La primera vez

por SUSY y Raquel Vásquez


En el bar de la esquina ya caía la tarde. Había pocos clientes, uno de ellos era un joven de unos dieciséis años, guapo, de largos cabellos. Se acercó a la barra y pidió primero una copa, luego otra y otra. A su lado flotaba en el aire un extraño gato a quien el muchacho llamaba Puar. En la pálida luz del atardecer, la mirada de desaliento del citado joven combinaba perfectamente con el aspecto de fracaso de los parroquianos y el tango triste y melancólico que sonaba en el aire: «Adiós, muchachos»

«Deme otra», dijo el joven al cantinero mientras pensaba en los últimos acontecimientos que había tenido que enfrentar. Había estado tan cerca de pedir su deseo a Shenlong… tanto esfuerzo siguiendo a Goku y Bulma para robarles las dichosas Esferas del Dragón y poder, así, solucionar su «problema» y, ¡sácate!, tuvo que salir ese tonto cochinito al que ellos llamaban Ulong a pedir unos ridículos ¡pantaloncillos cortos!

«¿Puedes creerlo, Puar? Casi morimos cuando ese extraño niño se transformó en ese… mono gigante en la fortaleza de Pilaf y todo fue en vano…», comentó el muchacho, entristecido y mirando el fondo de su vaso vacío. Ante el comentario, el gato sólo pudo observarlo con pena. El joven miró, entonces, nuevamente al cantinero que parecía que no había escuchado su mandato, ya que seguía limpiando unos vasos que estaban sobre la barra. «¡Oye! ¡Te dije que me sirvieras más bebida!»

El hombre lo miró con seriedad, evidentemente había bebido de más, según lo indicaba su mirada vidriosa.

«No, de ninguna manera. Ya bebiste bastante», le dijo.

Pero el muchacho de un golpe lo lanzó al otro lado del bar, luego lo tomó del cuello y lo obligó a que le sirviera más y más. Entonces, con una sonrisa se sentó a disfrutar su trago.

En ese momento entraron unos hombres que, al ver al chico, gritaron «¡Es Yamcha, el bandido del desierto!». Al escuchar eso, el bar quedó rápidamente vacío, incluyendo al cantinero. Yamcha, entonces, miró a Puar, rió en voz baja, se encogió de hombros y quedó dueño del campo.

«Je, je. Nadie puede conmigo. ¿Verdad, Puar? Todos son cobardes»

«Así es, todos nos temen», recalcó Puar, orgulloso.

De repente se escuchó una voz masculina, sonora y agradable, pero firme y orgullosa: «Pues yo no. No les temo en lo más mínimo»

Yamcha y Puar miraron hacia la puerta de donde había venido la voz. Allí estaba de pie un hombre joven, de corta estatura, moreno y con un detalle en su figura: alrededor de su cintura se veía un grueso cinturón de piel.

«Es evidente que no eres de aquí, enano. De otro modo temerías al gran Yamcha, la hiena del desierto»

«Mira, niño, se ve que has tomado de más. Creo que estás bastante borracho. Conozco tu fama y no me asusta para nada. Sal de allí, voy a servirme unas copas. No quiero lastimarte», agregó acercándose al mostrador.

«Apártame si puedes, imbécil», musitó Yamcha, mientras se ponía enfrente del desconocido.

Pero para su sorpresa, el recién llegado lo apartó bruscamente, arrojándolo atrás del mostrador, utilizando sólo un dedo, mientras reía estrepitosamente.

Yamcha lo miró espantado, en verdad nadie lo había derrotado antes, y mucho menos de esa manera, sin el más mínimo esfuerzo, así que intentó atacarlo una y otra vez, pero en todas las oportunidades fue rechazado de la misma manera.

«¡Pero, pero! ¿Qué pasa? No entiendo…», balbuceó el bandido.

El desconocido, quien no había perdido su sonrisa en ningún momento, observó al joven en el suelo e, indiferente, pasó por encima de él, botella en mano, y se sentó en una de las mesas del establecimiento. Se tomó una copa y luego otra, ambas de un sorbo.

