por Xime
Milk entró a su habitación. Había estado muy deprimida los últimos días. Gokú había vuelto a la vida luego de siete largos años de ausencia y eso la hacía muy feliz, al igual que el hecho de volver a tener una familia que estuviera con ella, una verdadera familia. Pero lo que la invadía por dentro no era la felicidad que todos imaginaban, sino una terrible angustia que se incrementaba a diario y que necesitaba sacar de su corazón. Sabía cómo hacerlo, pero le faltaba valor para decirle a sus seres queridos que esta vez la que debía partir era ella y no Gokú.
¿Cómo explicarles que desde hace años lo sabe, pero que calló por temor?
No encontraba las palabras precisas para explicar su silencio, porque oportunidad de contarles había tenido.
Se detuvo frente al espejo de cuerpo entero que había en su habitación y se contempló por unos instantes. No lucía tan mal como imaginaba. Su cuerpo era casi el mismo de años atrás cuando ella y Gokú celebraron su boda. Su cabello aún no tenía canas y en su rostro se vislumbraban sólo unas pequeñas fisuras a las que ni se les podría llamar arrugas.
Tomó su cabello y lo soltó. Una hermosa cascada de cabello azabache cayó sobre sus hombros. En ese momento volteó y observó el armario de su cuarto que estaba abierto. Vio uno de los trajes de Gokú y una idea pasó por su mente. Se desvistió y se colocó la ropa que usualmente llevaba su esposo.
Se volvió a observar en el espejo. La ropa le quedaba grande, pero se las arregló para que le quedara un poco más cómoda. No se veía del todo mal. La camiseta azul bajo la parte superior del traje permitía apreciar, aunque no del todo, su busto.
Luego, el traje se ceñía en su estrecha cintura, donde se amarró el cinturón para sujetar los anchos pantalones que terminaban en las botas. Las botas sí le quedaban grandes. Luego se colocó las muñequeras y se observó nuevamente.
La ropa estaba limpia, recién lavada y planchada por ella misma, pero tenía un olor especial, el olor de Gokú.
Se acercó al espejo y apoyó sus manos en él. Su mirada comenzó a recorrer el reflejo de su cuerpo lentamente, hasta que su cabeza quedó mirando el suelo. Suspiró y cerró los ojos. Su mente empezó a trabajar en lo que debía hacer. Lo que era correcto y lo que no lo era.
«Aparte del gran amor que te tengo, siento una inmensa admiración por ti. Admiro tu fuerza, tu determinación en los momentos difíciles, tu mezcla de inocencia y madurez que te hace tan especial, la manera en que demuestras tu amor. Pero Gokú… tu fuerza y determinación me hacen falta en este momento. Cuando nuestras miradas se cruzan, siento que me fortaleces, pero al mismo tiempo siento que te traiciono al callar la verdad. Yo lo sé todo sobre ti, y tú mereces saber todo sobre mí, pero… Sé que debería decirte que voy a partir al lugar donde ya estuve una vez, aunque mi estadía allí fue muy corta. No quiero tener que irme ahora, cuando por fin estamos todos juntos y disfrutando de la vida. No quiero dejarte ni a ti ni a nuestros hijos, pero siento que mi cuerpo ya no resistirá por mucho tiempo más. No lo notaste nunca, pero ésa era la causa por la que trataba de negarme a que te fueras a entrenar y que te llevaras a Gohan contigo. Quería tenerlos a mi lado el mayor tiempo posible por si el momento de partir llegaba. Desgraciadamente, ese momento ya llegó, y nada se puede hacer. ¡Oh! Dios mío… por favor, ayúdame. Dame el valor que necesito. Deben saberlo. Debo despedirme de ellos. No quiero amanecer uno de estos días muerta y que ellos no sepan qué fue lo que pasó. No quiero que piensen que nunca me importaron y que por eso callé. Gokú, sé que te va a costar al principio, pero estoy segura de que me vas a entender, porque tú también haces las cosas a tu manera. Y ésa es otra de las cosas que amo en ti. Te preguntarás porqué no te lo dije antes. Lo siento, eso ni yo misma lo sé. Te amo y confío en ti como en nadie, pero… por favor, perdona mi silencio, Gokú»
Mientras Milk estaba sumergida en sus pensamientos, Gokú salió del baño y la encontró en su habitación y con su ropa. No dijo nada. La había notado triste los últimos días y decidió dedicarle todo su tiempo para arreglar cualquier problema que existiera allí, en ese lugar que él mismo decidió dejar hacía ya siete años.
Milk no lo había visto, así que él se acercó por detrás de ella sin hacer ruido y le tapó los ojos. Al contacto, ella se sorprendió.
- MILK: ¿Quién podrá ser? –preguntó en tono burlón.
