Jamás – Capítulo 4

Capítulo 4: «La despedida…»

Fanfic: Jamás


Paredes blancas y frías; sonidos lejanos, movimiento constante y aquel aroma peculiar no podían ser otra cosa que un hospital. Aquel lugar en el cual suelen darse buenas y malas noticias, pero que siempre es sinónimo de preocupación.

Un leve quejido escapó de los labios de Milk.

–Lo siento, pero ya casi termino –le informó la joven enfermera, sin levantar la vista de su labor.

Milk vio a la chica colocar el vendaje con gran maestría, miraba cómo la tela blanca se enredaba en su brazo y sin querer ciertas imágenes volvían una y otra vez a su mente. Él cayendo sobre ella para protegerla de las balas, aquel trozo de cristal encajándose en su brazo, la cara de Tamy descompuesta por el dolor, pero su mirada tranquila por verla a salvo, y su sangre… aquella sangre tibia empapando su suéter lentamente. Agitó la cabeza tratando de apartar esos recuerdos.

¿Pero qué es lo que había pasado? ¿Por qué aquel ataque?, no había sido un robo. Aún sentía cómo temblaba por dentro, su corazón aún no dejaba de palpitar aceleradamente. ¿Cómo estaría él? Calculaba que había pasado más o menos una hora y aún no le decían nada de la suerte de su amigo; él había arriesgado su vida por ella. Miró a la enfermera asegurar el vendaje y dirigirse hacia una vitrina de la cual sacó un pequeño frasco y luego, acercándole un vaso con agua, le ordenó que tomara una pastilla pequeña de color blanco.

–Eso le calmará el dolor, la herida está algo profunda, y debe cuidarse –le dijo la enfermera y luego se dirigió a la salida–. Ahh, y le conseguiré algo para que cambie esa ropa.

Milk asintió lentamente. La chica se perdió tras la puerta y la dejó sola en aquella habitación que no era otra cosa que una de las salas de curación de aquel lujoso hospital. Mil sensaciones la recorrían, podía haber muerto en aquel ataque sin volver a ver jamás a sus hijos y a Goku. Una terrible ansiedad inundaba su pecho, quería estar en casa, pero también saber de Tamy, después de todo, era su amigo, y jamás lo abandonaría en aquel estado, mucho menos ahora que le había salvado la vida.

La enfermera entró un rato después sacándola de sus pensamientos, y dejó una blusa doblada sobre la camilla junto a Milk. Ella le iba a preguntar sobre Tamy, pero la muchacha salió rápidamente sin darle tiempo a nada.

Después de cambiarse salió cautelosamente, el pasillo lucía desierto y silencioso, caminó tratando de encontrar un módulo donde pudieran darle algún informe y al dar vuelta en una de las esquinas se encontró con un gran número de personas, llevaban cámaras de televisión, micrófonos y lucían muy ansiosos. Hablaban todos al mismo tiempo y se escuchaba un solo murmullo, pero logró entender que esperaban noticias de Tamy. No sabía porqué, pero luego recordó que él era una persona importante en el mundo de los negocios, como podría serlo Bulma con su gran corporación.

–Tardan demasiado –dijo una reportera de una gran melena rubia.

–Ya van dos ocasiones que lo intentan asesinar, ¿verdad? –le preguntó el chico que portaba la cámara.

–Sí, pero la vez pasada fue en su automóvil y ahora en un pequeño café. Iba con una mujer, parece que era su novia o su… amante, ¡eso es! Quizás el marido lo imaginaba y se trate de algo pasional y no de un atentado por cuestiones de negocios. Vamos, tenemos que encontrarla, aquí mismo está, ella nos puede decir algo, así tendremos la mejor noticia –exclamó la reportera, que al parecer tenía una imaginación muy parecida a la de autores de fics, y alejándose del resto de sus compañeros, caminó a donde estaba Milk escuchando toda esa conversación tan absurda.

