La Madre de Gokuh

por Nary


La bella mujer miraba a través del cristal la terrible tormenta que afuera se desataba. La lluvia caía abundante y los rayos iluminaban la noche como si fuera de día; un trueno muy fuerte se escuchó a lo lejos. Ese ruido le era muy familiar, era muy parecido al ruido de pelea, y mientras se recargaba en el frío y áspero muro, su mente se transportó a los hechos acontecidos meses atrás.

Era un día muy común en el planeta Vegita. Ella se colocaba sobre la ropa la fuerte pero ligera armadura. Al terminar, su cola se enredó inmediatamente en su breve cintura mientras que se colocaba el scouter en la cabeza y, después de aplastar unos pequeños botones, quedó satisfecha al ver que funcionaba a la perfección. Una mano le golpeó la espalda y alguien le dijo:

–¡Yanira! Es hora de irnos. En 15 minutos parte la nave hacia Mer-15. No te querrás perder la diversión.

–Por supuesto que no. ¡Vámonos! –contestó ella.

Yanira corrió ágilmente tras la joven que la había llamado. Tenía 3 años que trabajaba para Frezzer y era lo mejor que le había pasado. Había entrenado mucho para poder controlar su poder y sacarlo al máximo; aún recordaba la cara de varios jóvenes aspirantes a las filas de Frezzer cuando ella los superó en las pruebas; se había ganado su odio y eso era un gran orgullo. Trepó a la nave de un solo salto, era un trabajo redituable y excitante. Matar a seres debiluchos la llenaba de emoción. Además, los festejos después de las conquistas eran divertidos. Tomó su lugar junto a Kib. Ambas chicas se miraron con la cara llena de emoción. Su adrenalina subía rápidamente. De pronto se escuchó la voz del líder de la invasión, pero no era la de Rack; ante todos se presentó otro sayayin mucho más alto, de una figura por demás atlética, de rostro fuerte y de cabello alborotado.

–¡Escuchen todos! Soy Bardock. Voy a dirigir la invasión y espero que estén alertas. Los habitantes del planeta Mer-15 no son fuertes, pero sí muy veloces y el gran Frezzer no quiere que el planeta sufra daños porque vale mucho, así es que vamos a acabar con esos gusanos lo más pronto posible.

Mientras Bardock daba las instrucciones, Yanira no le quitaba la vista de encima. De veras que era guapo, su atractivo iba más allá de lo físico. Con gran disimulo determino su nivel de pelea… ¡vaya, y también era muy fuerte! Miró de reojo a Kib, su compañera también lo observaba con interés. Claro, el hombre llamaría la atención de cualquier mujer con ojos en la cara.

Bardock se encaminó por el pasillo de la nave hasta el fondo, donde ellas se encontraban. Las miró de arriba abajo de manera indiferente. –Espero que ustedes dos no vayan a cometer estupideces –les dijo con tono irónico. Los otros sayayines soltaron la carcajada. Siempre era lo mismo en todas las misiones: nunca faltaba la burla de algún «macho tonto». Yanira odiaba eso, siempre las hacían sentir inferiores a pesar de que ella y Kib eran más fuertes y astutas que muchos de sus compañeros.

El viaje se inició rumbo al pacífico planeta Mer-15. Ese tranquilo planeta pronto se convertiría en la imagen misma de la muerte. En cuanto llegaron, Bardock creó la luna artificial y todos la miraron para comenzar la transformación. Casi al instante, ocho gigantescos oozharus comenzaron la destrucción de manera fría y cruel. Arrasaban todo a su paso, y aunque los habitantes trataron en vano de defenderse, la balanza comenzó a inclinarse a favor de los invasores. Después de cuatro horas de lucha y destrucción, no quedaba ninguna forma de vida en el planeta. La transformación terminó y los ocho sayayines «descansaban» alrededor de una improvisada fogata que se encontraba dentro de uno de los pocos edificios que estaban aún de pie, de manera irónica dentro del almacén de armas de los habitantes de Mer-15.

