Vidas cruzadas

por Dante


Este día no había sido de lo mejor para Vegeta. Si bien después de semanas Vegeta pudo adaptar su cuerpo a 300g e incluso volar con libertad a esta intensidad, parecía ser que era demasiado pronto para pasar a 350g; su cuerpo se sentía demolido y en estos momentos el entrenamiento con los robots había pasado a ser un combate para salvar la vida. ¿Qué hacer?, los robots eran cada vez más rápidos y esquivarlos ya casi era imposible.

–Maldita sea, Kakarotto, te destruiré… pero primero debo salvarme de ésta, ¿en qué estaba pensando? Debí siquiera practicar una semana más a 300g, pero me confié.

El sudor corría por su cuerpo y se precipitaba al suelo con fuerza.

–¡Ya sé! Elevaré mi ki al máximo, no tengo otra opción –se dijo Vegeta–. Si no lo hago, no salgo vivo de aquí, pero quizá provoque una explosion que ni yo pueda controlar.

Y no le falto razón: al elevar su ki, la cámara de gravedad explotó y quedó hecha pedazos.

–¿Que fue eso mamá? –dijo Bulma.

–No lo sé, parece ser que vino del jardín.

–¡Oh, Dios! Debe ser Vegeta –y salió corriendo. Su corazón latía con fuerza, en realidad estaba aterrada, en su mente solo había una idea–: ¡Que esté a salvo! ¡que esté a salvo!

En el camino se cruzó con Yamcha.

–Dime, ¿qué pasó? –le preguntó Bulma.

–Es Vegeta. La cámara estalló y creo que está muerto.

–Vamos –contestó ella.

Al llegar, sólo encontraron escombros.

–Ayúdame, Yamcha. Tenemos que sacarlo de aquí.

–Él se lo buscó. Entrenar a 300g era demasiado peligroso y ya ves los resultados.

Empezaron a escarbar, y cuando Bulma retiró un escombro, apareció inesperadamente una mano ensangrentada. El susto fue tan grande que retrocedió y cayó sobre Yamcha. Al levantar los ojos, vio a Vegeta incorporarse y sintió cómo la tranquilidad regresaba a su cuerpo, pero así de rápido también cambió de humor.

–¡Oye, que estás loco! Casi destruyes mi casa, a ver si te comportas.

–¡Cállate, terrícola insolente! –le respondio–. Estás hablándole al príncipe de los sayayin.

Bulma iba a responder a tal insulto, pero ante sus ojos Vegeta volvió a caer inconsciente.

–¡Vegeta, qué tienes! –y se precipitó a levantarlo.

En realidad, no puedo hacer más que mirarlo con lastima. Su madre tenía razón: él no era guapo, pero sí excesivamente atractivo. Su perenne ceño fruncido lo hacía irresistible, de haber querido hubiera podido hacer suya a cualquier chica, pero ¿por qué siempre Goku? Esa sola idea estaba metida en su mente y parecía haber sacado cualquier otra que existiera antes. Ante esto, sólo pudo suspirar.

–Ayúdame, Yamcha. Debemos llevarlo a su cuarto –dijo Bulma

Pero a Yamcha esta idea no le pareció muy agradable. El sólo pensar en tocar al responsable de su muerte lo ponía furioso y, lo que era peor, se le antojaba que lo mejor era acabar con él aprovechando la oportunidad, pero desechó esa idea tan rápido como llegó a su mente; hacer eso sería una deshonra para él.

–¡Oh! Qué horrible, querida, pobre muchacho. Tráelo con cuidado, Yamcha –dijo la Sra. Brieff–. Querido, llama al médico, este pobre chico necesita ayuda.

–Ya lo hice, querida. Debe estar por llegar –respondio el papá de Bulma.

El médico llegó casi al instante y pidió que lo dejaran solo con el paciente. Todos esperaron fuera del cuarto por casi una hora, luego de la cual el doctor salió sólo para encontrarse con cuatro pares de ojos inquisitivos. Miró a todos por un instante y dijo:

–Éste es el caso más extraño en mi carrera. Este joven parece haber soportado una explosión de gran magnitud y sin embargo no encuentro el daño en su organismo característico en estos casos. No se preocupen, necesita reposo de una semana. Ya le apliqué un analgésico y ésta es la receta que debe cumplir al pie de la letra, srta. –y entregó a Bulma la receta–. Necesitará oxígeno por algunos días y mucha tranquilidad. No se preocupe, se recuperará pronto, y sin embargo su caso era para una muerte segura, pero en medicina nada está dicho.