A Milk le dieron unas ganas tremendas de enfrentar a aquella tonta muchachita, hacerla tragar sus palabras, pero pensándolo bien, si lo hacía, los demás periodistas la verían y se iba a meter en un gran lío, y en el último momento logró ocultarse tras unas plantas de ornamento que estaban cerca del pasillo. Después de que aquella reportera pasó a su lado sin mirarla, salió de su escondite y regresó a la habitación donde le habían realizado la curación, comenzó a pasearse de un lado a otro tratando inútilmente de calmarse.

Se sentía atrapada y bastante preocupada por la situación de su amigo, su mente era un caos total, no supo cuánto tiempo pasó, pero de pronto unos toquidos la hicieron voltear preocupada a la puerta. Enseguida entró un joven de traje gris, dio un respingo al imaginarse que quizás era un reportero, ya que no parecía doctor.

–No se preocupe, Milk –la calmó él–. Soy el asistente del señor Okasaki…

–¿Cómo se encuentra él? –preguntó Milk deseando saber algo; aquella situación le parecía tan extraña que hasta pensaba que le estaba ocurriendo a otra persona.

–Está fuera de peligro, se encuentra un poco débil por la pérdida de sangre, pero se recuperará. Por suerte la bala sólo atravesó su brazo. Él quiere verla, señora… –dijo el muchacho, mirándola insistente.

Milk respiró aliviada, al menos estaba bien, aunque ahora vendría lo peor… tendría que hablar con él sobre aquella conversación tan delicada que habían mantenido durante la comida. Sabía que no era el mejor momento, pero entre más pronto, mejor.

Aquel joven la condujo hasta la habitación donde Tamy se recuperaba. Nunca se encontraron con aquel enjambre de reporteros, lo que tranquilizó mucho a Milk. Se introdujeron a una pequeña antesala y después el muchacho le indicó una puerta. Milk vaciló un poco y después entró con paso silencioso, se acercó hasta la cama donde él yacía, tenía los ojos cerrados y su brazo derecho descansaba a su costado, la venda estaba un poco manchada de sangre, al parecer aún no lograban contener la hemorragia por completo. Su dorso estaba desnudo y podían apreciarse pequeñas fisuras causadas por la lluvia de cristales en el restaurante. Al parecer estaba dormido, porque su respiración era acompasada y sus párpados no se movían. Milk no sabía qué hacer, cerró los ojos y deseó con todas sus fuerzas abrirlos y estar en su casa.

–Milk… –la llamó, rompiendo el silencio de la habitación–. Me alegro que te encuentres bien.

Ella abrió los ojos y se encontró con la triste mirada de él.

–¿C-cómo te sientes? –murmuró Milk.

–Estoy bien… físicamente –dijo él mientras una triste sonrisa cruzaba sus labios.

Milk rehuyó su miraba… «Físicamente». Sabía qué quería decir él con eso, nunca le había gustado engañar a las personas y no comenzaría ahora, pero era muy difícil en ocasiones hablar con la verdad… ya que se puede hacer daño.

–Y-yo…te quiero decir que…

–No digas nada, Milk… ya lo sé… Entiendo que Jamás me vas a querer –murmuró él tratando de evitar que su voz se quebrara–. Creo que siempre lo he sabido, pero me negaba a aceptarlo –dijo volteando hacia la ventana, donde el día comenzaba a agonizar, al igual que su alma.

–Oh, yo no sé qué decir, sólo que siempre serás mi mejor amigo –musitó Milk bajando la cabeza.

Ambos guardaron silencio sin saber qué más decir. Milk lo entendía perfectamente, entendía ese amor que él le había profesado sin mayores esperanzas durante tanto tiempo, ya que ella sentía uno igual de profundo por su esposo. Cuánto tiempo ella había esperado por Goku aún cuando él había muerto, pero aquella fuerza que sólo da el amor verdadero la habían hecho tener viva su esperanza de volver a verlo.

–Milk… quiero que tengas esto –dijo dándole una cápsula y un sobre cerrado que estaban encima del buró–. Siempre han sido tuyos, desde hace mucho tiempo.