Gokú la soltó y la volteó lentamente. Se miraron a los ojos, pero a pesar de que ella sonreía, él pudo ver una vez más ese aire triste que embellecía su mirada, pero que al mismo tiempo le provocaba un extraño sentimiento que lo impulsaba a abrazarla. La recorrió lentamente con la mirada, apreciando su propia ropa en ella, y luego la volvió a mirar a los ojos levantando una ceja como expresión de pregunta. Milk se sonrojó y bajó la cabeza al notar lo extraño y ridículo que le parecería a Gokú que ella se hubiera puesto su ropa. Él le tomó suavemente la barbilla y la hizo mirarlo a los ojos.
- GOKÚ: ¿Qué pasa, Milk? –preguntó suavemente.
- MILK: Yo… sólo… –no pudo continuar y las lágrimas escaparon de sus ojos. Gokú la abrazó aún sin comprender lo que le pasaba. De lo que sí estaba seguro, era de que había algo que le estaba ocultando–. Yo sólo… quería decirte que estoy feliz de que hayas vuelto.
- GOKÚ: Yo también estoy feliz. Ya, no llores. No me gusta verte llorar.
- MILK: Es que…
Gokú acercó su rostro al de ella y la besó. Habían pasado años y Milk no percibió diferencia alguna entre ese beso y el primero que compartieron. Él lentamente le quitó el cinturón del traje, lo que hizo que los pantalones se deslizaran hasta el suelo. La tomó de las manos y la hizo salir de los pantalones y de las botas. Le quitó las muñequeras y la parte de arriba del traje, dejándola vestida sólo con la camiseta. La tomó en sus brazos y la recostó en la cama con mucha suavidad. Luego se acercó a ella con una gran sonrisa y le susurró al oído:
- GOKÚ: ¿Te puedo decir un secreto?
Milk asintió con la cabeza.
- GOKÚ: Te amo.
Nuevamente las lágrimas llenaron sus ojos. Gokú, con mucha ternura, le acarició el rostro y secó sus lágrimas.
- GOKÚ: No estés triste. No volverás a estar sola. Desde hoy, cada lágrima tuya, será mía también.
Volvió a besarla y esta vez ella le correspondió. Se abrazó a él con todas sus fuerzas.
Al día siguiente, los primeros rayos del sol se filtraban entre las cortinas de una habitación en la que reinaba la paz. Gokú y Milk dormían tranquilamente. No había nada que los molestara, tenían la casa completa para ellos. Gohan se había ido de vacaciones con Videl, Boo y Mr. Satán, y Goten estaba en la Corporación Cápsula pasando el fin de semana con Trunks.
Milk despertó por el canto de los pajarillos silvestres y se volteó hacia Gokú, abrazándose a su cintura para continuar durmiendo, pero un Gruuuummm proveniente del estómago de su esposo la hizo abrir los ojos.
- MILK: ¿Mmm? ¿Tienes hambre? –dijo abrazándolo más fuerte.
- GOKÚ: Un poco –respondió atrayéndola hacia él con uno de sus brazos.
- MILK: Voy a preparar el desayuno.
- GOKÚ: No, quédate conmigo.
Milk se sorprendió ante esta reacción. Que Gokú no quisiera desayunar todavía era muy extraño, pero le pareció una buena idea y se volvió a acostar junto a él.
- GOKÚ: ¿Qué quieres hacer hoy?
- MILK: Mmm, no sé. Podríamos ir al río.
- GOKÚ: ¡Sí! Buena idea. Así podré preparar el almuerzo yo esta vez.
- MILK: Pero Gokú, hoy quiero almorzar.
- GOKÚ: ¿Qué insinúas con eso? –dijo riendo y colocándose sobre ella.
- MILK: ¿Tú qué crees?
- GOKÚ: ¿Sabes lo que creo?
- MILK: ¿Qué?
- GOKÚ: Que cada día te amo más –dijo mirándola tiernamente y rozó sus labios con los suyos.
Así, cuando la mañana ya había avanzado, decidieron partir al río. El día estaba muy soleado y una brisa cálida movía las hojas de los frondosos árboles.
Gokú venía saliendo del río con un enoooorme pescado y, luego de vestirse, se dirigió al lugar donde Milk estaba extendiendo un mantel sobre el pasto. Todavía estaba sola, cuando sintió un repentino mareo acompañado de un fuerte dolor en el pecho. Cayó de rodillas, jadeando y tratando de respirar, lo que le resultaba muy difícil por el intenso dolor que a cada momento se incrementaba más y más. Su garganta se secó y comenzó a toser, provocándose una hemorragia, mientras su corazón comenzó a latir cada vez con menos fuerza. Justo en el instante en que no resistió más y se desmayó, Gokú apareció entre los árboles.
