La Compañera – Capítulo 5

Fanfic: La Compañera


Tú, en tu mundo
Separado del mío por un abismo
Oye, llámame
Yo volaré
A tu mundo lejano…

Ya habían pasado algunos días desde la alocada fiesta en la Corporación Cápsula y la mayoría de los Guerreros Z había vuelto a su vida normal. Piccolo seguía en el Templo Sagrado ayudando a Dende a ser un buen Kamisama, así como, en su debido momento, había entrenado a Gohan para poder defender al planeta de la amenaza que representaban los saiyajins, varios años atrás. Su parte buena, la que fue Kamisama en algún momento, se lo exigía. Y no es que desempeñar el rol de maestro del pequeño namek le gustara mucho, y más aún sabiendo que su estadía en la Plataforma Celeste implicaba estar cerca de su «compañera» impuesta a la fuerza, pero sabía que nadie más podría hacerlo. El trabajo de Dende era muy importante y pasaría mucho tiempo antes de que pudiera desempeñarlo a cabalidad y solo.

Por su parte, Piccolina entrenaba todas las tardes con Gohan. Ya volaba perfectamente y también era capaz de reconocer y sentir sin dificultad el ki de las personas. También había comenzado a aprender técnicas de combates. Justo como ese día…


Yo conozco tu camino
Cada paso que darás
Tus angustias tus vacíos
Y las piedras que hallarás
Pero nunca piensas que
Como roca a ti regresaré…Yo conozco tu respiro
Todo lo que no querrás
Tú no vives yo estoy viva
No lo reconocerás
Y parece como si
Este cielo en llamas de cayese en mí
Como el fin del universo…

Era una hermosa tarde otoñal. Las hojas rojizas y amarillentas caían de los árboles como si fueran lágrimas… muriendo para revivir nuevamente con el comienzo de la primavera… Ya casi culminaba el otoño, una de las épocas del año favoritas de Piccolo, con la cual se sentía muy identificado… Una estación no muy alegre, más bien melancólica, como lo era él…

Ese día, el namek se encontraba meditando sobre una enorme cascada de agua. En un instante abrió sus ojos y levitó hasta su cima, posándose con suavidad. Su larga capa blanca se movía majestuosa con el viento, dándole al guerrero una apariencia imponente y, al mismo tiempo, fascinante. Tomó una enorme bocanada de aire puro y se permitió una ligera sonrisa al observar los hermosos parajes que adornaban ese lugar, por el que sentía un cariño muy especial. Allí había vivido desde muy pequeño y había entrenado arduamente con el único propósito de derrotar a Goku. Pero, qué lejos habían quedado esos días… Ya no era el mismo de antes, sin duda. Ahora luchaba en el bando de los buenos e incluso había entrenado al hijo del que creía su mayor enemigo, es decir, Gohan, y hasta había llegado a quererlo tanto como si fuera suyo.

Pero aún así había algo que no había cambiado en él. Esa sensación cálida y agradable que sentía cuando se encontraba en ese lugar. Desde siempre, desde niño. Era su hogar, su rincón especial del planeta, su refugio… Siempre se dirigía a esa región cuando quería meditar o simplemente estar solo.

Levantó su brazo y tomó la cantimplora que tenía atada a su cintura. Se acercó al rió y la llenó con el agua cristalina más deliciosa que había probado. Tomó unos sorbos e inmediatamente secó sus labios para luego volver a llenarla. Estaba fría, más de lo acostumbrado; el invierno se aproximaba y ya pronto haría demasiado frío como para poder estar allí. No tanto por él, ya que estaba acostumbrado a las enormes nevadas que caían, sino por Gohan y Piccolina, que habían decidido seguirlo y sentir esos parajes como suyos también, utilizándolos para entrenar.

Guardó su cantimplora y observó a la pareja entrenar a los lejos. Intercambiaban golpes y patadas a una velocidad sorprendente, haciendo que sus movimientos fueran imperceptibles a los ojos humanos ordinarios. Al verlos, Piccolo frunció el ceño, extrañado de ver los progresos de Piccolina. Era fuerte, demasiado diría él, para una persona que, al haber nacido gracias a un deseo pedido a las Esferas del Dragón, no debería superar los poderes de su creador. Pero ella era mucho más fuerte y ágil que Dende… Había pensado mucho tiempo al respecto y la única explicación que se le ocurría era que su parte namekuseijins era de la clase guerrera más alta, la mejor… y si seguía entrenando de esa manera, quién sabe a dónde llegaría…

Piccolina respiraba agitadamente, pero aún así no sentía el agotamiento que debería haber hecho merma en ella al llevar varias horas ejercitándose. Por el contrario, estaba feliz, y al mismo tiempo emocionada. Le gustaba mucho aprender todo lo que fuera posible, y Gohan lo hacía muy bien. Ambos disfrutaban el entrenar juntos y habían conformado una gran pareja. Sin embargo, una sensación extraña comenzó a invadirla haciendo que perdiera su concentración; todo su cuerpo se estremeció… Giró y notó que Piccolo la observaba fijamente, penetrándola con su mirada. Ella se quedó embelesada con el embrujo de su profunda mirada de ojos negros, esos ojos tristes y solitarios que ella tanto amaba… Un dolor agudo en su abdomen la hizo volver en sí, justo a tiempo de observar horrorizada cómo todo su cuerpo se incrustaba en las duras y frías rocas del suelo. Su vista comenzó a perder enfoque hasta que finalmente se tornó negra, perdiendo el sentido…

Gohan y Piccolo volaron apresuradamente a su encuentro. El niño, sorprendido por haber logrado asestarle ese golpe, cuando estaba seguro de que ella lo esquivaría. De haber sabido que se quedaría inmóvil, nunca le habría golpeado con tanta fuerza. También le dio gracias a Kamisama por no haberse convertido en SSJ cuando le dio la patada, sino en su estado normal.

«¡PICCOLINA!, ¡PICCOLINA, ¿ESTÁS BIEN?!», exclamó el joven saiya casi desesperado.

Piccolo tomó a la mujer y chequeó sus signos vitales. Observó su cuerpo notando que no tenía ninguna herida o daño grave. «Tranquilo, Gohan. Está bien. Sólo le sacaste el aire».

«¡¿En serio?!», insistió el chico.

«Por supuesto. Yo no te mentiría».

Ella comenzó a abrir sus ojos. Al verlos trató de sonreír. «H-hola… c-chicos… ¿C-cómo están?…».

Ambos se vieron y suspiraron aliviados. Piccolo ayudó a que se pusiera en pie.

«¿Cómo te sientes, Piccolina?. Yo, lo siento mucho… Nunca pensé que no esquivarías mi golpe…», comenzó a disculparse el niño.

«No te preocupes. Ya estoy bien. No fue nada…».

Piccolo se puso muy serio. «Además, no fue tu culpa, sino de Piccolina. Ella perdió su concentración y cometió un gran error, que en una pelea real le hubiese costado la vida. Jamás dejes de observar los movimientos de tu oponente o estarás a su merced, ¿me oíste? ¡JAMÁS!», alegó casi exasperado.

Piccolina bajó su rostro muy apenada. Era cierto lo que Piccolo le decía, y por eso sabía que merecía sus duras palabras. Sin embargo, a veces sentía que lo único que lograba obtener de él eran sus regaños, sermones, o simplemente su silencio… Nunca una palabra amable, una caricia, o algo tan simple como una sonrisa… Pero ella no era de las personas que se rendían fácilmente. Piccolo era un reto que ella había aceptado. Quizás la mayor prueba que debería superar en toda su vida. Y haría lo que fuera necesario para poder conquistarle…

Gohan, viendo la reacción de Piccolina, la tomó del brazo. Ella vio su rostro sonriente. «No te preocupes, Piccolina. Fue sólo un pequeño errorcito. No volverá a suceder. Mejor continuemos, ¿sí?».

Ella también sonrió a su gesto. «¡Claro que sí! ¡Ya verás como esta vez sí te gano!», le retó mientras alzaba el vuelo y se ponía en guardia. El chico aceptó la apuesta complacido y la siguió.

Piccolo los vio alejarse y cruzó sus brazos. «Es más fuerte de lo que pensé. Después de semejante golpe, pudo levantarse sin mucha dificultad. Y casi no recibió daños…», pensó sorprendido.

Ambos se miraron fijamente algunos segundos. Piccolina no esperó mucho tiempo y tomó la delantera, atacando al niño fieramente con una combinación de golpes en el rostro. Gohan no se movió hasta que encontró su oportunidad de tomar ventaja, finalmente pudo tomar uno de los brazos de la mujer, jalándola. Dio una vuelta sobre su eje, empujándola para posteriormente lanzarla en contra de una montaña. Ella salió volando, pero puedo detenerse antes de chocar en contra de ellas.

El saiya voló apresuradamente tras la mujer y, antes de que pudiera reaccionar, clavó uno de sus pies en sus costillas, obligándola a retroceder e incrustarse en las rocas. La namek usó toda su fuerza, pero finalmente, y sujetando su pie, lo lanzó lejos. Se levantó como pudo y, aprovechando la sorpresa del momento, se colocó justo arriba de él. El chico observó asombrado por su rapidez como lo esperaba con sus brazos en alto, dispuesto a darle el golpe final. Como pudo, desvió un poco su trayectoria, evitando el golpe, aunque no por completo, así que cayó pesadamente al suelo, que se agrietó debajo de su espalda.

Piccolina descendió y colocó muy cerca del saiya, muy segura de que ya no podría levantarse. El chico, desde hacía largo rato estaba agotado, ya que había comenzado a entrenar mucho antes que ella, y sabía que no podría continuar por mucho tiempo más. Pero se sorprendió al verle levantar la cabeza…


Gohan jadeaba. Levantó su rostro y sintió un líquido caliente descender de su labio inferior. Era sangre. Estaba mareado, pero vio una silueta deforme justo a su lado. Observó detenidamente y finalmente la figura comenzó a tomar forma. Un grito ahogado escapó de su garganta al reconocer quién era… una pesadilla que volvía para atormentarlo nuevamente, directo del infierno… ¡ERA CELL!



Piccolina vio el semblante del saiya y enseguida se figuró que algo malo le pasaba. Se asustó y preocupó. Esa mirada perdida, como si estuviera en otro mundo… ¡No!, ¡¿sería que otra vez estaba sucediendo?!


Gohan se levantó. Un sudor frío recorría su rostro mientras reconocía el siniestro lugar donde se encontraba. Todo tal y como estaba en ese entonces… La plataforma del Cell Game en ruinas… La devastación producto de la gran batalla llevada a cabo… Sus amigos a lo lejos observando la escena con espanto, sus brazos caídos… ya no luchaban… sin ánimos, viéndolo todo perdido… siendo testigos del fin… la Tierra a punto de desaparecer…
El viento soplaba con furia, levantando una gran polvareda que agitaba sus cabellos dorados y su aura… Llegó justo a tiempo de escuchar el discurso final de su más odiado enemigo. Aquel que le había quitado lo más preciado…

«Me derrotaste, niño. Pero yo no me iré solo… ¡¡me autodestruiré en un minuto y me llevaré a todo este miserable planeta conmigo!! ¡Y no podrás hacer nada, porque si me atacas, sólo lograrás que explote antes de tiempo!».

El joven, aún aturdido, volteó y vio con horror a Cell expandiendo todo su cuerpo, dispuesto a estallar en mil pedazos queriendo vengarse, asesinándolos a todos.

En ese momento sintió como todas sus fuerzas de SSJ nivel 2 fallaron, haciendo que cayera de rodillas en el suelo y comenzara a llorar desconsoladamente. Había sido su culpa, ¡todo había sido su maldita culpa! ¡¿Por qué no lo acabó cuando pudo?! ¡¿Por qué no hizo caso de las palabras de su padre?!

«Gohan… hijo…».

Abrió sus ojos de par en par. Esa voz…

«P-papá…», levantó su mirada para poder verle bien. Allí estaba, como todas las veces convertido en SSJ. Sonriéndole, sin una pizca de reproche, pero sí con mucho amor. Dispuesto a morir para salvarlos a todos. Tratando de arreglar su fatal equivocación…

El niño levantó su mano en súplica. Tratando de tocarlo, de impedir que lo hiciera, aún sabiendo que todo era inútil. Nada cambiaría, él seguiría muerto…


«¡GOHAN! ¡DESPIERTA, GOHAN!», Piccolina tomó al niño por los hombros y comenzó a moverlo casi histéricamente, tratando de que volviera en sí…

Gohan se resistió un poco. Se zafó de sus brazos con violencia, pero luego parpadeó, reconociendo dónde estaba realmente, y con quién. Como si despertada de un largo sueño…

«¿Estás bien?… Gohan…», murmuró tímidamente, esperando su reacción.

El chico la observó detenidamente, sorprendido, con una expresión de horror en su rostro. Como si hubiese visto al mismísimo demonio o a alguien peor. Finalmente cayó casi desmayado en sus brazos. Se aferró con violencia desesperada a su cintura y comenzó a llorar amargamente…

Ella colocó una de sus manos en su cabeza y acarició sus cabellos, sin entender bien lo que le pasaba. Era la tercera vez que Gohan caía en ese… trance… y ella no sabía por qué. Ni siquiera sabía qué lo originaba, o qué veía, ya que él nunca quería hablar al respecto, una vez que se reponía del shock. Sin embargo, sabía que debía ser algo terrible, sospechaba que debía ser algo de su pasado… un mal recuerdo que se resistía a abandonarlo…

Piccolina levantó su rostro buscando a Piccolo con su mirada. Lo encontró en la cima de la montaña, observándolos con preocupación. Aún así, no se acercó. Cruzó sus brazos y piernas y, levitando un poco, cerró sus ojos y comenzó a meditar.


¡LA PELEA DEL SIGLO!PICCOLO vs PICCOLINA

ROUND 1

Por amor, has querido darlo todo
Por amor, intentaste el tiempo detener
Tuviste sentimientos
A corazón abierto
Inventaste manías
Que se quedaron mías…


Piccolo y Dende se encontraban conversando en la Plataforma celeste. El namek le explicaba a su pupilo algunas cosas, y al mismo tiempo le recomendaba unos libros muy interesantes que se encontraban en la biblioteca y que podía leer.

En un instante, ambos se taparon instintivamente los oídos. Sintieron un dolor agudo, como si sus tímpanos fueran a explotar de un momento a otro, con una desesperación tal que casi hizo que se arrancaran las orejas.

No podía ser otra cosa. Alguien silbaba…

Salieron corriendo, con las escasas fuerzas que les quedaban, y que mermaba por momentos, en la dirección de donde provenía ese ruido infernal. Allí encontraron a la causante de su tortura: Piccolina…

Ella se levantó muy nerviosa al verlos, preguntándose cómo sabían que estaba en el Templo, al tiempo que tapaba un caja grande detrás de ella.

«¡CÁLLATE!, ¡CÁLLATE!, ¡CÁLLATE!», le gritó Piccolo, al borde del desmayo.

«¿Eh?… pero, ¿qué les pasa? ¿Están enfermos?… Tienen unas caras…», dijo, dejando de silbar.

Los namek suspiraron aliviados, tratando de controlar su respiración agitada. ¡Rayos, cómo dolía!

«E-eso… q-que hacías…», balbuceó Piccolo, entrecortadamente.

«¿Qué? ¿Esto?». Ella comenzó a silbar nuevamente, para desgracia de Piccolo y Dende, que volvieron a taparse los oídos, muy adoloridos. El más joven cayó al suelo, mientras que el mayor tomó a Piccolina por un brazo y le tapó la boca para que dejara de emitir tan lastimoso sonido.

«¡TE DIJE QUE TE CALLARAS, PICCOLINA! ¡NOS ESTÁS LASTIMANDO!», repitió casi histérico.

Ella los miró sorprendida. «¿Los lastimo?, pero si sólo estoy silbando… Vi a Gohan hacerlo una vez y enseguida aprendí yo también…».

Piccolo tomó unas enormes bocanadas de aire antes de continuar. «Sí. El oído de los namek es muy sensible. Sobre todo a los silbidos. ¡No vuelvas a hacerlo nuevamente, ¿entendiste?!».

«E-está… b-bien… Yo no lo sabía…».

Con tanto alboroto, llegó Mr.Popo dispuesto a saber qué estaba pasando. Viendo a Dende aún en el suelo, lo ayudó a levantar inmediatamente.

«¡Kamisamas! ¡¿Estás bien?!».

«Sí, Mr.Popo. Descuida».

«Beros, ¿qué basós?», quiso saber muy preocupado. No quería ni pensar en que estuviera enfermo.

«Es que Piccolina comenzó a silbar. Ya sabes que nuestros oídos no soportan ese ruido».

«¡Oh, sí! Es muy ciertos…».

Piccolina frunció el seño, confundida. «Un momento… Si lo que dicen es cierto, entonces, ¿por qué yo no siento ningún dolor al silbar?».

Piccolo se puso algo nervioso con la pregunta. «B-bueno… lo que pasa es que… es que… ¡Ah, sí! Sólo los hombres tenemos los oídos sensibles. Las mujeres no tienen esa debilidad… ¿Verdad, Dende?». En ese momento colocó una de sus manos en el hombro del pequeño y la apretó un poco, indicándole que lo apoyara. Él no sería el único mentiroso en todo ese lío.

El niño entendió su mensaje. ¡Bah!, ¡qué vergüenza que un Kamisama debiera mentir!, aunque fuese por una buena causa…

«Sí, por supuesto…», mintió, sin muchas ganas, sus ojos mirando el suelo.

Vaya, había estado muy cerca.

«Ya veo…», respondió Piccolina, no muy convencida. Ella sentía que algo le ocultaban, pero por alguna extraña razón no querían decírselo. Igual lo averiguaría a como diera lugar, eso seguro…

De repente, unos extraños ruidos hicieron que todos voltearan curiosos hacia la caja que la mujer trataba de ocultar infructuosamente.

«¿Qué es eso?», preguntó Dende.

«Yo no escucho nada…», dijo Piccolina, haciéndose la inocente.

Pero los ruidos se hicieron más agudos. Parecían lamentos, en realidad.

«¿Y eso tampoco lo escuchaste?», preguntó Piccolo, cínicamente. «¡Déjame ver qué tienes en esa caja!».

«¿Caja?… ¿Cuál caja?…».

Piccolo se golpeó la frente con su mano, desesperado. «¡PUES ESA MALDITA CAJA!», insistió señalándola con su dedo.

La mujer giró nerviosa, fingiendo gran sorpresa al verla. «¡Oh, vaya! ¿Cómo habrá llegado esto aquí?…». Pero viendo que nadie le creía, suspiró. No había caso, debía decir la verdad. «Está bien… Dentro de la caja traigo una sorpresa que le quería dar a Piccolo…».

El guerrero abrió sus ojos sorprendidos. «¡¡A MÍ!!», exclamó tragando saliva. ¡Quién sabe qué locura se le habría ocurrido ahora!

«Eh… bueno, sí…», balbuceó un poco ruborizada. Tomó la caja en sus brazos y la levantó. Pero ésta comenzó a moverse sola, haciendo que Piccolo, Dende y Mr.Popo retrocedieran sorprendidos.

«¡¿QUÉ RAYOS TIENES AHÍ?!», preguntó, alarmado.

«Es sólo una pequeña mascota. Mis nuevas amigas Alicel y Saltamontes me dieron la idea. Es algo inquieta, por eso silbaba. Parece que los silbidos la tranquilizan… je, je…», sonrió, pero nadie parecía muy divertido con la situación.

Quitó la tapa y un animalito, parecido a un gato, asomó su negra cabecita con curiosidad. Enseguida saltó de la caja inesperadamente al suelo. Y entonces los ojos de los hombres se abrieron desorbitados al ver que el animalito era totalmente negro a excepción de una delgada línea blanca que recorría su cabeza y espalda, y finalizaba en su cola.

«¿No es linda? Es hembra», dijo Piccolina con ternura.

Los tres se miraron y gritaron al unísono: «¡WWHHAAA! ¡ES UN ZORRILLO!».

Salieron corriendo y se colocaron muy lejos de ellos, por si acaso el animal llegaba a expulsar su desagradable «perfume».

La mujer se les quedó mirando, sorprendida. «¿Un zorrillo?… Y yo que pensé que era un gato… En fin, igual es encantadora…». Se arrodilló y acarició la espalda de su nueva mascota, que comenzó a mover su colita, llena de felicidad.