«¿Te quedarás en el suelo todo el día? ¿O acaso esperas que te ayude a levantar? –preguntó sin voltear a verlo–. Mira que no te di tan duro»

Yamcha, aún en el suelo, miraba al sujeto con asombro y enfado. Su orgullo de guerrero había sido herido, sin embargo, tenía gran curiosidad de saber de quién se trataba, así que se levantó y, acercando una silla a la mesa, se sentó al lado del desconocido. El hombre lo miró y pudo ver el desconcierto del joven reflejado en su rostro, ante lo cual no pudo más que sonreír con cierto cinismo y luego dijo: «Es natural que no puedas vencerme, no te apures por eso. Yo no soy como tú, algún día lo entenderás. Igual, mira, estoy algo aburrido. Tú y el gato me cayeron simpáticos. Quédate aquí, tomaremos unos tragos, ahora que es gratis, y tal vez podamos conseguir unas muchachas para que nos acompañen, ¿qué dices? Grrrrr, me hace falta algo de acción», terminó, frotándose las manos con entusiasmo.

«¡Mu…mu…mujeres!», tartamudeó Yamcha mientras palidecía y comenzaba a transpirar.

«Sí, mujeres, claro. Ah, me olvidaba, mi nombre es Mercurio», contestó mientras agregaba: «Oye, ¿qué problema hay con eso? No me digas que tú… que a ti… OHH, ya veo…», y Mercurio miró a Yamcha con cierto recelo, como sospechando de su masculinidad. Así que movió la cabeza con desaprobación, lo miró de arriba abajo con dureza al punto que decía: «AAAY, MARICÓN, UUHHUUMMM»

Yamcha pegó un respingo al escuchar esto. «Gggrrr, te equivocas, no soy afeminado. ¡Soy bien macho!»

«¡Bueno, hembrita, no te enojes!», se burló el otro.

«Ya te dije que no soy marica. ¿Por qué lo piensas?»

«Vamos, es obvio. ¿Acaso no le temes a las mujeres? A mí no me engañas. Oh, mira que temerle a lo más lindo del universo conocido. Yo siempre digo: una mesa repleta, unos buenos tragos y una hermosa mujer (o más de una, no me desagrada la idea), es lo mejor que puede concebirse para un macho de verdad. Como yo, claro.», explicó Mercurio, casi relamiéndose de gusto.

«Yo sería muy feliz si tuviera todo eso que dices, sólo que…»

«¿Qué pasa, Caperucita Roja?», repuso con sarcasmo Mercurio.

«No soy afeminado, las mujeres me gustan… sólo soy fóbico… Cuando veo una, tiemblo. No sé por qué…» confesó el pobre Yamcha.

Mercurio inmediatamente abrió la boca con asombro. ¡Esto sí que era algo nuevo! Y el pobre chico parecía angustiado de verdad. Pero si con ese aspecto y esa estatura sobre todo, pensaba, recordando su 1,57 m de altura, podría tener todas las mujeres que quisiera. En cambio, para él no era tan fácil… Lo mejor sería actuar con dureza. Dios le daba pan a quien no tenía dientes, sin duda.

«Hummm, mira, muchacho, te diré algo, te ayudaré»

«Muchas gracias, pero no sé cómo», dijo casi llorando el joven.

«¡Ya, déjate de mariconadas! ¡Debes enfrentar tus miedos, eso es lo primero! ¡De otro modo, terminarás convirtiéndote en un teletubbie como Tinkie Winkie, que es gay! Mira, hazme caso o ¡yo mismo te caeré a golpes porque no soporto a los gays!», concluyó, furioso, Mercurio, mientras le encajaba dos bofetadas, una de cada lado de la cara.

Ante el inesperado tratamiento terapéutico, Yamcha reaccionó algo, y tal vez para evitar una segunda dosis, se levantó de golpe, mientras musitaba: «Tienes razón, hoy mismo perderé mi virginidad»

Mercurio suspiró. «Oh, esto va a ser difícil. Aún eres virgen. Muy bien, aún es temprano, conseguiremos al menos dos chicas. Para empezar, estarán bien. No sé si te dije que soy insaciable e irresistible para las mujeres. Lávate la cara y vamos afuera. Tú sólo imítame»

Yamcha obedeció, fue al baño, se lavó la cara y arregló sus enmarañados cabellos. Pero cuando salió en compañía de su «terapeuta» parecía, más que un muchacho en busca de aventuras, un reo al que estaban conduciendo al patíbulo. Estaba pálido y temblaba de arriba a abajo, como si tuviera que enfrentar a un monstruo espantable. Mercurio lo miró de arriba a abajo, volvió a suspirar y le aconsejó que tratara de disimular y mantuviera la boca cerrada. «Verás las mujeres que conseguiremos: ¡espectaculares!», exclamó eufórico en un tono tal que hizo temer a Yamcha que su compañero se transformara en el lobo feroz.

