Y a la Mañana Siguiente…

por SUSY

Era el amanecer, el comienzo de un nuevo día en la Corporación Cápsula y la luz se filtraba por las rendijas de las entreabiertas persianas del cuarto de Bulma, iluminando las paredes, los muebles, y la ropa de Vegeta tirada en el piso, entrelazada con la de la muchacha, como si delatara la noche que los dos habían pasado juntos, por primera vez. Bulma entreabrió los ojos al recibir en ellos el primer rayo de luz y al ver el cuerpo del guerrero, dormido a su lado, se estremeció y recordó todo de repente. Vegeta y ella empezaron el día anterior discutiendo, porque él insistía en arriesgar permanentemente su vida con peligrosos entrenamientos. Por la noche, a la hora de la cena, Bulma se enfureció tanto que se levantó de la mesa y salió corriendo hacia su cuarto. Inmediatamente el príncipe la siguió, la besó, y antes de que ella pudiera reponerse de la sorpresa, la tomó en sus brazos y cargándola, traspuso la puerta de la habitación, mientras murmuraba en voz baja: «Aquí y ahora»…

Ella no imaginó jamás que, con un hombre como él: ¡un saiya que intentó destruir el planeta!, hubiera podido sentir tanta felicidad. Sin embargo todavía recordaba la época en la que con sólo escuchar su nombre temblaba de miedo, la primera vez que lo vio, en Namek… Vegeta le había dicho a Krilin que si se llevaba la esfera del dragón mientras él peleaba con Zaabon, lo mataría «y también a esa mujer», había agregado ferozmente, lo cual no tardó en poner en práctica cuando el joven, a pesar de su amenaza, trató de huir con ella y con la esfera. En ese momento le lanzó una descarga de energía que, si le hubiera acertado, habría causado su muerte, sin duda. Bulma no había podido evitar pensar en eso la noche anterior, al sentir sus frenéticas y ardientes caricias. ¿Era acaso posible que el mismo hombre que la había hecho tan feliz hubiera causado tantas muertes, tanta destrucción? Tampoco podía olvidar la crueldad de Vegeta con Gohan, el hijito de Goku. Recordaba que, cuando el niño recibió la falsa noticia de la muerte de su padre, aquél se había reído a grandes voces y ante la indignación del chico, no dudó en golpearlo salvajemente mientras decía: «Si eres un saiya debes tener sangre fría»…

Tal vez por todo eso, ella sintió un poco de temor ante la idea de empezar una nueva etapa al lado de un hombre del que ignoraba casi todo y del que sólo conocía sus atrocidades pasadas.

A su lado, mientras tanto, y sin que ella lo notara, Vegeta ya se había despertado, pero fingía dormir.

«¿Acaso será cierto que pasé la noche con esta humana?» se preguntaba «Evidentemente me estoy ablandando, ya que todavía no comprendo por qué no estoy en mi cámara de gravedad, si ya amaneció. Sería una estupidez que descuidara mi entrenamiento. Sin embargo, Bulma es muy hermosa y sensual y me gusta mucho, tanto que si ese maldito Freezer no hubiera destruido mi planeta, la raptaría y la conservaría para mí. Entonces, seguramente no perdería tanto tiempo con ella. Por otra parte –pensaba, mientras casi sonreía por dentro– ese sentimentalismo terrícola no es tan desagradable, después de todo, tal vez Kakarotto no esté tan equivocado con su asimilación de las costumbres humanas… ¿¿Pero qué estoy pensando?? –se preguntó aterrorizado– ¿acaso terminaré pareciéndome a él? Eso nunca, yo soy un guerrero de clase alta, un príncipe, y esta mujer no debe pensar que sólo por haber tenido el honor de complacerme, le pertenezco o algo así…

En ese momento, Vegeta se irguió en la cama y miró a Bulma con ojos fríos y despreciativos. Ella se estremeció al sentir su mirada y tal vez por eso lo abrazó diciendo: «¡Oh mi amor, te despertaste! Di que me amas, ¿sí?»

