Capítulo 1: «Un nuevo reto…»
Fanfic: Quiéreme
Una gran melancolía me embargaba esa tarde lluviosa. Caminaba lento, un tanto agachado y sin rumbo fijo, sin tener un lugar a donde ir, sin nadie a quien esperar o que me esperase y lo peor es que esa situación se estaba volviendo costumbre. No tenía ganas de llegar a mi casa. Bueno, si es que se puede llamar casa a ese solitario departamento que rentaba desde un par de meses atrás. Siempre había tenido el concepto de que una casa era un lugar en donde alguien te esperaba con gusto y ansiedad, pero cuando abría la puerta de mi departamento, sólo el silencio me recibía; era por eso que prefería caminar y caminar aun a pesar de la lluvia y de la gente que chocaba conmigo al tratar de cubrirse de las gotas heladas que caían.
Desde la pelea contra Cell, mis depresiones volvían más a menudo. Tal vez era porque no tenía alguna meta que cumplir o un entrenamiento para una batalla.
Quizás la causa de mi constante tristeza era el hecho de estar SOLO. Detestaba esa soledad que se había vuelto mi única compañía, y que si bien es cierto que yo mismo provocaba, no dejaba de pesar demasiado. Estaba seguro que si visitaba al maestro Roshi, a Bulma, a Yamcha o a Gohan, estarían gustosos de recibirme. La verdadera amistad es así, pero no era la falta de grandes amigos lo que me hacía estar pensativo con la mirada triste, ni me hacía sentir esa soledad, sino el hecho de no tener a esa persona tan especial para mí y a quien deseaba entregarle ese cúmulo de sentimientos y sensaciones que habían despertado después de tanto tiempo dormidas.
Sí, en ocasiones como éstas, me sentía un completo idiota al haberme enamorado de un imposible. Ella estaba fuera de mi alcance, no debía seguir soñando, pero por más que trataba, su hermoso rostro volvía a mi mente una y otra vez sin tregua alguna; hasta en sueños, ya fuera despierto o dormido. Eso me hacía sufrir. No cabe duda que el amor no admite razones y, en mi situación, una vez más se confirmaba eso. Sólo a mí se me ocurria haberme fijado en ella, un androide, ¡ja! Sí, un ser demasiado extraño, pero hermoso, y estaba completamente seguro que no nada más por fuera…
Es verdad, me he enamorado de ti
cuando menos esperaba.
Quisiera no fuera cierto,
pues mi cuerpo está cubierto
de un dolor que aún no acaba.
Subí el gorro de mi chamarra. La lluvia arreció de repente. De pronto, algo llamó mi atención. Era un aparador con vestidos de novia. Recordé de inmediato a Marron, esa chica tan hermosa, pero ahora que veía las cosas de otra manera, demasiado inmadura. Creo que hubiera cometido un error al casarme con ella, pero a pesar de todo, me había dolido mucho su partida. Al parecer el amor no estaba hecho para mí…
–18… –murmuré mientras esperaba que el semáforo de la avenida principal me diera el paso. Ni siquiera sabía en dónde buscarla, aunque el haberlo sabido no me hubiera servido de mucho. Después de todo, qué podría decirle: «18, soy yo, Krilin, ¿me recuerdas? Sí, el tonto aquél que trató de salvarte de ser absorbida por Cell y que no lo consiguió». No, no era una forma correcta de presentarme. Además, tal vez ella estaría muy lejos en esos momentos, y ni siquiera se acordaba de mí. Sí, eso era lo más seguro, que estuviera al otro lado del mundo tratanto de olvidar toda la pesadilla de Cell.
Crucé la calle. Tal vez yo también necesitaba marcharme a un lugar alejado donde pudiera olvidarla, conocer a otras personas, otras ciudades y un amor que sí pudiera corresponderme. Sacudí la cabeza, me sentí desleal, era verdad que estaba enamorado y no era correspondido, pero más que el hecho de no sentirme querido, una angustia oprimía mi pecho: no saber si ella estaba bien y era feliz. Creo que, de haberlo sabido, me sentiría más tranquilo.
Sin pensarlo siquiera, llegué hasta la puerta de un bar, de ésos que están abiertos todo el día. Casi por inercia, entré. Para ser franco, nunca les he visto demasiado chiste, pero ya era un hombre adulto y nunca había visto uno por dentro, aún a pesar que Yamcha me había insistido infinidad de veces acompañarlo a esa clase de sitios. Caminé de forma incierta, porque mis ojos tenían que acostumbrarse a la prematura oscuridad del lugar. Después de algunos pasos, unas luces de colores iluminaban débilmente y un fuerte olor a cigarrillos y a alcohol me recibieron. Las mesas estaban completamente llenas y una música escandalosa inundaba el ambiente. Las conversaciones llegaban a mis oídos como un solo murmullo.