Pero nada de eso sucedió, salvo el hecho que Mercurio no reprimía en lo más mínimo sus expresiones de entusiasmo cuando pasaba una mujer que le gustaba, al tiempo que sujetaba a su compañero por el faldón de su camisa para evitar que huyera.

«¡Oh, esa tipa, sí que está chévere!», casi gritaba a cada momento.

«¿Chévere?», repitió el joven sin entender el significado de esa expresión.

«Sí. Ya sabes, que está bien buena…», respondió Mercurio, sin prestarle mucha atención ya que estaba muy ocupado viendo a un par de chicas que pasaban, en ese momento, a su lado.

«Ah, ya entendí…», en ese instante Puar jaló a Yamcha de su camisa y muy preocupado dijo: «Yamcha, ¿crees que esto sea buena idea? Este sujeto se ve muy raro»

«No te preocupes, Puar. Además, haré cualquier cosa para superar este absurdo temor… Mira, creo que mejor vas a buscar un hotel para que podamos pasar la noche en esta ciudad. Quién sabe, tal vez ésta sea mi noche…»

«Pe…pe…pero, ¿estás seguro?», insistió su fiel amigo.

Yamcha observó a su peculiar compañero y, luego de suspirar, asintió.

«Bueno, pero cuídate mucho», culminó el gato, partiendo del lugar y dejándolos solos.

Repentinamente el bandido sintió cómo Mercurio le sujeta el rostro con su mano y lo jalaba obligándolo a ver una hermosa mujer que se encontraba haciendo una llamada desde un teléfono público. «¡Wow! ¡Mira ese mujerón que está allá! –le dijo lleno de emoción–. Por eso me encanta venir a esta ciudad, aquí siempre se ven ejemplares bellísimos, así, como a mí me gustan… con unas cinturitas y unos traseros bien paraditos»

En ese momento la mujer volteó y vio cómo Mercurio la devoraba con la mirada, ante lo cual ella sonrió seductoramente. «¡Ja! ¿Ves?, soy irresistible»

«Creo que me voy… Me siento mal…», replicó Yamcha tímidamente.

«Nada de eso, tú te quedas aquí. Mira a esas dos. Hummmm, justo como para nosotros…»

Al borde del síncope, Yamcha miró hacia donde le indicaba su amigo. En efecto, por la esquina venían caminando dos muchachas. Pero las dos medían algo más de 1,70 m., Y no eran precisamente delgadas, si bien tampoco se las podría catalogar como gordas. Miró a las mujeres y luego a su amigo. Pensó que éste se vería muy ridículo al lado de alguna de ellas, aún al lado de la más baja, pero a él no parecía importarle. Cuando pasaron por su lado, aspiraba el aire mientras gruñía: «¡¡Arrggh!! Chicas, ¡no dejen morir de amor a estos varones solitarios! ¡Vengan a tomar una copa con nosotros!»

Ellas rieron y se consultaron entre sí en voz baja: «Oye, Raquel, ¿qué hacemos? Parecen simpáticos»

«No sé, Susy. Podemos probar. A mí me gusta el de pelo largo»

«Pues el enano parece más agradable e inteligente. Lo bueno viene en frasco chico», afirmó convencida Susy.

«También el veneno, supongo. Muy bien, entremos. Y no cambies de idea, ¿eh?»

Así que las dos damas entraron al bar a sentarse en compañía de ambos galanes. Buscaron una mesa para cuatro. Apenas llegaron, Mercurio saltó y acercó la silla para que Susy pudiera sentarse.

«Oh, qué galante eres», opinó enseguida la mujer.

«Siempre lo soy con chicas hermosas como tú», respondió Mercurio.

