Insignificante decisión

por Kia


Había transcurrido ya algún tiempo… tal vez cosa de 12 a 18 meses, desde el arribo del extraño joven que vino del futuro. Tal vez ninguna cosa en la Tierra habría cambiado más que la vida en la Corporación. Al principio todo marchaba sobre ruedas y a simple vista todos eran felices, hasta que al «genio» de Yamcha se le ocurrió la «genial» idea de tomar a Bulma por estúpida. Para ser más clara, concisa y usando una expresión muy usada, le puso dos lindos adornitos en su cabeza: Cachos.

Hagamos tres afirmaciones de lo anterior:

  1. Bulma no es estúpida.
  2. ¿Quién creen que quedó como el estúpido estrella? (Con todo el respeto, pero el que no sepa es un…)
  3. ¿Qué más creen que haría Bulma con Yamcha después de esto, sino patearlo, sacarle un ojo, masacrarlo, colgarlo, descuartizarlo, ahorcarlo y por último y como gran final, matarlo? Bulma se puso a enviar señales de humo a medio mundo, debido a que las altas temperaturas corporales evaporaban de un modo sorprendente y a una velocidad con igual adjetivo la sangre que corría por sus venas.

¿Estaría brava? (Favor leer lo anterior con una clara expresión de estupidez e ingenuidad en la cara)

Después de dejar al pobre man medio muerto (Lástima, ¿verdad?, que no lo hubiera matado del totazo, a ver si deja de estorbar), la fogata ambulante (Las fogatas echan humo, ¿o no?) se aseguró de estar sola y la fuerte llamarada de ira es extinguida por abundantes lágrimas de desazón.

En las peores situaciones de la vida, siempre de la nada, surge una corta pero imponente pregunta: «¿Por qué?»

La hermosa joven se hallaba en tal estado que ni siquiera era capaz de formular el encabezado de la respuesta a esta cuestión.

Con algo de tiempo y lágrimas, la pregunta mil veces pensada, dicha o imaginada se había transformado en un extraño zumbido que produjo un efecto de arrullo en la chica.

Se despertó sobresaltada con la extraña sensación de que alguien la observaba con detenimiento.

Se quedó paralizada por el terror de que a los directores de cine les diera por hacer una película titulada «La venganza del chico que fue pateado, dejado tuerto, masacrado, colgado, descuartizado, ahorcado y matado por su novia — Una película basada en una historia de la vida real»

Notó que el «DESCONOCIDO» estaba recostado en el marco de la puerta. Su sombra se proyectaba en el suelo de la habitación y a Bulma no le sorprendió demasiado que a Yamcha le hubiera tocado disfrazarse de pino para poder burlar la seguridad de la corporación.

Durante un período de tiempo de unos 10 minutos, en ese lugar de la corporación se hubiera podido escuchar el vuelo de una mosca.

–¡Ah! ¡Maldita sea! ¡Deja ya ese estúpido juego de hacerte la dormida! –La aludida se sobresaltó.

–¿Vvvvegeta? –alcanzó a decir antes de levantarse y girar 180 grados.

Sólo que olvidó que la sangre, debido a la inercia, tiende a quedarse en su estado inicial, tomando algo de tiempo que sea bombeada al cerebro para sostener a una persona de pie. La visión de la creadora del radar del dragón fue segmentada y, al reaccionar, era ya sostenida por el talle. Bulma se enderezó realizando un fallido intento por permanecer erguida y tuvo que ser nuevamente respaldada por Vegeta. Había tenido un pésimo sueño y estaba tan agotada, puesto que ni había probado bocado en las últimas 12 horas, que se dejó caer sobre el pecho de Vegeta.

Ella escuchaba los latidos de un misterioso corazón latiendo casi con el mismo compás que el suyo, ese cálido aliento filtrándose entre su sedoso cabello y la calidez reconfortante de esas manos sobre su espalda.

–»Es maravilloso» –Al sorprender esa frase vagando por su mente se sorprendió y reprendió–. «¿Cómo es posible que seas tan descarada?» –pensaba–. «¡Tienes novio!» –Se detuvo y las palabras regresaron–. «¿Tienes novio?» –Y ya no pudo evitar recordar–. «Yamcha» –Había lanzado esa pregunta lejos de su mente consciente para dar paso a otras cosas y como una especie de boomerang regresó–: «¿Por qué?»

Y sus brazos hasta ahora inactivos a los costados de su cuerpo rodearon la espalda del saiya, crispando sus dedos al hacer contacto las lágrimas con la tersa piel de sus delicadas mejillas.