Me encaminé directamente a la barra, no porque en esos momentos se me antojara beber algo, simplemente porque lo había visto hacer en las películas. Me sentí algo tonto cuando el hombre que atendía me preguntó qué quería tomar y yo no supe qué contestarle.
–Lo que sea –respondí al fin. El tipo me miró algo extrañado, colocó un vaso pequeño y lo llenó de un líquido color azul. Jugueteé un poco con la bebida sin ninguna intención de tomarla. Luego pasé mi vista por el lugar; por supuesto la mayoría de los clientes eran hombres que, completamente ebrios, hacían el ridículo por todas partes. Me juré a mí mismo que nunca daría semejante espectáculo.
Era una mala idea permanecer en aquel lugar, así que me giré dispuesto a pagar mi trago y salir de ahí cuando, al levantarme, un tipo tropezó, cayendo sobre mí.
–L-lo siento ¡hip! –logró decir, tratando inútilmente de incorporarse, pero al parecer tenía demasiado alcohol corriendo por sus venas, porque no lo consiguió.
Fácilmente lo levanté y lo senté en uno de los bancos vacíos de la barra. Su mirada estaba completamente vidriosa, pero era la de una persona buena. Con el tiempo he aprendido a clasificar de esa manera a las personas. He conocido tanto a buenas, como a malas.
–Gracias, muchacho –me dijo mirándome entre los sopores del alcohol–. ¿Se puede saber qué haces ¡hip! tú aquí?
No atiné a contestar. Me lo había preguntado como si el que yo estuviera en aquel sitio fuera lo más incongruente del mundo.
–A estos lugares, sólo se viene por dos causas: una, tu vida es una porquería ¡hip! o dos, estás festejando algo. Tú no pareces caer en ninguna de esas dos categorías ¡hip!
–Bueno yo… –Me callé. No estaba de humor para ponerme a razonar con un ebrio. Dejé un billete sobre el mostrador y pretendí caminar a la salida.
–Espera, chico. En ocasiones es bueno escuchar a los viejos… aunque estén ebrios ¡hip! –me dijo en tanto me tomaba de la manga de mi chamarra.
Tal vez porque no tenía nada más que hacer y aquel viejo me recordaba al maestro Roshi, al cual le tengo un gran respeto, decidí quedarme. ¿Qué podía perder? Sólo un poco de mi tiempo. El hombre sonrió al ver que me sentaba a su lado.
–Olvidaba otra de las razones, una muy importante. Apuesto que se trata de una mujer –dedujo–. Tienes una cara de ¡hip! enamorado que no puedes disimular.
Arqueé mis cejas sorprendido. O aquel hombre era muy observador, o hasta el más distraído podía darse cuenta de mis sentimientos.
–¿Que acaso te comieron la lengua los ratones? –me preguntó riendo torpemente.
–No. ¿Cómo supo que se trata de una mujer?
–Bueno, eso es mi secreto. Pero creo ningún ser ¡hip! en este mundo tiene el poder de hacernos comportar como tontos. Sólo ellas. –dijo mirando con insistencia mi vaso, que permanecía intacto sobre la barra–. ¿No te lo vas a tomar tú? –Yo negué con la cabeza y el hombre, de un solo trago, lo hizo desaparecer.
–Me tengo que ir –le dije. Aquello ya me estaba pareciendo fastidioso.
–Vamos, muchacho, el amor es difícil, pero todo puede solucionarse. ¿Es ¡hip! casada? –me interrogó, ignorando por completo mi comentario anterior.
–No –contesté inmediatamente.
–¿Está enamorada de otro?
–No lo creo.
–Entonces no veo problema ¡hip! alguno –concluyó.
–Somos demasiado diferentes –le dije.
–Demasiado diferentes –repitió con cierta tristeza–. Eso es lo mejor de todo, las diferencias hacen que sea ¡hip! más divertido. Cada día se descubre algo nuevo y eso es lo emocionante. Lucha por ella, conquístala. Si no lo intentas, jamás ¡hip! sabrás si hubiera funcionado –terminó con un énfasis que no era para nada el de un ebrio.
No supe qué responderle. Tenía razón. Me estaba dando por vencido antes de siquiera intentarlo, y si era difícil, ¿qué importaba? Tal vez ése era el nuevo reto que le hacía falta a mi vida. Uno que podía tener una hermosa recompensa.
El hombre me miró con la clara convicción de que había dado en el clavo, pero no dijo nada, sólo se limitó a sonreír.
–Es hora de irme –le dije.
–Sí, vete, no pierdas tiempo. La vida pasa demasiado rápido y no ¡hip! puedes detenerla –comentó con cierto pesar en la voz.
–Con ese billete le alcanza para otro trago –le afirmé, señalando el billete que había dejado hacía unos momentos. Él asintió y yo me encaminé a la puerta. Ahora comenzaba mi nuevo reto.