Mientras, Raquel se quedó esperando que Yamcha mostrara la misma amabilidad, pero él, en vez de eso, buscó su silla y se sentó apresuradamente lo más lejos que le fue posible y sin siquiera mirarla. La joven, algo enfadada por su indiferencia, abrió su silla y se sentó. En ese momento, Mercurio fue a la barra a buscar unos tragos, acción que aprovechó Raquel para decirle algunas cosas al oído a su amiga.

«Oye, este muchacho será guapo pero es bien maleducado. Creo que mejor me voy», murmuró.

«¡No seas tonta! Ya estamos aquí, ¿no? Espera un poco, además, si te vas, yo tendré que irme contigo y, la verdad, no quiero hacerlo», dijo Susy mientras veía a su nuevo amigo llegar con cuatro bebidas en sus manos.

«Bien, pero si este chico no reacciona pronto, me iré»

Raquel tomó dos tragos. Uno lo dejó para sí y, tratando de hacer conversación, le dio el otro al joven. «Aquí tienes… Lo siento, ¿cómo dijiste que te llamas?», preguntó mientras le tendía el vaso.

Yamcha titubeó, trató de mirar a la joven a la cara, pero cada vez que lo intentaba sentía escalofríos que recorrían todo su cuerpo y se sonrojaba. En ese momento sintió que alguien lo observaba; era Mercurio que le lanzaba una mirada acusadora, y, ante el temor de ser nuevamente golpeado por él, alzó su mano y tomó su vaso al tiempo que balbuceaba una respuesta. «N-No… yo… lo siento… mi nombre es… Y-Yamcha…»

«Hum, Yamcha, un nombre muy lindo el tuyo», dijo ella que, aprovechando que Yamcha había sujetado el vaso, le tomó la mano y lo miró fijamente.

El bandido, al sentir el contacto de su mano en la suya, comenzó a temblar y sin poder evitarlo dejó caer el contenido de su vaso sobre la ropa de la mujer, que saltó producto de la impresión. «¡Ay, no! –exclamó molesta–. ¡Mi vestido nuevo!»

«¡Oh, no sabes cuánto lo lamento!», trató de disculparse mientras le tendía unos servilletas que se encontraban sobre la mesa, pero al hacerlo derramó también el contenido de su vaso sobre ella.

Al ver esto, Mercurio y Susy comenzaron a reír, pero al ver la cara de enfado que Raquel les lanzó, trataron de disimular…

«Creo que tu amigo es algo torpe», opinó Susy.

«Sí, pero sólo en presencia de las mujeres», respondió Mercurio.

«¿De las mujeres?… No querrás decir que él es… ya sabes… gay…»

«No, pero es tímido el muy cabeza hueca»

Es ese momento la sala, casi en penumbras, quedó sumida en la melodía de un hermoso tango: «Niebla del Riachuelo». Al escucharlo, Susy suspiró, «Qué hermoso es el tango. Me encanta»

«Y a mí, ¿Quieres bailar?», le invitó Mercurio al tiempo que le tendía su mano. Ella la tomó y ambos caminaron hasta el centro de la sala donde comenzaron a bailar muy pegados, uno junto al otro. Todos los presentes observaban, algo divertidos, a la peculiar pareja que, aunque bastante dispareja, no sentía la diferencia de estaturas, pero sí el aliento cálido del compañero que impregnaba sus rostros. En ese momento una química muy especial se desató entre ellos.

Mientras, Yamcha trataba de ayudar a Raquel, pero al hacerlo sólo lograba empeorar la situación. «Mira, mejor dejémoslo así –dijo muy enfadada ella–. Ya el vestido está arruinado, así que, ¿por qué no vas por otros tragos, eh? Repentinamente siento mucha sed»

«Sí, claro», balbuceó Yamcha que en ese momento se sentía el ser más desdichado del planeta. En serio le había gustado la chica, pero estaba seguro que su torpeza terminaría por estropearlo todo.

Caminó a la barra y buscó otras dos bebidas y al volver vio cómo la mujer, temerosa de otro accidente, lo miraba con cierto recelo ante lo cual él fue muy cuidadoso. Raquel tomó su vaso y de un sorbo acabó su bebida; las cosas no habían salido como ella esperaba, la forma en que el joven rehuía su miraba la ponía muy nerviosa. ¡Si hasta parecía que le tenía miedo!, cosa lamentable ya que le parecía muy guapo, pero, al mismo tiempo, tanta timidez en alguien como él no le parecía muy normal.