En un momento como cualquier otro de toda la mañana, sus labios se movieron en una frase apenas audible:

–¿Por qué? Maldita… sea… ¿Por qué?

–¿Por qué se fue con otra, teniéndote a ti? –Por una fracción de segundo sus dedos ejercieron más presión en la camisa del apuesto joven, para relajarse después.

–…¿Cómo supiste que él y yo… que nosotros…? –Y sin poder hacer mucho en contra, siguió hidratando la camisa del saiya con sus lágrimas.

–Mira, algo sí te digo, se hubiera necesitado ser sordo para no haber escuchado la estruendosa masacre del langaruto aquél.

A ella le parecía no estar oyendo palabras si no notas de un piano perfectamente afinado y con este último comentario sus labios se curvaron en una débil sonrisa.

–Pero… –La efímera sonrisa desapareció–. ¿Por qué?… ¿Por qué?

–Ahora no debiera importarte, más bien ocúpate de terminar con él –Su interlocutora se sorprendió.

–…No, yo no…

–¿No puedes? ¡Ja! ¡No me hagas reír! Si tú no puedes terminarle… –La obligó tiernamente a mirarlo–. Óyelo bien, si tú no puedes terminarle, yo soy un cobarde.

Se sentía perdida en la obscuridad de esos ojos y podía percibir el asfixiante aroma de esa profundidad. Bajó la mirada buscando casi desesperadamente algo que la sacara de esa envolvente mirada. Dio con ese algo casi inmediatamente.

–Pero, ¿por qué lo hizo? –susurró.

–Sencillo, por imb…nútil. –Esta vez los ojos del saiya rehuyeron los azul profundo de Bulma.

–¿Imbnútil? ¿No será por imbécil?

–No descubro la gran diferencia.

–Mentira –murmuró frunciendo el ceño.

–¿Mentira? ¿Cuál mentira? Otra cosa es que el pobre diablo sea inútil e imbécil al mismo tiempo. Si se unen las dos palabras: Imbnútil. –Bulma trató de suprimir una sonrisa, acción que no pasó desapercibida para Vegeta, que trató de hacerse el desentendido.

–Eh… Vegeta… podrías… ¿soltarme?

–¿Qué? –dijo rápidamente el aludido antes de ser contagiado por el embarazo de la joven.

–Gracias –murmuró la chica al ser «liberada».

Vegeta se disponía a retirarse de la estancia, pero frenó su retirada en el umbral de la puerta para decir:

–Vine para decirte dos cosas: 1) ¡Tengo hambre! y 2) ¡Ya es medio día!

Una antes sorprendida y ahora hilárica Bulma dijo al «muerto de hambre»:

–Ya voy, sólo deja que me arregle, ¿de acuerdo? –La respuesta que obtuvo fue un no muy conforme resoplido de desaliento y la desaparición de un lama en su cuarto.

Ella pensaba que, tal vez, Vegeta no era el personaje siempre arrogante y de actitud omnipotente. Parecía esconder más secretos de los pensados y la curiosidad que él infundaba en su persona no era algo fácil de evadir… y menos después de lo de ese día.

Había logrado ver cómo él se preocupaba por ella y su casi desesperado intento por ocultarlo. Pensar en él la consolaba de una manera casi inmediata, de tal forma que la misma joven se había sorprendido. Aunque mirando bien las cosas, el sólo hecho de sentir su presencia la instaba para que expulsara todo el mal de su interior, como si no hubiera espacio para la tranquilidad que él le brindaba.

Sería que… ¡No! Sacudió efusivamente su cabeza. ¿Cómo podía tan siquiera pensar en eso?… Pero, ¿no debería hacerle caso a vegeta? ¿No debiera de terminar con algo que ya sólo pendía de un hilo? Ella tendría que ser capaz. «¿Podré soportar estar sin él tan sólo una semana?». Se conocía lo suficiente como para saber que no podría. No soportaba la soledad.

Bajó las escaleras muy alicaída por el rumbo que habían tomando sus reflexiones, y al llegar abajo no había ni señas de Vegeta, así que se encaminó al ala de la casa en que se había instalado la cápsula de gravedad, y, como confirmación a sus sospechas, «alguien» la estaba usando. Giró sobre sus talones y se encaminó a la cocina para preparar el almuerzo-desayuno.

Sería un rato después cuando sonó el timbre y con un potente ¡¡Voy!! salió de la cocina para atender al llamado.

–¿Sí? ¿Quién es? –preguntó por el auricular.