- GOKÚ: ¡Mira, Milk! Ya traje el almuer… –soltó el pescado y quedó inmóvil al verla tirada en el suelo sin moverse–. ¡¡MILK!! –Gokú corrió hacia ella y la incorporó levemente, remeciéndola para que reaccionara–. Milk, por favor ¡reacciona!… ¡abre los ojos! –repetía Gokú cada vez más desesperado y sintiendo el ki de Milk muy débil.
Como no reaccionaba, decidió llevarla a un hospital. La tomó en sus brazos con mucha suavidad y emprendió el vuelo lo más rápido que pudo.
Cuando llegaron, la llevaron a la unidad de cuidados intensivos para hacerle los exámenes pertinentes, dejando a Gokú en la sala de espera con una extraña sensación en su garganta, algo como una fuerte presión que venía desde su pecho. Estaba realmente angustiado. No tenía idea de lo que le había pasado a Milk, porque en la mañana se veía bien, igual que todos los días anteriores. Y que de un rato para otro se enfermara, no era muy normal. Gokú intentó varias veces que lo dejaran entrar a verla, pero no se lo permitían. Estuvo paseándose por la sala de espera durante más de una hora, hasta que un médico se acercó a él y le preguntó si era familiar de ella.
- GOKÚ: Sí, Dr. Ella es mi esposa.
- DR: Bien. Primero que nada, quiero que lo que le voy a decir lo tome con calma –tomó aire y continuó–. No puedo mentirle. Su esposa está mal.
- GOKÚ: ¿Qué quiere decir con eso, doctor?
- DR: Es muy difícil para mí tener que decirle esto, pero… no le queda mucho tiempo de vida.
- GOKÚ: …pero, ¿por qué? ¿Qué es lo que tiene?
- DR: Es debido a la enfermedad que presenta desde hace años.
- GOKÚ: ¿Años? ¿Enfermedad? ¿De qué enfermedad me habla?
- DR: ¿No se lo mencionó?
- GOKÚ: No, no me dijo nada.
- DR: Hace 11 años su esposa vino a consultarme porque tenía unas molestias en el pecho al respirar. Después de hacerle unos exámenes, le diagnosticamos una enfermedad degenerativa en el corazón, lo que hace que la intensidad de sus latidos disminuya, perjudicando la circulación y afectando también sus pulmones. La hemorragia que presentó es un signo de que la enfermedad ya se propagó demasiado.
- GOKÚ: Debe haber algo que se pueda hacer.
- DR: Lamentablemente, no. Es probable que pudiéramos haber hecho algo, pero antes que sus pulmones se vieran afectados. Ahora es demasiado tarde. Lo siento.
Gokú sintió que el mundo entero se le venía encima. Él sabía perfectamente que la muerte era algo inevitable, que formaba parte del destino de todos, pero para Milk era demasiado pronto. Milk moriría en muy poco tiempo, ni siquiera sabía cuándo y él no podía hacer nada. Repasó en su mente todas las posibilidades de ayudarla que se le ocurrieron, pero ninguna servía. Las semillas del ermitaño no curan enfermedades, las esferas del dragón no estaban disponibles, y como su muerte sería natural, no la podrían revivir. Estaba atado de pies y manos, viendo cómo la mitad de su ser se desvanecía frente a él.
Había defendido la tierra de innumerables enemigos y no podía salvarle la vida a una de las personas que más le importaba. Ella había estado a su lado durante tanto tiempo. Le había enseñado tantas cosas que él ni siquiera imaginó que existían. Con ella compartía dos hijos. Y con el paso del tiempo, se había ido dando cuenta de que en realidad la palabra «amor» no alcanzaba para describir lo que sentía por ella. Su vista se nubló y sus mejillas fueron inundadas por tibias lágrimas. De pronto se encontró solo, en una fría habitación blanca con algunas sillas y por la cual circulaban enfermeras y doctores. Por primera vez en su vida, sintió la soledad y un miedo que jamás experimentó.
- GOKÚ: Esto no puede estar pasando… –se dijo a sí mismo mirando fijamente el piso con una expresión en su rostro como si estuviera presenciando la escena más espantosa del mundo.
Se dejó caer en una silla mientras todo lo que sentía salía de su cuerpo en forma de lágrimas. Pero el dolor no se iba, seguía allí, al igual que la enfermedad de su esposa. Todo, desgraciadamente, era real.
Algunos minutos después, el doctor se acercó a Gokú nuevamente, quien parecía estar completamente ausente.
- DR: Señor Gokú, su esposa ahora está dormida. Si gusta, puede pasar a verla. –Gokú levantó la mirada y asintió sin pronunciar palabra alguna. El doctor lo condujo a la habitación y, una vez allí, los dejó a solas.
Gokú se acercó lentamente a la cama donde estaba Milk y se sentó cuidadosamente en una silla, sin dejar de mirarla. Ella estaba conectada a un respirador y le estaban haciendo una transfusión sanguínea.