Lo primero que tenía que hacer era saber dónde estaba, pero ¿cómo encontrarla si no podía sentir su ki? Ni tampoco tenía una pista de dónde pudiera estar. Eso lo hacía más complicado, pero no imposible. Tenía que haber alguna forma de… ¡¿Pero cómo no se me había ocurrido antes?!, me dije en tanto, sin importarme las miradas curiosas y la lluvia que seguía cayendo, levantaba el vuelo hacia cierto lugar.
Después de casi una hora de volar con todas mis energías, miré a lo lejos mi objetivo. Hubiera deseado saber la teletrasportación de Goku para llegar más pronto, pero eso no era posible. Un instante después, aterrizaba en la plataforma celeste. Ese lugar, a pesar de conocerlo muy bien, no dejaba de sorprenderme, ya que seguía conservando su aire de misterio y divinidad.
Todo, como siempre, estaba perfectamente limpio y en orden. Mr. Popo seguía haciendo muy bien su trabajo. Nadie salió a mi encuentro, mas de pronto sentí una bien conocida presencia dentro de una de las habitaciones del templo. Hacia ella me dirigí rápidamente. Me introduje en el lugar hasta llegar al cuarto de donde provenía el Ki de Dende y sonreí al verlo muy entretenido resolviendo al parecer unas ecuaciones. Sin querer recordé a Gohan. Al sentirse observado, el pequeño Namek volteó hacia mi algo sorprendido, pero de inmediato sonrió.
–¡Krilin, qué alegría verte, amigo! –exclamó levantándose de los cuatro o cinco libros que sobre la silla lo ayudaban a alcanzar la mesa de la biblioteca.
–¡Hola, Dende! Es decir… Kamisama –me corregí. Todavía se me hacía difícil llamarlo de esa manera, porque para mí seguía siendo el mismo niño que Gohan y yo habíamos salvado en Namekusei.
–¿Qué aires te traen por aquí, Krilin? –me preguntó–. Oye, luces algo diferente –observó refiriéndose a mi cabello, el cual, ya bastante crecido, cubría mi antes pelada cabeza.
–Sólo me he dejado crecer un poco el cabello –le comenté mientras los dos nos encaminábamos hacia afuera y luego nos sentábamos en los impecables escalones de la entrada principal del templo.
–Qué bueno que me visitas, estaba algo aburrido. Mr. Popo salió desde muy temprano y aún no regresa y no tenía con quien conversar siquiera, es por eso que repasaba mis lecciones –dijo dando un gran suspiro y descansando su rostro sobre sus pequeñas manos.
–No es fácil ser Kamisama, ¿eh?
–Apenas estoy aprendiendo. El Sr. Picoro me dice que eso va a tomar algo de tiempo –concluyó, dándole a su voz la entonación que usaría Picoro.
Sonreí. Dende, con todo y que era el Dios más importante de la Tierra, no dejaba de ser un niño.
–Bueno Den.. Kamisama, yo –no encontraba las palabras correctas para decirle– quiero pedirte un favor.
–¿Un favor?, claro Krilin. Si está en mis manos, con gusto.
–Yo quiero que me ayudes a buscar a una persona. Como tú puedes ver todo desde aquí, te será más fácil.
–Bien, ¿y de qué persona se trata? –me preguntó caminando lentamente hasta la orilla de la plataforma.
–E-este, es… el androide #18 –le contesté.
–¿La chica rubia que trajiste aquí después de lo de Cell? –me preguntó–. ¡Ahh, ya entiendo! –exclamó dándome un codazo–. Entonces Gohan estaba en lo cierto y tú te has enamorado de ella.
–Sí –murmuré algo sonrojado–. Y como comprenderás, no tengo forma de saber en dónde está. No puedo sentir su Ki, porque ella no tiene.
–Entiendo… No creo que sea muy difícil saberlo –dijo fijando sus ojos en el cerrado conjunto de nubes que se formaban un poco más abajo de la plataforma.
Yo también miraba, pero sólo las cambiantes figuras blancas de las nubes. Dende parecía bastante concentrado en su labor, ya que al parecer mirar a todo el mundo no parecía cosa sencilla.
–¿Todavía no? –le pregunté algo impaciente.
–Espera un poco, Krilin. No tengo demasiada práctica aún y… ¡Ya la enncotré! –exclamó lleno de satisfacción.
–¿En serio? ¿En dónde? –pregunté, desesperado por conocer el paradero de 18.
–Sí, se encuentra hacia allá –dijo señalando en dirección oriente del templo–. Como a tres mil kilómetros del distrito 728, en el bosque.
–¡Excelente! ¡Gracias, Dende! –exclamé, olvidándome una vez más de su flamante título de Dios de la Tierra y emprendiendo de inmediato el vuelo hacia la dirección señalada. Deseaba llegar lo antes posible.