Capítulo 3: «La cita»
Fanfic: Jamás
El sol trataba inútilmente de asomarse a través de la gruesa cortina de nubes que cubría el cielo, el valle lucía como semidormido a causa de la falta de luz brillante que lo despertara por completo. Una ligera brisa movía las hojas de los árboles, haciendo que muchas gotas que habían quedado contenidas en ellas cayeran, simulando una suave lluvia.
Dentro de la casa de los Son, todo era silencio; sólo una respiración profunda y acompasada rompía la calma reinante. Milk dormía tranquilamente, ya que a causa del cansancio del día anterior, seguía perdida en el mundo de los sueños, aún a pesar de lo tarde que era.
Al parecer, tenía un sueño muy agradable, ya que una leve sonrisa se dibujaba en su rostro de marfil. Luego, un suspiro escapó de su garganta y de forma casi infantil se acurrucó al respaldo del sofá murmurando suavemente un nombre… Goku. Quizás el escuchar su propia voz la hizo despertarse. Se incorporó aún confundida por estar en ese lugar y no en su habitación como siempre. La chimenea se había apagado hacía ya mucho tiempo. Recordó la tarde anterior con Tamy; siempre había sido un chico muy agradable y simpático y al parecer lo seguía siendo, pero parecía demasiado solitario y un tanto triste, lo había notado porque aunque sus labios sonreían, había algo en él que despedía cierta melancolía.
Caminó descalza rumbo a la cocina. Notó el piso helado cuando dejó atrás el suave tapete de la sala. Hacía frío, quizás por la tormenta del día anterior. Además, no faltaba mucho para que llegara el invierno. Había un desastre monumental en toda la casa, entendía el refrán que «tarea sin hacer suele crecer»… pero primero tomaría un baño de agua caliente.
Entretanto, la puerta de la habitación de un lujoso hotel se abrió, dando paso a un elegante pero triste personaje. Caminó hasta quedar frente a la amplia ventana, corrió las cortinas y fijó su mirada en la alberca de gran tamaño que se encontraba en el centro. Algunos rayos del sol que lograban traspasar las nubes chocaban con el agua de un azul claro, haciéndolo recordar cierto día de mucho años atrás. Aquella tarde lucía tan hermosa, lanzando golpes a un enemigo invisible, su perfecta silueta reflejada en el agua azul del río y con aquel brillo intenso en la mirada, ella estaba feliz y él se sentía tan desgraciado, era la última tarde que la vería a plenitud, libre, sin dueño. Quizás era el momento preciso para entregar esas flores y aquella carta… pero no se atrevió a salir de su escondite…
¿Por qué la había perdido?, tal vez por la cobardía de participar en aquel torneo; había temido a los golpes, pero si hubiera sentido el dolor de verla en brazos de otro, quizás no se habría acobardado, o tal vez era la esperanza de que aquel «tipo», al que odiaba sin conocer, no se presentara y ella volviera derrotada… Pero para él.
Ahora la había vuelto a ver, estaba casada, pero no parecía dichosa. ¿Acaso ese hombre la había hecho sufrir? Quizás era la oportunidad para intentarlo de nuevo, tal vez… estaba pasando por un momento crítico en su matrimonio y por eso lloraba, o… Todas las dudas que lo asaltaban podrían tener tantas respuestas que tendrían que esperar hasta la hora de la comida.
Unos discretos pero insistentes toquidos lo sacaron de sus recuerdos. Se giró y, al reconocer la voz de su asistente al otro lado, lo hizo pasar. Un hombre joven de traje gris entró y lo saludó respetuosamente.
–El señor Nar lo busca. Está en el bar del hotel –le informó.
Tamy suspiró con resignación, el trabajo lo requería, pero por suerte era la última persona a la que viera en ese viaje y, lo más importante, era a la última a la que atendía antes de… verla a ella. Era como tener alguna prueba difícil para luego recibir la recompensa. Con paso lento, siguió al muchacho mientras anudaba de nuevo la corbata que se había desatado unos momentos antes.