Piccolo cerró sus puños, furioso. «¡¡DESHAZTE DE ESA COSA INMEDIATAMENTE!!».

Ella lo miró desafiante. «¡No quiero! ¡Es un regalo para ti! ¡¿Nunca te han dicho que rechazar un obsequio es de mala educación?!».

«Bueno, en eso tiene razón…», comenzó a hablar Dende. Pero Piccolo no lo dejó continuar.

«¡TÚ CÁLLATE, ENANO! ¡¿NO RECUERDAS LO QUE PASÓ LA VEZ QUE A TI TAMBIÉN SE TE OCURRIÓ LA BRILLANTE IDEA DE TRAER UNO DE ESOS ANIMALEJOS ACÁ?!». Tomó aire para poder continuar, así que giró hacia Piccolina. «¡¡OBEDÉCEME ANTES DE QUE HAYA UN ACCIDENTE!!».

La mujer tomó al zorrillo en sus brazos y sonrió. «¿Un accidente?… Vamos, hombre. Es sólo un animalito inofensivo. ¿Qué podría hacer?».

Pero con los gritos de Piccolo, la zorrillo se puso nerviosa. Sus cabellos se pararon en punta, totalmente erizados, y levantó su cola dispuesto a utilizar la única arma que tenía para defenderse. Fue entonces que la Plataforma Celeste se llenó de la mayor pestilencia. El olor fue tan intenso, que todos cayeron desmayados…

El animal saltó de los brazos de la mujer y salió corriendo al interior del Templo dispuesto a esconderse y salvar su vida, que creía amenazada…


Una hora después, ya todos habían despertado. El olor del lugar era atroz, pero el viento había disipado un poco los gases, haciéndolos un poco más llevaderos…

«¡TE DIJE QUE TE DESHICIERAS DEL ZORRILLO! ¡¿POR QUÉ DEMONIOS NO ME HICISTE CASO?!», vociferó Piccolo, tan enojado que casi expulsaba fuego por su boca.

«Es que yo… ¡Lo siento mucho, pero nunca imaginé que algo así podría pasar!», musitó la namek casi al borde del llanto.

Pero aún no terminaba el discurso…

«¡NO PODÍAS TRAER ALGO MÁS NORMAL COMO UN PERRO O UN GATO, ¿CIERTO?! ¡NNOOO! ¡LA NIÑA TENÍA QUE LUCIRSE! ¡DÉJAME DECIRTE QUE NO PUDISTE ELEGIR ALGO PEOR!

«Pues a mí me barece muy extraños que Biccolinas trajeras justo un zorrillos igual que Kamisamas…».

«Un momento, señor Piccolo –intervino Dende– creo que ahora lo entiendo…».

«¡ENTIENDES, ¿QUÉ?!»

«Usted tal vez no lo sepa, porque no creció en Namekuseijin como yo. Para nosotros, ¡los zorrillos son el mejor amigo del namek!».

«¿Uh?… ¿Que ése no era el berros…?», preguntó el fiel ayudante rascándose la cabeza, confundido.

El joven Kamisama sonrió. «El perro es el mejor amigo del humano, Mr.Popo; el zorrillo, del Namek. Claro que, los zorrillos namek no huelen tan mal como los de acá…», culminó el pequeño tapándose la nariz, asqueado.

Piccolo casi se cayó para atrás al escuchar tal cosa. «¡Eso es lo más ridículo que he escuchado en mi vida!…». Se quedó pensando unos minutos y continuó: «…Bueno, eso y la vez que Goku me dijo que quería aprender a conducir… ¡¿ACASO TRATAS DE TOMARME EL PELO, NIÑO?!».

«¡Ay, no, señor Piccolo!, ¿Cómo cree? Lo que le digo es cierto…».

«Además –alegó Piccolina–, tú no tienes cabello. ¿Cómo podría tomártelo?».

El hombre miró a la mujer fijamente. Se puso rojo y sus venas sobresalieron de su frente. «¡NO SEAS TONTA, FUE SÓLO UN DECIR!».

«Ah, ya entendí… ¡pero no me grites! ¡Yo no tengo la culpa de que seas calvo!».

«¡GGGRRR!». Piccolo tomó su turbante y lo echó al suelo con furia. «¡A mí no me interesa si soy calvo a no, ¿entendiste?!».

«¡JA!, sí, cómo no…».

«¡PUES ASÍ ES!».

«Ejem…». Dende tosió un poco tratando de llamar la atención y prosiguió con su explicación. «Lo importante del asunto es que seguramente Piccolina actuó por instinto. No fue malicia».

«Sí, sí, ¡así es!. Yo vi muchos animalitos bonitos en el bosque, pero el que más me llamó la atención fue la zorrillita, así que decidí traerla».

«Te pasó igual que a mí».

Piccolo sonrió con malicia. «Sí, y al igual que a Dende, ahora tú recibirás merecidamente mi tratamiento especial».

Piccolina tragó saliva. «¿E-el… t-tratamiento… e-especial?… y… y… ¿q-qué es eso?».

El guerrero alzó su mano y enseguida apareció en ella un cepillo de dientes. «Bueno, ya que por tu culpa el Templo huele peor que el infierno, ¡SERÁS TÚ QUIEN LO LIMPIE!».

«Pero… ¡¿con eso?!». Piccolina señaló el cepillo. «¡ME TOMARÁ TODA UNA ETERNIDAD TERMINAR!».

«¡JA!, ¡JA! A Dende le tomó exactamente un mes, seis días y ocho horas limpiarlo todo. Tú podrás hacerlo más rápido, seguramente», se burló mientras le entregaba su herramienta de limpieza.

Ella se lo arrancó de su mano, enfurecida. «¡Está bien! ¡Qué malo eres, Piccolo!». Se arrodilló y comenzó a cepillar el suelo.

«¡JA! ¡TODA LA VIDA, NIÑA!», le respondió alejándose de ella.

«¿Es esto necesario?», trató de disuadirlo Kamisama.

«¡POR SUPUESTO! ¡¿QUÉ EJEMPLO TE DARÍA SI, CUANDO PICCOLINA HACE LO MISMO QUE TÚ, YO NO LA CASTIGARA COMO ES DEBIDO?!».

«Pues eso a mí no me molesta…», balbuceó temeroso.

«¡PERO A MÍ SÍ! ¡Y YA CÁLLATE SI NO QUIERES TERMINAR AYUDÁNDOLA A ELLA!».

«E-está… b-bien…».

Piccolo se acercó a Mr.Popo. «Popo, quiero que busques a ese zorrillo por todo el Templo antes de que haga más desastres».

«Enseguidas, Biccolos», dijo mientras se ponía un gancho de ropa en su nariz e iba en su búsqueda.

«¿Y usted qué hará mientras tanto?», preguntó, curioso, el chico namek.

«Pues vigilar que Piccolina haga adecuadamente su trabajo», le aclaró mientras se acercaba a ella.

Al ver su sombra, la mujer levantó su rostro, sólo para oírle decir: «¡QUIERO QUE ESTE PISO QUEDE RELUCIENTE! ¡CUANDO TERMINES, ESPERO PODER VER MI REFLEJO EN CADA UNA DE ESTAS BALDOSAS, ¿FUI CLARO?!».

«Sí, Piccolo», refunfuñó la joven.

Piccolo hizo aparecer un altoparlante en su mano y lo encendió, dispuesto a usarlo. «¡LIMPIA!, ¡LIMPIA!, ¡LIMPIA!…», comenzó a gritarle.

La mujer suspiró resignada.

NOTA MENTAL: El Plan A no salió bien. No importa, para eso tengo el Plan B… Me preguntó cuándo pensará darme de comer ese verdoso regañón, sin una pizca de humor en todo su grande, musculoso y hermoso cuerpo… ¡¡Muero de hambre!!


ROUND 2Por amor, has corrido sin aliento
Y dime sin pretextos
¿Cuánto de ti has puesto?
¿Cuándo has caído tú en esta agonía?
Y parece como si
Este río se inundara sobre mí
Como lluvia en un diluvio…


Ese día, Piccolina llegó al Templo muy contenta. El plan sugerido por sus amigas Alicel y Saltamontes, de darle una mascota a Piccolo, no había dado muy buenos resultados, así que le había hecho una visita a Milk, buscando su consejo, alguna idea que le ayudara a conquistar al namek. Ella le había sugerido que fuera una buena ama de casa, eso ayudaba, y sobretodo una excelente cocinera, recordando cómo su querido Goku adoraba todo lo que ella le servía en la mesa, lo contento que se sentía al llegar todos los días a su hogar sintiendo el agradable aroma de sus alimentos provenientes de su cocina. Si esa táctica había funcionado con un saiyajin, ¿por qué no habría de hacerlo con un namekuseijin?

Por supuesto, Milk nunca se figuró que existía una sutil diferencia entre ambas razas: mientras que los saiyajins podían comer grandes cantidades de comida varias veces al día, los namekuseijins no comían nada en lo absoluto…

El problema consistía en que ella aún no sabía cocinar, así que Milk le preparó un impresionante banquete, capaz de alimentar a todo un ejército de humanos durante una semana, y se lo había dado en un cápsula. Así que lo primero que hizo al posarse sobre la Plataforma fue dirigirse a la cocina.

Al llegar, tomó la cápsula, accionándola, y enseguida pudo apreciar el festín. Piccolina estaba sorprendida y sentía que, aunque se lo explicaran un millón de veces, jamás entendería cómo, dentro de algo tan pequeño, podían caber tantas cosas.

Todo olía delicioso. Aún humeaba, y por lo tanto permanecía caliente. Sonrió al ver el hermoso mantel blando que su amiga había guardado con las provisiones. Y también algunas botellas de vino.

Colocó el mantel, los platos, cubiertos y copas, y finalmente toda la comida que pudo colocar sobre la mesa. Todo lo demás lo guardó en el refrigerador, ya que sentía que lo que había apartado sería suficiente para ambos.

Observó el resultado final muy emocionada. Ya sólo faltaba Piccolo, así que salió al exterior, dispuesto a esperarlo.


Estaba a punto de anochecer cuando Piccolo finalmente llegó al Templo. Estaba cansado, luego de un largo día de entrenamiento. Se posó con mucho cuidado para no hacer ruido. Lo menos que quería era ver a Piccolina en esos momentos.

Se sacó sus botas y comenzó a caminar en silencio rumbo a la entrada. Pero una voz en las sombras lo asustó de muerte.

«¡Buenas noches, Piccolo! ¿Por qué entras tan silencioso?».

Piccolo giró, maldiciendo su mala suerte. «Eh… hola, Piccolina… No es nada. Camino así porque me duelen los pies…».

«Ah, bien», dijo ella acercándose peligrosamente al namek, que retrocedió un poco temeroso.

«Por favor… ¡que no quiera besarme!», suspiró en silencio.

Ella llegó a su lado y tomó su brazo muy emocionada. «¡Ven conmigo, Piccolo! ¡Te tengo una sorpresa!».

«¡Ay, no!, ¡otra vez no!». Tomó sus botas con fuerza antes de lanzarlas al suelo. «¡¿Ahora?! ¡¿No podría ser otro día?!… Es que en serio estoy muy cansado hoy…».

«No te preocupes», trató de tranquilizarlo, «es una sorpresa agradable…».

Tomó su mano y lo llevó consigo a dentro. Piccolo, no muy feliz, pero sin ningún modo de escapar de tan incómoda situación…

Se sorprendió al ver que ella lo llevaba justo a la cocina. ¿Qué estaría planeando ahora?, pensó con nerviosismo… pero abrió sus ojos sorprendidos cuando vio la enorme cantidad de comida sobre la mesa hermosamente adornada. ¡No había visto nada igual!

«Bueno, mi querido Piccolo, ésta es mi sorpresa. Quise que comieras algo especial hoy… Siempre entrenas mucho y NUNCA TE HE VISTO COMER… Eso no está bien, porque te puedes debilitar… Pero dime, ¿te agrada?», preguntó sonriente.

«Y ahora, ¡¿qué haré?!», pensó consternado. «Emm… r-realmente… me has dejado sin palabras…», balbuceó.

Piccolina sonrió feliz y lo tomó del brazo empujándolo y obligándolo a que se sentara en una de las sillas de la mesa. «Tú tranquilo. Yo me ocuparé de todo».

Él se sentó a regañadientes. Colocó su brazo en la mesa y apoyó su cabeza en su mano, murmurando para sí: «Sí, eso es lo que temo…».

Ella abrió el refrigerador y sacó una de las botellas de vino, dispuesta a abrirla. Pero no tenía con qué, así que comenzó a revisar los cajones buscando un sacacorchos. Mientras, Piccolo la observaba tratando de encontrar una solución.

«Y dime, Piccolina. ¿Dónde está Mr.Popo? ¿Él hizo todo esto?».

«No, él no ha entrado a la cocina en todo el día. Aún sigue buscando a Maggie».

«¿A Maggie?… ¿Y quién rayos es Maggie?», preguntó extrañado. No había sentido ningún ki desconocido en el Templo.

«¿No te lo había dicho?… Pues Maggie es el nombre que le puse a mi linda mascotita».

Finalmente encontró lo que buscaba, así que comenzó a tratar de sacar el corcho de la botella, pero no podía.

Piccolo le indicó que se sentara. Ella lo hizo y enseguida tomó el vino dispuesto a ayudarla. «Oye, no quiero que te encariñes con ese zorrillo. ¡De ninguna manera se quedará aquí!», dijo sacando el corcho con su mano, sin mucha dificultad.

«Pero… ¡es que yo la quiero! ¡Quiero que Maggie se quede a vivir con nosotros!».

«¡YA TE DIJE QUE NO! ¡¿ACASO QUIERES QUE EL TEMPLO HUELA A RAYOS CADA VEZ QUE MAGGIE HAGA UNO DE SUS BERRICHES Y LEVANTE SU COLA?!».

Bueno, en eso Piccolo tenía razón… el olor del animalito era espantoso. Y ella lo sabía bien porque aún estaba cansada de tener que limpiar todo el Templo por su culpa. Pero aún así le había tomado mucho cariño…

«Tú eres un guerrero poderoso. Yo he visto en más de una ocasión todas tus capacidades… Puedes hacer magia con tus manos… aparecer y desaparecer cosas… ¡¿No podrías quitarle ese olor tan horrible a Maggie?!… ¡¡Sí, por favor!!».

Piccolo la miró sorprendido, tal vez, dudoso… y un poco divertido, ella aún era una niña…

«Veo que aún te falta mucho por aprender. ¡Lo que hago con mis manos no es magia!… Es un don muy especial que tenemos los namekusejins y que nos permite materializar nuestros pensamientos… Hasta tú podrías hacerlo si te enseño… Pero no sé si sería capaz de hacer lo que me pides».

La namek bajó su rostro, apenada. «Ya veo…».

No sabía por qué, pero Piccolo se puso triste de verla así… Tal vez se estaba contagiando un poco de los estúpidos sentimientos humanos…

«Oye, de todas formas lo intentaré. ¡Pero si no logro quitarle ese olor al animal, tú misma lo devolverás a la Tierra, ¿sí?!».

«¡¿En serio lo intentarás?!, ¡Oh, muchas gracias!», le dijo mientras lo abrazaba muy feliz. Pero luego se soltó. «Bien, ya que hemos aclarado el asunto de Maggie, ¿qué te parece si comemos? ¡No sé tú, pero yo tengo mucha hambre!».

Tomó el plato del guerrero y comenzó a llenarlo con ¡mucha, mucha comida!, tal como Milk le había dicho. Unas piezas de pollo… puré de papas… guisantes… ¡Ah, sí!, un poco de ensalada estaría bien… y, entre cucharada y cucharada, poco a poco fue formando una enorme montaña de comida, cuya majestuosidad sólo era comparada con la del monte Everest. Tan alta, que Piccolo tuvo que apartar un poco su plato para poder ver el rostro de Piccolina. Sus ojos desencajados, y sudando copiosamente…

«¡Por Kami…! ¡Esto es ridículo!… ¡Pero ahora lo entiendo todo!… ¡No sé cómo no lo vi antes!… ¡Debo estar pagando todos los pecados cometidos por mi padre, el demonio Piccolo Daimaoh!… ¡¡No existe otra explicación para tanta desgracia!!… ¡¡Oh, sí, muchas gracias, padre, por hacer mi vida tan miserable!!… gggrrr…», pensó.


EN EL INFIERNO…


En la Plaza Mayor de la ciudad «¡Qué calor hace aquí!», la muy conocida capital del infierno, un gran mitin se llevaba a cabo… Muchos de los ciudadanos se habían reunido con grandes pancartas en sus manos en las que podía leerse mensajes como: «¡Todos a la huelga!», «¡Los malos también tenemos derechos!», «¡Abajo el frío!, ¡Arriba la maldad!», «¡Nada por debajo de los 300 °C!», entre otros.

Se podían escuchar grandes vítores y cánticos. Todos muy emocionados de presenciar el discurso de su gran líder Darbura que, subido en una enorme tarima, informaba la situación a todos sus súbditos…

«¡¡Amigos… hermanos… demonios todos!! –exclamó con sus brazos en alto–. Todos conocemos la lamentable situación que estamos viviendo… Las temperaturas del infierno siguen bajando… ¡ESTO ES MUY GRAVE!».

«¡Así es!, ¡y nuestra paciencia se está agotando!», exclamó uno de los oyentes. Darbura buscó con su mirada y enseguida sonrió al reconocer esa voz. Era Freezer que vociferaba, enfurecido, todas sus quejas.

«¡El lago de lava y brea parece un tina tibia, y las calderas del infiernos se están apagando!, ¡¡ESTO ES INADMISIBLE!!».

Su compañero le apoyó. Era Cell quien tomaba la palabra esta vez.

«¡SE SUPONÍA QUE SUFRIRÍAMOS LOS PEORES TORMENTOS AL ESTAR AQUÍ! Y POR EL CONTRARIO, ¡¡PARECE QUE ESTAMOS PASANDO UNA VACACIONES EN LA ANTÁRTICA!!».

«¡De seguir así, este lugar terminará convertido en el Paraíso parte II!», opinó Zaabon, que en ese momento tomó su pancarta y la arrojó al suelo. Luego cruzó sus brazos. «¡¡¿PERMITIREMOS QUE ESO SUCEDA, HERMANOS?!!», gritó a todo pulmón.

«¡¡NO, POR SUPUESTO QUE NO!!», respondieron todos al mismo tiempo.

Viendo el desorden, Darbura pidió un poco de calma y serenidad.

«Debemos guardar algo de compostura. Piccolo Daimaoh tiene algunas cosas que decirnos».

Todos aplaudieron cuando el demonio Piccolo se levantó de su asiento y tomó el lugar de Darbura en el podio. Tomó las fichas donde tenía escrito su discurso, justo cuando…

«ACHUSS», estornudó, creando una enorme histeria colectiva.

«¡¡SE LOS DIJE!!», exclamó Raditz. «¡ESTAMOS VIVIENDO EN UNA NEVERA!».

«¡SÍ, YA HASTA PICCOLO DAIMAOH SE RESFRIÓ!», le apoyó Nappa.

Los reunidos alzaron sus panfletos, vociferando y quejándose de las malas condiciones en las cuales los Onis mantenían el infierno, pidiendo a gritos que el sindicato de demonios hiciera algo al respecto. No podía ser que vivieran en esas condiciones tan deplorables…

«¡¡QUEREMOS CALOR, NO FRÍO!!», se escuchaba el griterío por toda la ciudad.

«¡HUELGA!, ¡HUELGA!, ¡HUELGA!, ¡HUELGA!, ¡HUELGA!…».

Toda la muchedumbre gritaba a toda voz. Mientras, el pobre demonio retomó su asiento. No había podido decir ni una palabra del maravilloso discurso que había estado preparando durante días y que seguramente le habría valido la admiración de todos sus compañeros demoníacos.

«¡Ahora sí que me equivoqué! ¡Tremendo momento para estornudar!… ¡Argh!, ¡ahora nunca seré elegido alcalde de la ciudad! ¡Qué desgracia!», pensó Piccolo Daimaoh malhumorado, tirando sus fichas al aire.

«Piccolina… Yo en serio no tengo hambre…», dijo Piccolo con un hilillo de voz.