Raquel, cansada de esperar que su compañero diera el primer paso, acercó repentinamente su silla a la de él en un intento de lograr algún adelanto con Yamcha. Pero éste se sorprendió tanto con su acción que, instintivamente, trató de apartarse, pero al hacerlo, sus pies se enredaron con las patas de su asiento y el joven cayó estrepitosamente al suelo con todo y silla, quedando muy adolorido y bastante aturdido.

Al ver esto, la mujer, muy preocupada, saltó de su asiento y se arrodilló a su lado, tomó su muñeca y comprobó sus signos vitales. «¡Yamcha!, ¡Yamcha, ¿estás bien? –le preguntaba una y otra vez mientras le daba unas palmaditas en el rostro–. ¡Respóndeme!». En ese momento sintió que el pulso de Yamcha se aceleraba. Raquel volteó y al ver su rostro notó que el joven la miraba fijamente a los ojos y entonces, con una firmeza abrumadora, le dijo: «¿Sabes?, eres una mujer muy bella. Me gustaría mucho hacer el amor contigo». Luego de esto, perdió el sentido. Al escucharlo, Raquel sintió un gran asombro ya que nunca pensó que le dijera algo así.

«¿Qué le pasó a mi amigo?», preguntó Mercurio que, junto a Susy, retornaron a la mesa luego de bailar largo rato.

«¿Eh?… –la joven reaccionó al escuchar su voz–. Se cayó de su asiento, creo que mejor lo llevamos a su casa»

«Es verdad. No lo veo muy bien», dijo Susy.

«Sí, fue mucha emoción para él. El problema es que no sé dónde vive, su gato se fue y no tengo idea de qué hacer», sentenció Mercurio.

«¿Su gato? ¿Cuál gato?», quiso saber Susy.

«Es su amigo… o su mascota… La verdad, no sé… Se suponía que buscaría un hotel para ambos, o algo así…», dijo mientras se encogía de hombros. La verdad no estaba muy seguro ya que, en el momento de la discusión, estaba muy ocupado apreciando la «anatomía» de dos lindas chicas que pasaron a su lado.

«Bueno, pero algo debemos hacer con él. No podemos dejarlo tirado en el suelo, ¿no?», dijo Raquel algo preocupada.

«Creo que mejor lo llevo a mi hotel. Le pagaré una habitación para que pueda descansar. Seguro que mañana estará como nuevo», culminó Mercurio sacando unos billetes de su bolsillo y pagando la cuenta. «¿Vienes conmigo, linda?», le preguntó a Susy.

«Sí, iré», contestó ella tomándole la mano.

«Yo también voy, no voy a dejar solo al pobrecito», dijo Raquel.

Así, Mercurio tomó a Yamcha y, luego de colocarlo sobre su hombro, salieron del bar y comenzaron a caminar rumbo al hotel. Apenas llegaron, el hombre alquiló una habitación extra e inmediatamente colocó al joven sobre la cama y, luego de despedirse de la mujer, partió rumbo a la suya con Susy.

Raquel miró largo rato a Yamcha, realmente le gustaba ese chico y las palabras que le había dicho retumbaban en su cabeza una y otra vez… «¿Sabes?, eres una mujer muy bella, me gustaría mucho hacer el amor contigo…», «…hacer el amor contigo…», «…contigo». Sacudió su cabeza y tomó una resolución, ella también quería estar con él. Esperaría a que despertara y entonces lo harían. Se acercó a Yamcha y comenzó a quitarle sus prendas dejándolo sólo con su ropa interior. Luego, hizo lo mismo consigo, apagó las luces y se recostó a su lado en la cama.

Ya habían transcurrido algunas horas cuando Yamcha finalmente despertó. Abrió sus ojos y se dio cuenta que estaba en una habitación que, debido a la oscuridad de la noche, no pudo detallar. Recordó su caída, aunque era un misterio la forma en que había llegado al hotel. En fin, ya se lo preguntaría a Puar en cuanto lo viera, seguramente él se había encargado de llevarlo.