Milk salió envuelta en la bata de Goku; la suya no estaba por ninguna parte. El baño había estado delicioso, pero la temperatura seguía bajando. Se dio cuenta de eso cuando su piel se erizó al percibir el frío de la habitación.
Se paró frente al espejo y sonrió al verse tan cómica con la holgada bata de su esposo. De pronto, su mirada se topó con el pequeño reloj sobre el tocador que ya marcaba las 12:45 p.m. y dio un respingo al recordar la comida con su amigo.
–¡Cielos, estoy retrasada! Y aún tardaré casi una hora al manejar hasta allá –exclamó sorprendida por haberse levantado tan tarde.
Rápidamente buscó la ropa que debía ponerse. Pensó que sería mejor llevar pantalón y aquel suéter tejido de color blanco que Gohan y Goten le habían regalado en su cumpleaños pasado. Sí, era lo mejor, ya que afuera estaría haciendo aún más frío. Atrapó su largo cabello negro en una coleta y buscó sus zapatos más bajos; no iban bien con el pantalón, pero eran los más cómodos.
Tamy consultó su reloj una vez más, sólo había pasado un minuto desde que lo hiciera la última vez. Ya eran las 2:20 y ella no llegaba todavía, lo más seguro era que lo había olvidado o sólo le había tomado el pelo. Metió la mano a su bolsillo y sintió la cápsula que contenían las rosas y el suave papel del sobre que llevaba. ¿Otra vez tendría que tirarlos como después de aquel torneo?
Un mesero se acercó a pedir su orden, pero de inmediato lo despidió. No quería nada hasta que ella llegara. Estaba en la misma mesa de la tarde anterior, junto a la ventana. Su vista se posó en el par de frondosos árboles que estaban casi enfrente de él, se notaban extraños, como una minúscula mancha verde en medio de la ciudad llena de edificios que simulaban enormes cajas de cristal.
–Dos y veinticinco –murmuró desilusionado.
Comenzaba a perder las esperanzas cuando la puerta automática se abrió y Milk entró. Lo buscaba con la mirada y él, al verla, se levantó de su silla como impulsado por un resorte. Ella se acercó hasta la mesa y Tamy, como la tarde anterior, le ofreció la silla.
–Lamento mucho llegar tarde, pero tuve un contratiempo –dijo Milk, apenada por su impuntualidad.
–No te preocupes, lo importante es que estás aquí –dijo él, sonriendo abiertamente.
Ella le devolvió la sonrisa y Tamy pensaba si debía darle las flores en ese momento o durante el postre. Un mesero se acercó y después de deliberar un poco sobre lo que iban a ordenar, se alejó, dejándolos solos.
–Gracias por venir, Milk.
–No, gracias a ti por invitarme.
–Milk, sabes… hacía mucho tiempo que no comía en compañía tan agradable –comentó él mirándola fijamente a los ojos.
Milk se ruborizo un poco, ¿por qué decía eso? Estaba esperanzada en que él no estuviera malinterpretando las cosas, porque aquella comida sólo era en plan de buenos amigos y nada más. Él, al verla apenada, imaginó que era el mejor momento de entregarle el bello ramo de hermosas rosas que había comprado para ella, pero dudaba. Al parecer, la suerte estaba de su lado, porque en ese preciso instante una anciana se acercó a su mesa y los abordó directamente.
–Señor, ¿desea comprarle este ramo de flores a su linda esposa? –preguntó mostrando un pequeño ramo de variadas flores naturales y mirándolos con insistencia.
Milk se sorprendió al escuchar aquello, el color de sus mejillas subió aún más y trató de reaccionar rápido:
–Él no es mi es…
–Claro que sí, señora. Esto es para usted –la interrumpió él mientras tomaba el ramo de flores y le entregaba un billete de alta denominación a la vendedora.
–¡Gracias! –exclamó la anciana mientras extendía el billete frente a sus ojos y se alejaba rápidamente.
–Son para ti, Milk… Con mucho cariño.