Pero la mujer no parecía escucharlo. «Esta comida está riquísima», dijo mientras amarraba un babero blanco con unos conejitos rozados en el cuello del namek, como si fuese un bebé.

Tomó una pierna de pollo, acercándola a sus labios. «A ver, a ver, Piccolo, abre la boquita. Pruébala y dime cómo está…».

El guerrero se echó hacia atrás, desesperado. ¡A punto de desmayarse!

«No, mira…», comenzó a hablar. Pero un portazo hizo que ambos pegaran un brinco tan alto que casi golpearon sus cabezas en el techo.

Asombrados, vieron una sombra negra brincar sobre la mesa, echando mucha de la comida a un lado y otro. Detrás, Mr.Popo hacía lo mismo…

«¡¡NO HUYAS, COBARDES!!», vociferaba muy molesto. «¡¡TE ATRABARÉ!!».

Brincó sobre la mesa y estaba a punto de hacerlo sobre ellos, de no ser porque Piccolo, en una rápida acción, tomó a Piccolina y se tiró al suelo.

Pero no sólo ellos terminaron en el piso, sino también la comida que, poco a poco, comenzó a hacerles compañía. También salió volando por los aires, terminando de la misma forma en las paredes.

Piccolina veía todo horrorizada. Tanto esfuerzo, ¡y todo había sido en vano! ¡GGGRRR!, ¡una vez más su plan había fallado!

Piccolo se levantó del suelo, enfurecido. «¡¡¿QUÉ SUCEDE, POPO?!!».

Pero éste no parecía escucharlo. Sólo daba vueltas por toda la cocina, gritando a todo pulmón. «¡¡YA VERÁS, TE HARÉ BURÉS!!».

Popo tomó una enorme cacerola de hierro y comenzó a golpear el suelo. Piccolo estaba a punto de lanzarle un rayo de energía para ver si así lograba tranquilizarlo, cuando un olor inconfundible llegó a su nariz. ¡Demonios, ya sabía qué estaba pasando!

Piccolina también lo sintió y se levantó muy asustada. «¡ES MAGGIE! ¡POR FAVOR, PICCOLO, NO DEJES QUE MR.POPO LE HAGA DAÑO! ¡¡DETENLO!!».

En ese momento, Piccolo sintió que alguien brincaba en sus brazos y vio que era el zorrillo apestoso quien lo hacía. No le dio tiempo de reaccionar para evitar que su fiel ayudante rechoncho lo golpeara con el sartén en la cabeza, haciendo que el guerrero terminara viendo muchas estrellitas girar a su alrededor. Finalmente, cayó al piso…

El ayudante vio que el utensilio de cocina se había doblado, completamente deforme por tan fuerte impacto, así que lo echó a un lado, ya totalmente inservible.

Por supuesto, el animalito, para nada tonto, saltó de los brazos del namek, apenas éste llegó al suelo, y salió huyendo por la puerta seguido muy cerca por Mr.Popo…

«¡¡TE MANDARÉ A LOS INFIERNOS, ENDEMONIADOS ANIMAL!! ¡¡TE MACHACARÉS!!», exclamaba en la lejanía.

La pareja namek había terminado llena de comida, al igual que toda la cocina. El guerrero aún continuaba aturdido en el suelo y Piccolina lo rodeó con sus brazos, tratando de darle calor. Estaba segura que su querido Piccolo arreglaría el desastre de esa noche con su don tan especial. Esperaba aprenderlo algún día, ya que resultaba muy útil.

NOTA MENTAL: El Plan B fue todo un fracaso. Afortunadamente ya había pensado en un Plan C. ¡La tercera es la vencida, ¿no?! Dios, espero que Maggie no sufra ningún daño…


ROUND 3Por amor, has gastado tanto y cuánto
Por amor, de tu orgullo queda el llanto
Por eso aquí me quedo
Toda la noche y ruego
Me voy con mi manía
Que crece fuerte y mía
Dentro de mi alma por ti, para ti…


Bueno, bueno, el plan A no había funcionado. Ni el B tampoco… Tal vez el plan C saldría mejor, pensó Piccolina un poco afligida, yendo en la dirección en que podía sentir el ki de Piccolo.

Aún debía tratar de ser una buena ama de casa. Aunque no sabía bien lo que eso significaba, Milk se lo había explicado varias veces y finalmente parecía comprenderlo. La idea de la cena no había salido bien, pero ella aún no se rendía…

Empezaría por algo sencillo, no muy complicado.

Cuando llegó al lugar indicado, vio al namek realizar maniobras en el aire, dar algunas patadas y golpes a un enemigo imaginario. Era muy rápido, y también muy guapo… sonrió para sí, emocionada. Agitó su cabeza tratando de controlarse, no quería desviarse de su principal objetivo. Buscó con su mirada y enseguida vio los objetos de su interés. Sobre el suelo, no muy lejos de donde ella se encontraba, divisó la capa y el turbante que Piccolo había dejado para poder hacer algunos movimientos nuevos con más soltura.

Se acercó sigilosamente y trató de tomarlos y llevarlos con ella. Pero pesaban mucho y lo único que logró fue caer al suelo muy sorprendida. Enseguida levantó su rostro al cielo. Por suerte, Piccolo no había notado su presencia.

«¡Qué pesado es esto! ¡Pero yo no pienso rendirme!».

Hizo un último gran esfuerzo y finalmente pudo levantarlos. Otro esfuerzo más y pudo irse con ellos volando.

Cuando iba ya lejos de allí, Piccolo giró y frunció el ceño. Había visto todo, pero decidió no intervenir.

«Y ahora, ¿qué pensará hacer esa loca?», pensó curioso, temiendo alguna nueva calamidad. Sentía una gran curiosidad, pero no dejaría de entrenar por eso, ¡faltaba más!. Se encogió de hombros y siguió con sus ejercicios.

Aunque no aguantó mucho, así que dos horas después se fue rumbo al Templo dispuesto a saber qué pensaba hacer con su capa y turbante.

Cuando llegó, vio a Piccolina sentada en el suelo con piernas y brazos cruzados. Se acercó un poco más y se alarmó al notar que estaba llorando…

«¿P-Piccolina?… ¿qué sucede?».

Ella se alteró al escucharlo, así que se levantó de un salto y comenzó a secar sus mejillas para que no notara que había llorado. «¡Piccolo! ¡¿Qué haces aquí tan temprano?!».

En ese momento el guerrero pensó en inventar una excusa, pero decidió ir directo al grano. «Te seré sincero. Quiero saber, ¿qué hiciste con mi capa y turbante?. Porque yo vi cuando te los llevaste».

La mujer abrió sus ojos en shock. «¡¿M-me viste…?!».

«Así es, aunque no quise decir nada en el momento. Pero conociendo tu historial, no quiero correr ningún riesgo».

«¡Qué desconfiado eres! ¡¿Cómo crees que yo haría algo malo, ¿eh?!».

Piccolo rió cínicamente. «¡JA!, ¡no me vengas con chistes!… ¿O quieres que comience a contar?».

Piccolina giró. «¡No es necesario que seas sarcástico, ¿no lo crees?!».

«Hummm… a ver… déjame pensarlo detenidamente… ¡¡Pues sí lo soy, y más contigo, niña!!».

La namek cerró sus puños con fuerza. «¡GGGRRR! ¡YO NO SOY NINGUNA NIÑA, ¿ENTIENDES?!».

«Sí, claro…». Pensaba continuar, pero la mujer se tiró en sus brazos y comenzó a llorar desconsoladamente, dejándolo sorprendido. En un principio no respondió a su abrazo, pero luego posó una de sus manos en su espalda. «Pero… ¡¿qué pasó?!».

«¡Lo siento mucho, Piccolo! ¡De veras no fue mi intención!», balbuceaba entre sollozos.

«A ver…», comenzó a hablar mientras la apartaba. «Y ahora, ¿qué hiciste?».

Ella se mordió los labios, dudosa. «Es que yo… yo… ¡¡yo sólo quería ser una buena ama de casa!!», exclamó, apoyando su rostro en su pecho.

«¡¡¿Ama de casa?!!», repitió Piccolo cada vez más confundido.

«S-sí… ¡pero nada me sale bien!».

«No lo entiendo. ¡¿Qué tiene que ver mi capa y turbante con ser una buena ama de casa?!».

Piccolina lo vio seriamente y enseguida metió una de sus manos en uno de los bolsillos de su pantalón, sacando un pedazo de tela blanco. Piccolo pensó en un principio que era un pañuelo, pero estaba equivocado…

«Te lo diré, pero… ¡¡por favor, trata de no enojarte mucho, ¿sí?!!».

«Está bien», dijo mientras cruzaba sus brazos.

La mujer extendió el pedazo de tela para que Piccolo pudiera apreciar lo que realmente tenía en sus manos. ¡Era su capa!, aunque ésta medía como 15 centímetros de largo. Como si hubiese sido hecha para una muñeca.

«¡Pero si es…!».

«Es tu capa… Yo sólo quería lavarla, ya sabes… darte una sorpresa… pero, je, je, se encogió un poco… y también quise hacer lo mismo con el turbante…».

Volvió a meter su mano en su otro bolsillo, sacando su pequeño turbante, y bajó su cabeza, esperando el tremendo regaño que recibiría.

Piccolo tomó la capa y el turbante en sus manos. Los observó un rato, impresionado. La verdad, ya no sabía si reír o llorar con todas las ocurrencias de su compañera. Y lo peor de todo es que siempre le salían las cosas mal…

«Piccolina», la llamó.

«Sí… echa afuera toda tu ira. Sé que lo merezco. Yo lo soportaré, descuida…», dijo, ya resignada.

El namek no pudo evitar sonreír con sus palabras. «Escúchame bien. Tú no debes ser ninguna ama de casa. No es necesario, para esas labores está Mr.Popo. Deja que él haga su trabajo».

«Es que… yo sólo quería agradarte…».

«Hummm… Si quieres agradarme, deja de meterte y meterme en tantos problemas».

Ella levantó un poco su rostro. «Lo siento… Sabes que no lo hago a propósito. Lo intentaré, en serio…».

«Bien, con eso será suficiente». El guerrero creó otra capa y turbante en ese instante. «Ahora me voy. Todavía quedan varias horas de luz y pienso aprovecharlas».

Al escuchar eso, Piccolina se sorprendió mucho. «¡¿Eso es todo?!… Quiero decir, ¡¿no habrá sermones ni castigos?!».

Piccolo levantó una ceja, no se esperaba ese tipo de comentario. «¿Acaso te gustaría?».

«N-no… c-claro que no… pero pensé que te enojarías», murmuró tímidamente, casi arrepentida de haberlo dicho.

Él se acercó a ella y colocó sus manos en sus hombros. «Eres una buena persona. Atolondrada, pero buena. ¿Por qué habría de castigarte si no hiciste nada malo?. Sólo querías ayudarme».

«¿Y-y… tu capa… t-tu turbante…?».

«¿Eso es lo que te preocupa?».

Ella asintió con su cabeza.

«No es importante. Ya viste que puedo materializar todas las capas que quiera. Es más…», se retiró un poco y giró.

«¿Qué harás?», preguntó curiosa la mujer.

«Ya verás…», fue su respuesta.

Vio una luz surgir y luego notó que giraba para darle un obsequio. Un pequeño muñeco de felpa igual a él, sólo que esta pequeña réplica de sí mismo tenía los ojos muy abiertos y reía mostrando todos sus dientes, como nunca lo había hecho el original. Piccolo le puso la capita y el turbante encogido. Ambos le quedaron a la perfección.

«¿E-es… p-para mí…?», preguntó Piccolina, enternecida.

«Sí. Es para que veas que no me cuesta nada hacerlo», le aclaró mientras colocaba el regalo en sus manos y se preguntaba por qué había hecho algo tan cursi. No lo entendía…

«Ya veo». Piccolina lo tomó y abrazó muy feliz. «¡Muchas gracias, Piccolo! ¡Me ha gustado mucho!».

El guerrero sonrió levemente. «No te preocupes. Ahora me voy a entrenar», se despidió mientras comenzaba a levitar.

«Sí. Otra vez gracias. Llamaré a mi peluchito Piccolito, en tu honor», le dijo mientras se despedía con su mano.

«¡Y vaya honor!», murmuró, mientras se alejaba. «¡Qué ridículo y cursi! ¡Guácala! Demasiado empalagoso para mi gusto!».

NOTA MENTAL: El Plan C tampoco resultó, aunque Piccolo ha cambiado un poco conmigo… Tal vez ya me quiera un poco… ¡Nah!, me pregunto si sólo serán ideas mías… Aún no tengo un Plan D, pero ya lo idearé. ¡Ja!, menos mal que el abecedario tiene tantas letras… ¿Verdad, Piccolito?


ROUND 4: ÚLTIMO ASALTOYo te lo digo ahora
En este día y hora
Cuánto me cuesta no saberte mío
Y parece como si
Este mar enorme naufragase en mí


Plan D. Hasta el momento, ninguna de las tácticas utilizadas por Piccolina habían dado buenos resultados. Es verdad que Piccolo se mostraba un poco más amable y comprensivo, pero aún así, no había podido llegar a su corazón. O al menos eso pensaba ella.

Ya sin muchas esperanzas, había recurrido a la única amiga que le quedaba: Bulma. Sabiendo todo lo que había pasado hasta el momento, habló seriamente con la namek explicándole que los guerreros como su marido Vegeta, vivían para la lucha y los entrenamientos. Ella, con toda la experiencia que tenía en el tema, había llegado a la conclusión de que existían tres cosas realmente importantes para su compañero. Los combates y la comida eran dos de ellas. Y la tercera, la gran «S», según le había dicho la científico, era infalible y uno de los mayores placeres de la vida… EL SEXO… No había nada más. Debía intentarlo.

Esa tarde, Bulma habló largo y tendido con Piccolina sobre el sexo, explicándole con mucho detalle todo lo que la joven tenía que saber. No debía tener miedo, ya que era algo sumamente natural entre parejas como ellos. Además, era placentero, tanto, que llegaba a convertirse en una necesidad vital. Una experiencia íntima y gratificante que unía a las personas con lazos sólidos y a veces eternos.

La joven pensó mucho al respecto. Era un gran paso y debía estar segura de poder darlo. Sin duda, sentía una gran atracción por Piccolo. Lo amaba. Quería estar a su lado siempre… la verdad, no tuvo que meditar mucho al respecto. La decisión estaba tomada…


Una bata blanca, no muy larga. Su sedoso cabello negro, totalmente suelto. Sus enormes ojos llenos de amor. Todo su cuerpo reservado para él…

Piccolo tocó a la puerta, sin saber el motivo por el cual la chica lo llamaba. Quería que fuera un sorpresa.

«Pasa, Piccolo», respondió con voz temblorosa, llena de emoción.

El guerrero entró a la habitación en penumbras. Las luces estaban apagadas, y sólo unas velas daban cierta iluminación. Miró de un lado y del otro, pero no pudo encontrarla. Sintió que una suave brisa llegaba hasta su rostro y entonces se dio cuenta que la ventana se encontraba semiabierta, y un viento helado movía ligeramente las persianas transparentes.

«Piccolina, ¿dónde estás?», preguntó susurrando, como si estuviesen jugando a las escondidas.

Repentinamente sintió que unos brazos rodearon su cuerpo. Unas manos suaves acariciaron su pecho, haciendo que el namek se sobresaltara. Apartó esas manos y giró desconcertado, dándose cuenta que era Piccolina quien lo había tomado por sorpresa. Abrió sus ojos impactado al verla tan hermosa… Su pequeño traje permitía apreciar todo su cuerpo, muy bien formado… Sus cabellos caían sobre su rostro, pero aún así pudo ver una extraña determinación en sus ojos azabaches… Ella lo miraba fijamente y, por primera vez en su vida, Piccolo se sintió vulnerable, como si hubiesen visto hasta el más recóndito rincón de toda su alma…

«¿Q-qué… quieres…?», balbuceó temeroso.

La mujer se acercó seductoramente. Colocó sus manos en su pecho, recorriéndolo. Él no se movió, se había quedado completamente paralizado.

«No eres nada ingenuo. Me imagino que sabes lo que quiero, ¿no?».

En ese momento, el guerrero sintió como si un rayo hubiese atravesado su pecho. ¡No!, lo que más temía estaba pasando… El fin estaba cerca…

Bajó su rostro. Muy a su pesar sentía tristeza… cuánto lo sentía…

«Lo sé. Pero yo no puedo dártelo», le dijo, apesadumbrado, mientras retiraba sus manos de su pecho.

Piccolina abrió sus ojos, sorprendida, retrocediendo un poco. Realmente no se esperaba tal reacción.

«¿Qué? Pero… ¿por qué no? ¿Es que acaso no te gusto? ¿No te parezco ni un poco bonita?», preguntó con voz temblorosa, a punto de llorar.

«N-no… no es eso… es que…», comenzó a divagar. ¿Cómo explicárselo?. A pesar de su inteligencia, esta vez no encontraba las palabras adecuadas. Trató de hablar, pero no pudo…

Ella sonrió con cierta amargura. «Sí, sí es eso. Al menos ten el suficiente valor como para admitirlo. ¡No seas cobarde!», le reprochó endureciendo su mirada, que ahora parecía de hielo.

Pero esas palabras ofendieron al guerrero en su orgullo, enfureciéndolo. «¡Nunca vuelvas a repetir tal cosa, ¿oíste?! ¡Yo no soy ningún cobarde, nunca lo he sido y nunca lo seré! ¡YA TE DIJE QUE NO PUEDO Y PUNTO! ¡No tengo por qué darte más explicaciones!».

Caminó hacia la puerta dispuesto a marchase, pero Piccolina se le adelantó y le impidió el paso. ¡Qué veloz era!

«¡No te irás ahora!», exclamó alterada.

El namek cruzó sus brazos. «¿Ah, no? ¿Y quién me lo va a impedir? ¿Tú?».

«Si es necesario, lucharé contigo. ¡No tengo miedo!», sentenció con determinación. «¡Ya me cansé de tantas estupideces! ¡No puedo creer que rechaces todos mis intentos por acercarme a ti!… ¡¿PARA QUÉ ME CREARON SI TÚ NO ME QUERÍAS?! ¡PORQUE ES OBVIO QUE NO ME QUIERES!».

Piccolo cerró sus puños con fuerza, cansado de tantas evasivas. Estaba harto, tal vez era el momento de decir la verdad… pero Piccolina lo sacó de sus pensamientos, cada vez más enojada.

«¡RESPÓNDEME DE UNA MALDITA VEZ! ¡YA SÉ QUE ALGO ME OCULTAN, LO HE SABIDO SIEMPRE!… ¡¿O ES QUE ACASO TIENES MIEDO?!».

Esas palabras sacaron de sus casillas a Piccolo, que explotó de coraje. Su mente se puso en blanco… ¡Era la última humillación que aguantaría!… ¡Quería la verdad, ¿no?!… ¡¡Pues la iba a tener!!

«¡Conque quieres saber la verdad! Bien, ¡pero luego no te quejes! ¡¡ESTOY CANSADO Y FASTIDIADO Y NO TENGO POR QUÉ SOPORTAR TUS MAJADERÍAS!!», gritó a todo pulmón mientras caminaba por toda la habitación rápidamente, haciendo que su capa se moviera agitadamente.

Piccolina se quedó en un rincón. Nunca había visto a Piccolo tan molesto, y temía que pudiera hacerle daño.

«¿Por dónde empezaré? –dijo con cierto cinismo–. ¡Ah, sí!, tal vez por aquí: ¡MIRA, NIÑA, YO NUNCA QUISE QUE TE CREARAN! ¡TODO FUE IDEA DE GOHAN! ¡Y SI TE ACEPTÉ FUE PORQUE, DESDE QUE MURIÓ SU PADRE HACE UN AÑO, NUNCA LO HABÍA VISTO TAN CONTENTO! ¡FUE SÓLO POR ESE MOTIVO QUE ESTÁS AQUÍ!… ¡¡NO TE QUIERO, ¿CAPTAS?, NO TE QUIERO!!».

