El autoespejo

por Andrés Pérez


Antes que nada, quisiera explicar que esta historia es un tanto… cómo decirlo… profunda. Yo conozco a este amigo que, al igual que yo, escribe muchas cosas (poesías, historias, etc…) y entre ésas está una llamada «El autoespejo». Cuando la leí, realmente me quedé impresioando, ya que a la corta edad en que mi amigo y yo escribimos nunca había leído cosa más profunda y excelente que lo que él hizo. Realmente me gustó bastante, y cuando la leía por segunda vez pensé: Vegeta… y bien, por eso escribí este pequeño relato. Espero que sea de su agrado, y si alguna vez desean conocer la historia real, solo escríbanme, y yo veré si se las puedo mostrar (todo depende de mi amigo).


Caminaba tranquilo y solo por un oscuro y largo trecho. La fría neblina opacaba la tenue luz de la luna, aunque la luz no era lo que más se apreciaba en esos parajes. Iba solo, nadie me acompañaba y, francamente, ya era costumbre mi soledad. Escuchaba el resoplar del viento en la hojas de los árboles que, a pesar de estar humedecidas por la neblina, resonaban secas por falta de la lluvia que no se daba por esas fechas.

Como ya dije, iba solo. No se veía ni un alma en todos los alrededores. Y es que la soledad ya era parte de mi vida desde que comencé a meditar sobre mi situación. Había perdido a mucha gente, mucho tiempo… muchos recuerdos, todo por culpa de mi meditación constante, por culpa del cavilar de mis preocupaciones y mi problema… ese maldito problema al cual no podía encontrarle solución, y que empeoraba con cada pensamiento que provenía de mi cerebro.

De pronto, entre los cavilares de mi mente, apareció la mujer que amo… esa mujer de cabellos púrpuras y cortos, lisos como finos hilos entrelazados unos con otros. Esa mujer causante del constante meditar de mis neuronas… Ahh, cómo la extraño, pero… no… ¿por qué?… ¿por qué?…

Y es que no encontraba respuesta a mi pesar, no podía encontrar la manera de resolverlo… hasta ese día…

Recorría el pequeño camino del parque de aquella metrópolis, cuando de pronto un banco, iluminado por una luz que podría decirse provenía de los cielos, llamó mi atención. Dicho banco era lo único que estaba iluminado en todo ese paisaje de oscuras sombras, y éste no estaba solo. Una anciana de avanzada edad estaba sentado en él, tejiendo una prenda que aparentemente era de algodón. Y levantando su mirada me sonrió, y casi al mismo instante empezó a entablar una conversación conmigo como si me conociese de toda la vida:

–¿Qué te aqueja, hijo mío?

–Todos me han abandonado.

–¿Y por qué crees esto?

–Porque el meditar de mis problemas, y la falta de cerebro en mis acciones, han creado un inmenso abismo entre los seres que quiero… a quienes jamás se los he demostrado, y yo. Pero por más que trato de encontrarle solución, no puedo; por más que me parto la mente pensando qué es lo que yo podría hacer para que todo esto llegara a un final… no puedo.

–El meditar no es siempre la única solución –me dijo a la vez que dejaba a un lado su prenda recién tejida.

–¿Y entonces?

–Cuando tengas un problema, internaliza, e interpreta el porqué de las razones del mismo… Ésta es la única manera de ganar en esta carrera de la vida.

–Eso no me ha servido de nada… sólo meditar me ha ayudado.

–Si así lo crees, sólo mira a tu alrededor y dime en qué te ha ayudado tu cavilar sin parar.

Acepté su condición y giré mi cabeza para dar un vistazo a mis alrededores. No había ni un alma, nada… sólo las oscuras calles iluminadas por la gran luz proveniente del cielo, la cual sólo nos iluminaba directamente a mí, y a la anciana… y al dichoso banco donde ella se hallaba…

Y ante el increíble silencio que se había formado, la anciana lo cortó, diciendo:

–Y es que además de estar hablando conmigo, ¿con quién crees que deberías de hablar en estos momentos?

–Con ella… esa persona, pero… ¿cómo?… ¿por qué?

–Lo que es tuyo siempre será tuyo… y regresará a ti cuando sea necesario.

No tenía palabras ante lo que la anciana dijo… y a pesar de haberlo dicho todo con una simple frase, la gran sabiduría volvió a salir de su boca:

–Sólo internaliza, y ve bien lo que das. Si das cariño, cariño recibirás… si das rabia, un duro golpe es lo que te será dado.

Y ante sus sabias palabras, la luz se intensificó y el viento comenzó a resoplar fuertemente, a lo que sólo pude cubrir mi rostro para evitar que el polvo y la luz dañaran mis ojos de alguna u otra manera.

Ya cuando los abrí de nuevo, la anciana se había ido, y tratando de buscar la prenda que posiblemente pudo haber dejado, noté que en las corroídas tablas del susodicho banco se hallaba una hoja de papel pulida, la cual inspeccioné con atención.

Me asomé a la parte pulida, y pude ver mi reflejo que sonreía tiernamente hacia mí. Desde ese momento, nada sería igual.