–¡Ja-ja-ja, realizamos la conquista en tiempo récord!

–Claro, somos los mejores.

–Por supuesto. Somos la raza más fuerte del universo.

–Es hora de festejar.

Yanira y Kib estaban calladas; cuando los «machos tontos» empezaban a decir esas cosas, no había quien los callara. Además, para ellas era más divertido festejar en el bar del planeta Vegita. Bardock también guardaba silencio y de forma disimulada observaba a Yanira. Su belleza lo había impactado desde que habían despegado del planeta Vegita. Tenía tiempo de no haber visto a una hembra tan hermosa y sensual… no desde aquella de la cual no recordaba su nombre y que le había dado a su hijo Raditz, pero ya hacía tiempo que ella había muerto. Su vista se posó en la blanca pierna de la Yanira y su mirada seguía la línea de su figura hasta que la pierna se cubría por el corto pantaloncillo. Además de su belleza, esta mujer tenía algo diferente; su mirada era desafiante y ese gesto rudo que tenía contrastaba con las líneas delicadas de su rostro, y lo que más llamaba su atención era su largo y lacio cabello que no era muy común entre mujeres de su raza.

Ella también lo observaba. Su atlética figura y su actitud habían llamado mucho su atención desde que lo había visto en la nave.

De pronto, uno de los sayayin, Sark, tomó a Kib de un brazo y la jaló hacia él –¡Ven acá, preciosa! –Le dijo de manera burda. La chica reaccionó de forma inmediata tratando de zafarse de la manaza, pero ésta le apretaba el brazo con una fuerza tal que le era imposible soltarse. Yanira, al ver que ninguno reaccionaba, se dispuso a defender a su amiga: se levantó como un resorte y se colocó en posición de pelea.

–¡Suéltala, cerdo! –le dijo lanzándose en contra del tipo y mirándolo desafiante.

Por supuesto, el sayayin aceptó el reto de inmediato y, aventando a Kib hacia un lado, esperó pacientemente el ataque de la enfurecida chica. Yanira levantó el puño y, reuniendo toda su fuerza en éste, se dirigió a la cara del sayayin, pero él esquivó el ataque y la empujó con fuerza. Ella salió disparada hacia un muro, el cual de inmediato se desplomó a causa del fuerte impacto. La chica se levantó y volvió a atacar al tipo con una velocidad tremenda, logrando que su puño se estrellara en la boca del sayayin, provocándole que ésta se llenara de sangre y que además se le aflojaran un par de dientes. Yanira sonrió al ver cómo Sark se enfurecía al ver la sangre, que abundante salía de su boca.

Mientras tanto, los otros sayayins miraban divertidos la pelea y animaban, por supuesto, a Sark… mientras Bardock se limitaba a mirar los ágiles movimientos de la muchacha con una leve sonrisa dibujada en sus labios. «Ella sabe pelear muy bien», pensó mientras observaba cómo la chica reanudaba el ataque aún con más fuerza y con más velocidad.

La pelea continuaba, pero era claro que la sayayin era mejor que Sark, pues ella esquivaba todos sus ataques y atinaba muy bien los suyos. Con fuerza, ambos se lanzaban rayos de energía. En poco tiempo la ropa de ambos estaba rota y comenzaban a respirar agitadamente, hasta que Yanira, harta de la pelea, decidió terminarla de una vez y dirigiéndose a Sark (el cual ya se encontraba muy débil) le propinó una fuerte patada en el estómago, luego un golpe en la mandíbula que lo hizo salir disparado hacia arriba; ella saltó rápidamente y juntando ambas manos en un puño le golpeó la espalda y el sayayin fue a caer cerca de un conjunto de cadáveres de los habitantes del planeta.