–Eh… Bulma soy yo… Yamcha –De ahí en adelante no se escuchó nada más hasta que con un ruido seco la puerta se abrió dejando al par de «tórtolos» frente a frente.

–Eh… Hola… –dijo Yamcha. Bulma lo miró de arriba abajo y notó que nunca antes lo había visto tan bien arreglado y… ¿nervioso? Sí, en efecto Yamcha estaba nervioso y pensando recíprocamente ella nunca lo había visto así.

–Hola.

Su escueta respuesta llevaba toda la intención de aparentar indiferencia, cosa que fue captada por el inquilino, quien la miró insinuativamente y dijo:

–Aún estás brava conmigo, ¿no es verdad?

–¡Humph! –bufó cruzándose de brazos (¿Por qué se me hará conocido?)–. ¿Tú qué crees? ¿Aún piensas que puedes presentarte aquí, así como así, y pretender que yo me arroje en tus brazos suplicándote que no me dejes sola? –inquirió Bulma con una malévola sonrisa en el rostro.

–Sí. –contesto rápidamente Yamcha, cubriéndose la boca después del torpe procedimiento–. Digo… No, claro que no, ¿cómo puedes creer eso? –corrigió, y la respuesta que obtuvo fue una inquisidora mirada de la joven que tenía en frente.

–Entonces, ¿a qué viniste? –preguntó con los brazos en jarras, a lo que obtuvo de un colorado muchacho:

–Eh… Bueno… sólo… a darte esto –contestó alargándole a la ahora presidenta de la Corporación Cápsula una pequeña caja cubierta con terciopelo.

–A ver… –murmuró tomando la cajita sin dejar de mirar a Yamcha, que permanecía con la sangre agolpada en sus mejillas y la mirada baja. La abrió, esperando una brazalete o una cadena, y cuál no sería su sorpresa al encontrarse con una hermosa sortija. Una gota de frío sudor rodó por su sien y parecía una sabana. Cuando «despertó» unos segundos después, pudo percibir el aroma que tantos recuerdos le traía. Sintió también, al contacto con su piel, el cuerpo del hombre al que tanto amaba–. Esto es…

–¿Aceptarías casarte conmigo? –dijo, ayudando a Bulma a reincorporarse.

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Algunos días habían pasado desde el incidente citado arriba y ya casi todo estaba listo. Bulma no había mencionada a nadie el hecho de que su corazón y razón albergaban dudas respecto a esta gran decisión que debía de tomar.

El día antes del gran día, la joven, recostada en el mullido sillón de la sala, leía las noticias del día tratando de calmar aunque fuera un poco sus nervios prenupciales, muy normales según la familia y los amigos, y en un momento sonó el timbre.

Unos segundos después, Yamcha pisaba territorio por ahora ajeno.

–Eh… Bulma, quisiera hablar de algo muy delicado contigo–dijo el muchacho, mirando en derredor.

–Aquí nadie nos oye, pero si lo prefieres podemos ir al jardín…


–Tu madre es muy buena en asuntos de jardinería –murmuró el futuro esposo de Bulma.

–Tu futura suegra, querrás decir –sonrió Bulma.

–Bueno… de eso quería hablarte…

–¡¿De mi mamá!? –preguntó muy sorprendida Bulma.

–¡No! ¡De eso no! De lo otro…

–¿¿De la jardinería??

–¡Ushhh! No, Bulma, me estoy refiriendo a lo de nuestra boda.

–¡Ahhhhh! De eso… ¿Qué pasa ahora?

–Te podré parecer todo lo estúpido que quieras –dijo agachando la cabeza levemente–, pero quiero que tu estés totalmente segura de este paso que vas a dar…, es decir, ¿no hay ningún tipo de oposición?

Bulma abrió la boca dispuesta a contestar, pero una tercera persona con una potente voz intervino en la conversación:

–Ya que lo planteas, sabandija, sí, hay una oposición –La pareja de jóvenes que inicialmente participaban en la conversación no pudieron menos que sorprenderse.

–¿Ve…geta? –dijo dubitativamente Bulma.

–¿Quién más, si no? –contestó el aludido, surgiendo de entre las sombras.

–¿Tú te opones? –preguntó el más sorprendido de entre los sorprendidos.

–¡Humph! Desgraciadamente, insecto –dijo como respuesta a Yamcha–. Estoy en igual o peor situación que la tuya.

–¡¿Qué?!… Eso… –murmuró una más que sorprendida Bulma– ¿Quiere decir que tú… de mí?