–Gracias, doctor –respondió Bulma–. Le estamos agradecidos por curarlo.

–Yo lo acompañare a la puerta, doctor –dijo Yamcha.

Media hora más tarde, todos habían salido del cuarto de Vegeta. Sólo Bulma se quedó. Quizá necesitase algo o se despertara y necesitase compañía.

–Pero qué tonta, ¡Vegeta necesitar compañía! Si era un sádico que disfrutaba con la sangre –pensó Bulma. Y además él había asesinado a Yamcha y a varios de sus amigos y cada vez que le dirigía la palabra era sólo para menospreciarla.

En ese instante, algo llamó su atención.

–Kakarotto, te destruiré –dijo Vegeta en sueños.

–Claro, Kakarotto, no podía ser de otro modo –se dijo Bulma, a quien el sueño comenzaba a cerrarle los ojos.

Unos minutos después, Vegeta despertó sobresaltado. ¿Qué sucedió? Todo parecía haber sido sólo un sueño… ¿Dónde estaba?

–¡Ah, sí!, esto es una cama, pero ¿qué tengo en la cara? Parece un respirador. Ya lo recuerdo, todo quedó destruido.

Trató de ponerse de pie, pero de pronto todo comenzó a dar vueltas. Respiró un poco y comenzó a mejorar su visión. ¿Qué era aquella mancha sobre la mesa? ¡Pero si es Bulma! ¿Qué hace ella aquí? Parece que se quedo dormida –y una idea cruzó como un relámpago por su mente–. ¡Se quedó dormida cuidándome! ¡Y por su propia voluntad! Eso le trajo a la memoria la época de su vida junto a Freezer. En los muchos combates en los que había luchado a su servicio, en sólo algunos había salido herido, y sus curaciones habían sido realizadas por el personal médico que realizaba su trabajo obligado por el miedo a contrariar a Freezer por no cuidar a uno de sus favoritos. Vegeta no era precisamente un enfermo ejemplar; al más pequeño dolor o molestia mataba al doctor o como mínimo lo dejaba agonizando. Cuando recordaba esos momentos, le venía a la mente las miradas de terror de todo el personal médico, que hacía su trabajo deprisa para deshacerse lo más rápido posible de él.

Se oyó que tocaban la puerta muy despacio. ¿Ahora quién vendrá a molestar? Era mejor hacerce el dormido y esperar que se fuera rápido.

–Querida, ¿aún aquí? –preguntó la mamá de Bulma–. Ven, te llevaré a tu cama. No te preocupes por él, ahora descansa.

Vegeta comenzó a sentir curiosidad por la escena, así que cuidadosamente observó a las dos mujeres con los ojos entreabiertos. Parecía ser que ninguna se había dado cuenta que ya se había despertado.

–¡Oh, mamá! ¿Qué hora es? Ya son la una de la madrugada… No te preocupes por mí, ya voy a acostarme, sólo quiero ordenar el estante de las medicinas.

–Bueno, querida. Sólo no te tardes.

Bulma se desperezó y ordenó los medicamentos que estaban esparcidos por todos lados. Luego de esto se volvió y se acercó a la cama de Vegeta y lo observó largamente. Parecía haber en su mirada mucha tristeza y también mucha lástima. En cualquier otra circunstancia Vegeta hubiera, aunque agonizase, acumulado poder y matado al que osara mirarlo así, pero la mirada de Bulma lo paralizó; había algo que experimentaba por primera vez y que provenían de esos ojos que no definía y que sin embargo podían hacerlo sentirse desarmado. De pronto, la mano de Bulma dejó el lugar donde estaba y se dirigió hacia la cabeza de Vegeta.

–¿Qué va a hacer? –se preguntó sobresaltado y sin embargo incapaz de moverse.

En ese instante la mano de Bulma comenzó a acariciar el cabello de Vegeta y ese contacto tan cercano le heló la sangre.