Los demás comenzaron a reír y a burlarse de Sark, mientras Yanira se acercaba con paso seguro al pequeño grupo, pero Sark no estaba inconsciente y al escuchar las burlas de sus compañeros por haber sido vencido por una mujer, reunió la poca fuerza que le quedaba y tomó una de las armas que estaba cerca de un cadáver, e incorporándose un poco apuntó hacia la cabeza de Yanira y, sin dudarlo, disparó. Un rayo de color azul claro salió del arma en dirección de la chica, que no se había percatado de eso por estar mirando fijamente a los ojos de Bardock. De pronto, ella sintió cómo algo golpeaba su sien, todo se nubló a su alrededor y cayó pesadamente al suelo.

Todo pasó muy rápido, y Bardock, al ver esto, corrió donde había caído Yanira y se inclinó sobre ella. Su bello rostro estaba cubierto de sangre, que salía abundante de una pequeña herida de su cabeza. No era grave, pero si seguía perdiendo sangre era seguro que moriría. Volteó hacia donde estaba Sark y, juntando una bola de energía en la mano, se la lanzó –¡Eres un idiota!, ¡Vete al infierno! –le dijo. Después cortó unas tiras del traje de Yanira y las amarró fuertemente a su cabeza. Ella abrió lentamente los ojos y a través de su sangre vio cómo una mirada de preocupación se percibía en los ojos de él; lo último que advirtió ella antes de perder el conocimiento fue que Bardock la tomaba en sus brazos.

Despertó dos días después, en la cámara de recuperación. Su mano se dirigió de inmediato hacia su cabeza; ya no había herida. En su lugar, sólo quedaba una pequeña cicatriz. De pronto, Kib entró.

–Al fin despiertas, Yanira. Tienes dos días ahí.

–Ya estoy bien. Ahora, pásame mi ropa.

–La pelea que tuviste con Sark fue sorprendente –dijo Kib, mientras ayudaba a Yanira a vestirse.

–Sí, espero que con eso aprendan a respetarnos –comentó Yanira. La chica se colocó la armadura sayayin y enredó su cola sobre su cintura.

–Sabes, Bardock ha estado preguntando por ti.

–¿En serio? –dijo Yanira con un extraño brillo en la mirada.

–Claro, en estos dos días como unas seis veces. Parece que le gustaste.

–Pues a mí sí me gusta –dijo, y ambas chicas se soltaron riendo.

–Tenemos vacaciones. Al parecer, Frezzer quedó muy complacido con la última misión.

–¡Qué bien!, eso me agrada mucho.

Las dos jóvenes salieron del área médica y de inmediato entraron al bar para charlar y beber algo refrescante. Ahí se encontraba Bardock, quien bebía en compañía de otros tipos. Al verlas, de inmediato se dirigió a la mesa en la que ellas se habían sentado.

–¿Ya estás mejor? –preguntó de forma un tanto brusca.

–Bastante bien, ya no tengo nada. –Él no contestó y desvió su mirada hacia otro lado.

–¿Quieres dar una vuelta por ahí? –preguntó al fin.

–Sí, vamos. Luego vuelvo –le dijo a Kib. La otra chica sólo se concretó a darle otro trago a su cerveza. Ambos salieron del bar y, emprendiendo el vuelo, se alejaron bastante de las instalaciones guerreras. Durante el trayecto no hablaron; sólo se miraban con un brillo especial en la mirada. Descendieron en un bosque junto a una pequeña cascada de aguas cristalinas. Ella se sentó en una de las rocas, mientras él se paró frente a ella, dándole la espalda.

–Eres muy fuerte y muy bella… eso me gusta de una mujer –dijo él con un tono extraño.

–¿Acaso yo te gusto? –preguntó Yanira coquetamente mientras se levantaba y se acercaba a la espalda de él.

–Sí… y mucho.

Bardock, al sentir a Yanira tan cerca, se volteó y tomándola por sorpresa rodeó su cintura con una mano, con la otra sujetó su cabeza y la besó en los labios. Fue un beso ardiente, fuerte, apasionado… casi violento, pero correspondido por ella con la misma intensidad. Era como si en aquel beso estuvieran librando una batalla y ambos querían ser los ganadores. Se separaron un rato después, respirando agitada y fuertemente para que el aire llegara a sus pulmones otra vez.