«¡Qué dolor de cabeza! –dijo en voz baja–… ¿Qué pasó?… Puar, ¿estás aquí?… No recuerdo cómo llegué al hotel… ¿Puar?», comenzó a levantarse de la cama al tiempo que se tocaba la cabeza, que le dolía mucho. En ese momento notó que estaba casi desnudo y sintió que alguien se movía del otro lado de la cama. «Puar… ¿eres tú?…», giró y vio con horror que quien compartía su cama era ¡una mujer!… ¡Y también estaba semidesnuda como él!… Pero, ¿cómo rayos había llegado ella ahí? Sería acaso que ella… que ellos… habían hecho…

No podía recordar nada, su último recuerdo era la de esa joven en el bar, pero luego… su mente estaba en blanco. Se levantó, muy asustado, arrastrando la sábana con él, acción que causó que la mujer despertara.

«Hum… –Raquel abrió sus ojos lentamente–. Ah, Yamcha, finalmente despertaste. Ven, no tengas miedo, abrázame», le dijo ella, tendiéndole los brazos y entrecerrando los ojos. Pero Yamcha permaneció en un rincón de la habitación temblando y cubiertas sus partes pudendas con la sábana.

–Es…pe…pe..pe…ra u…u…un po…po…po…co –comenzó a tartamudear el joven mientras caminaba a la puerta de la habitación. Al llegar trató de abrirla con una mano mientras, con la otra, sostenía la sábana, pero fue inútil, ya que tenía el seguro puesto.

«Vaya, ni que te fuera a comer. Como quieras, esperaremos un poco, pero luego… –terminó insinuante la muchacha–. Anda, ¿no me dijiste que querías hacerme el amor?»

«¡¿Q-que… y-yo… dije qué?!», preguntó Yamcha muy sorprendido. La verdad no recordaba que hubiese dicho tal cosa.

«Así es… –le afirmó ella mientras se acercaba al joven y comenzaba a acariciarle el pecho, pero repentinamente se puso triste–. ¿No me digas que era un juego?», culminó apartándose bruscamente de su lado.

Al ver esto, Yamcha, armándose de mucho valor, la sujetó por un brazo impidiéndole alejarse. «No, no era un juego, eres muy bella… es sólo que…», respondió bajando su rostro con pena. En ese momento dejó de sujetar la sábana, que cayó al suelo dejando al descubierto todo su cuerpo, aunque esto ya no le importó.

Raquel lo miró con dulzura, realmente era algo muy especial, y a ella cada vez le gustaba más. Acarició su rostro y se sentó sobre la cama. El joven aún continuaba cabizbajo, así que ella trató de sacarle una sonrisa: «Oye, seguro que Susy y tu amigo están en lo mejor ahora. Siéntate a mi lado, prometo no tocarte»

Entonces Yamcha, temblando aún, se acomodó al lado de su nueva amiga y trató de conversar con ella para ver si se le iba el miedo.

«Raquel, dime, ¿por qué crees que ellos están aún entretenidos?»

«Bueno, conozco a mi amiga y te digo que ella no lo dejará en paz en toda la noche. Y me parece que tu amigo es de los que mueren matando. Je, je»

Yamcha suspiró al oír eso. ¡Si al menos él pudiera gozar de esa felicidad!, su vida comenzaría a mejorar. Y esta muchacha le parecía agradable. Pero ahora más que nunca temía fallar, quedar en ridículo…

«Mira, Yamcha, no sé porqué suspiras. Yo puedo ayudarte a superar ese miedo. Sólo bésame y verás»

Entonces Yamcha se acercó tímidamente y acercó su boca a la de su compañera. Ella entrecerró los ojos para recibir su beso, pero nunca lo obtuvo. El joven se había desmayado nuevamente.

«¡Uf, va a ser una noche larga, muy larga!», gimió la joven.

En tanto, en la otra habitación Mercurio y Susy conversaban durante un intervalo.

«Oye, Mercu, ¿tu amigo será tan hombre como tú?», le preguntaba ella mientras se recostaba en su pecho.