–Buenas noches, Vegeta. Recupérate pronto –y sin que siquiera se diera cuenta de cómo, tenía los labios de Bulma sobre los suyos. Fue un beso corto, que si hubiera durado un poco más, no le hubiera permitido controlarse.

Cuando Bulma cerró la puerta del cuarto detrás suyo, Vegeta se sentó sobre la cama jadeando. Sudaba a mares.

–Pero qué me pasa, casi no respiro –tocó su pecho y sintió su corazón acelerado–. Maldita sea, ¿qué me está haciendo esta terrícola? No permitiré que nadie, ni mucho menos una mujer, me ponga en este estado –se decía, y sin embargo sentía cómo la sangre le hervía hasta hacerle latir la cabeza y sus labios quemaban como fuego–. No, yo no permitiré que nadie juegue conmigo. Entrenaré y venceré a Kakarotto, eso es, ¡lo venceré! –y llamaba en su ayuda el recuerdo de su odio a Kakarotto.

Al día siguiente, Bulma despertó muy tarde. Ésa era una de las ventajas de ser rica. Después de arreglarse, bajó a desayunar. Yamcha practicaba en el jardín desde muy temprano. Al verla, corrió a su encuentro.

–¿Sabes, Bulma? He decidido dar un largo viaje para entrenar. Puar me acompañará.

–¿Pero por qué? Aquí tienes de todo para hacerlo bien.

–Necesito enfrentarme a luchadores fuertes. Además, necesito mejorar el entrenamiento de Vegeta, él ahora lo está haciendo a 400g.

–¡Cómo! ¿Que Vegeta está entrenando? ¡Pero si necesita descansar! –y salió corriendo a buscar a su padre; de seguro él estaba involucrado en todo esto.

Lo encontró en el laboratorio, mirando por la ventana.

–¿Qué ocurre, papá? ¿Cómo es eso que Vegeta está entrenando?

–¡Oh, querida! Ayer no pude dormir, así que me puse a reparar la cápsula de gravedad. Tú sabes que con el equipo con que contamos, fácilmente se puede hacer eso en horas, pero no creí que Vegeta la usara tan pronto y francamente no me atrevo a reclamarle por esto.

–Papá, eres muy irresponsable, pero alguien debe solucionar esto –y se dirigió al intercomunicador para hacerlo–: ¡Vegeta! Allí estás. Deja de hacer tonterías, si sigues entrenando en ese estado, no te curarás nunca. Tú eres de esos tipos que no vivirán mucho tiempo. ¿A que no me puedes responder eso? Claro que no, si sabes que tengo razón.

–Ella no volverá a jugar conmigo –se dijo a sí mismo Vegeta–. Siempre está gritándome, en realidad es una mal educada que no merece que pierda mi tiempo en ella–. La mirada de Bulma lo ponía nervioso, lo irritaba y el no poder controlar esto lo enfurecía.

–Dime una cosa –le gritó Vegeta con ira–. ¿Quieres vivir dentro de tres años?

–Claro que sí –respondió Bulma–. Soy una chica inteligente y bonita, yo aún quiero vivir y conocer el mundo.

–¡Entonces cállate la boca y déjame entrenar tranquilo! –le respondió Vegeta casi exhausto.

Bulma lo miró apenada y apagó el intercomunicador. Miró a su padre y dijo: «yo no puedo hacer nada más por él».


–Piénsalo bien, Yamcha, no quiero que te vayas, hemos estado juntos tan poco tiempo –dijo Bulma.

–No podré quedarme aquí, tú sabes que debo practicar. Si no, dentro de tres años no sobreviviremos a todo lo que venga.

–Toma, llévate esto contigo, lo acabo de construir hace sólo algunas horas. Es un intercomunicador en forma de relicario, lo puedes llevar como una cadena, así podremos conversar aunque estés lejos.

–Gracias, eres la mejor –dijo Yamcha poniéndoselo en el cuello–. No te preocupes, volveré más fuerte que antes.

–Lo sé, sólo que… bueno, no quiero que conozcas a nadie que te aleje de mí.

–Tontita, y jamás podría cambiarte por otra –y la atrajo hacia sí, tomándola del talle. Bulma le sonrió, rodeó sus hombros con sus brazos y lo besó con pasión. Lo quería mucho, ambos habían pasado muchas cosas juntos y la despedida, aunque no definitiva, era dura.