–¡Vaya, besas muy bien! –dijo Yanira mientras apartaba de su cara su largo cabello.

Bardock sólo se sonrió mientras se quitaba la armadura, la camiseta y las botas. «Hace calor», dijo, y se metió bajo la cascada. Yanira miraba con insistencia su pecho desnudo y no atinaba qué hacer. ¡Demonios, él la ponía nerviosa! De pronto vio cómo él, con una seña, la invitaba a seguirlo. No dudó e, imitándolo, también se deshizo de su armadura, sus botas y… su blusa.

Yanira se acercó lentamente a la cascada. Su largo cabello cubría su torso desnudo. Él la observaba con admiración y, cuando al fin estuvieron juntos, el sayayin sólo se limitó a rodearla con sus fuertes brazos. Después de aquel abrazo, una de sus manos tomó su cabello mojado y se lo llevó a la cara a la vez que decía «es muy suave». Yanira cada vez entendía menos; hacía apenas un par de días lo miraba matando y destruyendo todo sin compasión y ahora acariciaba su cabello con una ternura increíble. «Entre más conozco a los hombres, menos los entiendo. Y menos aún a éste», pensó Yanira. Él la miró divertido, diciendo «me vuelvo loco cuando hay una mujer como tú a mi lado» y acercando lentamente su cara, hubo un momento en que se miraron fijamente a los ojos y percibieron sus respectivos alientos. Luego la besó, pero esta vez el beso era diferente, delicado y hasta suave. Esto sorprendió aun más a la chica, la cual nunca imaginó que un tipo como él pudiera comportarse así. El agua caía sobre ellos; era una sensación muy agradable y excitante, y ella sólo se dejó llevar.


Otro fuerte trueno sacó a Yanira de sus pensamientos y miró de nuevo hacia afuera; era una tormenta muy poco común en el planeta Vegita. Se acomodó en un mullido sillón mientras volvía a recordar.

Esas vacaciones habían sido las mejores de su vida, sobre todo porque las pasó al lado de Bardock. Nunca le había atraído un hombre de esa manera. Su forma de ser, a veces ruda y otras dulce, la tenía como atontada, era especial y sobre todo la hacía sentir especial a ella. Fue un mes de un ardiente romance, pero como todo, llegó el fin y tuvieron que separarse y volver al trabajo, pero su relación había tenido consecuencias y ella se enteró que ¡esperaba un bebé! Tenía que decírselo antes de que se marchara, ya que él estaba por partir a una misión larga, así es que antes de que se fuera lo buscó en la sala de despegue y abordándolo directamente se lo dijo. Se sentía orgullosa de llevar en su vientre el hijo de un hombre tan fuerte como él.

La primera reacción de Bardock fue de total sorpresa, pero en sus ojos se notaba el orgullo que lo embargaba en ese momento. «Sé que será un guerrero muy fuerte», le dijo, y sacando un brazalete muy brillante lo colocó en la mano de Yanira. «Toma. Pensaba mandártelo con alguien. Volveré antes de que nazca». Ella lo miró alejarse y después se colocó el brazalete en la mano.


Yanira tocó el brazalete mientras unas lágrimas surcaban sus mejillas; la misión había tardado demasiado. Con cariño acarició su abultado vientre. El bebé pronto nacería y Bardock no había vuelto. De pronto, la puerta se abrió intempestivamente y una silueta se dibujó en ella. La muchacha abrió los ojos muy sorprendida. Aquella silueta le era muy familiar.

–¡B-Bardock! –dijo con voz temblorosa.

–Sí. Soy yo, Yanira. He vuelto.

–Cumpliste tu promesa, volviste antes de que naciera nuestro hijo.

–Sí. Además, aunque parezca ridículo, he pensado en ti.

Se acercó a abrazarla cuando de pronto ella se dobló: un fuerte dolor en el vientre casi la hizo caer. Él la tomó en sus brazos y la llevo al área médica; el trabajo de parto había comenzado. Después de algunas horas, el doctor salió.