Milk iba a reclamarle por no haber sacado de su error a la mujer, pero la llegada del mesero con su comida la hizo desistir. Quizás no debía darle mucha importancia al incidente, además tenía hambre y no quería parecer impertinente. La comida transcurrió de forma normal, charlaron sobre cosas triviales y sin mucha importancia, pero cuando comenzaban con el postre, Tamy adoptó una actitud más seria.
–Milk, ¿recuerdas la tarde anterior al torneo en el que participaste? –preguntó Tamy, como tratando de tener algo de base para comenzar a hablar sobre aquellos sentimientos escondidos durante tantos años.
Milk se extrañó de aquella pregunta; lo cierto es que a estas alturas no tenía muy clara aquella tarde. Parecería tonto, pero con tantas cosas que habían sucedido en los últimos años, le era difícil recordar ese momento en particular.
–Yo, no lo recuerdo bien –contestó ella, dejando la cucharilla del postre sobre el mantel.
–Llevabas un hermoso vestido rojo –comenzó él–, tu cabello estaba peinado tal y como ahora, y entrenabas junto al río.
Ella arqueó las cejas. ¿Cómo es que él sí recordaba con tantos detalles?
–Milk… –Se detuvo y respiró fuertemente–. Yo te mentí ayer. Jamás me he casado…
–Pero, ¿por qué? –preguntó ella extrañada.
–Oh, Milk, tengo que decirte que yo siempre te he…
Al mismo tiempo, dos pares de ojos no perdían detalle de todo lo que ocurría en esa mesa dentro del café. Eran dos tipos que permanecían escondidos atrás de los árboles cerca del restaurante.
–¿Es el tipo elegante? –preguntó uno de ellos en voz baja.
–Sí, el que esta con la muñeca de cabello negro –contestó, en tanto con unos pequeños binoculares observaba con malicia el suave perfil de Milk.
–¿Ya es hora? –preguntó su compañero un tanto nervioso, al mismo tiempo que expandía una cápsula de la cual se materializaron un par de armas de largo alcance.
–Sí –contestó después de consultar su reloj–. El momento ha llegado. Ahh, y recuerda que el jefe dijo que acabáramos también con sus acompañantes. Lo siento por la palomita –dijo en tono irónico.
Su compañero le devolvió una sonrisa por demás malévola y, tomando sus armas, al mismo tiempo apuntaron a las dos figuras tras el delgado cristal de la ventana.
Ella lo veía con los ojos muy abiertos; su mente aún no asimilaba lo que acababa de escuchar. ¿La amaba? ¿La había amado durante tanto tiempo? Cuando eran adolescentes y la halagaba, de alguna manera pensaba que sólo era un juego por parte de él, pero todo era verdad. Algo dentro de ella se había agitado de pronto al escuchar aquella confesión, algo que la alteraba.
Tamy la miraba con actitud expectante. Esperaba adivinar en su rostro la reacción de sus palabras, predecir lo que le contestaría. Temblaba por dentro; por fin se había atrevido a sacar aquello oculto por tanto tiempo. Temía la respuesta tanto como la deseaba, ya que con sólo una podría acariciar el cielo, pero aquel repentino silencio, aquella mirada llena de sorpresa, no le decían nada bueno. Quería poder descifrar lo que dirían aquellos labios, tan deseados, que de pronto temblaban ligeramente.
Los segundos se hacían eternos y ella no contestaba, ¿por qué?. Miró hacia afuera, donde aquella luz bañaba el rostro de Milk. Ella trató de buscar la mirada de Tamy y decirle que no era posible… pero de pronto escuchó el grito descompuesto de él «¡¡CUIDADO!!», y luego sintió sus manos cuando la jalaron hacia abajo en forma desesperada. Todo pasaba tan rápido a su alrededor, todo se convirtió en una vorágine de gritos llenos de pánico, lluvia de cristales y balas que silbaban muy cerca de ella y luego sintió un dolor agudo y después algo cálido que manchó de rojo su hermoso suéter de perfecta blancura…