«Déjate de tonterías y de sentimentalismos, mujer, levántate y prepárame el desayuno», repuso cruelmente él.

«¿Qué dices, Vegeta? ¿Por qué me maltratas así? ¿Acaso ya te arrepentiste de lo que pasó entre nosotros?», preguntó ella, angustiada…

«No sé de qué hablas, esas cosas no me importan nada, lo único que quiero ahora es desayunar, para poder entrenar mejor. Ya verás, me transformaré en un super saiya, terminaré con esos androides que llegarán dentro de quince meses, superaré al inútil de Kakarotto y, por último terminaré con él», le contestó con una sonrisa perversa.

«No me digas esas cosas, por favor, Goku es mi amigo… y yo te quiero. Anoche me di cuenta de eso… necesito que me abraces ahora…», repuso la joven mientras apoyaba la cabeza en el pecho del hombre.

«¿Qué pasa, terrícola? ¡ahhh, ya comprendo! Quieres más, ¿no? En ese caso…», susurró, burlonamente, mientras se colocaba sobre ella.

«Suéltame, Vegeta, ¡eres un monstruo!» dijo Bulma largando el llanto.

«Será que no soy un sentimental como ese Yamcha y tus débiles amigos humanos –contestó algo más aplacado– Anda, no llores más. ¿Sabes? Yo no estoy acostumbrado a estas situaciones porque las mujeres nunca fueron importantes para mí».

«¿Has conocido a muchas?», preguntó tímidamente ella.

«Bueno, cuando trabajaba para Freezer, nos íbamos con Raditz y Nappa al planeta Telk. Allí había muchas hembras hermosas que se disputaban el honor de complacer a los poderosos guerreros saiyas. Entonces las visitábamos, bebíamos todos mucha ginebra telkiana, (no te la recomiendo, ciertamente, porque hace perder el control) y luego nos llevábamos por unos días las que más nos gustaban. Apenas si lo recuerdo, pero ya sabes, los guerreros necesitamos luchar, matar y también cierto tipo de placeres, de vez en cuando. Eso siempre fue así», le contestó fríamente Vegeta.

Entretanto escuchaba su «explicación», Bulma iba abriendo desmesuradamente sus ojos, horrorizada y comenzó a gritarle lo siguiente: «¡Ahora comprendo! Yo nunca te importé, ¿verdad? Nunca fui para ti más que una de esas mujeres promiscuas con las que te divertías. ¡Ja! ¡Sólo eso! ¡Debí suponerlo! ¡Naturalmente! Como ahora Goku está en el espacio, tú eres aquí el guerrero más poderoso y cuando llegaste a la Tierra del planeta Namek dijiste claramente que todos debíamos inclinarnos ante ti porque eras el nuevo emperador del universo. Es lógico que con esas ideas me consideres como tu botín de guerra, tu esclava y tu concubina siempre y cuando tengas ganas, ¿no? Mira ¡vete! ¡Vete lejos! ¡No quiero volver a verte! ¡Se terminó todo entre nosotros, ya no te cocinaré más ni te daré dinero ni volverás a tocarme nunca! ¡Y además volveré con Yamcha porque es mucho más hombre que tú!», aulló, intentando ser hiriente.

En ese momento, los ojos de Vegeta se pusieron blancos y ella tembló aterrorizada cuando vio que él cerraba sus puños con la aparente intención de golpearla. Sin embargo, realizando un gran esfuerzo, se contuvo y regresó a la normalidad.

«Mira, mujer, no tengas miedo, no te mataré, aunque sea en pago por lo de anoche. De todas formas ya me voy, prefiero entrenar lejos de aquí, sin hembras histéricas. Y eso sí, casi lo olvido, dale saludos de mi parte a tu noviecito Yamcha. ¡Je, je! Recuerdo cuando hace unas horas nada más repetías que yo era el mejor de todos y que nunca habías conocido a nadie como yo. ¿Dónde quedó eso?», dijo cínicamente mientras se vestía antes de salir volando por la ventana, ya comenzando a arrepentirse, en su interior, de su actitud. «¡Bulma!», pensaba mientras se alejaba para siempre.