–Tamy –dijo aceptando las cosas que le extendía–, no tiene que ser una despedida, podemos seguir siendo amigos, puedes encontrarme en…

Ella no terminó la frase ya que sintió la mano cálida de él sobre la suya. No la apretaba, era como un roce, como si acariciara algo que fuera a romperse, además sentía que la mano de él temblaba ligeramente como si acabase de hacer algo muy largamente añorado.

–No, no me lo digas, Milk. No soportaría saber dónde estás y no poder verte…

Tenía razón, era mejor para él que jamás volvieran a verse, él merecía que una persona libre le correspondiera todo el amor que él ofrecía.

–Sólo quiero pedirte un último favor, Milk –murmuró él, apartando su mano de la de ella.

–¿Cuál…? –preguntó ella mirándolo directamente a los ojos.

–Un beso tuyo… –dijo él en tono suplicante.

Milk involuntariamente dio un respingo ante tal petición. Se iba a negar, pero después de todo sólo era un… un beso. Después de dudar un poco, se acercó lentamente hasta Tamy y se inclinó con calma hasta su rostro. Él podía percibir la respiración cálida de ella, el aroma de su cabello y hasta creía escuchar los latidos de su corazón que se confundían con los propios, deseaba que ese momento fuera eterno, ya que sería la última vez que la viera, la primera y última que la iba a tener así. Sus rostros estaban cerca, muy cerca, tanto que sus alientos se confundían, y después…



Jamás, jamás he dejado de ser tuya
lo digo con orgullo, tuya nada más

Jamás, jamás mis manos han sentido

más piel que tu piel

porque hasta en sueños he sido fiel…


El viento soplaba suavemente sobre la ciudad, Milk se estremeció un poco, sentía que se había quitado un gran peso de encima, volteó hacia el hospital, donde ya las luces se habían encendido, miró una ventana en particular y sonrió, luego expandió una cápsula, subió a su pequeño auto y se enfiló hacia una montaña en el este… estaba segura de haber hecho lo correcto.

Una sonrisa aún estaba dibujada en el rostro de Tamy y sobre su mejilla aún sentía los suaves y tibios labios de Milk… Estaba seguro que aquél beso lo recordaría por siempre, después de todo, aquel día no había sido tan malo. Algo se había revuelto en su interior, algo que lo haría comenzar una nueva vida.

Milk llegó a su casa ya muy entrada la noche, había manejado con calma ya que el brazo herido le dolía bastante. Descendió del auto y entró a su casa, todo estaba en silencio, subió hasta su habitación se recostó y abrió aquel sobre. Aunque no lo quisiera, su naturaleza de mujer la traicionaba a la curiosidad, el sobre contenía sólo una hoja con un poema que decía así:

«Niña morena y ágil, el sol que hace las frutas,
el que cuaja los trigos, el que tuerce las algas,

hizo tu cuerpo alegre, tus luminosos ojos

y tu boca que tiene la sonrisa del agua.

Un sol negro y ansioso se te arrolla en las hebras

de la negra melena, cuando estiras los brazos.

Tú juegas con el sol como con un estero

y él te deja en los ojos dos oscuros remansos.

Niña morena y ágil, nada hacia ti me acerca.

Todo de ti me aleja, como del mediodía.

Eres la delirante juventud de la abeja,

la embriaguez de la ola, la fuerza de la espiga.

Mi corazón sombrío te busca, sin embargo,

y amo tu cuerpo alegre, tu voz suelta y delgada.

Mariposa morena dulce y definitiva

como el trigal y el sol, la amapola y el agua»
Era un hermoso poema. Milk nunca imaginó que ella pudiera inspirar algo así. Con calma abrió su tocador y sacó su diario, dobló la hoja y la puso en el centro. Lo guardaría; después de todo, sólo era un… un poema.

Cerró los ojos y comenzó a soñar con un hombre alto, de cabello alborotado, de sonrisa ingenua y que aunque no le escribiera poemas ni le regalara flores, le había dado a dos hermosos hijos y su… AMOR.