–Volveré, Bulma –y Yamcha arrancó la moto y salió raudo, dejando el corazón de Bulma triste. Ella caminó hacia la casa y cruzó el jardín; sólo quería contemplar el paisaje, para ella aquél era un momento muy melancólico. Casi sin darse cuenta dirigió su mirada a la cápsula de gravedad y se topó con los ojos de Vegeta, que había sido testigo de la escena de despedida. Le pareció notar en su mirada más cólera que la de costumbre. Bueno, así era Vegeta y eso no es raro en él –pensó–. Probablemente su entrenamiento no iba tal y como él lo esperaba. En fin, lo que debía hacer era darse ánimos y no entregarse a la tristeza. ¿Qué hubiera hecho su madre en su lugar? ¡Claro!, ir a la peluquería y de compras. Y más animada se dirigió a la casa para poner en marcha su proyecto.

–Maldita máquina, su máximo es 400g, debería tener más capacidad. Bueno… haré lo que pueda con esto –y comenzó a flotar en el aire, se elevó por encima de los robots de entrenamiento, dio tres triples saltos mortales y destruyó a todos los robots sólo a patadas–. Necesito más robots –y a falta de éstos, comenzó a golpear las paredes y el tablero de control, lo cual no fue buena idea ya que lo desestabilizó y la gravedad comenzó a fluctuar entre 100 y 400g. Casi de milagro logró apagar los controles, si no, su cuerpo hubiera explotado. Tirado en el piso, su mente comenzó a recordar todo lo que vio. ¡Que estúpido había sido dejando que una terrícola se metiera en sus pensamientos! Mientras entrenaba, ya no era Kakarotto a quien recordaba, sino a ella. La veía con esos trajes tan entallados que siempre traía puestos, no podía evitar que le hirviera la sangre recordando la vez que la vio tomando el sol en la piscina al lado de Yamcha, y ella luciendo un bikini que dejaba ver un cuerpo monumental. Recordaba que sonrió con desdén pensando en lo imbécil que era ese terrícola al no hacer suya de una buena vez a esa mujer, pero ahora era distinto, ella había jugado con él, ya que por lo visto todavía seguía interesada en Yamcha. Estuvo así por horas, era la primera vez que pasaba por esto, ya que junto a Freezer nunca había conocido a mujeres que tuvieran la alcurnia ni la sangre real lo suficientemente elevada como para que él les prestara atención. Ahora era el momento de decidir: o dejaba que esta debilidad lo venciera, o por el contrario salía victorioso de esto. Para el orgulloso príncipe, la decisión era clara, debía enterrar este incidente en el pasado y seguir con el objetivo de su vida: ¡acabar con el insolente de Kakarotto y demostrar que era por derecho propio el príncipe de los sayayin! tomada la decisión, se sintió revitalizado; sus fuerzas, su energía y su odio se potenciaron, estaba seguro que pronto conseguiría alcanzar el nivel de supersayayin.


La nave despegó dos días después. Vegeta utilizó esos días para aprovisionarse de víveres y combustible. Necesitaba mejorar su entrenamiento y en el espacio seguramente no faltarían oportunidades para ello. En la corporación cápsula, no sorprendió a nadie tal partida, en realidad, dejó más tranquilo al padre de Bulma.

En el espacio, Vegeta entrenó por meses. Escogía planetas a punto de destruirse para mejorar su velocidad y su resistencia, pero los meses pasaban y parecía que no hacía grandes progresos, ¿qué más podía hacer? Vegeta había agotado todos sus recursos, su nivel se había elevado enormemente, pero parecía que ya no había forma de superarse más. Exhausto, un día, después de esquivar a un gran número de asteroides y con el cuerpo lleno de heridas, se dejó caer en el piso.

–¡Ya no puedo más! La verdad es que, haga lo que haga, no podré pasar de este nivel. He llegado a mi límite… debo darme por vencido, yo jamás superaré a Kakarotto –y al sólo cruzársele esta idea por la mente, se puso de rodillas y sintió cómo su corazón se llenaba de ira a un nivel que incluso él creía imposible. De pronto, sintió una gran explosión dentro suyo que hizo que lanzara un grito estremecedor, ¡era el clímax! Había sido llevado al punto máximo de odio, el nivel necesario para convertirse en supersayayin. Su cabello se convirtió en una llamarada de fuego, sus ojos se volvieron azules y su cuerpo redobló su musculatura.

–¡Lo conseguí! Ja ja ja, ¡te he superado! Ahora volveré a la Tierra y te destruiré. Prepárate, Kakarotto, porque morirás en mis manos.


Bulma estaba destrozada, cada mañana se despertaba diciéndose a sí misma que todo era una pesadilla, pero la realidad del día la dejaba anonadada. Yamcha la había engañado y no con una, sino con muchas chicas. Maldijo el día en que construyó el medallón, pues gracias a él pudo oírlo todo, ya que Yamcha, en un descuido, lo había dejado prendido, y Bulma tuvo que oírlo contarle a un amigo sobre sus nuevas conquistas.

–No dejaré que ese mentiroso destroce mi vida. Ya verá, cree que sólo él puede conseguir a alguien más. Pues yo también lo olvidaré con otra persona –se dijo enojada.

Miró al cielo. Era una noche estrellada, se respiraba paz y tranquilidad. Se dijo a sí misma que aquélla no era una noche para sufrir. Además, la luna se veía tan hermosa (para efectos de este fanfiction, la luna todavía existe). ¡La luna! Era cierto, Vegeta había creado esa luna y aún no se extinguía. Quizá podía pedirle un deseo como a la original.

–Querida luna, por favor, permite que olvide a Yamcha con otro amor. –Sí, quizá esta luna me escuche, pensó–. ¡Es tan bella! y Júpiter a su lado está tan brillante y hermoso… Un momento, algo está pasando… ¡Júpiter está creciendo! Por Dios, aquello no es Júpiter, sino una nave, y va a estrellarse en casa –se dijo.

La colisión fue controlada, pero despertó a todos en la corporación. los Sres. Brieff salieron apresurados y encontraron a Bulma que, de mal humor, esperaba a que se abriera la compuerta.

–¡Con que eres tú, Vegeta! –dijo Bulma–. ¿Cómo te has atrevido a volver cuando te fuistes sin siquiera despedirte? ¡Eres un egocéntrico y un orgulloso!

Pero para su asombro, no fue al Vegeta que esperaba a quien encontró, sino a alguien muy parecido a goku transformado. ¡Vegeta lo había logrado! ¡Consiguió transformarse en supersayayin! Eso sólo significaba una cosa: ¡problemas!

–Terrícola insolente, mereces que te elimine, pero hoy estoy de buen humor –respondió Vegeta con su acostumbrado orgullo–. Como vez, logré mi objetivo y he regresado a saldar viejas cuentas.

–Querida, ¿qué haremos? –le preguntó a Bulma su padre.

Bulma meditó un instante. Si permitia que se fuera, no había manera de medir las consecuencias. Con ese nivel podía destruir el sistema solar en segundos… No, debía hacer lo posible por mantenerlo en la corporación.

–¿Y por qué precisamente aquí? –le preguntó Bulma, tratando de ocultar su miedo mostrándose molesta.

Vegeta la miró con arrogancia y le dijo:

–Necesitaba un lugar tranquilo para poder aprender a controlar mis poderes. Además, el trato aquí fue aceptable –respondió con soberbia.

Bulma estaba fuera de sí. Vivir con alguien tan arrogante sería imposible, pero no había otra opción.

–Ven por aquí. Ya conoces la casa, tu cuarto está preparado y la cápsula de gravedad estará lista para mañana. Pondré a cinco robots servidumbre a tu servicio. ¿Deseas algo más?

–Por ahora no, pero te mantendré informada. Iré a descansar –y Vegeta se dirigió a su cuarto.

–¡Pero qué altanero! Regresó diez veces peor que antes –se dijo Bulma a sí misma–. Ahora sólo me queda armarme de paciencia.

Pero al final, no fue requerida mucha paciencia. La idea de poner a los robots servidumbre fue excelente, claro que apenas sí se daban abasto para preparar toda la comida que Vegeta consumía. Además, su entrenamiento lo hacía en la cápsula o en las montañas cercanas, así que no eran muchas las veces que se veían. A todo esto se sumaba que Bulma estaba embarcada en un nuevo invento que la mantenía ocupada todo el día. Si lo conseguía realizar, la corporación cápsula lanzaría al mercado un nuevo sistema de comunicación que revolucionaría todo lo conocido en esta materia. El trabajo la mantenía activa y sin embargo no se convirtió en el escape que ella esperaba. Para su asombro, las heridas que dejó Yamcha en su corazón cerraron casi instantáneamente y se llegó incluso a preguntar si realmente existieron. Además, aunque trataba de negárselo a sí misma, inconscientemente buscaba la presencia de Vegeta a cada momento. Recordaba el beso que le dio cuando creyó que estaba inconsciente… Aquél beso fue motivado por la lástima, sabía lo solo que estaba y eso le oprimía el corazón, pero ahora, cada vez que esa escena venía a su mente, sentía la imperiosa necesidad de tenerlo junto a ella.

–Debo estar loca o quizá algo peor –se decía Bulma mientras corregía algunos defectos del prototipo experimental–. ¿Dónde estará Vegeta? Debe estar en el jardín, entrenando en la cápsula de gravedad.

Pero Vegeta, en esos momentos, se encontraba observándola junto a la puerta. Había subido para darse un duchazo antes de su entrenamiento y le llamó la atención verla trabajando en una máquina. Al principio la consideraba una tonta, pero quedó sorprendido al saber que ella era quien construía los robots-entrenamiento con los que actualmente practicaba. Nunca sospechó que tuviera esas habilidades. De pronto, un grito lo hizo salir de sus meditaciones.

–¡Lo conseguí!, ¡lo conseguí! Por fin funcionó –dijo Bulma llena de alegría.

–¿Qué cosa funcionó? –preguntó Vegeta.

Bulma volvió la cabeza asustada, ¡Vegeta estaba allí! No sabía simplemente qué hacer.

–¡Te hice una pregunta! –preguntó Vegeta con su característica falta de paciencia.

–Bien –respondió Bulma–, es un prototipo de un intercomunicador solar, que puede traerte la apariencia virtual de la persona. Uno puede verla como si ocupara un espacio real junto a uno. Ahora el intercomunicador se ve muy grande, pero lo iré reduciendo de tamaño cuando pase todas las pruebas.

–¿Cómo se utiliza? –preguntó Vegeta.

–Lo enciendes así, mira, con este botón. Lo apagas utilizando este otro botón…

De pronto, Bulma entró en cuenta que sostenía una conversación. A partir de entonces, Vegeta ya no parecía tan evasivo con ella. Cierto que aún se mostraba muy indiferente, pero ahora preguntaba cosas, quería saber cómo se utilizaban los artefactos, a qué se debía el color del cielo por la tarde, cosas que Bulma nunca imaginó que a él le interesaran. Incluso un día no emitió señal de protesta al encontrarla comiendo a la hora en que él solía hacerlo.

Un día, hizo una pregunta:

–Bulma, he buscado hace algún tiempo un lugar donde hacer lo que ustedes llaman meditar, para concentrar todo mi ki en un solo punto y así poder controlarlo completamente. Tú debes conocer un lugar que sirva para esto.

–Déjame ver –dijo Bulma poniéndose de pie y tratando de recordar un lugar con esas características–. Debe ser un lugar tranquilo… ¡Ya sé!, la cueva junto al río Sen-kian. No voy ahí desde que era niña; queda lejos de acá, pero es un lugar precioso.

–Dime dónde queda.

–Te perderás, porque es una caverna subterránea. –Pero en su mente sólo veía ese hermoso lugar y a los dos solos allí, contemplando aquel hermoso lago subterráneo en la caverna. ¡Por favor, Bulma!, se dijo, no es cosa de juego, Vegeta es un demente, no se puede tratar con él a la ligera, hay que ir con precaución.

Pero Vegeta ya no quería hacer otra cosa más que ir para allá. Por lo que le había dicho Bulma, el lugar reunía los requisitos necesarios.

–Bien, ¿me dirás dónde queda? –preguntó Vegeta.