«Je, je. Eso es imposible, mi vida. Yo soy único, nadie puede igualarme. Además, ya viste cuál es el problema de ese pobre chico. Parece que le tiene miedo a las mujeres», replicó él, sonriendo.

«¡Qué cosas! Aunque si no me equivoco, Raquel le solucionará el problema. Ella tiene mucha experiencia con chiquilines tontos. Pero a mí me gustan más los hombres fuertes y ardientes como tú. Bésame ahora –dijo ella mientras lo besaba nuevamente. Él no evitó el beso, pero le dijo–: Hummm, espera un poco, aún tenemos mucho tiempo»

«¡Me dijiste que eras insaciable!», replicó ella algo desilusionada.

Mercurio carraspeó un poco. No quería desilusionar a Susy, pero al fin encontraba a alguien que no sólo le aguantaba el ritmo sino que además le pedía más…

«Y lo soy, lo soy. Tú sólo espera unos minutos. En tanto, hablemos»

«Como quieras –se conformó Susy–. Entonces cuéntame porqué tienes una cola. Eso sí que nunca lo vi», agregó.

«Ése es el secreto de mi increíble fuerza y virilidad. Es todo lo que te puedo decir, por el momento. Soy el más fuerte y el mejor en todo»

Susy torció su cara de un modo indefinible como si abrigara algunas dudas sobre la última afirmación de su amigo. –Pero no había estado nada mal, al contrario–, pensó en su fuero íntimo.

«Si no me quieres contar, no me cuentes. Pero prosigamos, ¿sí?»

Y el «sacrificado» Mercurio, fiel a su concepto de la hombría, volvió a la carga una vez más.

En tanto, en el otro cuarto, la heroica Raquel se preguntaba si ésa sería una forma de pagar sus culpas pasadas presentes y futuras. La verdad que aún no había logrado despertar al joven y ya empezaba a creer que esa noche se la pasaría cuidando a ese tonto fóbico. Así que fue al baño y trajo un vaso de agua, el cual vació en su cara.

Yamcha se despertó con un grito y la miró, profundamente asustado.

«Perdona, cariño. Sólo quería despertarte», le dijo dulcemente Raquel.

«N…no hay cuidado», balbuceó él nuevamente.

«Espera, pediré unas copas», dijo ella.

«Yo ya tomé demasiado. Además, no me quitan el pánico», contestó Yamcha, desilusionado.

«No, éstas son para mí. Por cierto que necesito algo fuerte»

Y añadiendo la acción a la palabra, fue hasta la puerta y retiró las dos copas de champagne que el camarero le trajo, bebió una de un solo trago, repitió la misma operación con la otra y luego, con el rostro carmesí, se acurrucó al lado de Yamcha, cuyo corazón comenzó a palpitar como si quisiera salírsele del pecho. Ella se colocó encima de él, atrapó su cuerpo con las piernas y lo besó apasionadamente, a lo que él, por primera vez en su vida, no opuso ninguna resistencia…

A la mañana siguiente, ambas parejas desayunaban juntas en el bar de la esquina, donde se habían conocido el día anterior. Esta vez ambas parejas estaban muy juntitas, Susy y Mercurio abrazados y sonriendo y, para satisfacción de todos, Yamcha y Raquel, mimosos y aparentemente satisfechos y felices.

«¿Quieres pasarme el azúcar, amorcito? Necesito reponer energías», le pidió, mimosa e insinuante Susy a Mercurio. Éste esbozó una sonrisa de triunfo, le pasó la azucarera y en voz alta dijo:

«Eso es natural, estuviste con un verdadero monstruo»

Todos en la mesa rieron, salvo Yamcha, quien miró la cola de su nuevo amigo y recordó a Gokú, quien con el mismo extraño atributo se había convertido en un gigantesco mono. ¿Acaso serían seres diferentes?

Bueno, la diversidad es propia de la Tierra, pensó. Bastaba mirar a Puar y a ese maldito cerdito libidinoso, quienes se transformaban a voluntad… Puar… ¡Qué contento se pondría cuando se lo contara! ¡Al fin lo había logrado! Y sin las esferas del dragón… Tal vez ya estaba en condiciones de cumplir su sueño de casarse… Miró a su compañera, agradecido, la tomó de los hombros y la abrazó. Luego siguió desayunando, sin decir nada más.