La mujer se apoyó en la pared para no caer al suelo. ¡No podía ser! Era… demasiado terrible… Como pudo llegó al borde de la cama y se sentó… Todas sus fuerzas la habían abandonado, así que no podía salir huyendo de allí… Bajó su rostro y unas lágrimas resbalaron por sus mejillas, cayendo sobre sus manos en el momento que las colocaba sobre sus rodillas y las cerraba con fuerza, casi hasta hacerlas sangrar… Sus cabellos se agitaron un poco con el viento…

Pero Piccolo aún no terminaba…

«¡¿Y quieres saber por qué no te quiero?! ¡JA!, ¡eso es lo más irónico de todo este asunto! ¡Escúchalo bien, porque será la única vez que lo diga!… ¡¡LOS NAMEKUSEIJINS SOMOS UNA RAZA UNISEXO!!… ¡Me imagino que sabes lo que eso significa!».

Ella se levantó de un brinco de la cama. «¡¿QUÉ ESTÁS DICIENDO?!», preguntó, desesperada, mientras se acercaba a él y lo tomaba de las solapas.

Pero Piccolo la apartó de un empujón. «¡LO QUE ESCUCHASTE! ¡EL TONTO DE GOHAN PIDIÓ EL DESEO PORQUE NO LO SABÍA!».

La mujer se tapó los oídos con sus manos para no seguir escuchándolo. «¡NO, ESO NO ES CIERTO! ¡CÁLLATE!, ¡CÁLLATE, NO SIGAS!».

El guerrero no estaba dispuesto a detenerse. Llegaría hasta el final… La tomó de los brazos, haciendo que lo observara fijamente. Piccolina tenía los ojos enrojecidos de tanto llorar…

«¡TÚ QUERÍAS SABER LA VERDAD!… ¡Y ÉSA ES LA VERDAD!… ¡¡NUNCA DEBISTE EXISTIR, NUNCA!!… ¡¡ERES UNA ABOMINACIÓN…!!».

Pensaba continuar, pero Piccolina le dio tal bofetada que casi lo tumbó al suelo. Sorprendido por tal reacción, giró su rostro para verla mientras colocaba su mano en su mejilla, que ya comenzaba a hincharse…

Piccolina lo observaba con mirada fría… con odio y resentimiento… jamás le perdonaría la forma en que la había tratado… ¡NUNCA!… Sintió que parte de su corazón había muerto esa fatídica noche… Algo se había perdido, algo que no volvería a recuperar…

«¡MALDITO BASTARDO!… ¡BRAVO, TE FELICITO! –exclamó mientras aplaudía– ¡YA PUEDES SENTIRTE FELIZ!… ¡¡FINALMENTE TE HAS DESHECHO DE MÍ, PORQUE YO NO QUIERO VOLVER A VERTE NUNCA!!… ¡¡¡TE ODIO!!!».

Sus manos cayeron a sus costados. Lo miró por última vez con la mayor frialdad. Ya no lloraba… Le dio la espalda y se fue volando por la ventana.

Piccolo se quedó inmóvil en la oscuridad mientras se perdía en la lejanía. Aún se encontraba como hipnotizado, preso de la ira que se había apoderado de todo su ser. Pero luego observó un objeto que seguramente Piccolina había colocado sobre una almohada en el centro de su cama. Aún respiraba agitadamente por la emoción cuando se acercó para saber qué era. Estiró su mano y tomó el muñeco de felpa que le había obsequiado apenas unos días atrás. Sus manos comenzaron a temblar cuando recordó lo feliz que se había puesto cuando se lo había dado a… ella…

Inmediatamente salió corriendo hacia la ventana. Se concentró, pero fue inútil, ya no podía sentir su ki en lo absoluto… Abrió sus ojos de par en par, como si hubiese despertado de un largo sueño, consciente de lo que había dicho y hecho…

«¡Por Dios!… pero… ¡¡¿QUÉ HE HECHO?!!».

NOTA MENTAL: Hoy siento que mi vida llegó a su fin… Ya nada tiene sentido… El mundo perdió todo su color… Me duele el alma, es un dolor indescriptible… He perdido el amor, lo he perdido todo… hasta mi razón de ser… No soy namek… no soy humana… no soy nada, sólo un fenómeno creado por error… Es cierto lo que dijo Piccolo, yo nunca debí existir… Estoy tan cansada…


por ti volaré
por cielos y mares
hasta tu amor
abriendo los ojos por fin
contigo yo vivirépor ti volaré
espera, que llegaré
mi fin de trayecto eres tú
contigo yo viviré


NOTA DE LA AUTORA: Durante todo el capítulo he incluido trozos de varias canciones de Andrea Bocelli. Todos ellos me recuerdan mucho a Piccolina y su intento por lograr conquistar el corazón de Piccolo. Me parece que relatan a la perfección lo que ella debe sentir, por eso quise ponerlos.

La Compañera – Capítulo 4

Fanfic: La Compañera


CORPORACIÓN CÁPSULA

El día de la fiesta finalmente había llegado y ya algunas personas se encontraban reunidas en el jardín de la C.C. Todo había sido ordenado con mucho esmero. Había dos enormes mesones repletos de muchos tipos de alimentos dulces y salados, así como gran variedad de licores y bebidas. También fueron colocadas pequeñas mesas en donde la gente podía sentarse a degustar los alimentos si deseaban. Cada mesa estaba adornada con un arreglo floral distinto. En el centro del jardín se encontraba una enorme fuente de vino, y faroles orientales daban al lugar una iluminación muy acogedora.

En un rincón se encontraban Bulma y Yamcha charlando.

«¡¿Cómo dices, Bulma?!», preguntó Yamcha muy consternado.

«Así es, Yamcha. Gohan le pidió a Shenlong una compañera para Piccolo», respondió Bulma muy seria.

«Pero… ¿por qué lo hizo?».

«Bueno, creo que pensó que Piccolo se sentía muy solo y quiso ayudarlo».

Yamcha se acarició el mentón con su mano, meditativo. «Ya veo… nunca había pensado que Piccolo pudiera sentirse solo…». Luego sonrió muy divertido y chasqueó sus dedos. «Aunque… ¡es una gran idea! ¡Yo también debería pedirle al dragón una chica guapa para mí!».

Bulma lo miró muy enojada. «Pero, ¡¿qué dices?! ¡El dragón no está para pedirle esas tonterías!».

«Bueno, bueno, no te enojes, Bulma. Era sólo una broma. Pero, dime, ¿la fiesta es para darle la bienvenida a la novia de Piccolo?».

«Así es. ¿No fue una gran idea hacerla de disfraces?». Bulma se quedó viendo el atuendo de Yamcha. Vestía un uniforme de béisbol sucio y sudado que contrastaba totalmente con su disfraz de genio color rosa que combinaba a la perfección con sus hermosos ojos azules. La tela del traje era transparente, así que podía notarse sus curvas bien formadas. Ella puso sus manos en sus caderas y regañó al hombre antes que pudiera responder su anterior pregunta: «Oye, Yamcha. ¿Por qué has venido tan sucio a mi fiesta?».

Yamcha rió algo nervioso. «Bueno… es que hoy tuve un juego importantísimo y de allá vengo. Lamento estar todo sucio y desarreglado, pero como la fiesta era de disfraces, pensé que nadie lo notaría». Culminó quitándose su gorra y secándose el sudor.

«Pues yo sí lo noté».

«Emmm… entonces mejor me voy a casa a cambiarme y luego regreso».

Yamcha estaba a punto de marcharse cuando Bulma lo detuvo. «Espera. No es necesario que hagas eso. Yo tengo la solución a tu problema. Sígueme a mi laboratorio».

El guerrero se puso nervioso al escuchar eso. Para nada quería ser el conejillo de indias de Bulma. «Y-y… ¿p-para qué quieres que te acompañe?».

«Pues porque es la ocasión perfecta para probar mi nuevo invento». Sonrió y le guiñó un ojo.

«¡GLUP!». No se movió. El pánico lo paralizó.

Al ver esto. La mujer regresó y lo jaló del brazo. «Vamos, hombre. No te pasará nada. Mi nuevo aparato ha tenido sus pequeños inconvenientes pero nada que un guerrero tan fuerte como tú no pueda soportar«.

Si el temor se lo hubiese permitido, Yamcha hubiese exclamado un grito de terror. Sin otra salida, sólo caminó tras ella como si fuese conducido al Patíbulo…


TEMPLO DE KAMISAMA

«Bien, Piccolo, ¿estás listo?», preguntó Piccolina al borde de la plataforma al tiempo que sujetaba su abundante y largo cabello negro con un moño.

«Sí, podemos irnos cuando quieras», respondió el Namek sonriendo de una manera que a Piccolina le pareció sospechosa. Unos días atrás había formado el mayor de los berrinches porque no quería asistir a esa fiesta y ahora se mostraba dócil y tranquilo. Ella lo miró de reojo, segura que algo planeaba. Pero finalmente se encogió de hombros. Tal vez estaba viendo lo que no existía…

Ambos levantaron el vuelo y se pusieron en marcha. Piccolo agradeció en lo más hondo de su corazón que el pequeño Gohan le hubiese enseñado a volar a la mujer como parte de sus entrenamientos, para así no tener que llevarla en sus brazos como lo hacía antes.


CORPORACIÓN CÁPSULA

Bulma abrió la puerta y entró al laboratorio; Yamcha la seguía muy de cerca. La habitación estaba en penumbras, así que sólo podía ver el tintinear de luces provenientes de los ordenadores principales. Cuando la mujer finalmente encendió las luces, el guerrero pudo apreciar el lugar con todo detalle: había una gran cantidad de aparatos extraños sobre un enorme mesón localizado en el centro de la sala, así como una mesa pequeña llena de herramientas. Al fondo vio una mesa de dibujo con un enorme plano abierto sujeto con varios pisapapeles. Una pequeña máquina de hacer café y algunos cuadros de científicos famosos culminaban la decoración del lugar.

La verdad, Yamcha nunca había entrado al laboratorio de Bulma, pero sintió mucha emoción de estar allí. Después de todo, de esa habitación salía la gran cantidad de fabulosos inventos que hacían a la C.C. una de las mayores empresas del mundo. La voz de la mujer lo sacó de sus pensamientos.

«No te preocupes. Sólo será cuestión de unos minutos», le tranquilizó, sin muy buenos resultados. Tomó una cápsula y la accionó, dejando al descubierto un marco grande metálico plateado, pero sin puertas y sin ninguna pared que la sujetara. Ella lo miró y sonriendo le habló: «Bien, sólo debes pasar por este marco y al hacerlo todo el sucio de tu cuerpo y ropa desaparecerá».

El hombre observó el aparato incrédulo. «¿Así de simple?».

«Bueno, el procedimiento no es sencillo, es muy complejo. Sólo te digo lo que mi nuevo invento puede hacer. Ahora, ¡ENTRA DE UNA VEZ!».

«Está bien, está bien. ¡Qué carácter!», refunfuñó mientras cerraba los ojos. Aguantó la respiración y se lanzó. Pasó por el marco lo más deprisa que pudo. Al hacerlo el equipo se accionó automáticamente emitiendo un leve destello y un gas blanco que cubrió al hombre mientras pasaba. Luego que salió, esperó unos segundos y finalmente abrió los ojos. Al hacerlo lo primero que vio fue el rostro de satisfacción de Bulma y luego se vio a sí mismo descubriendo con agrado que estaba totalmente limpio. «¡WOW! ¡Es fantástico, Bulma! ¡Te felicito!».

«Gracias. Es un aparato ideado para casos de emergencia como el tuyo», aclaró sonriendo. Volteó y comenzó a preparar algo de café en su máquina para celebrar.

«También para la gente que no le agrade bañarse», prosiguió el guerrero asombrado, mirándose los brazos.

Bulma volteó y observó a su amigo con picardía. «Cómo tú, ¿no es cierto, Yamcha?».

«Sí…». Yamcha seguía embelesado con los resultados del nuevo invento de la mujer cuando repentinamente abrió sus ojos de par en par y levantó su vista encontrándose con la de ella. «¡OYE! –exclamó enseguida al darse cuenta de la trampa en la que había caído–. ¡PARA QUE TE ENTERES, YO ME BAÑO TODOS LOS DÍAS!».

Bulma sonrió muy divertida. «No te enfades. Sólo bromeaba contigo», le dijo al tiempo que volvió a girar a la cafetera.

«Muy graciosa, Bulma. ¡JA!, ¡JA!, no sabes la risa que me dio tu chistecito…», le respondió con cinismo.

«Bueno, discúlpame. Sobretodo ahora que estoy tan feliz. Vaya, había trabajado mucho en este invento, ya que no quería funcionar adecuadamente. Figúrate que cada vez que lo usaba, el aparato se volvía loco y comenzaba a emitir grandes descargas…».

«¿Eléctricas?», interrumpió Yamcha mientras retrocedía temeroso sin que Bulma se diera cuenta.

«Sí. ¿Cómo lo supiste?», preguntó ingenuamente la mujer.

«Pues, porque… ¡HA COMENZADO A HACERLO!», exclamó mientras esquivaba algunas descargas.

Bulma giró rápidamente y se quedó paralizada al ver lo que pasaba. ¡Había sucedido de nuevo! ¡¿Por qué?! ¡Si había hecho algunas correcciones que estaban mal en los cálculos! Yamcha tuvo que darle un empujón para evitar que la mujer fuera electrocutada en el acto por un potente rayo. Ella rodó viendo que Yamcha caía al suelo ya que, por haberla quitado del camino, él había recibido el impacto. Ya furioso, se levantó y destruyó el equipo con una descarga de Ki. Suspiró y cayó nuevamente, algo adolorido. El impacto había sido enorme, capaz de matar a un ser humano ordinario.

Bulma se acercó a él muy apenada y le tendió su mano para ayudarlo a levantar. «Lo siento mucho, Yamcha», se disculpó casi sollozando.

«No te preocupes. Lamento haber tenido que destruir tu aparato. No tuve alternativa», respondió al tiempo que apagaba, con sus dedos, una pequeña llama que se encontraba encendida en una de las puntas de su cabello chamuscado, mientras que de las otras salían expulsados delgados hilillos de humo.

Bulma no respondió. Se sentó en una silla y cruzó brazos y piernas al tiempo que cerraba sus ojos. Yamcha colocó una de sus manos en su hombro muy preocupado. «¿Qué sucede? No estás así por el equipo roto, ¿cierto?».

Ella negó con la cabeza. «No, no es eso… es que…».

«¿Qué?, dímelo, por favor…».

Suspiró y abrió sus ojos para mirarlo. «Me molesta mi estupidez… he dejado que mis problemas personales afecten mi eficacia como científico. Y todo por Vegeta…».

«P-por… V-Vegeta…»

«Sí. Desde que Goku murió, Vegeta cambió mucho. Ya casi no lo veo. Desde hace más de un mes que se marchó y aún no regresa. No sé qué tanto hace si ya no quiere volver a pelear, así que no entrena…».

Yamcha se arrodilló a su lado y sonrió. Bulma sí que se la había puesto difícil esta vez, porque defender a Vegeta era algo que no sabía, y mucho menos quería hacer… pero por ella lo intentó. «Debes entender que su misión en la vida era derrotar a Goku y, cuando murió, su razón de vivir se fue con él».

«¡¿Y qué hay de mí?! ¡¿Y Trunks?! ¡No le importa en lo más mínimo!».

Oh, vaya. No lo había hecho nada bien y ahora la mujer se veía más enojada que antes… Un golpe en la puerta los hizo voltear. Era Milk, que acababa de llegar. «Hola, chicos, ¿puedo entrar?».

Yamcha quedó muy sorprendido al ver a Milk. Llevaba puesto un traje de indígena conformado por unas botas largas de cuero, una falda corta y una blusa manga corta, ambas de color marrón. Llevaba su hermoso cabello negro suelto que le llegaba hasta la cintura. ¡Se veía bellísima!

Bulma se levantó de inmediato a saludar a su amiga. «¡Hola, Milk! Me alegra que hayas venido. ¿Y Gohan?».

«Está afuera, junto a todos los invitados. ¿Pasa algo malo?», preguntó con una mirada seria que incomodó un poco a la pareja.

«No, nada», respondió de inmediato Yamcha. «Es que tuve un pequeño problema con mi ropa. Pero ya está todo resuelto». Pero suspiró al ver que su traje había quedado en pésimas condiciones. Ni hablar, nunca más probaría los aparatos de Bulma. ¡Ni Loco! Vaya, pues… ¡que de esos menesteres se ocupara Vegeta!

Milk vio el rostro apagadito de Bulma y enseguida se dio cuenta que algo no estaba bien con ella. Pero viendo que no era el momento apropiado para discutir, salió al paso. «¿Ah, sí? –le comentó a Yamcha–. Pues yo no opino lo mismo».

Bulma miró a Yamcha y se dio cuenta que Milk tenía toda la razón. «Es cierto, quedaste peor que antes. Será mejor que lo intentemos de nuevo…».

«¡Ni lo sueñes! ¡Jamás volveré a probar tus inventos, Bulma!», afirmó muy convencido al tiempo que cruzaba sus brazos.

«¡Claro que sí!», refutó mientras tomaba otra cápsula y la accionaba. «No estaré tranquila hasta que este invento funcione». Abrió un pequeño panel que se encontraba en uno de los costados del aparato y reorganizó algunos cálculos en él. «Listo. Ya puedes probar de nuevo».

«¡Te dije que no lo haría, ¿qué estás sorda?!», insistió Yamcha muy nervioso al tiempo que retrocedía hacia la puerta, dispuesto a huir despavorido de ser necesario.

Al ver esto, Bulma tapó su rostro con sus manos y comenzó a llorar desconsoladamente mientras Milk trataba de tranquilizarla. «Ya, Bulma, no llores. Si quieres, y es tan importante para ti, yo puedo probarlo».

«¿Lo dices en serio?», deseó saber la científico, alzando su rostro esperanzada.

«Claro…».

Al escuchar esto, el guerrero se acercó a ellas alarmado. «¡¿ESTÁS LOCA?! ¡NO LO HAGAS, MILK!».

«¡¿No ves cómo está la pobrecita Bulma?! Por ella haré lo que sea…». La mujer se aproximó al aparato y estaba a punto de usarlo cuando Yamcha la detuvo.

«¡ESPERA!». Él jamás dejaría que la esposa de uno de sus más queridos amigos, al cual admiraba como a nadie, arriesgara su vida innecesariamente. «Es muy peligroso… yo lo haré…».

«¡Bien! Ya sabía que lo harías». Milk se apartó del equipo, sonriente.

«¿Qué dices?». Yamcha no entendía nada.

«Todos los hombres son iguales», dijo Bulma al tiempo que secaba sus falsas lágrimas y sonreía. Cuando Milk llegó a su lado chocaron sus manos triunfantes. Se miraron y afirmaron al unísono: «La técnica de llorar nunca falla».

El guerrero cerró sus puños molesto. «¡GGGRRR! ¡Me engañaron vilmente!».

«Bueno, más o menos. Pero anda, mira que nos esperan los invitados», insistió Bulma.

«De acuerdo. ¡Pero que conste que es la última vez que pruebo tus inventos locos, ¿eh?!».

«Lo que tú digas», le siguió la corriente sin creer en sus palabras.

Yamcha cerró nuevamente sus ojos y pasó por debajo del marco rápidamente rogando que nada malo fuera a pasar. Esta vez se sentía fresco y sumamente liviano, como si su ropa no pesara nada. Cuando finalmente abrió sus ojos volteó hacia el invento y comprobó con alivio que esta vez no había ocurrido ningún desperfecto, luego notó que las chicas lo miraban ruborizadas pero inmediatamente giraron y le dieron la espalda. «Y-yo… lo siento mucho… no fue mi… i-intención…», balbuceó Bulma apenada.

«Pero, ¿por qué?, si me siento mejor que nunca…». El hombre no entendió el motivo de esa actitud hasta que se miró a sí mismo y se dio cuenta que estaba totalmente… ¡DESNUDO!… Al ver esto su rostro se puso rojo del coraje. «¡¡BULMAAA!!».


En el jardín se encontraban platicando Gohan, quien vestía un traje de vaquero, Krilim y A18. Era la primera fiesta a la que la pareja asistía desde que se habían casando, así que ambos se notaban muy felices. Claro que la felicidad de Krilim era más notoria que la de la androide, que aún le costaba mostrar abiertamente sus emociones. La pareja había asistida vestida normalmente ya que a ninguno de ellos les gustaba la idea de ponerse un disfraz. Así se lo habían dicho a Bulma y ella había accedido a su petición sin problemas.