- GOKÚ: Milk… ¿qué fue lo que te pasó? No puedo creer que estés en este estado. Siempre pensé que nunca te pasaría nada malo, porque yo estaría ahí para protegerte. Sin embargo… ahora que más necesitas ayuda… yo no te la puedo dar.
En ese momento, Milk abrió los ojos y se encontró con el techo blanco de la sala de hospital. Sintió que estaba sujeta por varios cables y giró sus ojos para ver. Vio con un poco de dificultad los extraños instrumentos y dedujo que estaba en el hospital. Al mirar hacia su lado derecho, se encontró con su amado Gokú. La expresión que tenía la asustó un poco. Nunca lo había visto tan deprimido y con los ojos enrojecidos, así que supuso que ya se había enterado de su enfermedad.
- GOKÚ: ¿Milk? ¿Cómo te sientes?
- MILK: Creo que he tenido días peores. Gokú, por favor, sácame de aquí. Sabes que no me gustan los hospitales.
- GOKÚ: Cuando estés mejor. Ahora descansa –fue toda su respuesta. Se levantó de la silla y salió de la habitación.
Al cerrar la puerta, sintió que su respiración se cortaba. Se apoyó en la puerta y empezó a emitir un sonido parecido a una tos, acompañado de lágrimas. Pasó una de sus manos por su rostro para tranquilizarse, pero nada sucedía. Nada lo calmaba. Nada aplacaba el dolor.
Milk lo escuchó sollozar desde dentro de la habitación.
- MILK: Gokú…
Después de unas horas de tratamiento, le permitieron a Milk irse a casa. En el camino de regreso, ni Gokú ni ella dijeron palabra alguna. Ella había hecho lo posible para evitar que su familia se enterara de su enfermedad, pero el momento de la verdad había llegado, debía decírselo a todos, mejor dicho, explicarles el por qué de su silencio.
Cuando llegaron a su casa, Gokú la acomodó en la cama y la arropó. Luego la miró un momento con un aire diferente en sus ojos, algo que ella nunca había visto en «su» Gokú. Quiso decir algo, pero no lo hizo, y finalmente salió de la habitación.
Milk estaba destrozada. Hubiera preferido morir en el hospital, a ver la mirada que Gokú le dirigió. Era tan distinta a la de siempre. Se quedó allí, tratando de buscar las palabras más adecuadas para lo que tenía que decir, pero por más que pensaba, más triste se sentía. Y a todo esto se sumaba que se había hecho tarde y Gokú no daba señales de vida en la casa. Milk trató de levantarse para ir a buscarlo, pero estaba demasiado débil.
Cuando ya era de noche, Gokú entró a la habitación con lo que se suponía era la cena. No estaba acostumbrado a preparar comida, al menos no para alguien más. Milk se terminó todo lo que Gokú le preparó. No se veía muy bien, pero tenía un sabor exquisito.
Todavía no intercambiaban palabra alguna y ambos sabían que debían hablar. Ella finalmente rompió el hielo al verlo de brazos cruzados apoyado en la puerta, sólo observándola (se parecía mucho a Vegeta en esta oportunidad)
- MILK: Gokú…
- GOKÚ: ¿Por qué no me lo dijiste? –preguntó en un tono de voz diferente y sin dejar de mirarla. Milk bajó la vista.
- MILK: Pensé que sería lo mejor –Gokú frunció el ceño.
- GOKÚ: ¿Lo mejor? –preguntó y luego habló nuevamente levantando la voz–: ¿Pensaste que sería lo mejor?
- MILK: Es que…
- GOKÚ: Debiste decírmelo. Creo que tenía derecho a saberlo.
- MILK: ¿Y cuándo querías que te lo dijera? –dijo enojada–. ¿En una de las escasas oportunidades en las que estuviste en casa? ¿O te hubiera gustado que te lo mandara a decir con Kaiohsama?
Gokú guardó silencio. En cierto modo ella tenía razón, pero se suponía que estar casados era más que vivir juntos. Ella misma se lo había explicado.
- GOKÚ: El doctor dijo que hace 11 años estás enferma. Tuviste varias ocasiones de decírmelo.
- MILK: Por favor, Gokú, no me vengas con los hubiera o los debiera, porque…
- GOKÚ: ¡¡¡Ya basta!!! –gritó asustándola ya que nunca antes le había gritado–. Sé perfectamente bien que no he sido un marido ejemplar, que no he pasado mucho tiempo contigo, que… Tú sabes todo el resto, pero tenía el derecho de saber lo que te pasaba. Y si lo hubieras hecho, tal vez ahora no…
- MILK: Gokú, soy yo la que me voy a morir, ¿entiendes?
