Cuando el alma sufre – Capítulo 6

Capítulo 6: «Olvidarte»

Fanfic: Cuando el alma sufre


Olvidarte es querer jalarle el pelo a una botella.
Es creer que la memoria es un cassette para borrar.
Olvidarte es recordar que es imposible

La mañana siguiente todo transcurrió en forma normal, pese a que ambos se sentían un poco extraños en esa situación. Meredith trataba de no mirarlo a los ojos. Estaba muy avergonzada. Si tan sólo no se hubiera dado cuenta, nada habría pasado.

Estaban desayunando en el comedor y el televisor estaba encendido. De pronto, pasaron el comercial de los últimos estrenos en el cine y una película llamó la atención de Meredith. Era de suspenso y a ella le encantaban esas películas.

Por un momento se olvidó de lo que había pasado la noche anterior y por un acto reflejo le preguntó…

MD: Vegeta, ¿te gustaría ver esa película? –Vegeta miró hacia el televisor y luego a Meredith.

VG: No es mala idea.

Esa misma noche, ambos salieron al cine. La noche estaba fría, pese a que era primavera.

No había una gran fila para entrar, así que eso no fue un obstáculo.

Cuando la película empezó, todo quedó a obscuras. En la pantalla aparecían artefactos extraños, como máquinas gigantes que lanzaban rayos de energía. A Vegeta eso no le llamaba la atención en lo más mínimo. Después de todas las batallas por las que había pasado, eso era como ver a Barney.

VG: «¡Vamos! Los rayos de energía no son así en la realidad» –pensaba con una gota de sudor en la cabeza mientras veía a las máquinas atacar un ejército de humanos–. «Esas máquinas se parecen a las que inventa Bulma»

Pero esta vez el pensamiento no le agradó. La recordaba hasta en los más mínimos detalles.

Justo en ese momento, sintió la mano de Meredith sujetar la suya firmemente. Se volvió hacia ella un momento y aún en la oscuridad notó que estaba pálida viendo la película.

Miró hacia la gran pantalla del cine y en la escena estaban despanzurrando a una persona. Tuvo que admitir que el efecto visual era muy bueno. Con esa escena final, la película terminó.

Encendieron las luces y pronto casi toda la gente había salido.

Ambos se miraron y Vegeta le dijo estirándose en el cómodo asiento.

VG: Tú quisiste venir a ver esa película –con el mismo tono que usan los padres cuando regañan a sus hijos por estar asustados después de haber visto una película de terror.

Ambos comenzaron a reír.

Cuando volvieron al departamento de Meredith, ella se quitó los zapatos que la hacían ver del mismo tamaño que Vegeta.

MD: ¡Ay! Qué alivio. Estos zapatos me estaban matando– dijo dirigiéndose hacia la cocina y sacando dos latas de refresco del refrigerador.

Por su parte, Vegeta había salido a la terraza del departamento. Le encantaba el aire frío, los días helados.

Al no escuchar a Meredith durante un buen rato, preguntó:

VG: ¿Todavía estás ahí o el asesino te despanzurró?

MD: Todavía estoy aquí –rió y apareció detrás de él. Le ofreció el refresco.

VG: ¿Cómo puedes ver esas películas? Todo es tan falso –dijo luego de beber un poco y dejó la lata sobre una pequeña mesita que había en la terraza.

MD: Pero el despanzurramiento se vio real –Vegeta sólo la miró con cara de «sí, cómo no»–. ¡Oye, no me mires así! –dejó la lata en el mismo lugar que Vegeta y se acercó a él, quedando a escasos centímetros de su rostro.

Vegeta no hizo ningún movimiento. Sólo se quedó quieto, observándola.

Meredith pronto se dio cuenta de lo cerca que estaban, y recordando lo sucedido la noche anterior, se sonrojó ligeramente, pero al querer alejarse de él, las manos de Vegeta atraparon suavemente su rostro y sin darse cuenta ya se estaban besando. Ella deslizó suavemente sus manos alrededor de la cintura de él y así se quedaron por un buen rato.

Pero mientras Vegeta mantenía sus ojos cerrados y sus labios acariciaban suave y dulcemente los de Meredith, fue visitado por un lejano recuerdo que se remontaba al día en que besó por primera vez a la mujer que amó por tanto tiempo…


VG: «¿Por qué me mira de esa manera? Esos ojos azules… me hacen sentir tan bien. Se ve hermosa con esta luz tenue» –Su mente pensaba con la velocidad de un crucero. Le había sujetado la mano que lo estaba curando. Sólo fueron escasos segundos, pero para él los momentos más largos de su vida. Necesitaba sentirla cerca. Mucho más cerca de lo que se encontraban en ese momento–. «Demonios… lo único que me falta es traerle una caja de chocolates y un ramo de flores» –pensaba en momentos fugaces al darse cuenta de lo que estaba pasando, pero esa parte racional quedaba atrás casi con la misma rapidez con la que aparecía. Los latidos de su corazón se aceleraban cada vez más y en el momento exacto en que comenzó a sentirlos en su garganta, se le ocurrió la única manera de que eso pasara. Sin pensarlo mucho, la atrajo hacia él y le acarició el cabello suavemente en un último intento de la parte racional de acabar con esa cursilería. Pero era tan agradable tenerla así. Sólo para él.

VG: «Débil, débil, débil, débil» –escuchaba en su mente mientras se acercaba a ella–. «¡Débil nada! Sentirme débil por unos momentos no me va a cambiar la vida» –pensó sin saber lo equivocado que estaba–. «Ella me lo dijo. La decisión es mía y… la decisión está tomada».