«¡Hola, Bulma! ¿Dónde estabas? Llevamos un buen rato aquí», preguntó Krilim al ver que Bulma, Milk y Yamcha se acercaban a ellos. Pero tuvo que contener una carcajada al ver la forma tan ridícula en que su viejo amigo vestía: con unos pantalones apretados que le quedaban cortos y una playera de un color rojo intenso adornada con palmeras amarillas. «Je… parece que Yamcha trató de ponerse la ropa de Vegeta… aunque no creo que ese saiyajin tenga unos gustos tan terribles para elegir su vestuario… en fin… como estamos en una fiesta de disfraces, supongo que todo es válido«, pensó divertido sin saber que eso era exactamente lo que había pasado.

«Eh… bueno… lo que pasa es que Yamcha tuvo un pequeño accidente y lo estaba ayudando», respondió ella algo nerviosa. En ese momento volteó a ver a la androide. «Hola, 18. Me alegro que tú y Krilim hayan venido a mi fiesta».

Ella asintió con la cabeza al tiempo que tomaba unos cabellos dorados y los colocaba detrás de su oreja, sin emitir ningún comentario.

«Vaya, una chica de pocas palabras, sin duda«, pensó Bulma. «¿Y el maestro Roshi?»

«Lo vimos hace un rato persiguiendo a unas chicas», respondió Gohan.

«Ese viejo… nunca cambiará… je, je…», comentó Yamcha, que cada vez se sentía más ridículo al sentir cómo todos lo miraban de manera extraña. Además, la ropa de Vegeta le quedaba muy apretada. ¡Era el hazmereír de la fiesta! ¡Pero nunca… NUNCA MÁS PROBARÍA LOS INVENTOS DE BULMA!

«Y díganme, chicos, ¿dónde están Chaoz y Ten Shin Han?» preguntó Bulma, sacando de sus pensamientos a Yamcha.

Todos se miraron y al hacerlo se encogieron de hombros. «Pues no sé… –alegó Krilim–. Cuando lo de Cell, Ten nos dijo que probablemente no volveríamos a verlos…».

«Es cierto –afirmó Gohan–. Fue en la Plataforma Celeste, luego que revivimos a Trunks del Futuro».

«Oh, vaya. No lo sabía», dijo Bulma. «Es una pena, pero igual nos divertiremos».

«Sí, pero al menos dinos cuál es el motivo de la celebración, ¿no? –preguntó Krilim curioso–. Cuando nos invitaste estabas muy misteriosa».

«¡¿Qué aún no lo sabes, Krilim?!», exclamó el pequeño saiyajin, perplejo.

«No sé qué…», insistió el guerrero, muy confundido.

Yamcha comenzó a reír haciendo que todos voltearan a verlo. «Lo siento…», se disculpó tapando su boca con sus manos y aguantando unas carcajadas. A18 arqueó una ceja y puso cara de gran curiosidad, pero, aún así, se reservó sus comentarios.

«¡Me dirán lo que pasa, ¿sí o no?!». Krilim cruzó sus brazos y puso semblante serio.

«Nada grave ni de qué preocuparse», le tranquilizó Bulma.

«Aunque sí es muy extraño…», opinó Milk.

«Ajá…», dijo Krilim cada vez más desesperado por saber qué diablos pasaba.

Bulma suspiró. «Nos hemos reunido hoy aquí en la C.C. para darle la bienvenida a la nueva novia de Piccolo».

«¡¡¿¿QUÉ??!!». Krilim retrocedió dos pasos asustado y se puso pálido. A18 también abrió su boca muy sorprendida. Ambos se miraron anonadados. «E-Escuché… b-bien… ¿d-dijeron… la nueva… no…no…no…novia de… Pi…Pi…Piccolo…?». El guerrero pasó su mano por su frente algo perturbado. «Pero… si Dende me dijo en el Planeta Namek que todos los de su raza eran…«, pensó.

«¡¡SÍ!!», afirmó Gohan muy feliz. «¡¿NO ES MARAVILLOSA LA NOTICIA?! ¡YO LA CREÉ CON LAS ESFERAS PARA DARLE UNA SORPRESA AL SEÑOR PICCOLO!».

«¿Cómo?… No entiendo nada…», balbuceó Krilim.

«Ni yo», afirmó A18.

Todos voltearon a verla sorprendidos. «Hasta que se decidió a hablar«, pensaron.

«Que yo le pedí a Shenlong una compañera Namekuseijin al señor Piccolo para que le hiciera compañía». Gohan hablaba con una sonrisa que recorría su rostro de oreja a oreja.

«¿U-una… m-mujer… n-namekuseijin…?…» insistió el guerrero mientras en su cabeza se formulaban miles de preguntas y le asaltaban infinidad de dudas. «Esto no puede ser… esto no puede ser… esto no puede ser…«, pensaba una y otra vez.

«Sí. Es que como no sabemos a qué planeta se fueron a vivir los Namekuseijins, decidí pedirle al dragón que creara una namek, ya que ninguna de ellas se quedó aquí. Ahora el señor Piccolo no estará tan solito».

Cuando Krilim iba a refutar las palabras del niño, dos personas llegaron al lugar: Piccolo y Piccolina. Ambos vestían sus acostumbrados trajes azules con sus botas color naranja. «¡Hola, Gohan!», saludó ella enseguida con su brazo en alto.

Gohan sonrió muy dichoso de verlos llegar. «¡HOLA, PICCOLINA!», saludó. Salió corriendo y tomó su mano jalándola para llevarla con sus amigos. «¡Miren, chicos! ¡Ella es Piccolina!».

Krilim casi se desmayó al verla. Era tan verde… tan namekuseijin… tan mujer… y la unión de todas esas cualidades para describir a un mismo ser no sonaban para nada lógicas… ¿Le habría entendido mal a Dende?… ¿O acaso se estaría volviendo loco y ahora sufría de nefastas alucinaciones?… Sacudió su cabeza tratando de disimular su sorpresa al tiempo que un sudor frío recorría su rostro. Su mente era un torbellino de ideas, pero de algo sí estaba seguro: tendría que hablar seriamente con Piccolo apenas tuviese una oportunidad…

Todos se quedaron viéndola curiosos unos instantes, sin pronunciar palabra. Pero inmediatamente Bulma y Milk se adelantaron con una gran sonrisa en sus rostros dispuesta a saludarla. «Mucho gusto, Piccolina. Mi Gohan me ha hablado mucho de ti», dijo Milk.

«Oh, sí, señora Milk. También me ha hablado mucho de usted. Tiene un hijo maravilloso».

«Muchas gracias. Dime Milk, por favor».

«Sí, y yo soy Bulma», habló la otra mujer con su mano en alto.

Piccolina la tomó y un fuerte apretón las hizo sonreír. «Hola, Bulma. Gohan también me habló mucho de ti y tus maravillosos inventos. Muchas gracias por hacer esta fiesta para mí. Te estoy muy agradecida».

«No es nada, linda. Todos conocemos a Piccolo desde hace muchos años, así que es lo menos que podíamos hacer por él… y por ti…».

Yamcha también se adelantó muy sonriente. «Hola, Piccolina. Yo soy Yamcha. Gran amigo de Piccolo».

«¿En serio? –preguntó algo incrédula–. Piccolo nunca me ha hablado de ti… Aunque en realidad nunca habla mucho», dijo casi para sí.

Yamcha caminó hasta donde estaba el namek y le dio un golpe por lo bajo. «¿Verdad que sí, amigo Piccolo? Por cierto, que es muy bonita tu novia…», opinó muy divertido, haciendo que Piccolina se ruborizara.

Piccolo no habló, sólo emitió un quejido poniéndose muy serio y lanzándole una mirada fulminante al hombre. Al ver esto, Yamcha sudó y retrocedió un poco temeroso. «Ejem… Y tú, Krilim, ¿no saludas?», dijo rápidamente, cambiando de tema.

Krilim guardó silencio, así que la androide se adelantó a saludar para poder darle tiempo a su esposo de recuperarse de la sorpresa. «Hola, mucho gusto, Piccolina. Yo soy A18».

«¿A18?, qué nombre tan raro…», murmuró ella.

La androide se encogió de hombros. «Es sólo un nombre como cualquier otro… pero puedes llamarme simplemente 18, si gustas».

En ese momento Krilim levantó su rostro y sus ojos se encontraron con los de Piccolo, ambos se observaron fijamente unos instantes muy serios; el namek se sorprendió un poco al notar en su mirada una mezcla de sorpresa, confusión y preocupación. Algo sabía, de eso estaba seguro…

Finalmente el guerrero desvió su rostro y, luego de suspirar y armarse de todo el valor que le fue posible, se adelantó hacia la joven namek para saludarla. «Mucho gusto, Piccolina. Yo soy Krilim».

«¡VAYA! –exclamó ella–. ¡Así que tú eres Krilim! Gohan también habla mucho de ti. Se nota que te quiere mucho».

«Bueno, yo también lo quiero mucho. Además, juntos hemos vivido muchas aventuras».

«Sí, me lo ha contado casi todo. Ya sé que ustedes estuvieron en el planeta Namek. Mi planeta…».

«Es cierto. Era un lugar muy hermoso –afirmó Gohan–. Es una pena que el maldito de Freezer lo haya destruido».

«¡Ay, no me lo recuerdes, hijo! Casi me muero de la preocupación cuando fuiste en esa horrible y peligrosa misión para buscar esas… esas… esferas del dragón…».

«No exageres, Milk. No nos fue tan mal allá», alegó Bulma.

«Sí, claro –se burló Krilim–. Eso lo dices ahora, porque cuando estábamos en Namek no hacías más que temblar de miedo».

«¡¿QUÉ DIJISTE, TONTO?! ¡YO NO TENÍA MIEDO!». Ante este comentario todos comenzaron a reír. Todos menos Piccolo, que estaba meditativo y había cruzado sus brazos y cerrado sus ojos.

En un instante, Piccolina se puso algo seria. «En realidad yo quisiera que me hablaran de todas sus experiencias –comentó dirigiéndose a Bulma y Krilim–. No nací en Namekuseijin, pero igual soy una Namek y quisiera saber todo lo que sea posible de mi planeta, aunque esté destruido…».

«Pues, la verdad, pasamos muy pocos días en tu planeta, pero no tengo problemas en hablarte de ellos. Y seguramente Krilim tampoco, ¿verdad, Krilim?». Bulma le dio un codazo al guerrero al ver que éste no respondía.

«Eh… claro… claro… yo tampoco tengo problemas… je…», respondió nervioso.

«¡Muchas gracias! Esto significa mucho para mí».

Esta conversación se había vuelto insoportable para el Namek, quien cada vez se sentía más miserable, así que decidió poner en marcha su plan en ese instante. Tosió un poco para llamar la atención y alegó: «Discúlpenme, pero debo ir al baño». No esperó respuesta para retirarse.

«¡¿IR AL BAÑO?! –pensó Krilim cada vez más confundido–. ¡Pero si se supone que los Namek no comen! ¡¿Cómo pueden ir al baño, entonces?! Yo cada vez entiendo menos… gggrrr…«.


Piccolo entró al baño y puso el seguro. Se acercó al espejo y se observó unos instantes. Secó el sudor de su frente y suspiró con alivio; al fin había superado la peor parte de su estadía en la C.C. y ahora, si su plan daba resultado, no tendría que seguir soportando las conversaciones de esos tontos terrícolas.

Su «amigo». ¡JA!, así lo habían llamado los demás… ¡Bah!, definitivamente los humanos eran muy sentimentales, ya que él no sentía lo mismo por ellos. Siempre había estado solo… bueno, al menos hasta que conoció, y prácticamente crió, a Gohan… Sin embargo, era un ser solitario… nunca había necesitado la compañía de alguna persona y nunca la necesitaría… Así es, sólo se necesitaba a sí mismo y a nadie más… ¡y a ese ingenuo niño saiyajin tampoco!… ¡Y MUCHO MENOS A PICCOLINA!

Pero ahora lo importante era librarse de esa ridícula fiesta a la que no pensaba asistir, así que, sin pensarlo más, se concentró en lo que deseaba, alzó su mano iluminada y enseguida apareció una réplica exactamente igual a él. Era un muñeco, y Piccolo sonrió lleno de satisfacción al verlo: la misma estatura, color, ropa, todo era absolutamente perfecto… ¡Era un genio!, estaba seguro que nadie se daría cuenta que su nuevo «amigo» ocuparía su lugar.

Tomó a la réplica en sus brazos y se acercó a la puerta abriéndola con mucho cuidado. Se asomó y vio que no había nadie cerca, así que salió rápidamente al jardín. Cuidando que nadie lo viera se aproximó a una de las mesas y sentó al muñeco en una de las sillas. Cruzó sus piernas y brazos y alzó el vuelo dirigiéndose al tejado de la casa vecina desde donde suponía podría velar que nadie se diera cuenta de la farsa que había montado. El plan había comenzado y, si era cuidadoso, todo saldría a la perfección y nadie se enteraría del truco.


La fiesta continuó sin ninguna novedad. Cada uno tomó su camino, bailando, tomando o comiendo y nadie le prestó mucho atención al pobre muñeco que permanecía solitario en uno de los rincones del jardín. Tenía una actitud similar a la de Piccolo, y por eso pasó desapercibido por todos, a excepción de uno que otro mesonero que, de vez en cuando, se acercaba al «namek» ofreciéndole algún exquisito pasapalo o licor. Pero Piccolo a lo lejos, y siempre atento a todo lo que pasaba, se limitaba a mover negativamente la cabeza de su réplica utilizando la telekinesis.

Milk y Bulma, por otro lado, se habían llevado a Piccolina por todos los mesones haciendo que probara cada uno de los alimentos y bebidas que allí se encontraban, mientras le aclaraban sus nombres y le explicaban cómo se hacían. La joven se maravillaba cada vez más a medida que degustaba cada nueva exquisitez, y es que jamás había imaginado que pudiera existir comida tan deliciosa. Es verdad que Mr Popo también se había esmerado en la cocina, pero esto era, sin lugar a dudas, ¡comida de dioses!

«¡Esto está exquisito!», exclamaba una y otra vez para deleite de las mujeres que la miraban divertidas.

«Me alegra que te guste. Puedes comer todo lo que quieras».

«Gracias, Bulma», respondió entre bocados.

Ninguna de ellas notó que una peculiar pareja se acercaba. Eran dos mujeres que saludaron al llegar. «¡Hola, chicas! ¿Cómo están? ¿Cómo les baila la vida? ¿Qué se teje por estos lados?».

Milk y Bulma voltearon, pero no pudieron reconocer de inmediato a la persona que las saludaba tan efusivamente, aunque por su voz notaron que era una mujer. Estaba vestida igual a Mr.Satan, así que Milk se aproximó a ella y procedió a levantarle el bigote para salir de dudas.

«Pero si es… ¡es Alicel!», dijo sorprendida mientras volvía a pegarle el bigote en el rostro.

«¡Claro que soy yo! ¿No me reconocieron?».

«La verdad no –confesó Bulma–. Lo sentimos». Luego miró a la otra chica que vestía un disfraz de Saltamontes y sonrió. «¡Y tú debes ser Saltamontes!».

«¡Bingo! ¡Se han ganado el premio mayor!», saludó divertida. Todas se abrazaron muy felices.

«Pero, ¿qué pasó? ¿Por qué llegan tan tarde?», quiso saber Bulma.

Saltamontes frunció el ceño. «¡Todo fue culpa de Alicel!».

«¡Culpa mía! ¡¿Y eso por qué?!».

«¡Por tu ridículo disfraz! ¡No podíamos dar dos pasos en la calle porque la gente la detenía, confundiéndola con el verdadero Mr.Satan!».

Alicel dio una vuelta moviendo alegremente su capa y enseguida adoptó la típica pose de triunfo de su gran ídolo. «Bueno, es que soy igualita a mi super héroe… ¡JA!, ¡JA!, ¡JA!…».

«Muy cierto», afirmó Milk. «Es idéntica a ese farsan… digo, a ese sujeto. ¡Hasta se ríe igual de escandalosa que él!».

«Yo pienso que es horrible… ¡Y no puedo lograr que se lo quite!». Saltamontes casi lloraba de la desesperación.

«Bueno, no es para tanto –trató de tranquilizarlas Bulma–. Yo creo que ambas se ven muy bien».

Alicel se inclinó ante este comentario. «Muchas gracias por el halago. Pero ya lo sabía».

Saltamontes se golpeó la frente con su mano. «Ay… ay… lo sabía… cada vez que se pone esa… esa… cosa… comienza a actuar extraño…».

«Descuida –dijo la científico–. Estamos en una reunión, ¿no?, así que debemos pasarla lo mejor posible».

«Si tú lo dices…».

«Claro. Ya verás». Bulma llamó a Gohan y Yamcha que pasaban muy cerca de ellas. Al llegar, miraron al par de chicas un poco extrañados. Sobretodo a Alicel y su peculiar disfraz. «Chicos, quiero que conozcan a mis amigas Alicel y Saltamontes».

Gohan se adelantó e inclinó un poco. «Mucho gusto», saludó de la manera más respetuosa.

Yamcha trató de hacer lo mismo, pero se quedó embelesado viendo a Alicel. Sin aguantar más, sonrió divertido. «Lo lamento… es que me da mucha risa tu atuendo…», balbuceó entre risas.

Alicel se acercó molesta hasta tenerlo muy cerca de ella y lo enfrentó. «¡¿Ah, sí?! ¡¿Acaso tengo puesto algo chistoso?! ¡¿O es que tienes algo en contra de mi ídolo?!».

«¿T-tu… ídolo…?… N-no… me digas que Satan… es… t-tu…», el guerrero no pudo culminar su frase por la sorpresa.

«¡POR SUPUESTO QUE SATAN ES MI HÉROE! ¡FUE EL HOMBRE QUE NOS SALVÓ LA VIDA A TODOS NOSOTROS DEL TERRIBLE MONSTRUO CELL! ¡Y DÉJAME DECIRTE QUE DEBERÍAS HABLAR CON MÁS RESPETO DE ÉL!», culminó cruzando sus brazos y dándole la espalda muy ofendida.

Mientras, Saltamontes volvió a golpearse la frente desesperada. «Allá vamos de nuevo…», murmuró.

Yamcha no salía de su impresión. Miró a Gohan y éste se encogió de hombros, al igual que Bulma y Milk. Suspiró y trató de disculparse. «Yo… lo siento… es que… ¡JUA!, ¡JUA!, ¡JA!, ¡JA!…», sin poder contenerse comenzó a reír a carcajadas de manera incontrolable. Al verlo, el pequeño saiya y las chicas hicieron lo mismo. «¡Qué chiste tan bueno!… ¡JA!, ¡JA!…», alcanzó a decir entre risa y risa. En un momento cayó al suelo y se revolcó en el césped.

Al ver esto, Alicel se puso furiosa así que se jaló los cabellos arrancándose su peluca. «¡GGGRRR! ¡¡¿De qué se ríen si no he dicho ningún chiste?!!». Al ver que la sostenía en sus manos, volvió a colocársela en la cabeza.

«Es que… es que… –alegó Gohan– ¡Ja!, ¡Ja!, ¡Ja!…». Pero no pudo continuar.

Al ver cómo todos se burlaban de ella, Alicel casi se puso a llorar. «¡HA PASADO DE NUEVO!… ¿Por qué… todos se ríen de mis disfraz…?…».

Saltamontes se aproximó a ella para consolarla. «Ya, ya, Al. Te dije que no te pusieras este traje».

«Pero… yo sólo quería…». Se recostó en el hombro de su amiga, llorando desconsoladamente.

Viendo lo que había hecho, Yamcha se levantó del suelo y trató de contener su hilarante risa para no seguir lastimando los sentimientos de la joven. «No llores, por favor. No me burlo de ti, sólo de tu traje».

«¿Qué?… no puedo escucharte…», balbuceó Alicel sollozando.

Yamcha se acercó un poco más. «Dije que lo siento…», repitió avergonzado.

La mujer volteó y sonrió. Yamcha, al verla, también lo hizo, pero no le duró mucho la alegría ya que, sin previo aviso, Alicel le dio un golpe en sus partes íntimas que lo tumbó al suelo, presa del dolor. Luego secó sus lágrimas y prosiguió: «Disculpa aceptada».

Saltamontes vio a su amiga y movió su cabeza resignada. «Nunca cambiarás, ¿verdad?… Y tú, Yamcha, eres un ingenuo. ¿No viste que mi amiga lloraba de mentiras?».