- GOKÚ: ¿ENTIENDES? ¿ENTIENDES? ¿ENTIENDES? ¿CREES QUE SOY ESTÚPIDO? –gritaba tratando de expulsar todo el dolor y la impotencia que sentía mientras se paseaba de un lado a otro de la habitación–. TÚ ERES LA QUE ESTÁ ENFERMA, PERO ESTAMOS CASADOS, ¿LO RECUERDAS? TENEMOS DOS HIJOS, ¿LO RECUERDAS? NO ESTÁS SOLA, SOMOS UNA FAMILIA. ¿DÓNDE DEMONIOS QUEDÓ LA PROMESA QUE ME HICISTE? APUESTO A QUE NI LA RECUERDAS. PUES YO SÍ. YO SOY EL IDIOTA QUE TODAVÍA RESPETA EL JURAMENTO QUE TE HICE ANTE DIOS. SE SUPONE QUE DEBES CONFIAR EN MÍ. ¡¡¡MALDITA SEA, YO TE AMO!!! –gritó enfurecido y con los ojos llenos de lágrimas.
Milk se levantó de la cama y se acercó lentamente a Gokú. Cuando estuvo frente a él, lo abrazó. Él le devolvió el abrazo y ambos comenzaron a llorar.
- MILK: Yo también te amo, Gokú.
Los días pasaron casi normalmente. Sin saber porqué, ambos decidieron ocultar todo. Nadie se había enterado de la enfermedad de Milk, ni siquiera Gohan y Goten. Ella les había dicho que estaba cansada y que por eso permanecía descansando más de lo habitual. Pero a sus hijos no los podía engañar. Además, ellos habían notado a Gokú demasiado extraño los últimos días. Ya no entrenaba todo el día como acostumbraba, sino que pasaba casi todo el tiempo con Milk y se veía agotadísimo. La preocupación lo había afectado demasiado. Se veía realmente mal. Casi no dormía y se estaba alimentando poco. Esto último fue la gota que derramó el vaso e hizo a Gohan recurrir a alguien para que averiguara lo que pasaba, porque a él no le iban a decir nada. Ya había tratado de hablar con su padre, pero evadía sus preguntas e incluso había llegado a molestarse con él, cosa sumamente rara en Gokú.
Así fue como una tarde llegó a la Corporación Cápsula para hablar con Bulma. Después de todo, ella era amiga de su padre desde hacía años.
- BULMA: ¡¡¡Quéeeee!!! ¿Gokú no come desde hace tres días?
- GOHAN: Así es. Estoy muy preocupado. He intentado conversar con él, pero está muy decaído y parece como si no me escuchara. Incluso me dijo que no lo molestara.
- BULMA: ¿Y Milk? ¿Qué dice? ¿O acaso fue ella la que lo dejó sin comer?
- GOHAN: No, ella no hizo eso, pero creo que algo le pasa. Está todo el día en su habitación. Ya no hace las compras, ni limpia la casa… es más, hay días en los que ni siquiera se levanta.
- BULMA: ¿Y por qué? ¿Está enferma?
- GOHAN: Ellos dicen que no, que es algo pasajero, pero ya lleva muchos días así.
- BULMA: Creo que tienes razón al decir que algo raro pasa. Me extraña que Gokú se esté comportando de esa manera. Iré a hablar con él. Voy a cambiarme. Regreso enseguida.
- GOHAN: Sí, Bulma. Te espero.
Sin que ellos se dieran cuenta, Vegeta había oído toda la conversación.
- VEGETA: Así que Kakarotto está actuando extraño –murmuró elevándose en el cielo y se dirigió a la casa de Gokú.
Un rato después, descendió frente a la puerta de la casa y tocó (a su manera, pero tocó). Gokú, que se había dormido en uno de los sillones de la sala, dio un salto al escuchar la puerta. Se levantó cansadamente y abrió. Se encontró cara a cara con Vegeta, quien quedó realmente sorprendido al verlo.
- VEGETA: ¿Ka…Kakarotto?
- GOKÚ: ¡Ah! Eres tú, Vegeta. Pasa –dijo sin mucho ánimo. Pero al ver que Vegeta no se movía, se impacientó–. Mira, Vegeta, no tengo tiempo para tus jueguitos. Si vas a entrar, hazlo, si no, lárgate.
- VEGETA: ¿Qué rayos te pasa?
- GOKÚ: ¡¡¡Ya me tienen harto!!! Todos los días me hacen la misma pregunta. ¿Por qué tendría que pasarme algo? –Vegeta no le contestó y se quedó mirándolo–. Lo siento, Vegeta, pero… ya no puedo más. –dijo tratando de disimular su desesperación.
- VEGETA: Sígueme –fue todo lo que le dijo.
Gokú lo entendió perfectamente y cerrando la puerta salieron volando a toda velocidad. Cuando llegaron a un acantilado desde donde se veía el mar, ambos, sin mediar palabra alguna, se convirtieron en super saiyajin y comenzaron a pelear. La batalla no duró mucho, sólo lo necesario para que Gokú se desahogara. Vegeta nunca lo había visto así, golpeándolo con todas sus fuerzas, sin tener una razón para estar molesto. Aunque notó que más que molesto se veía preocupado. Ya no se divertía peleando, trataba de conseguir algo que no pudo descifrar. A todo esto se sumaba que su fuerza había disminuido notablemente y supuso, por la torpeza de algunos de sus golpes, que no entrenaba desde algún tiempo. Cuando todo terminó, se quedaron de pie en un acantilado, observando el horizonte.
- GOKÚ: Gracias, Vegeta.
- VEGETA: No me des las gracias, hacía tiempo que quería pelear contigo, y por lo que me pude dar cuenta, se nota que no has entrenado como corresponde. ¿Qué has estado haciendo? ¿Collares de florcitas como Dábura? –Gokú sonrió ante aquel comentario, pero no respondió–. «Esto no está resultando» –pensaba Vegeta, que a su manera intentaba hacerlo hablar–. «Sería demasiado humillante demostrar interés en lo que le pasa a Kakarotto, pero…»
- VEGETA: Hace un rato me dijiste que ya no podías más. ¿A qué te referías?
- GOKÚ: A… nada.
- VEGETA: ¿Nada? ¿Tienes ese horrible aspecto por nada?
- GOKÚ: ¿Horrible aspecto? –se miró de arriba a abajo y se dio cuenta de que en realidad se veía mal.
- VEGETA: «Ya sé lo que le voy a decir» –¿Y tu familia? Apuesto a que ni te preocupas por ellos.
La cara de Gokú cambió instantáneamente. Había logrado olvidar por unos momentos lo que le preocupaba, pero Vegeta se lo había recordado de una manera no muy sutil.
- GOKÚ: ¿Que no me preocupo? ¿Y qué crees que he estado haciendo todo este tiempo?
- VEGETA: ¡Ja! ¿En serio?
- GOKÚ: Sí, y no me mires con esa cara. Si tan sólo supieras lo que he tenido que pasar por lo de Milk, tú… –dijo perdiendo la paciencia y callándose antes de hablar demasiado.
- VEGETA: ¿Lo de Milk?
- GOKÚ: O-olvídalo. Es sólo que… –dijo mientras sus ojos se nublaban con lágrimas.
Vegeta se sorprendió al verlo a punto de llorar y se volteó para no presionarlo con su mirada.
- VEGETA: ¡Vamos! No creo que te afecte tanto. De todas formas, nunca pasaste mucho tiempo con ella. No debe ser muy importante.
- GOKÚ: Tú no entiendes…
- VEGETA: Ni que se fuera a morir…
Estas palabras hicieron eco en los oídos de Gokú, mientras sentía que la sangre le empezaba a hervir. No pasaron ni dos segundos cuando estaba sobre Vegeta propinándole múltiples y fuertes golpes. La pelea acabó abruptamente, debido a que Gokú estaba demasiado débil. Finalmente se dejó caer de rodillas y Vegeta lo sujetó de la camiseta.
- VEGETA: ¿Qué demonios sucede contigo, Kakarotto? Ésa no es la manera de actuar de un saiyajin. ¡¡¡Levántate!!!
- GOKÚ: Déjame en paz. No sabes nada.
- VEGETA: No, no lo sé. Y no lo sabré si no hablas.
Gokú no sabía si contarle o no a Vegeta lo que pasaba, pero finalmente se decidió. Tal vez él podría encontrar alguna manera de solucionar todo.
- VEGETA: ¿Y qué piensas hacer?
- GOKÚ: No lo sé… y eso es lo que más me desespera. No saber qué hacer. ¡Oye, Vegeta! Goten está en tu casa. Por favor, no le menciones nada de esto. No debe saberlo. Al menos, no todavía.
- VEGETA: Descuida. Y ahora vete a tu casa, que tu mujer te necesita a su lado, no perdiendo el tiempo.
- GOKÚ: Sí, tienes razón –dijo preparándose para teletransportarse.
- VEGETA: Y, Kakarotto… no te des por vencido.
- GOKÚ: Gracias, amigo –dijo sonriéndole y luego desapareció.
- VEGETA: Ya te dije que no me des las gracias… amigo –murmuró sonriendo y se dirigió a la Corporación.
Cuando Gokú llegó a su casa, sintió el ki de Milk debilitarse repentinamente y corrió a su habitación. La encontró inconsciente y como pudo le dio el remedio que el doctor le había recetado, pero no reaccionaba. La tenía entre sus brazos y trataba de hacerla reaccionar, pero ella no se movía y su ki se estaba extinguiendo lentamente.
- GOKÚ: Por favor, Milk… no me hagas esto… no te vayas –decía mientras sus lágrimas caían sobre el rostro de su mujer.
Milk a cada momento perdía más el color y sus labios comenzaban a amoratarse. Sus manos estaban frías y Gokú no sabía qué hacer. Sólo la mantenía entre sus brazos como tratando de retenerla con él, sin saber que su alma ya había empezado a decirle adiós. La tarde estaba llegando a su fin y las estrellas habían empezado a aparecer en el cielo. La casa estaba silenciosa y la habitación en penumbras. Una fresca brisa entraba por la ventana, revolviendo el cabello de ambos. Gokú la recostó suavemente en la cama y se quedó observando su rostro, que era iluminado sólo por la luz de las estrellas que se filtraba por la ventana.
- GOKÚ: Dios… ¿cuál fue el error que cometí? ¿Es que acaso no puedo hacer nada? Por favor… haz que vuelva a respirar –suplicaba mientras sostenía una de las manos de su esposa–. Esto no puede estar pasando, debe ser una pesadilla. Milk… despiértame y dame los buenos días. Regáñame por no pasar mucho tiempo en casa. Pero no me dejes. Eres mi vida, la mitad de mi alma. No me había dado cuenta, pero es verdad. Si pudiera, daría mi vida por ti.
Una idea pasó por la mente de Gokú y, sin pensarlo dos veces, la puso en práctica. Acercó una silla a la cama y se sentó en ella. Sujetó más fuerte aún la mano de Milk, cerró sus ojos y se concentró en su ki. Debía intentar traspasarle un poco de su energía, pero debía calcular muy bien la cantidad, porque si era demasiada, no sólo él moriría, sino que acabaría con cualquier esperanza de ayudarla.
Mientras concentraba su ki, comenzó a recordar. Recordó cuando él y Milk se conocieron, cuando se enfrentaron en el torneo de las artes marciales, su boda, el nacimiento de Gohan y tantos otros momentos vividos juntos. Algunos alegres, otros tristes. Pero ella siempre estuvo allí, con él y sin él, pero siempre esperando su regreso.
Gokú no supo cuánto tiempo pasó mientras le entregaba su energía, pero de pronto sintió que algo le apretaba la mano. Entreabrió los ojos para ver lo que era y vio que Milk estaba respirando.
- GOKÚ: Volviste conmigo… Sólo un poco más –murmuró concentrando un poco más su ki.
Pero la energía que tenía no era suficiente, debido a lo débil que se encontraba, así que se decidió a entregársela toda. Un resplandor dorado iluminó la habitación y luego de unos momentos, se desvaneció.
Cuando Gohan llegó a su casa junto con Bulma, fue a la habitación de sus padres y al entrar encontró que estaba a oscuras. Tanteó la pared en busca del interruptor para encender la luz, y al hacerlo vio a Milk dormida en la cama y a Gokú en la silla sujetándole la mano.
Se acercó a ellos y comprobó que su madre estaba bien, pero Gokú estaba inconsciente y sumamente débil. Tenía algo de fiebre y murmuraba algo. Nunca supo qué, pero en su delirio repetía: «Quédate, no te vayas». Lo llevó a su cama y volvió con Bulma. Vegeta los había puesto al tanto de la situación, cuidando que ni Trunks ni Goten escucharan.
- BULMA: ¿Cómo está? –preguntó con cierto temor.
- GOHAN: Mi mamá está bien, pero… –Bulma lo quedó mirando, esperando la continuación–. Llamaré al doctor.
Un rato después, el doctor ya había revisado a Milk y a Gokú.
- DR: Ella estará bien. Sólo debe descansar. En unos días más, llévala al hospital para hacerle unos exámenes –guardó silencio un momento y prosiguió–. Tu padre está muy débil, pero se recuperará pronto. Hay que bajarle la fiebre y darle mucho líquido. No dejes que se levante por lo menos en tres días. Cuídalos muy bien a ambos, no deben hacer esfuerzos y lo que más necesitan es tranquilidad.
- GOHAN: Sí, Dr, lo que usted diga.
Pasaron las semanas y Milk ya estaba completamente recuperada. Es más, ni el mismo doctor se explicaba que estuviera completamente sana. Parecía como si no hubiera estado enferma en toda su vida. Su corazón tenía la fortaleza que había perdido y sus pulmones recibían gustosos el aire que ella respiraba.
- DR: Señora Milk, no me queda más que decirle que fue un milagro. No hay explicación científica para la cura de su enfermedad.
- MILK: Mi ángel guardián me salvó la vida, doctor –dijo sonriendo.
- DR: No lo dudo.
Gokú, en tanto, se había recuperado de su pérdida de energía con una semilla del ermitaño, gracias a lo cual había vuelto a ser el Gokú de siempre. Pero nunca olvidaría lo que pasó. Estaba feliz de tener a su familia, sobre todo a esa mujer tan especial para él, a quien amaba más que a su propia vida, y por lo que se la había entregado sin dudar un solo instante.
Milk salió de la consulta del doctor y afuera la esperaba Gokú. Estaba de pie, mirando por una de las ventanas del hospital. Cuando ella salió, se le acercó.
- GOKÚ: ¿Cómo te fue?
- MILK: Muy bien. Mis pulmones podrían contener todo el oxígeno del planeta, y mi corazón puede latir todo lo que quiera.
- GOKÚ: ¡Qué bien! ¡Estupendo!
- MILK: Y eso se lo debo a mi ángel guardián –dijo guiñándole un ojo, ante lo cual Gokú se sonrojó.
La tomó de la mano y salieron del hospital. Cuando estuvieron afuera, la elevó suavemente entre sus brazos y emprendió el vuelo. Volaron cerca de dos horas, disfrutando de la fresca brisa que acariciaba sus cuerpos. No hablaron nada durante ese tiempo, sólo querían sentirse el uno al otro, cerca, sin nada oculto. Cada uno era parte del otro, y se complementaban perfectamente, como dos piezas de un puzzle. Sentían una paz inmensa dentro de ellos. Algo que no se hubieran podido decir con simples palabras. Sólo se miraron un instante y se besaron.
En eso, llegaron a un acantilado desde donde se veía el mar. Gokú descendió y dejó a Milk suavemente en el suelo. Se quedaron abrazados contemplando el hermoso atardecer. El cielo le daba tonalidades anaranjadas, rojizas y rosadas al mar, que los relajaba con el sonido de sus olas al llegar a la playa, y con su salado aroma.
- MILK: ¿Y este lugar Gokú? No había venido hasta aquí. No sabía que lo conocías, es precioso.
- GOKÚ: En este lugar un amigo me dio las fuerzas que necesitaba para seguir adelante.
- MILK: ¿Sí?
Gokú asintió con la cabeza sin dejar de mirar el horizonte. Milk empezó a recordar todo lo ocurrido semanas atrás. Tanto dolor y tantas preocupaciones. Y ahora, estaba al lado del hombre que amaba y que había dado su vida por ella. La tormenta había pasado y ahora todo estaba en orden. De pronto sintió un escalofrío recorrerle la espalda, y un temor inmenso de perder lo que tenía. Nada dura para siempre, ella lo sabía, y por la misma razón, tenía miedo. Gokú la sintió temblar y la abrazó más fuerte.
- MILK: Gokú… No nos volveremos a separar, ¿verdad? –preguntó con cierto temor y apoyando su cabeza en el pecho de su esposo.
- GOKÚ: Nunca… –respondió casi en un susurro.
- URANAI BABA: ¿Por qué lo hiciste, Enma?
- ENMA SAMA: Pues… desde un principio ella no quería venir, así que no me costaba nada postergar el día en que le correspondía morir.
- URANAI BABA: ¿Y a Gokú? Esta vez también había muerto.
- ENMA SAMA: Uranai baba… Gokú ha muerto y revivido tantas veces, que ya da lo mismo dónde se encuentre. Ha hecho demasiado por el universo, y eso le otorga… digamos… ciertos «privilegios». No me costaba nada ayudarlo un poquito.
- URANAI BABA: Creo que tienes razón.
Ambos se miraron con una gran sonrisa. No le habían dicho a nadie la razón por la que Milk se había recuperado, y eso los hacía cómplices. Tenían un secreto, pero esta vez lo compartían.
Gokú se había dado cuenta de muchas cosas. La terrible experiencia por la que habían pasado, lo había ayudado a valorar lo mucho que tenía, y que no había sabido apreciar. Tenía un gran tesoro, al que cuidaría más que a cualquier cosa, y no lo dejaría… Nunca.
Gokú dio una mirada a la playa y luego a Milk con una infantil y tierna expresión en su rostro.
- GOKÚ: ¿Una carrera por la playa?
- MILK: Pero dame ventaja.
Nota de la autora: Gracias a todos por acompañarme una vez más. ¡Uff! ¡Qué les puedo decir! Hacía bastante tiempo que quería escribir algo sobre Gokú, así que me animé y éste fue el resultado. Debo confesarles que no fue fácil. Pero gracias a Saltamontes pude salir de varios abismos en los que me encontraba. Se merece parte del crédito por «auspiciarme» con sus ideas. Sólo espero que les haya gustado. Quiero dedicarle este fic a todas las personas que sientan en algún momento de su vida que no hay salida. Nunca olviden que siempre estará con nosotros nuestro «ángel guardián».