Finalmente lo sintió. Esa extraña sensación en el estómago como si le estuvieran haciendo cosquillas y una sensación de bienestar general, algo como alivio. Separó sus labios de los de ella y la observó esperando algo terrible como que todos los saiyajin de su planeta regresaran del otro mundo y le gritaran a coro: «Débil, débil, débil», pero nada sucedió, así que volvió a besarla.


Cuando Vegeta abrió los ojos, vio a Bulma frente a él, roja como un tomate igual que aquel día. Se sintió feliz de tenerla a su lado. Sintió ese algo que hacía tanto tiempo no sentía. Pero mientras acariciaba su rostro, el cabello color cielo de la mujer que tenía frente a él, empezó a oscurecerse hasta tornarse castaño, y los ojos azul mar se tornaron verde manzana. Cuando pestañeó, Bulma había desaparecido.

MD: Está frío aquí afuera, ¿por qué no entramos? –Vegeta asintió.

Cuando estuvieron dentro, Vegeta se seguía sintiendo extraño. Muchas cosas daban vuelta en su cabeza. El recuerdo de Bulma lo había hecho sentir bien, pero a quien había besado era a Meredith. De pronto se sintió tan solo, tan miserable, que se le revolvió el estómago. Necesitaba desahogarse.

MD: No tengo mucho que ofrecerte para la cena –dijo abriendo el refrigerador.

VG: No te preocupes por eso –dijo acercándose a ella–. No tengo hambre–. Y no mentía.

MD: ¿Seguro que no quieres nada?

VG: Sí, no te preocupes –dijo sentándose en uno de los sillones de la sala.

MD: ¿Por qué estás triste? –le dijo la joven mirándolo seriamente y sentándose en el sillón que estaba frente a él. Vegeta levantó la mirada sin decir palabra alguna–. ¿Sabes? Yo también estoy pasando por un mal momento –dijo acomodándose en el sillón–. Mi trabajo me tiene harta. No me deja nada de tiempo para hacer las cosas que realmente me gustan. Además, mi novio y yo… bueno… ya sabes lo que pasó –dijo con tristeza en sus ojos mientras miraba el techo y luego miró a Vegeta.

En ese momento a él no le importó nada. Lo único que quería era desahogarse y la última alternativa que le quedaba probar era hablar con alguien. No le importó su orgullo, después de todo ella no sabía quién era él y no lo iba a criticar por contarle sus problemas. Y en todo caso, ella le había preguntado.

VG: Ella… se llama Bulma –dijo Vegeta empezando a contarle a su anfitriona lo que tanto deseaba sacar de su alma.

Cuando terminó de contarle todo, Meredith sólo guardó silencio. Sabía exactamente qué decirle, pero no era precisamente el momento. Era mejor esperar que las cosas se enfriaran un poco antes de pensar en hacer algo, así que lo único que hizo fue acercarse a él y abrazarlo.

MD: Todo va a salir bien –le dijo suavemente.

Vegeta estaba sorprendido. Por un momento sintió que ella en realidad comprendía lo que le pasaba y se sintió más aliviado. Correspondió a su abrazo y musitó un «Gracias» apenas perceptible.
A la mañana siguiente, Vegeta había salido muy temprano para entrenar en el desierto, como hacía todas las mañanas aprovechando que Meredith iba a trabajar. Se encontraba realizando su rutina de precalentamiento, comenzando con abdominales, cuando de pronto se detuvo.

VG: «Qué extraño, me pareció sentir una presencia…» –Miró para todos lados tratando de percatarse de quién podría haber sido el causante–. «Mmm… seguramente debe ser algún animal del desierto. Nada de qué preocuparse» –pensó, aunque no se dio cuenta de lo equivocado que estaba hasta que vio que frente suyo se encontraba una persona muy conocida.

VG: ¡¿Trunks?! ¿Qué estás haciendo aquí? –dijo extrañado e incorporándose.

TR: Creo que la pregunta va al revés, ¿no?

Vegeta le dio la espalda. No se había dado cuenta de cuánto extrañaba a sus hijos hasta que lo vio, y estaba tratando de luchar con el impulso de ir y abrazarlo, pero no iba a mostrarse débil frente a él.

VG: Creo que será mejor que te vayas, Trunks.

TR: No, no me iré hasta que me digas lo que está pasando –dijo frunciendo el ceño. Ya sabía de antemano lo que su padre iba a responderle eso, pero no iba a dejarse ganar–. Quiero saber por qué no has vuelto a casa, ¿es que ya no quieres a mamá?

VG: ¡Eso no es asunto tuyo, Trunks! –interrumpió furioso.

TR: ¡¡¿¿Que no es asunto mío??!! ¿Crees que soy de piedra, papá? ¿Crees que a mi hermana y a mí no nos duele ver a nuestros padres separados?

Vegeta suspiró. Se encontraba muy débil como para discutir con su hijo. Trató de calmarse, se dio vuelta y miró a su hijo a los ojos.

TR: Yo no vine a pelearme contigo, papá. Vine a traerte esto –le extendió a su padre un sobre blanco que traía en las manos–. Es una invitación para mi boda. Imagino que vas a asistir.

VG: Trunks… –dijo bajando la mirada.

TR: ¿Qué? ¿No vas a ir, acaso? –preguntó, observándolo fijamente. Al no encontrar respuesta a su pregunta, optó por marcharse.

Pero el príncipe de los saiyajin logró escuchar las últimas palabras que su hijo le dio.

TR: Papá… yo sé que todavía la quieres…

Vegeta levantó la vista, pero Trunks ya no estaba.

«Olvidarte, incluso es más difícil que aguantarte.
Si extraño tu neurosis y tus celos sin razón.

Cómo no extrañar tu cuerpo en mi colchón»