«N-no…», apenas pudo responder, mientras Gohan lo ayudaba a levantar. Estaba furioso, ya que era la segunda vez que una mujer lo engañaba ese día. «Pero creo que no volveré a confiar en una mujer».

«Te lo tienes merecido por insultar a mi héroe y a mi fabuloso traje».

«Ejem… Bulma, ¿qué te parece si buscamos a Piccolina y le presentamos a las muchachas?», opinó Milk tratando de solventar el asunto antes que pasara a mayores.

«¿Piccolina? ¿Quién es ella?», deseó saber Saltamontes.

«Es una de las personas por las que nos reunimos hoy», respondió Bulma.

«¡Ah!, ¡ya lo recuerdo!».

«Bien, entonces vayamos». Las cuatro mujeres se fueron, dejando a Yamcha adolorido y sentado en una de las sillas mientras Gohan le traía un vaso con agua.

«¡Mujeres! ¡Nunca las entenderé!», se quejó al verlas alejarse.

«¡Ni yo!», le apoyó el niño, que en un arrebato se tomó de un sorbo el agua.

«¡Oye!, ¡Esa agua era para mí!».

«¡Oops!, Lo siento…», se disculpó el saiya sonriendo y colocando una mano detrás de su cabeza.


Piccolina aún continuaba en su muy placentera tarea de probar todos los alimentos que, en su honor, habían sido preparados ese día, cuando llegaron a su encuentro las mujeres.

«Piccolina, te presento a nuestras amigas Alicel y Saltamontes».

La namek tragó rápidamente el bocado que tenía en la boca y se presentó a ellas. «Hola, encantada de conocerlas».

«Lo mismo digo», se presentó Alicel.

Saltamontes, en cambio, miró a Piccolina de arriba a bajo. «¡Wow! ¡Está genial tu disfraz!», exclamó. Le tomó la mano y comenzó a darle vuelta para verla desde todos los ángulos.

«¿D-disfraz…?… ¿Qué es… eso…?… perdonen mi ignorancia, pero hace unos pocos días que nací y aún hay muchas cosas que desconozco…», aclaró algo mareada mientras Saltamontes tocaba sus manos y rostro, admirada. ¡Si hasta parecía piel de verdad!

Milk y Bulma se miraron preocupadas.

«Sí… muy graciosa, chica… pero dinos… ¿dónde lo conseguiste?».

Piccolina se miró a sí misma confundida. «¿Dónde conseguí qué?».

«¡Ay, por Dios! ¡Todos se las dan de graciosos este día!».

«¿Graciosa? Pero si yo no he dicho ningún chiste… ¿o sí?».

«Parece que esta muchacha es algo lenta«, pensó Saltamontes. «No, no has dicho ningún chiste. Sólo quiero saber de dónde sacaste tu indumentaria».

«¿De dónde saqué mi ropa?».

«¡Así es!». Su paciencia se estaba acabando.

«Es cierto –la apoyó su fiel amiga–. Nosotras tenemos una tienda de disfraces y nunca habíamos visto un traje igual al tuyo. ¿De qué material está hecho?».

Piccolina se quedó pensando unos instantes y finalmente se encogió de hombros. «Bueno, pues no sé… Cuando el dragón me creó, ya estaba vestida…», dijo inocentemente.

«¡¿Qué?!», exclamaron las dos mujeres al unísono.

Pero al escuchar semejante barbaridad, Bulma y Milk salieron al rescate.

«¡JA!, ¡JA! ¡Qué graciosa eres, Piccolina!», se adelantó Milk.

«Sí… ¡JA!, ¡JA!… ¡Muy bueno!, ¡muy bueno!», le siguió la corriente Bulma, mientras animaba a las mujeres para que rieran también. «¿Verdad que son muy buenos sus chistes?».

Alicel y Saltamontes se miraron. «Eh… supongo que sí… je, je…», disimularon.

«¡Ah, ya entendí!». La namek chasqueó sus dedos contenta, como si hubiese hecho un gran descubrimiento. «¡Para ustedes los humanos, un chiste significa decir la verdad!».

«¡¿N-nosotros… los… h-humanos?!», volvieron a decir al mismo tiempo.

«¡¿Acaso tú no eres de la Tierra?!».

«No. Yo soy del planeta Namek. Pero desgraciadamente fue destruido por el malvado tirano espacial Freezer». Caminó hacia Saltamontes y tomó su mano. «Por el color de tu piel veo que tú tampoco eres de este planeta. ¿De dónde eres?, ¿Es que Freezer también destruyó tu mundo?». Bajó su rostro meditativa y luego lo alzó sonriente. «¡POR SUPUESTO! Una vez más pido disculpas. ¡Tú me dijiste que eras una saltamontes! ¡Por eso eres verde!».

La mujer miró su disfraz que era totalmente verde y sacudió su cabeza aturdida. «N-no… no es eso… yo tengo puesto… un traje de…».

«¡Vaya, –interrumpió– y yo que pensé que todos los insectos en la Tierra eran pequeños!». Comenzó a caminar de un lado para el otro mientras todas las chicas la miraban anonadadas. «¡No sabía que algunos saltamontes eran tan grandes! ¡¿Comes hojas y todo eso?!», preguntó muy emocionada tomándola de los hombros. Alicel y Saltamontes la miraron con ojos desencajados.

«¡JA!, ¡JA! Ya, Piccolina, deja de contar tus maravillosos chistes porque nos dolerá el estómago de tanto reír…». Milk se acercó y le dio unas palmaditas en la espalda a la joven.

«Y acaso, ¿para los terrícolas decir la verdad es motivo de risa…?…». No pudo seguir porque Milk le tapó la boca. Bulma también se aproximó y cada una de ellas tomó a Piccolina de un brazo. «Vaya, muchachas. Lo lamento, pero nuestra amiga está muy cansada y quiere ir a recostarse un poco».

«Pero… si yo no estoy cansada…». De nuevo Milk le impidió continuar. En ese momento comenzaron a caminar, llevándose consigo a Piccolina.

«Enseguida volvemos», se disculpó Bulma mientras se alejaban.

«S-sí… c-claro…», fue la escueta respuesta de Saltamontes.

«Esa Piccolina es muy extraña, ¿no lo crees, Salta?».

«Vaya que lo es… ahora veo por qué nos habían dicho que era diferente… yo creo que está mal de la cabeza… ¡y lo peor de todo es que no nos dijo dónde había encontrado su disfraz!».

«Sí, ni hablar…».

Ambas se miraron y suspiraron.


Piccolo continuaba en el tejado cuando sintió una presencia conocida a su lado. «¿Qué haces aquí?, ¿Cómo me descubriste?».

«Bueno… podría decir que mis fabulosos instintos me indicaron que te encontrabas en un sitio apartado…».

«Sí, pero eso no sería la verdad –interrumpió–, ¿o me equivoco, Krilim?». Piccolo abrió sus ojos por primera vez y observó a su viejo conocido fijamente para finalmente volver a cerrarlos.

Krilim se acercó y sentó a su lado. «No… Te vi por casualidad cuando pasaba y decidí subir a saludarte», confesó ruborizado.

«Humm… eso tampoco lo creo. No me hagas perder el tiempo, ¡dime a qué viniste!».

Al escuchar esto, el guerrero se puso muy serio. «Yo creo que ya lo sabes, ¿o no?».

El namek volvió a abrir sus ojos y miró al cielo. «Piccolina…».

«Exacto. Ella… ¿qué pasó?».

«No sé porqué lo preguntas. Conociendo al niño, me imagino que ya te lo contó todo».

«¿Lo del deseo que le pidió a Shenlong? Sí, y estaba muy feliz cuando lo dijo».

Piccolo cerró sus manos con furia. «Ese tonto… bien, esa es toda la historia. No hay nada más qué añadir».

«Yo no estoy tan seguro. Cuando estábamos en Namek, Dende me contó que los namekuseijins eran… eran… bueno, ¡tú-ya-sabes-qué! Pero, ahora que veo a Piccolina, pienso que tal vez malinterpreté lo que me narraron».

«No. Así es, los namekuseijins somos una raza unisexo. Entendiste todo a la perfección».

Krilim abrió sus ojos de par en par muy sorprendido. «¡¿CÓMO?!, ¡NO PUEDE SER!, ¡ENTONCES… TÚ Y ELLA…!…».

«¡ELLA Y YO NADA!, ¡QUE TE QUEDE CLARO!».

Ambos se vieron con furia, pero luego trataron de calmarse un poco. Krilim vio a lo lejos cómo Piccolina era arrastrada por Bulma y Milk a algún lugar pero, la verdad, no le dio mucha importancia en ese momento. «Ya veo… ¿Ella lo sabe…?…».

Piccolo bajó su rostro con cierta tristeza. «No. No quiero que Gohan se entere porque podría lastimarlo…», pensó en callar, pero finalmente continuo, «…y a ella también…».

Al oír esto, Krilim sonrió. «Tienes mucha razón. ¡Cielos!, no quisiera estar en tu pellejo… Ahora que lo pienso mejor, estoy seguro que Gohan y Bulma estaban conmigo cuando Dende nos confesó todo. Aunque supongo que por la preocupación del momento, lo olvidaron».

«Obviamente. Si lo recordaran, no estaría en este lío».

«Es verdad».

Piccolo frunció el ceño. «Además de ti, ¿quién más sabe la verdad?».

«Se lo comenté en alguna oportunidad a A18, pero ella no dirá nada». Krilim se levantó del suelo dispuesto a retirarse. «Sabes que tendrás que decirlo tarde o temprano, ¿no?».

«Sí, lo sé».

«Bien. Te deseo mucha suerte». Comenzó a levitar, pero no quiso irse sin antes dar su opinión sobre un tema que le había causado mucha gracia. «Por cierto, Piccolo. ¡Muy bueno el truco del muñeco!».

Piccolo sonrió, pero disimuló muy bien. «¡YA VETE ANTES QUE ME DESCUBRAN POR TU CULPA!».

«Sí, sí, ya me voy», dijo a medida que se alejaba.

El namek suspiró. «Hasta que se fue… ¡AY, NO!», exclamó asustado cuando vio a un par de chicas acercarse peligrosamente a su réplica.


«¿Estás segura que hacemos los correcto?», preguntó Alicel caminando detrás de Saltamontes.

«¡Claro que sí!». Saltamontes se detuvo a escasos metros de la réplica de Piccolo y giró hacia su amiga. «Míralo. Tiene puesto un disfraz igual al de Piccolina. Te apuesto a que es la otra persona de la que nos habían hablado las chicas. Tal vez él sí nos diga dónde consiguió su atuendo».

«Eso es verdad», dijo Alicel, pero luego comenzó a reír.

Su amiga la observó curiosa. «¿Qué sucede?».

«Nada. Es que cada vez que veo al sujeto, recuerdo una de mis películas favoritas: ¡EL ATAQUE DE LOS MARCIANOS!… ¡JA!, ¡JA!, es igualito a los alienígenas que salen allí».

«Bueno, pero él no es ningún extraterrestre».

«Ya lo sé. Sólo bromeo», aclaró, pero inmediatamente frunció el ceño. «Pero… ¿Y si está tan loco como su amiguita?».

Saltamontes volvió a girar hacia su objetivo, suspiró y colocó sus manos en sus mejillas ruborizadas. «No lo creo… además, es tan, pero tan lindo…».

Alicel caminó un poco colocándose frente a su amiga y enseguida notó que estaba totalmente embelesada y casi babeándose por el extraño hombre que aún no conocían. Entonces, la chica levantó sus brazos al cielo suplicando piedad y sobretodo paciencia. «¡¿Y qué tiene que ver que sea guapo?! ¡Igual puede ser un sicótico o un pervertido!».


El maestro Roshi estaba feliz de haber asistido a la C.C. ese día, en vez de quedarse en casa viendo el increíble maratón de aeróbics que transmitirían en la T.V. ¡Ja!, ya había roto su propia marca tocando, hasta el momento, 10 traseros y 15 pechos. ¡Y todos ellos de chicas hermosísimas! Humm, la verdad, no sabía que Bulma conociera a tantas mujeres hermosas como ella… y claro que había recibido un número igual de golpes por su atrevimiento, pero… ¡Nah!, era un precio muy bajo el que había tenido que pagar por obtener semejando placer. Justo ahora había avistado a su próxima víctima y estaba a escasos milímetros de su voluptuoso trasero, cuando…

«¡¡ACHUSS!!», estornudó.

La chica, al oír esto, giró y se dio cuenta de lo que el hombre pensaba hacerle, así que se puso furiosa. «¡¡ÓIGAME, VIEJO PERVERTIDO, A VER SI APRENDE A RESPETAR!!», exclamó histérica al tiempo que le dio una cachetada que lo lanzó violentamente contra una pared, incrustándolo en ella.

Roshi se zafó como pudo del muro y se acarició su enrojecida mejilla. Estaba lleno de golpes, pero aún así su rostro reflejaba una gran alegría. «Una menos…, pero no importa. ¡Aún quedan muchas! ¡¡YUPI!!». Dio un brinco de emoción y salió corriendo en pos de otra hermosa criatura.


Saltamontes apartó a su amiga con su mano para acercase al sujeto que le atraía poderosamente desde el instante en que lo había visto. «No lo creo… un hombre tan hermoso no puede ser un loco o un pervertido».

Alicel suspiró con resignación y siguió a su compañera. Si algo pasaba, ella estaría a su lado para ayudarla.

La muchacha se colocó a un costado del «namek». «Emm, disculpe, señor, ¿puedo hablar con usted un momento?», preguntó, causando la desesperación de Piccolo, que a lo lejos había escuchado todo con su oído bien desarrollado. Utilizando la telekinesis, movió la cabeza de su réplica negativamente.

«¡¿Lo ves?!», dijo la chica cuando llegó al lado de la otra. «No quiere hablar con nosotras. Es mejor que nos marchemos».

Trató de jalar a su amiga, pero ésta se resistió. «Espera un poco. Lo intentaré de nuevo».


«¡¿Qué quieren?!«, pensó Piccolo angustiado. «¡Diablos!, ¿qué podré hacer?«. En ese momento sintió que alguien tocaba su hombro. «¿Qué quieres?, ahora no tengo tiempo», dijo sin voltear a ver a la persona que lo llamaba. Pero los golpes en su hombro no cesaron y finalmente se levantó furioso. «¡TE DIJE QUE NO TENGO TIEMPO! ¡MÁRCHATE, KRILIM!». Giró y casi sufrió un infarto cuando vio quién lo miraba con semblante asesino. Justo la persona que menos esperaba ver: «¡PI-PICCOLINA!».

«¡¿Qué crees que estás haciendo, Piccolo?!», preguntó furiosa, cruzando sus brazos.

«Bueno… es que… yo…».

«¡¿Acaso pensaste que no me daría cuenta?! Buen intento, pero cometiste un pequeño error… ¡Tú réplica ni siquiera tiene ki!».

«¡ES CIERTO!, ¡MALDICIÓN, OLVIDÉ POR COMPLETO EL KI! ¡Y LO PEOR DE TODO ES QUE ESTA MUJER ES ASTUTA!«, pensó consternado.

Piccolina, al ver que Piccolo no respondía, le dio un golpe en el pecho. «¡Ellos son tus amigos! ¡¿Cómo pudiste engañarlos de esa manera?!».

El namek cerró sus puños lleno de furia. «¡UN MOMENTO! ¡NO FUE MI IDEA VENIR A ESTA ESTÚPIDA FIESTA! ¡¿LO RECUERDAS?!».

«¡¿Y QUÉ?! ¡Lo importante es que decidiste asistir!».

«¡JA! ¡No me hagas reír! ¡TÚ ME OBLIGASTE A ESTAR AQUÍ!».

La mujer colocó sus manos en su cadera, enfurecida. «¡¿Me estás diciendo que EL PODEROSO PICCOLO se deja manipular por una inocente mujer?!», le dijo, sabiendo que esas palabras lastimarían su orgullo, humillándolo por completo. Y lo logró.

El rostro de Piccolo se tornó rojo del coraje y la ira. Su mente se puso en blanco y sólo un pensamiento cruzó por su cabeza: ¡Estrangular a Piccolina!


Saltamontes aún esperaba poder sacarle algunas palabras a su interlocutor. Y por supuesto, no pudo hacerlo, ya que Piccolo había perdido toda su concentración olvidando por completo a su «amigo».

«Olvídalo ya», le suplicó Alicel sentada en una silla, sumamente aburrida.

Saltamontes suspiró desilusionada. «Tienes razón, ¡pero déjeme decirle, señor, que usted es un grosero!», le reclamó al tiempo que giraba molesta.


Hasta el momento, nadie se había percatado de la acalorada disputa que había comenzado entre la pareja namekusejins.

«¡GGGRRR! ¡Escúchame bien! ¡Yo no me dejo manipular por nadie! ¡Y MUCHOS MENOS POR TI!», proclamó, señalándola con su mano.


Piccolo estaba tan alterado que no se dio cuenta que su réplica comenzó a moverse igual a él, así que también alzó su mano topándose con el trasero de Saltamontes. Al sentir esto, la mujer volteó indignada. «¡ERES UN ABUSIVO!, ¡MI AMIGA TENÍA RAZÓN CUANDO PENSÓ QUE ERAS UN PERVERTIDO!».

Trató de abalanzarse sobre él, pero Alicel la detuvo. «Déjalo. Es mejor irnos».

«¡De ninguna manera!».


«Vamos, Piccolo –prosiguió ella–. Sabes que tengo un gran poder de convencimiento sobre ti».

Piccolo cruzó sus brazos y sonrió con malicia. «¡Ni lo sueñes!».

Ella se encogió de hombros y lo miró fijamente. «Por algo estás aquí».


El muñeco también cruzó sus brazos y sonrió.

Saltamontes vio la reacción de «Piccolo» y se alteró más. «¡Míralo! ¡Está riéndose con toda la malicia del mundo! ¡No voy a dejar que nadie se burle de mí!». Salió corriendo y justo cuando iba a atacarlo, éste levantó sus brazos haciendo que ella retrocediera temerosa.


Piccolo alzó sus brazos. «¡No te confundas! ¡Si estoy aquí es por el chico!».

«¡Eso no te lo crees ni tú!», afirmó ella. «Pero no nos alejemos del tema. ¡Sabes que has hecho algo terrible, ¿no?!».

El namek respiró hondo y continuó: «Yo no lo veo así… además, debes admitir que fue una buena idea». Trató de controlar sus emociones y en ese momento rompió inconscientemente el lazo mental que tenía con su réplica.


«¡Ten mucho cuidado!», gritó Alicel preocupada.

Saltamontes sonrió y se puso en guardia. «Descuida… ¡Y tú, miserable, prepárate, porque yo sé defensa personal!». Sin esperar más, corrió y le dio una patada a la silla en que estaba sentado la réplica, haciendo que cayera en el suelo. «¡Y eso no es todo!». Saltó sobre él aprisionando sus brazos con sus piernas. Luego que hizo esto comenzó a golpearle en el rostro.

Alicel se tapó los ojos para no ver la paliza que le estaban dando ya que, de sólo verla, a ella le dolía el cuerpo. «Ese sujeto no sabe con quién se metió», murmuró.


«¡A mí no me parece una buena idea y no sé cómo puedes pensar eso!».

Piccolo sonrió. «Te lo dije una vez: ¡NO ME GUSTAN LOS HUMANOS! ¡Y NO PIENSO ESTAR RODEADO DE ELLOS!».

«¡¿Y POR QUÉ RAYOS NO?! ¡DAME UNA RAZÓN LÓGICA!», gritó Piccolina, exasperada.


Las personas comenzaron a acercarse para saber qué estaba sucediendo. Todos, incluyendo a Yamcha, Krilim, y Gohan, se aproximaron. Sabían que era una pelea, pero se había levantado una gran polvareda que impedía saber quiénes eran los protagonistas de la misma.

«¡¿Qué está pasando?!», preguntó Krilim.

«No lo sé», respondió Yamcha. En ese momento vio a Alicel y se asustó muchísimo. «¡WWHHAA!, ¡son esas chicas dementes de nuevo!».

«¿C-chicas dementes?, ¿a qué te refieres?». Para Krilim era inaudito que su amigo se expresara de esa manera de algo que siempre había idolatrado: ¡LAS MUJERES!