–Fue varón –le dijo–. Lo siento, Bardock. No tiene nivel de pelea.

El sayayin, sin querer escuchar más, salió aprisa. ¡Demonios! Un hijo sin poder no era para sentirse orgulloso. Sentía una furia tremenda, ni siquiera lo quería ver. Sabía el futuro del niño, sería mandado a algún planeta con seres del todo débiles y quizás ni siquiera sabría más de él. Eso era lo mejor.

Yanira despertó por la mañana y de inmediato preguntó por su bebé. El médico le informó que había sido niño y que su nivel de pelea era muy bajo. Ella se estremeció, sabía que la separarían del niño para mandarlo lejos… era la ley. Si hubiera nacido con el nivel mínimo, podría entrenarlo para que en un futuro sirviera a Frezzer. En cuanto el médico salió, ella se levantó de la cama y se cambió. Estaba débil, pero haciendo un esfuerzo se dirigió a donde estaban los recién nacidos de bajo nivel. De inmediato reconoció a su hijo… se parecía tanto a Bardock. «Se llamará Kakaroto», se dijo mientras escribía el nombre sobre el papel pegado en la cuna. El bebé dormía, pero como si presintiera a su madre, comenzó a llorar. Ella trató de tocarlo, y el pequeño lloraba aún más, como reclamando su presencia.

Dos médicos entraron y casi a rastras la sacaron de ahí.

Después de meterla de nuevo a su habitación y de colocarle un sedante, comenzaron a platicar creyéndola dormida.

–Hay que informar esto. Lo siento por Yanira; es fiel y muy fuerte, pero una sayayin sentimental no sirve de nada.

–Siempre pasa lo mismo. Nada más son madres y ya no sirven para la pelea.

–Vámonos, hay que preparar a los bebés que tienen que salir mañana.

Yanira, al escuchar eso, trató de incorporarse, pero su cuerpo no le respondía y comenzó a perderse en la oscuridad de la inconsciencia. Tuvo una pesadilla horrible en donde se miraba a sí misma destruyendo uno de tantos planetas, matando seres sin sentir compasión. De pronto lanzaba un rayo y éste se incrustaba en el cuerpo de su pequeño hijo tan indefenso. Cómo era posible que fuera una asesina ¡un monstruo! El separarla de Kakaroto era como un castigo a sus errores, pero no podía aceptarlo… Despertó muy entrada la mañana, asustada y confundida con ese sentimiento extraño que nunca había creído experimentar y recordando todo lo del día anterior y esa pesadilla. ¡Tenía que buscar a Bardock! ¡Él no permitiría que se llevaran a su hijo! Lentamente y cuidándose de no ser descubierta, se encaminó al bar. Al entrar, había un gran alboroto, algunas mesas estaban rotas y todos los presentes murmuraban algo.

–¡¿Alguien ha visto a Bardock?! –gritó para que todos la escucharan.

–Sí, Yanira. Hace un momento estuvo aquí. Venía muy herido y diciendo estupideces.

–Está loco. Cree que Frezzer nos quiere destruir, ja-ja –dijo otra voz.

Ella salió de ahí muy preocupada, ¿cómo que estaba herido? –se preguntó. Comenzó a subir las escaleras y vio un rastro de sangre. «Bardock», pensó. Trató de caminar aprisa, pero parecía que aquel sedante que le habían inyectado mermaba sus fuerzas. Cuando logró salir al área de despegue, alcanzó a ver a Bardock que emprendía el vuelo velozmente. Quiso volar también, pero no tenía la fuerza suficiente. Se dejó caer, abrumada. Un momento después, un temblor comenzó a sacudir la tierra y a derrumbar todo. Sus últimas palabras antes de morir fueron «¡Bardock! ¡Kakarotto!». Quizás en ese momento no lo sabía, pero su hijo vengaría su muerte, la de su padre y la de todos los sayayin…