Durante el siguiente incómodo, largo y profundo silencio, Bulma comprendió que los dos hombres esperaban su decisión.

Echó una mirada a cada uno. Yamcha parado, con las manos inactivas, colgando en los costados de su cuerpo, y la vista fija en ella. Cuando sus ojos se encontraron, él le sonrió como quien tiene la certeza total de que más adelante podrá disfrutar de su triunfo.

Fijó su vista en Vegeta. Hasta su propio nombre era un misterio, y allí, recostado en el tronco de aquel árbol, de brazos cruzados sobre su pecho, con los ojos cerrados y una expresión serena en el rostro, sólo acrecentaba la curiosidad de la joven mujer.

Miró con expresión ceñuda sus zapatos. Bien podía elegir una vida, en una palabra, fácil. Viviría bien. Todo sería «Perfecto» y a pedir de boca, pero francamente aburrido.

Se vio y oyó a sí misma, en una especie de sueño, elevando una mirada seria a Yamcha y diciéndole:

–A ti, Yamcha, te debo muchas cosas… te debo maravillosos momentos que serán recordados siempre con una sonrisa –sonrió, suspiró y continuó–. Y yo te lo agradezco, pero ahora sé que no es contigo con quien yo sería feliz el resto de mi vida…

Yamcha que hasta ahora había empezado a movilizarse hacia su dizque novia, se frenó en seco y después de abrir desmesuradamente los ojos en una clara señal de sorpresa, su expresión se tornó fúrica y, con los puños apretados, se retiró un breve tiempo de la estancia y corporación.

Bulma miró sus zapatos nuevamente cuando perdió de vista a Yamcha y, con un suspiro, se encaminó a su casa, pasando frente a Vegeta en el proceso.

Sin precedentes demasiado claros u obvios, sintió dos poderosos brazos rodeándola, cuyo dueño no alcanzó a decir palabra cuando ella dijo suavemente:

–Ves que no pude hacerlo sola… Fue necesaria tu intervención. Entonces –sonrió, diciendo en son de burla–: ¿aceptas ser cobarde?

–Sí –la respuesta, como era de esperarse, sorprendió a Bulma, no sólo por su significado sino por el hecho de que al parecer no fue necesario pensarla dos veces.

–Entonces–

–¿Yo sabía que tú no podrías decírselo? –la cortó, continuando después de una breve pausa–. Cobarde es aquel que tiene miedo y–

–Tú tuviste miedo de que yo me casara con Yamcha –cortó esta vez la joven, recibiendo como respuesta una leve carcajada y un suspiro seguido de una pregunta:

–¿Me eliges como última opción?

–No. Siento como si desde el principio hubieras sido la única y la mejor.

Susurró girando su cabeza de tal forma que sus rostros se unieron con una espectacular y casi mágica danza de luciérnagas como fondo.

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De eso hace 2 o 3 meses y ahora regresemos al presente en la «Nueva generación de vida en la Corporación Cápsula».

–¡Otra vez! ¡¿Que nunca va a poder durar esa condenada máquina dos semanas en función?!

–Es tu culpa por no arreglarla bien.

–…… –Bulma pensaba a 1000 por hora en una respuesta suficientemente ofensiva, o por lo menos defensiva–. ¡¡Pues no la arreglo!! –amenazó, saliendo de la habitación que ahora compartía con Vegeta. (A propósito, doy total libertad al lector para que decida si Vegeta y Bulma se casan o no, porque ya todos los preparativos estaban hechos)

–¡No te atrevas! –vociferó Vegeta en el misma tono de la mujer y siguiéndola por el pasillo.

–¡ES DE LOS MOMENTOS EN QUE DESEARÍA HABER ESCOGIDO A YAMCHA! –gritó Bulma, sin medir sus palabras.

Se detuvo frente a una de las paredes que conformaba una esquina que debió girar, cuando los pasos que la seguían cesaron a sus espaldas, se volvió, retrocedió un paso y quedó apoyada en la pared. Había hecho un comentario pesado… y vaya que lo era. Cerró los ojos tratando de olvidar esa mirada captada hace poco, que, aunque no supo interpretar, la preocupaba. Mentalmente buscaba las palabras indicadas para disculparse por su imprudencia.

Abrió los ojos y, como había presentido, el rostro de él se hallaba a unos pocos centímetros del suyo.

–¿Es eso cierto? –susurró él.

Bulma dejó caer su cabeza sobre el hombro del saiya y no dijo nada más.

«Si no entiendes mi silencio,
nunca entendiste mis palabras;
Te amo.»