«¿Ves a la chica que está allá?». Yamcha señaló a Alicel.

«¡DALE DURO, SALTAMONTES! ¡TÚ PUEDES!», gritaba Alicel, apoyando a su amiga cuando Krilim la observó.

«Sí, ¿Y qué?».

«¡Ella me tumbó de un solo golpe!».

«¡¿Cómo?!». Krilim desvió su mirada hacia Gohan.

«¡Es cierto! –afirmó el pequeño–. Yo lo vi todo». Al recordarlo, el niño empezó a reír.

«¡TE LO DIJE! ¡ELLAS SON UNOS MONSTRUOS!».

«¡Oh, vamos!, no exageres tanto. Apuesto a que no has vuelto a entrenar, ¿no es cierto?».

Yamcha bajó su cabeza, apenado. «E-en… realidad… n-no…».

«¡Por eso te vencieron, hombre! Si no entrenas, pierdes práctica y un golpe bien dado te puede tumbar. Como efectivamente pasó».

«¿Tú crees?».

«¡Claro que sí!».

«Yo me pregunto con quién estará peleando, de todas formas», dijo Gohan muy curioso.

Pero la reacción de la gente no se hizo esperar.

«¡Miren! –gritó un señor al lado de Gohan–. ¡Esa muchacha acaba de asesinar a un pobre hombre!».

«¡Es cierto! –gritó otro–. ¡¡HUYAMOS TODOS Y SALVEMOS NUESTRAS VIDAS!!».

Las personas comenzaron a huir despavoridas, formando una enorme estampida. En su camino, tropezaban con mesas y sillas e incluso con la enorme fuente de vino que cayó de lado, esparciendo su líquido por el suelo, provocando que muchos otros cayeran y se resbalaran. Las primeras personas brincaron la cerca trasera de la C.C., pero finalmente la desesperación de la muchedumbre la tumbó, ocasionando muchos daños en su estructura. Milk y Bulma llegaron corriendo en ese momento a reunirse con los demás.

«¡¿QUÉ PASÓ AQUÍ?!», gritó Bulma histérica.

«¡SÍ, ESTÁBAMOS BUSCANDO A PICCOLINA! ¡DIOS, ESPERO QUE ESTÉ BIEN! ¡¿NO LA HAN VISTO?!», prosiguió Milk.

«No, no la hemos visto. Pero no te preocupes, mamá, de seguro está bien. Ella es muy fuerte e inteligente».

«Eso espero, hijo», dijo la madre aferrándose a Gohan.

Bulma se acercó a Yamcha y lo jaló por su camisa. «¡OYE, YAMCHA! ¡¿ES QUE NO PIENSAS HACER NADA PARA DETENER ESTE DESASTRE?! ¡MI FIESTA SE ESTÁ ARRUINANDO!».

«¡¿LO DICES EN SERIO?! ¡JA! ¡CLARO QUE NO! ¡DESDE HACÍA MUCHO TIEMPO QUE NO ME DIVERTÍA TANTO!».

Bulma se enfureció con la respuesta. «¡GGGRRR! ¡CONQUE TE ESTÁS DIVIRTIENDO, ¿EH?!». Lo giró y le dio una patada en el trasero que lo mandó lejos. El guerrero chocó con el costado de una mesa, provocando que un enorme pastel saliera volando, cayendo justo en la cabeza de la mujer.

Krilim salió corriendo a ayudar a su amigo. «¡¿Estás bien?!».

«S-sí…», le tranquilizó el guerrero. «Este no ha sido mi día con las mujeres. ¡YA VAN TRES VECES QUE SOY UNA VÍCTIMA DE ELLAS!«, pensó.

«¿Ves?, a esto me refería con un golpe bien dado. Bulma te lo dio y te mandó a volar».

Yamcha se encolerizó con esas palabras y tomó un pastel que milagrosamente se había salvado en su caída. «Sí, claro. ¡Y ahora yo pienso darte otro golpe bien dado!».

Se lo lanzó, pero Krilim estaba prevenido y lo esquivó sin problemas. «¡JA!, ¡JA! ¡No podrás conmigo porque yo sí entreno!», se burló descaradamente.

«¡HEY, KRILIM!», sintió que alguien lo llamaba, así que ingenuamente volteó sólo para recibir un pastelazo en el rostro, provocando la risa de Yamcha. Luego de la sorpresa inicial apartó el pastel de sus ojos y lo probó. «¡Qué rico! ¡Es un pastel de manzana!», levantó la vista y vio que A18 se lo había lanzado. «Conque ésas tenemos…», él tomó otros dos y se los aventó a la cabeza, pero ninguno dio en el blanco. Por el contrario, golpearon a Milk y Gohan.

A18 vio esto y sonrió muy confiada, pero su semblante cambió a uno de sorpresa cuando sintió el ki de su esposo justo detrás de ella, así que giró. Cuando lo hizo Krilim la veía divertido. «Aún no termino contigo, cariño. Guardé el mejor para el final», le dijo cínicamente, estrellando un pastel en su rostro.

«Buen gusto, amor. Es de chocolate», comentó quitando el pastel de su cara.

«Sí, mi favorito».

«Lo sé. ¿Quieres probarlo?, está fresco y jugoso».

Krilim se acercó y la tomó por la cintura. «En realidad… ésa idea cruzó por mi mente». La pareja se besó apasionadamente en medio de la guerra de pasteles que había comenzado entre todos ellos.


Piccolo tomó a Piccolina de un brazo y la jaló para que observara el espectáculo que se había formado en los jardines. «¡¿TE DAS CUENTA?! ¡TODOS LOS HUMANOS SON UNOS SALVAJES! ¡SE LA PASAN PELEANDO ENTRE ELLOS! ¡¿ÉSA TE PARECE UNA RAZÓN SUFICIENTEMENTE VÁLIDA?!».

Ella vio la guerra de pastelazos y a lo lejos apreció la huida de las últimas personas que corrían despavoridas. Al hacerlo se tapó la boca víctima de una enorme sorpresa. «P-Piccolo… No lo puedo creer…».

El namek puso semblante serio y cruzó sus brazos. «Así son ellos… No sé qué comenzó todo esto, pero de seguro fue alguna tontería sin importancia. Nunca falta algún cretino que comience una revuelta».

«No lo sabía… parecían muy simpáticos y pacíficos».

«Pero no lo son. La historia de la humanidad está llena de guerra inútiles, y cada una de ellas causó miles de muertes».

La mujer bajó su rostro entristecida. «Es una pena… Lo lamento, Piccolo, tenías toda la razón. No debí hablarte de esa manera».

«No te preocupes… yo… bueno, yo… también lo siento», se disculpó sin mirarla y un poco apenado. Al verlo, Piccolina sonrió feliz.


Saltamontes se cansó de golpear a su oponente, así que se levantó y secó el sudor de su frente. Pero no había terminado; tomó a su contrincante por las solapas y precedió a darle algunas patadas, luego comenzó a jalarlo de un lado para el otro salvajemente, haciendo que la réplica moviera brazos y piernas descontroladamente como lo que era: un muñeco. Su ropa había tomado tonalidades rojizas al ser restregado en el suelo, y también se había desgarrado en jirones.

Yamcha, Gohan y Krilim abrieron sus ojos sorprendidos sin creer lo que veían: ¡¡ERA PICCOLO!!

«¡NO PUEDE SER! –exclamó Gohan desesperado–. ¡ES EL SEÑOR PICCOLO!».

«¡TE LO DIJE, KRILIM, ELLAS SON MUY FUERTES!».

«N-no… «. Krilim se sostuvo del brazo de Yamcha para no caer al suelo, pero luego lo tomó del cuello. «E-esto es… ¡¡es imposible!!».

Todos observaron aterrados la escena y también impotentes porque, si esa chica era capaz de vencer a un guerrero tan poderoso como Piccolo, ¿qué podrían hacer ellos para ayudarle?

Gohan cerró sus puños con fuerza y comenzó a aumentar su ki haciendo que el polvo y la comida comenzara a volar a su alrededor. «N-no… voy a permitir q-que le… p-pase nada al… al s-señor P-Piccolo… ¡NO DEJARÉ QUE LE HAGAS DAÑO!», gritó enfurecido convirtiéndose en SSJ. Enseguida voló y se colocó al lado de la pareja.

Saltamontes observó al chico horrorizada y enseguida soltó a la réplica, que chocó en el suelo emitiendo un golpe seco que retumbó dolorosamente en los oídos de Gohan. Sus cabellos dorados… su aura… y esos increíbles ojos azules que reflejaban tanta ira, furia y también cierta tristeza… tristeza de tener que volver a pelear y, tal vez, volver a matar… No podía estar equivocada, ¡era él!, ¡EL JOVEN CORREDOR! El grito de Alicel los hizo girar justo a tiempo de ver a la chica caer desmayada al suelo por la impresión.

Gohan estaba listo para encarar al nuevo enemigo, pero el contacto de una mano en su hombro lo hizo desistir; ese ki era inconfundible. «¡SEÑOR PICCOLO, NO LE PASÓ NADA! ¡ESTÁ BIEN!». El niño se lanzó en sus brazos, sollozando de la alegría.

Piccolo sonrió enternecido. «Claro que estoy bien, pequeño».

«Ejem… Creo que nos debes a todos una explicación», escuchó que Bulma le decía al tiempo que agitaba sus manos tratando de quitar el pastel de sus manos. Todos lo observaron muy serios.

Piccolina descendió del techo y se colocó al lado de sus amigos. «Yo también pienso que debes dárselas».

Piccolo suspiró. «Vaya, parece que me metí en un GRAN LÍO».


Bulma observó con pesar lo que alguna vez fue su hermoso jardín. No había quedado nada de las flores que con tanto esmero y cuidados había cultivado por años. Todas habían sido pisoteadas. Las paredes estaban recubiertas de comida, al igual que el suelo. Y el cercado estaba casi completamente destruido. Suspiró tratando de no pensar en todo el tiempo y dinero que debería invertir para que todo volviera a ser como era antes, al tiempo que escuchaba el alocado relato de Piccolo. Había sido un plan muy astuto y original y, a pesar del enojo inicial, a todos les había sacado una carcajada por lo ridículo de la situación. Todo, absolutamente TODO el desastre de ese día, lo había generado una réplica colocada en el lugar y el momento preciso. Pero, así era la vida a veces…

«¡Tremendo susto nos diste, Piccolo!», le reclamó Krilim.

«Sí, yo me asusté mucho cuando vi a Saltamontes golpear a su réplica, señor Piccolo. Y como no sentía su ki, pensé que estaba muerto».

«¡A mí me pareció un truco de mal gusto! Por eso es que no me gusta que mi hijo esté cerca de ustedes. ¡Todos son unos rebeldes sin causa!».

Piccolo estaba cabizbajo mientras escuchaba todos los reclamos y regaños. Después de todo, era lo menos que podía hacer. «Perdónenme todos. No debí hacerlo».

Estaban enojados, pero se quedaron callados al escuchar su disculpa; no era común escuchar tales palabras de alguien tan orgulloso. Algunos comenzaron a limpiar lo mejor que podían todo el sucio de su ropa y cuerpos con servilletas y pañuelos, pero era inútil.

«Creo que en este momento mi nuevo invento nos sería muy útil», dijo Bulma en broma.

«¡NO DE NUEVO!». Yamcha retrocedió muy asustado, tropezando con una silla y cayendo al suelo. «Prefiero quedarme tal como estoy, gracias».

Bulma sonrió. «Eso pensé».

«No entiendo de qué hablan», comentó Krilim confundido.

«Es una larga historia», dijo Yamcha de mal humor.

«¡Oigan, mi amiga está despertando!», les informó Saltamontes. Todos rodearon a la pareja de amigas justo cuando Alicel abrió sus ojos, luego de su desmayo. «¿Cómo te sientes?».

Alicel vio a Saltamontes y suspiró aliviada. «B-bien… pero tuve un sueño muy extraño…». Su vista se aclaró y pudo ver a los demás, al hacerlo se levantó del suelo sobresaltada y corrió a esconderse detrás de su inseparable compañera. «¡NO FUE UN SUEÑO! ¡NO PUEDE SER!».

«No, no lo fue». Saltamontes dio dos pasos al frente muy seria. «Yo tengo algunas preguntas y algunas sospechas». Los observó a todos detenidamente. «Cuando los conocí, Yamcha, Krilim, Gohan y hasta el mismo Piccolo me parecieron muy conocidos. Pero no recordaba de dónde ni por qué, y no fue hasta que vi al niño hacer esa rara transformación que pude recordarlo. ¡Fue en el juego de Cell!».

«¡ES VERDAD!». Alicel caminó y se colocó al lado de su amiga. «¡Yo ya vi la cinta que tengo del combate unas 500 veces y no me puedo equivocar! ¡Ustedes eran los sujetos que estorbaron a Mr.Satan cuando luchó en contra de ese monstruo!».

Todos se asustaron al oír semejante acusación. Milk miró a Bulma con cara de ‘sabía que no tenía que haber venido a esta fiesta‘.

Yamcha sonrió nervioso. «N-no, chicas… Nos están confundiendo…».

«Yo no lo creo. Ya que… ¡mi amiga me obligó a ver esa maldita cinta todas las 500 veces! Como verán, la sé de memoria… ¡Y TÚ, GOHAN, NO TRATES DE MENTIRME! ¡ERAS ESE JOVEN CORREDOR QUE PELEÓ CON CELL!».

Gohan no sabía qué decir. Siempre le habían dicho que debía guardar su identidad en secreto para evitar problemas, y definitivamente no quería tenerlos ahora. Pero la respuesta de Piccolo no se hizo esperar: «Es verdad. TODOS estuvimos allí».

«¡Lo sabía! Pero eso no es todo… ¡estoy segura que fue él quien le ganó al monstruo y no Mr.Satan!».

Un silencio sepulcral invadió el lugar. Gohan se puso pálido y comenzó a sudar.

«¡No digas eso, Salta! ¡Yo no lo creo!», le reprochó Alicel.

Luego de pensarlo detenidamente, Piccolo continuó: «No veo motivos para seguir ocultándolo. Gohan derrotó a Cell».

Gohan tomó el brazo de Piccolo tratando de detenerlo, mientras Milk casi se desmayaba de la impresión, al igual que Alicel. El namek bajó su rostro y miró al niño fijamente, al principio serio, luego sonriente. «Gohan y Goku fueron nuestros salvadores. Gracias a ellos TODOS ESTAMOS CON VIDA. Y hoy debo decir que me siento muy orgulloso de mi pupilo, así como sé que su padre lo está en el otro mundo».

El niño bajó su carita ruborizada, escondiendo las lágrimas que bajaban por sus mejillas. Las palabras de Piccolo, su maestro y amigo, lo habían conmovido mucho, al igual que a todos. No sólo Gohan lloró ese día.

Piccolo se aproximó a Saltamontes y Alicel. «Esto es muy importante: por el bien del niño esperamos que nadie se entere de la verdad. No sabemos lo que podría pasar si la gente se entera que Satan es sólo una farsa».

«Entendemos. Seremos muy discretas», afirmó Saltamontes.

En ese momento Alicel comenzó a llorar desconsoladamente y Salta la abrazó, tratando de consolarla. La imagen de Mr.Satan se había roto en pedazos en su corazón. Era bueno saber la verdad, pero a veces era muy dolorosa.

«Aún tengo una duda», le dijo Saltamontes a Piccolo.

«¿Cuál es?».

«¿Qué es esa transformación de Gohan? ¿Todos podemos hacerla?».

«No. Piccolina y yo no somos de la Tierra. Y Gohan es sólo mitad humano, su otra mitad es saiyajin y gracias a eso posee poderes extraordinarios».

«¿Q-qué…?», balbuceó Alicel. «¡Ya lo sospechaba! ¡Ustedes son marcianos! ¡Déjenme ver su verdadero rostro!». Se acercó a Piccolo y trató de arrancarle la cara, cosa que no pudo hacer.

«¡¡AUCH!! ¡¿QUÉ TRATAS DE HACER, HUMANA?! ¡ESO DUELE!».

Cuando vio que ése era su verdadero rostro, Alicel pegó un brinco cayendo en los brazos de Saltamontes. «L-lo… s-siento…».

Piccolina y todos comenzaron a reír cuando vieron esto.

«¡NO SOY UN MARCIANO! ¡SOY DEL PLANETA NAMEK! ¡Y EL PADRE DE GOHAN ERA DEL PLANETA VEJITA».

Saltamontes soltó a su amiga que cayó al suelo estrepitosamente. «Sí, Piccolina ya nos lo había dicho. Pero no le creímos. Ahora es distinto».

«Ustedes los terrícolas son muy extraños… No creen nada de lo que les digo».

«Lo siento mucho», se disculpó Alicel. «¿Por qué están en nuestro planeta y no en el suyo?».

«Ambos planetas fueron destruidos. Ya no existen».

«Fue ese tal Freezer, ¿no?». Saltamontes y Alicel se miraron asustadas pensando en que tal vez su planeta también correría peligro.

Piccolo se dio cuenta de ese temor. «Así es. Pero no deben preocuparse, él ya no existe. Goku, el padre de Gohan, lo mandó al infierno hace años».

Ambas sintieron un gran alivio con la noticia. «Los demás, ¿también son de otros mundos?».

«No, nosotros sí somos de la Tierra», les aclaró Krilim.

«¡Vaya, es fascinante!».

«En fin. Es mejor que vuelva al Templo. No tengo nada más qué hacer aquí».

«Yo iré contigo, Piccolo», dijo Piccolina.

Piccolo caminó un poco hasta donde había quedado su réplica. La tomó en sus manos y sonrió divertido. A pesar de todo, había sido una buena idea y, la verdad, estaba muy orgulloso de su propio ingenio. Luego lo lanzó a los brazos de Saltamontes. «Ten. Consérvalo de recuerdo», se despidió con su mano en alto y se fue volando. Piccolina lo siguió.

«¡¿Me lo prestarás algún día?!», preguntó Alicel emocionada.

Saltamones abrazó al muñeco. ¡Piccolo era tan guapo!, pensó ruborizada. Observó a su amiga con picardía y respondió: «¡Oh, no, es sólo mío!».

«¡Qué mala eres, Salta!».

Milk se acercó a su amiga Bulma, que estaba cabizbaja y triste. «Oye, ¿te ayudo a limpiar este desastre?».

Krilim, A18, Yamcha, Gohan, Alicel y Saltamontes le apoyaron.

«Claro, Bulma. Todos te ayudaremos», dijo Yamcha.

«¡Juntos terminaremos más rápido!», opinó Gohan.

Bulma los vio a todos y sonrió. Tenía suerte de tener tan buenos amigos. «¡Muchas gracias, chicos!».

«Por cierto… ¿alguien ha visto al maestro Roshi?», preguntó Krilim.

«Debió salir huyendo…», se burló A18. «Detrás de alguna muchacha hermosa, seguramente».

«¡Es verdad!», proclamaron todos al mismo tiempo.

Pero un murmullo en la lejanía los hizo girar al mismo sitio. «¿Uh?… ¿chica hermosa?, ¡¿dónde está?!». De entre algunos matorrales salió el maestro totalmente borracho. Pero inmediatamente cayó al suelo inconsciente.

«El maestro Roshi nunca cambiará».

Todos lo vieron y luego de encogerse de hombros se pusieron manos a la obra.


La pareja namek había recorrido ya varios kilómetros cuando Piccolo se detuvo inesperadamente.

«¿Qué sucede, Piccolo?».

«Olvidé hacer algo muy importante. ¡Sígueme!». Giró y comenzó a volar rumbo a la Corporación Cápsula nuevamente. Cuando llegó, se quedó en lo alto donde nadie pudiese verlo.

Piccolina lo alcanzó unos instantes después. Apenas había aprendido a volar y aún no era tan rápida como los demás. «¿Por qué regresamos?».

«Bulma estaba muy triste por su jardín».

«Es verdad. Pobrecita, se veía muy afligida».

«Todo fue mi culpa. Tengo que arreglar el destrozo que causé».

«Pero… ¿cómo?».

Piccolo guiñó un ojo. «Observa».

Ella vio como el hombre cerraba sus ojos, concentrándose con fuerza. Guardó silencio para no distraerle. Un minuto después Piccolo abrió sus ojos y sonrió con satisfacción. Chasqueó sus dedos y entonces se hizo la magia…


«¡ES UN MILAGRO!», gritó Alicel.