Ella se quedó llorando durante una hora, al menos, pero como ese día llegaban sus padres tuvo que disimular. Así pasó el tiempo, pasaron seis semanas…

Bulma ayudaba a su padre en el laboratorio con un nuevo modelo de cápsula, cuando de pronto se desmayó y cayó pesadamente al suelo.

«Ya despierta» –notó su madre– «¿Qué tendrá mi niña?»

«Llamaré al doctor», dijo el Sr. Brief mientras buscaba el número del médico de la familia.

«¡No, al médico no! No es necesario… Yo… Creo que… estoy embarazada», afirmó ante el asombro de sus padres.

«¡Oh, qué bien, seremos abuelitos! Le avisaré a Yamcha enseguida y prepararé unos bocadillos para festejar», dijo entusiasmada la Sra. Brief.

«No, mamá, no lo haga. Estoy embarazada de Vegeta, no de Yamcha», contestó tímidamente.

«¿Vegeta? ¿Adónde está?», dijeron los Sres. Brief casi a dúo.

«No tengo la menor idea. Al día siguiente de eso lo eché de casa porque peleamos, y no creo que vuelva»

«¿Y ahora qué piensas hacer?», preguntó su padre, angustiado.

«Afrontaré la situación y lo tendré sola. De todas maneras no creo que a él le importe mi situación ni que le interese su hijo en lo más mínimo. Vegeta sólo se divirtió conmigo», repuso ella con lágrimas en los ojos.

«¡Oh, chiquita, que pena me da!», dijo su madre mientras la abrazaba.

Y así pasó el tiempo hasta que llegó el día del parto que se presentó duro y dificultoso y, tal vez por la mezcla de sangres, Bulma estuvo a punto de morir.

Entretanto, en un rincón de nuestro planeta, un angustiado y aún orgulloso Vegeta pensaba: «Ya pasaron nueve meses de mi pelea con Bulma. Realmente la extraño mucho y no sé por qué pero hasta sueño con ella. Seguramente ya volvió con ese idiota debilucho como me dijo que haría. Es obvio que no supo apreciarme… ¿O fui yo quien se comportó como un bruto? Tal vez fui yo. Ella parecía habérseme entregado totalmente, no sé como pude pensar que intentaba atraparme o que yo terminaría siendo como Kakarotto. Eso es imposible, porque él no es más que un guerrero de clase baja y yo soy el príncipe de mi raza. Pero ya no existe mi reino y solamente me quedan los recuerdos.

Vegeta cerró los ojos y se vio a sí mismo a los ocho años, escondido detrás de una puerta escuchando a su padre, el rey Vegeta, y a su tío, el conde Trak, hablar de la misión a la que había ido su madre hacía casi un mes.

Rey Vegeta: «Sí, acabo de recibir la noticia de que todos los saiyanes que fueron al planeta Cret, y entre ellos mi mujer, fueron exterminados por fuerzas desconocidas. No hay sobrevivientes»

Conde Trak: «Entonces debes decírselo a tu hijo. Eso lo fortalecerá, ya que me parece que tu mujer era demasiado blanda con él»

Rey Vegeta: «Naturalmente, mi hijo se comportará según su sangre»

En ese momento, el pequeño Vegeta creyó que el piso se abría bajo sus pies ¡SU MADRE! ¡El único ser que le había dado alguna muestra de cariño! ¡La única persona que le importaba en todo el mundo! Abrió la boca, desesperado, y sin quererlo gritó y lloró al mismo tiempo mientras martillaba con sus puños las frías paredes del castillo. Ya no le quedaba nada… Apenas pudo percibir la llegada de su padre, quien le asestó un feroz golpe en el vientre y le dijo que no debía llorar, que eso no era digno de un guerrero ni de un príncipe y que se lo prohibía absolutamente. En ese momento el niño secó sus lágrimas, obedeció a su padre y sintió que algo en su interior moría para siempre… ¿Para siempre? Recordando esto, Vegeta pensaba: «Ya es demasiado tarde para cambiar. ¡JA! Creo que algo se borró de mi disco rígido. Ni que se lo pidiera a las malditas esferas del dragón», musitó amargamente.