–Lo que pasa es que yo no podría hacer un mapa, sólo recuerdo que está en las afueras de la ciudad del este, en el paralelo 120, pero el lugar exacto no te lo podría decir con certeza.

–Bien, entonces vendrás conmigo.

Y su mirada no dejaba lugar a réplica. Al principio sintió miedo de ir a un lugar tan alejado sola con él, pero luego recapacitó que si él le hubiera querido hacer daño, lo hubiera podido hacer en cualquier lugar y nadie se lo hubiera impedido.

–Está bien, déjame sacar la moto y llevar una mochila.

–Date prisa. No quiero perder el tiempo.

No tardaron más de dos horas en llegar al lugar indicado. Pudieron tardar más, pero en el camino Bulma trató de seguir la velocidad de Vegeta y eso quemó el motor de la moto, así que buena parte del viaje ella lo hizo en brazos de Vegeta, ya en tierra no fue difícil encontrar la entrada de la caverna, que consistía en un agujero de piedras por donde se tenía que descender hasta llegar a un lugar lleno de vegetación con un hermoso río subterráneo cruzándolo a todo lo largo.

–Bien, éste es el lugar. ¿Qué te parece?

–Perfecto.

–Ahora dime cómo me marcho de aquí.

–Camina.

–¿Qué? ¿Quieres que camine hasta casa? ¡Si está a dos días de aquí! Además, no tengo la moto, que por tu culpa se malogró.

Otra vez comenzó a gritarme –pensó Vegeta–. No se cansa.

–Bueno, Bulma, entonces te puedes quedar por aquí, pero si te oigo siquiera un ruido, te hago picadillo.

–Yo no necesito esto, ¡me marcho! Aunque llegue media muerta a casa, eso es preferible a permanecer con un granuja como tú.

Bulma comenzó a subir por las rocas, pero la ofuscación no le permitió ver por dónde pisaba y cayó de bruces torciéndose el tobillo. El dolor fue tan intenso que comenzó a llorar. Vegeta pensaba seguir indiferente ante ella, pero los minutos pasaban y no dejaba de quejarse, así que no tuvo más remedio que ayudarla a levantarse. Era una pérdida de tiempo dejarla llorar allí. Si no se callaba, no comenzaría a entrenar nunca, pero al acercársele, Bulma fijó sus ojos llenos de lágrimas en él. Esto lo aturdió como un golpe en el estómago. Le tendió la mano y le dijo:

–Toma mi mano y levántate.

Bulma la tomó y se levantó, quedando su cara frente a la de él y sin embargo no le soltó las manos.

–¿Por qué me tratas así? –le preguntó–. Sé que eres el orgulloso príncipe de los sayayin, pero el orgulloso príncipe ¿también disfruta haciendo llorar a una simple mujer?

Vegeta quedó mudo. El aturdimiento que le causaba tener a Bulma tan cerca casi lo hace caer. Por más valiente guerrero que fuera, debía reconocer que en terreno femenino no tenía gran experiencia. No pudo resistir la mirada de Bulma esperando respuesta, sólo atinó a volverse y a contestar con la garganta seca:

–¡Claro que eres una simple mujer! Y muy vulgar, ¿acaso crees que no me dí cuenta que me besaste cuando estaba convaleciendo de la explosión de la cámara de gravedad? Y en esa época salías con ese terrícola Yamcha.

–¡Vegeta, no me insultes! Sí, te besé, pero te vi tan solo… Tú siempre estás tan solo, no pude evitar sentir compasión por ti.

Vegeta oprimía los puños con furia, quería destrozarla y convertir sus restos en ceniza, pero de repente sintió los brazos de Bulma a su alrededor y la cabeza de ella sobre su espalda.

–Yo te amo Vegeta, te amo –y Vegeta sintió cómo las lágrimas de Bulma mojaban su espalda–. Ya no me importa nada, ni mis amigos, ni la Tierra, sólo mírame, por favor.

Y casi instantáneamente Vegeta volteó y la besó con violencia, parecía querer sentir algo, cualquier cosa, con desesperación.

–Yo no te ofrezco nada, y no te daré nunca nada. ¿Aún así me aceptas?

–Sí… sí… –y comenzó a besarlo sonriendo, porque en esos momentos Bulma sólo pensaba en dar.