Bulma se miraba la ropa sorprendida. ¡Estaba limpia! Ella y los otros… las mesas en su lugar, las sillas, la fuente de vino totalmente llena… su cerca estaba intacta… ¡y sus flores estaban vivas y abiertas, mostrando así todo su esplendor! Estaba tan feliz que comenzó a bailar de la alegría.

Gohan vio las mesas llenas de comida. «¡QUÉ BIEN!, ¡TENGO MUCHA HAMBRE!». Salió corriendo y comenzó a comer.

Alicel hizo lo mismo. «¡Espérame, Gohan! ¡Yo también me muero del hambre!».

A Saltamontes se le iluminó el rostro. «¡Ahora lo entiendo todo!, ¡Mi amiga siempre tiene apetito y come desesperadamente como lo hace Gohan ahora! ¡ELLA DEBE SER UNA SAIYAJIN!», se burló.

Alicel dejó de comer para observar a su amiga disgustada. «¡Muy graciosa!, ¡JA!, ¡JA!». Pero su estómago crujió, así que ella volvió a las andadas.

«Bueno… la verdad, yo también tengo hambre… ji, ji…», confesó Krilim.

«Pues… igual yo…», le apoyó Yamcha.

«Yo podría comer algo», comentó Milk.

«¡¿ Y QUÉ ESPERAMOS, ENTONCES?! ¡SI NO NOS DAMOS PRISA, ALICEL Y GOHAN ACABARÁN CON TODO», advirtió la androide.

Todos salieron corriendo y comenzaron a comer y a reír. Bulma se quedó rezagada, se apartó un poco de ellos y finalmente levantó su rostro al cielo pensando: «¡Muchas gracias, Piccolo!«.


La Compañera – Capítulo 3

Fanfic: La Compañera

Bulma y Milk caminaban por el centro comercial más grande de la recientemente nombrada «Ciudad Satan». Llevaban varios días haciendo todos los preparativos de la fiesta que Bulma quería dar como bienvenida a la nueva «compañera» de Piccolo, es decir, Piccolina. Bulma veía muy complacida todas las vitrinas, queriendo llevarse todo lo que estaba en exhibición y al hacerlo trataba de animar a Milk que, se notaba, estaba muy nerviosa y no prestaba la más mínima atención a los comentarios de su amiga.

«¡Mira, Milk, qué lindos están esos manteles! ¿No crees que se verían preciosos sobre las mesas del jardín?», le preguntó muy emocionada, pero no obtuvo ninguna respuesta. Volteó y notó que estaba completamente ausente, así que agitó su mano delante de su rostro tratando de hacerla volver al mundo real. «¡MILK!, ¡RESPÓNDEME!».

Al escuchar el grito de su amiga, Milk pegó un brinco sobresaltada. «¿Eh?, pero, ¿qué pasa?, ¿por qué me gritas?».

«¡Pues porque llevo todo la mañana hablándote y pareciera que lo hago con una pared!, ¡por eso! Dime, ¿qué te pasa?», le preguntó algo molesta mientras la miraba inquisitivamente. «Y no me digas que no es nada, porque no te creeré».

Milk bajó su miraba completamente apenada. «Lo siento mucho. Lo que pasa es que estoy pensando en mi pequeño y dulce Gohan que debe estar presentando sus exámenes de admisión en el colegio en este momento».

«Ah, conque era eso». Bulma suspiró aliviada y tomó a Milk del brazo mientras comenzaban a caminar nuevamente. «No te preocupes, sabes que Gohan es un niño brillante y le irá muy bien. Además, deberías estar contenta por él».

«Sí, es cierto. ¡Si lo vieras!, ¡ha estado tan contento los últimos días! Y hacía tanto tiempo que no lo veía así…». Suspiró al recordar el año tan triste que había pasado junto a su hijo por la ausencia de Goku, pero luego sonrió. «Pero al fin parece estar recuperándose. Estudió mucho para aprobar su examen de admisión y ni siquiera le importó que estuviese castigado».

Bulma sonrió al escuchar sus palabras. «Ay, Milk, ¿no crees que exageraste un poco castigando al chico por haber salido en la noche sin tu permiso?… Digo, después de todo, fue por una buena causa…».

«¡Eso no importa! –respondió Milk con firmeza–. No puedo permitir que Gohan haga lo que quiera. La disciplina es muy importante. Nunca lo olvides a la hora de educar a Trunks, o terminará convertido en un rebelde».

«Bueno, bueno, igual creo que exageras un poquito, pero está bien, tienes razón en lo que dices», le dijo mientras cruzaba sus brazos y meditaba un poco en las palabras de la mujer.

«¡SÍ!, ¡ASÍ SE HABLA, AMIGA!», le respondió con entusiasmo, al tiempo que le daba una palmada en su espalda, pero con tan mala suerte que se la dio muy fuerte, así que Bulma salió disparada por la puerta de una tienda de disfraces que tenía justo detrás de ella. Una chica estaba arreglando algunos trajes en unos percheros cuando vio al proyectil humano venir justo en su dirección y, ya sin tiempo de esquivarlo, lanzó un grito de terror y cerró sus ojos. Ambas chocaron estrepitosamente, cayeron al suelo y rodaron varios metros mientras todos los disfraces les caían encima.

Milk se quedó atónica al darse cuenta de lo que había hecho, luego miró su mano al tiempo que exclamaba: «¡Oops!». Finalmente reaccionó y entró a la tienda corriendo. Al hacerlo, vio que otra mujer se acercaba al enorme bulto sin forma y, desesperada, comenzaba a apartar los trajes buscando a su amiga.

«Al… Al… Alicel… ¡¡ALICEL!!, ¡¿DÓNDE ESTÁS?!», repetía una y otra vez mientras buscaba, pero muy lentamente, ya que más y más trajes caían sobre ellas. Mientras quitaba unos, caían otros…

Milk se acercó a la mujer que, al verla, cayó al suelo muy asustada. «N-No… p-por f-favor… n-no me lastime… n-no s-sé qué tenga… e-en c-contra de la otra… m-mujer… p-pero… yo s-sólo quiero ¡encontrar a mi amiga!», culminó sollozando.

«Pero… ¿qué dices?, la otra mujer también es mi amiga y… ¡Bah!, ¡quítate!». Sin mucha paciencia, Milk apartó a la mujer de un empujón y se lanzó a la búsqueda de Bulma. Luego de unos instante, y de muchos disfraces de por medio, las dos mujeres fueron liberadas en buen estado, aunque muy aturdidas…

Milk se arrodilló al lado de Bulma al tiempo que le daba unas palmaditas en el rostro. «¡¡BULMA, BULMA, HÁBLAME!!».

En ese instante Bulma comenzó a reaccionar. «¿Uh?… ¿q-qué… p-pasó…?». Abrió sus ojos para ver que su amiga la observaba fijamente muy preocupada. «M-Milk…».

La pobre Milk se puso feliz al ver esto, así que la abrazó sin darse cuenta que, al hacerlo, le impedía respirar. «¡Bulma, lo siento mucho!, ¡Bulma!», repetía una y otra vez mientras Bulma trataba de soltarse.

Mientras, la otra vendedora hacía lo mismo con su amiga. «¡Alicel, Alicel, ¿estás bien?!».

La muchacha abrió sus ojos al oír su voz. «S-Sí… c-creo… q-que… s-sí…», balbuceó mientras se levantaba ayudada por su compañera.

«Qué bueno, te llevaste un buen golpe».

«Sí, pero ya estoy bien», le aclaró Alicel mientras se acariciaba la cabeza. «¿Qué pasó con la otra mujer?».

«Pobre… fue atacada por una señora muy fuerte que la quería matar. ¡¡Mira, Alicel!! ¡Como falló en su primer intento, ahora trata de asfixiarla!», exclamó al ver el forcejeo de las mujeres.

«¡Ay, no! ¡Tienes razón!», dijo Alicel muy asustada.

Bulma trataba por todos los medios de liberarse del «abrazo» de su amiga, ya que no podía respirar, pero justo cuando estaba a punto de perder el sentido, Milk la soltó. «Perdóname», volvió a disculparse, pero en ese momento vio que el rostro de ella tenía un color entre morado y azul. «¡¿Qué te pasó?!».

«N-nada… n-nada…», le respondió jadeando temiendo que, si le decía la verdad, la mujer volviera a abalanzarse sobre ella. «E-estoy… b-bien…».

Bulma se levantó con ayuda de su amiga y arregló su vestido mientras Milk se acercaba al par de vendedoras que, asustadas, se abrazaron y comenzaron a gritar aterrorizadas. «¡Por favor, no griten!», dijo Milk algo asombrada por la reacción de las chicas. «Lamento mucho lo sucedido. Yo… pagaré todos los daños que he causado… ¡en serio!», les dijo acercándose un poco más a las mujeres que, en vista de esto, volvieron a gritar y retrocedieron muy asustadas. «No se asusten de mí. Lo que pasa es que soy muy fuerte… y… y… bueno, a veces no mido mi fuerza…».

«Sí, ya me di cuenta, señora», replicó Alicel de manera irónica al sentir todo su cuerpo adolorido por el golpe que se había llevado por su culpa.

«Pe… pe… pero… no tiene que matarnos por eso…», afirmó la otra chica.

«¡¿MATARLAS, YO?!, Pero… ¡¿de dónde sacaron esa idea tan absurda?!», exclamó Milk muy sorprendida. ¡Ni que ella fuera un monstruo!, bueno, es verdad que tenía muy mal genio, pero jamás mataría a nadie…

«Chicas, chicas –intervino Bulma–. Ella es mi amiga y nunca me haría daño. No adrede, al menos… Lo que pasa es que es la mujer más fuerte del planeta… su nombre es Milk. Y yo Bulma. Y ustedes, ¿cómo se llaman?», preguntó de manera amable al tiempo que les tendía su mano.

El par de mujeres se miraron, no muy convencidas, pero finalmente se soltaron y le dieron la suya mientras se presentaban. «¿De veras es usted la mujer más fuerte del planeta?… Mi nombre es Alicel», dijo mientras saludaba también a Milk.

«Ajá. Bueno, al menos lo fui hace mucho tiempo…», respondió Milk algo nostálgica de aquellos días… ¡Si hasta sentía que habían pasado mil años desde el XXIII torneo de artes marciales en el que había participado!

«No seas modesta, Milk. Aún conservas tu fuerza casi intacta. Y hoy nos lo demostraste muy bien», se burló Bulma mientras sonreía.

«¡Ay, Bulma! ¡No digas esas cosas que me da mucha vergüenza!», refutó algo ruborizada.

«Pues yo no creo que exagera. Casi destruye nuestra tienda, señora Milk. Ahhh, y por cierto, yo me llamo Saltamontes», se presentó la otra vendedora mientras les tendía su mano al par de mujeres.

Bulma y Milk se miraron una a la otra y luego a la muchacha, extrañadas. «Llámame Milk, por favor. M-mucho… g-gusto… s-supongo… ¿Saltamontes?».

«Ejem… un nombre bastante… peculiar el tuyo… Mucho gusto», dijo Bulma.

«Bueno, –comenzó a hablar Alicel– en realidad ella se llama… ¡¡Auch!!». Se quejó por un fuerte codazo que su amiga le había dado en las costillas. «¡¿Por qué me golpeas?!, ¡¿no crees que ya he recibido suficientes golpes hoy?!».

«¡ESO ES PARA QUE DEJES DE HABLAR TONTERÍAS, ALICEL!».

«¡¿Tonterías?! Pero si yo lo único que iba a decir es que tu verdadero nombre es… ¡¡AUCH!!». Volvió a quejarse pero esta vez por un pellizco propinado en su brazo. «¡¡Deja ya de golpearme!!, ¡¡¿no ves que me duele?!!».

«Precisamente… Mi nombres es Saltamontes. S-A-L-T-A-M-O-N-T-E-S», afirmó con fiereza.

«Bueno, bueno… sabes que es mentira, pero está bien…», replicó mientras se encogía de hombros.

Saltamontes estaba a punto de contestar el comentario tan impertinente de su compañera, pero fue interrumpida por Milk, que se interpuso entre ambas tratando de solventar la disputa. «Emmm… chicas, no peleen. Saltamontes me parece un nombre muy bonito».

«Sí, sí, claro», la apoyó Bulma.

«¡¿Verdad que sí?!», afirmó Saltamontes muy orgullosa. Luego volteó hacia Alicel y le sacó la lengua.

Milk miró la tienda y se sintió muy mal por el inmenso desorden que había generado… debía ser muy cuidadosa de ahora en adelante con su fuerza. Casi lastimaba a Bulma y a Alicel; sin querer, pero lo había hecho… «Muchachas, en serio lamento lo que pasó. Díganme, ¿cuánto dinero les debo por los daños que causé?».

«No nos debes nada», dijo enseguida Alicel.

«Sí, sólo debemos recoger los trajes. No hubo ningún daño grave», la tranquilizó Saltamontes.

«Bueno, al menos dejen que les ayudemos a ordenar todo», pidió Bulma. Milk apoyó su moción.

Las chicas accedieron gustosas y así todas se pusieron manos a la obra. Milk y Bulma recogían la ropa mientras Alicel y Saltamontes la ordenaban y colocaban en sus respectivos percheros.

«¡Wow! –exclamó Bulma asombrada–. ¡Cuántos disfraces tienen aquí!».

«Oh, sí. Nuestra tienda es la más surtida de toda la ciudad», les aclaró Alicel.

En ese momento a Bulma se le ocurrió una gran idea: «Milk, ¿y si hacemos una fiesta de disfraces?».

«¿Una fiesta de disfraces?», repitió Milk muy confundida.

«Sí. Piénsalo, así Piccolo y Piccolina no se sentirían tan fuera de lugar, ¿no lo crees?».

«Oye, ¡tienes razón!, ¡es una gran idea!».

«Oigan, disculpen que les pregunte pero… ¿sus amigos están deformes o algo…?, lo digo por los disfraces…», quiso saber Saltamontes.

Las mujeres se miraron y sonrieron. Bulma contestó: «No son deformes, pero sí son… cómo decirlo… diferentes…».

«Ahhhh», dijeron Alicel y Saltamontes al unísono. Ninguna había entendido nada.

«Creo que sólo cuando los vean entenderán a lo que nos referimos…», opinó Milk.

«Si desean, pueden ir a la fiesta», las invitó Bulma.

«¡¿En serio?!», preguntaron, muy felices, al mismo tiempo.

«Sí, claro que sí. Será en la Corporación Cápsula. Me imagino que saben su dirección».

«¿Bromeas? ¿Quién no lo sabría?». Alicel miró a Bulma con detalle y luego abrió sus ojos de par en par, como si la hubiese reconocido. «Un momento… tú eres… Bulma, ¿Bulma Brief?».

«Ehhh… bueno… sí…».

«¡¡No lo puedo creer!!». Alicel corrió y tomó la mano de Bulma muy emocionada. «¡¡Yo soy una gran admiradora de tu trabajo!!».

«¡¿De veras?!». Bulma se mostró muy sorprendida y halagada.

«¡Así es! ¡Será un placer ir y conocer la C.C.!».

«Con mucho gusto las recibiré allá».

«¡Qué bien, Al! –dijo feliz Saltamontes–. ¡Desde hacía mucho tiempo que no íbamos a una fiesta!».

«Es verdad», afirmó Alicel. «Y yo ya sé qué disfraz me pondré», dijo con picardía.

Saltamontes retrocedió muy asustada y se puso pálida. «Ay, no… no… me digas… que piensas ponerte semejante ridiculez…», preguntó temerosa de la respuesta que obtendría.

Alicel afirmó con su cabeza. «Así es».

«¡¡NI HABLAR!! ¡Yo quiero hacer amigos, ¿sabes?!… ¡Pero si te pones semejante mamarrachada, todos saldrán asustados al verte!».

«¿Por qué lo dices?», dijo Milk curiosa.

«¡¡Pues porque quiere ponerse su estúpido disfraz de Mr.Satan!!».

«¡Y qué tiene de malo ponerme un traje de nuestro GRAN HÉROE, ¿eh?!», replicó mientras les mostraba a las chicas su traje muy bien guardado en una bolsa de plástico negra (para que así no le diera el Sol y se conservaran intactos los colores), junto a sus botas. «¡Y por supuesto no puede faltar una peluca y un bigote idénticos al suyo! ¿No es adorable?», afirmó con admiración mientras sus ojos brillaban de la emoción.

Bulma y Milk guardaron silencio algunos segundos. Pero luego se miraron y comenzaron a reír a carcajadas casi hasta caer al piso.

«Pero… ¿de qué se ríen?», preguntó Alicel con la mayor de las inocencias.

«¡De tus tonterías!», le respondió Saltamontes cruzándose de brazos.

«¡Admirar a Mr.Satan, al hombre que nos salvó del terrible Cell, no es ninguna tontería!», replicó muy indignada.

«Tú admiras a TODO el mundo», le regañó Saltamontes.

«Sí, y ahora me dirás que tú no lo admiras…».

«¡Pues, fíjate que no! ¡Ese tipo me ha parecido siempre un farsante!».

«¡Y entonces quién rayos nos salvó, según TÚ!», insistió Alicel.

«Es obvio que fue ese joven corredor de cabellos dorados». Al afirmar esto, Saltamontes se puso muy seria.

Al oír la teoría de Saltamontes, Bulma y Milk pararon de reír poniéndose muy nerviosas en el acto. Bulma carraspeó un poco y luego dio su opinión: «Bueno, eso no tiene relevancia. Lo que es realmente importante es que el planeta está a salvo y Cell fue derrotado».

«Es verdad. ¡Ay, pero mira la hora que es, Bulma! –dijo horrorizada Milk–. Desde hace horas que tu mamá cuida a los pequeños Goten y Trunks. Es hora de ir por ellos», concluyó algo incómoda y nerviosa por el giro que había tomado la discusión.

«Sí, tienes razón», le siguió la corriente. Bulma miró su reloj. «Bueno, chicas, fue un placer conocerlas. Yo les aviso cuándo será la fiesta».

Todas se despidieron con abrazos y besos. La tienda había quedado en completo orden cuando las mujeres finalmente se retiraron.

«¡Qué día! ¿No lo crees, Al?», dijo Saltamontes mientras comenzaba a apagar las luces.

«Sí, Salta. Fue extraño, pero al menos conocí a Bulma Brief». Alicel suspiró feliz y puso el letrero de «CERRADO» en la puerta. «Aunque, igual, me duele todo el cuerpo», concluyó algo divertida.


Bulma caminaba apresuradamente llevando a rastras a Milk. «¡Vamos, Milk!, ¡ya es muy tarde!».

Pero Milk se detuvo en seco y miró a su amiga con mucha seriedad. «Oye, Bulma, creo que ni Gohan ni yo iremos a tu fiesta».

«Pero… ¡¿por qué no?!», quiso saber Bulma muy preocupada volteando y mirándola fijamente.

«Es por esas chicas de la tienda. Oíste lo que dijeron del joven corredor. Ya sabes que se referían a mi Gohan. ¡No quiero que lo reconozcan!».

«No creo que lo hagan. A menos que lo vean transformado en SSJ, y eso no pasará», trató de tranquilizarla, aunque sin muy buenos resultados.

«No podemos estar seguras de eso». Milk, cabizbaja, se recostó en la pared. «Mi hijo ha estado tan bien estos días que me preocupa que algo pueda perturbarlo… ¡No quiero que nadie le recuerda esa maldita pelea con Cell!», culminó cerrando sus puños y frunciendo el ceño.

Bulma la miró con mucha tristeza. Todos habían llorado la muerte de Goku, hasta Vegeta que, a su manera, también había lamentado su partida… pero nadie como Milk… Ella no sólo había sufrido la pérdida de su amado esposo… también había tenido que enfrentar, sola, los sentimientos de culpa que inundaron a su pequeño hijo, que se había sentido responsable por su muerte… «No es necesario que nadie le recuerda la pelea, Milk, porque no la ha olvidado y no creo que lo haga…». Se colocó en frente de Milk y la miró a los ojos, dándose cuenta que los de ella estaban llenos de lágrimas. «No es olvidando lo que pasó, que Gohan superará la pérdida de Goku. ¡Debe enfrentarlo y darse cuenta que no fue responsable de su muerte!».

«Yo… sí, creo que tienes razón…», murmuró Milk. