favor, despierta…» –rogó casi para sí, abrazando de nuevo el brazo de su abuelo.

«……».

«¡DESPIERTAAAAAA!» –gritó sintiendo que el alma se iba junto con el desgarrador alarido.

El grito se escuchó hasta los más lejanos confines de la montaña como un aviso del luto y dolor del pequeño, e hizo que los pájaros volaran de los árboles mientas él se aferraba al brazo de su abuelo con cada vez más fuerza.

Observando el rostro de su abuelo, recordó todos los momentos de su vida. En todos y cada uno, estaba él presente, como un fondo, con su eterna sonrisa y sabiduría, cuando con infinita paciencia le enseñó a leer, sus estrictos entrenamientos, las tranquilas tardes en SU risco hablando de ese mundo desconocido, las técnicas que le enseñó, toda, toda su vida estuvo con él, desde antes de que siquiera pudiera recordarlo hasta ese día.

Su mente se concentró en sus recuerdos de hacía unos días.


«¡Hey tú, monstruo abusivo, déjalo en paz!» –le gritó a un dinosaurio que tenía a sus pies un pequeño mono herido.

Éste, sin entenderlo, se limitó a gruñir y levantar el cachorro con el hocico para llevárselo.

Goku, que no le gustaba ver abusar de los débiles, se pone en posición de pelea.

«¡Ahora veras!» –Se lanza contra él y le saca el aire con un golpe en el estómago.

El ‘pobre e indefenso dinosaurio’, lógicamente que soltó a su presa y salió corriendo.

Gohan al ver el barullo que hacía el pequeñito, fue a ver, se asomó entre los arbustos para ver que estaba arrodillado junto al monito con el que jugaba de vez en cuando.

«¿Qué sucedió?».

«Fue un dinosaurio abusivo. Es muy malo que los fuertes abusen de los débiles».

«Es cierto, nunca permitas que nadie abuse de un débil».

Ambos observaban al animal. Goku interrogó a su abuelo con la mirada, respondiendo éste meneando la cabeza negativamente. El pobre animal respiraba con dificultad, lentamente cierra los ojos y deja de moverse…

«¡Abuelo! ¿Qué le sucede? ¡Has algo!» –le dijo tomando de su pantalón.

«No hay nada que hacer, Goku… Esto es la muerte y es parte de la vida, hay que aceptarla» –le dijo serio.

«No es justo» –dijo para sí, triste.

«Nadie dijo que lo fuera».

«Pero lo voy a extrañar».

«Eso también es parte de la vida, pero sólo recuerda cuando jugabas con él cerca a la cascada, ¿recuerdas? Si lo extrañas, sólo recuerda cuánto lo querías y es como si no estuviese muerto».

Goku se limitó a asentir, aún triste.

Son Gohan levantó al animalito y le hizo una señal a su nieto para que lo siguiera.

Fueron al rincón más alejado de la montaña, junto a una cascada. Son Gohan sepulta al mono junto a una roca cercana a un enorme árbol. La misma roca donde ambos jugaban y se trepaban para alcanzar la fruta de un enorme árbol.

«Si alguna vez lo extrañas mucho, ven y habla con él. Esté donde esté, él te escuchará» –dijo poniendo una mano en el hombro del niño mono y con la otra señalando a la roca.

Goku levanta la vista y ve a la roca y de nuevo a su abuelo.

«Gracias, abuelito…».

«Vamos a casa». –Y lo carga en sus hombros.


Goku se dirige a lo que quedaba de su casa como muerto en vida, entra y se viste con su traje azul. Cuando estaba a punto de ponerse su cinturón azul, reflexiona y se pone uno negro. Sin mirar los daños ni nada más en el lugar ni en el camino, llegó a un lugar bastante alejado de la montaña.

Tenía el cuerpo de su fallecido abuelo en la espalda, como lo había tenido él el día anterior… Hizo un agujero con sus manos y lo colocó en él. Se arrodilló junto a éste y lentamente, cerrando los ojos en gesto de dolor al cubrir cada parte de él, colocó la tierra sobre su abuelo, puño a puño, y en cada uno exhalando un pequeño sollozo, como si quisiera alargar una despedida que nunca se dio. Colocó el último puñado de tierra sobre la cara de su abuelo y se puso de pie.

Sentía un nudo en la garganta que no le permitía respirar y un dolor terrible en el pecho, como si fuese una parte suya la que muriera, y en cierta manera así era.

«Adiós, abuelito…».

Estaba con la cabeza gacha, se limpió algo de la cara: una lágrima, su abuelo le había hablado de eso, «cuando algo dentro de ti, como la alegría o la tristeza, no puedas mantenerlas dentro de ti, saldrán como agua de tus ojos», le había dicho.

Nunca había llorado, por mucho que se lastimase o se enfermase, nunca lloró, no sabía cómo.

«Hasta en el último momento me enseñó algo…» –piensa entristecido Goku.

Goku, pensativo y triste, camina lentamente a su casa arrastrando la cola y con la cabeza gacha. En el camino se escuchaba el rugido de animales, correr de agua, ruidosas pisadas de monstruos y el canto de cientos de pájaros. Pero a pesar de esto, nunca había sentido el bosque más silencioso que en esos momentos…

Llegó a lo que quedaba de su casa. Le tomaría algún tiempo reconstruirla. Aunque no se sentía muy bien, necesitaba en qué distraerse y entró para inspeccionar los daños. El interior no estaba muy dañado, le hacía falta el techo, había una viga caída y unas grietas en la pared.

Al entrar, tropieza con su báculo sagrado, sonríe triste, lo toma y después de observarlo largo rato lo deja de nuevo en el suelo y continúa las reparaciones. De pronto, al levantar la viga, una esfera anaranjada rodó hasta toparse con sus pies. Al verla, suelta la viga sin más ni más, sin quitar su vista fija en la esfera, la levanta y observa su reflejo distorsionado.


«¿Con qué se come esto, abuelito?» –dijo el niño viendo una extraña esfera naranja con cuatro estrellas.

Ve el reflejo de su sonriente abuelo en la brillante esfera.

«No se come, y no sé que sea, pero es muy bonita. La encontré en lo profundo del bosque, es tu regalo de cumpleaños. Espero te guste».

«¿Cumpleaños? Eso sé se come, ¿verdad?» –dijo volteando a verlo inocentemente.

«No» –le dice con una carcajada–. «Cumpleaños es el día en que naciste y cada año se celebra».

«¿Hoy es mi cumpleaños?».

«Hoy hace ocho años que fui bendecido con tu compañía. No había celebrado los anteriores, pero hoy ya casi eres todo un hombrecito, así que te quiero dar un regalo especial».

«Gracias, abuelo» –le dice mientras lo abraza–. «La voy a cuidar mucho» –la pone en un cojín en la mesa.

«Esto también es para ti». –le extiende algo que parece un bastón rojo.

«¿Qué es eso?».

«Es el báculo sagrado. Me lo dio mi maestro hace mucho. Es mágico, ahora te haré una demostración. ¡Crece, báculo sagrado!».

El ‘bastón’ se alarga, dejando a Goku sorprendido. Luego le ordena que vuelva a la normalidad y se lo entrega a Goku.

«Cuida mucho a ambas cosas y dales buen uso» –le dice acariciando su alborotado cabello.

«Sí, así lo haré» –asiente el niño alegremente.


«Así lo haré» –dice sonriendo con mirada radiante a la esfera.

Deja la esfera en el suelo con cuidado y se pone en la espalda su báculo, levanta la viga y la lanza fuera de la casa.

Revuelve ésta buscando algo, aún con la mirada radiante y feliz. Encuentra un sucio y mohído cojín, lo toma, lo sacude y lo pone en la mesa. Luego, como si fuese el objeto más frágil del mundo toma la esfera y la coloca sobre el cojín.

«Me tomará algo de tiempo reconstruir la casa» –dice recargado en la mesa, contemplando la esfera sonriente y feliz.

«Grrr» –se escucha del estómago de Goku. Voltea a ver a su estómago.

«Voy por algo de comer».

Camina hacia la entrada. Antes de salir de la casa, en el umbral voltea alegremente la cabeza hacia el cojín.

«No tardaré… abuelito…».

 

F I N