En ese momento una gota cayó sobre su mano. Vegeta miró hacia arriba para ver si llovía, pero no, era una lágrima…

Inmediatamente, y sin pensarlo más, se dirigió hacia Cápsule Corp. con la idea de reconquistar a Bulma. Cuando llegó allí, un empleado le informó que ella estaba en el hospital en trabajo de parto y que, según se decía, las cosas no iban nada bien. Entonces Vegeta pensó que la historia se repetiría, que él nunca podría despedirse de ella. Sin pensarlo dos veces, se dirigió al hospital.

«¡Vegeta!», gritaron los padres de la muchacha.

«¿Adónde está mi… eeh, Bulma?» (Se corrigió antes de decir mi mujer, ya que no sabía de quién estaba embarazada ella)

«Por aquí, Vegeta, pasa, le hará bien verte», le dijo el Sr. Brief.

Él entró bruscamente. La vio pálida y agotada por el dolor y sintió un extraño sentimiento cuando advirtió la cara de alegría que puso ella al verle y que trató de disimular por miedo a que él volviera a lastimarla. Pero Vegeta se le acercó y se sentó en la cama a su lado.

«¡Vegeta! ¿A qué vienes? Este hijo es tuyo ¿sabes? ¿Me crees? Creo que moriré, no puedo resistir el dolor», dijo débilmente ella.

«Sí, claro que te creo. Será un gran guerrero, estoy seguro. No temas, te pondrás bien, no debes rendirte. Si esos malditos médicos no te ayudan, los mataré», contestó intentando disimular la emoción que lo embargaba.

«Fue una hermosa noche ¿no es así? y ahora… ¡ay, me duele mucho!», sollozó.

«¡Bulma ¡Esa mañana yo…» –balbuceó él, mientras agregaba roncamente– «no te mueras, no me dejes solo de nuevo»

«Quiero que vuelvas a casa ¿lo harás? Nadie en el mundo podría reemplazarte. ¡Te amo, sólo a ti y a nadie más!», susurró ella amorosamente, abrazándolo con fuerza.

«Naturalmente que volveré si tú me lo pides y además debo protegerte a ti y al pequeño a quien entrenaré para que sea un gran guerrero saiya, un digno descendiente de la casa real del planeta Vegeta», afirmó él orgullosamente, intentando que la muchacha no notara que estaba profundamente conmovido.

Pero ella, a pesar de su situación, se dio cuenta de lo que le pasaba y le dijo casi sonriendo «Sólo piensas en eso».

En ese momento aparecieron cuatro enfermeras y un médico, que llevaron a Bulma al quirófano, donde le practicaron una cesárea de urgencia. Entretanto, Vegeta esperó en el pasillo hasta que un sonriente médico se le acercó con un pequeño bulto envuelto en una manta y le dijo: «Felicitaciones, su esposa tuvo un fuerte y robusto varoncito»

«¿CÓMO ESTÁ ELLA?», casi le gritó él, agarrándolo del cuello de la camisa.

«Tranquilícese, por favor, su mujer está muy bien y se repondrá pronto» –repuso el médico, asustado– «Dentro de una hora podrá verla, pero antes debo hablar con Ud.»

Vegeta, entonces, lo soltó, muy aliviado y feliz en su interior. Sin embargo, no hizo más que poner un rostro indiferente y preguntar: «¿Qué pasa ahora?»

«Véalo Ud. mismo, Sr. Vegeta», dijo, mientras abría el envoltorio y lo ponía en los brazos del príncipe, en cuyo rostro, inmediatamente, se esbozó una sonrisa… «Trunks» –pensó– «Se llamará Trunks», en tanto miraba a su hijo quien había heredado los cabellos de su madre, el ceño fruncido de su padre y la cola de los saiyanes.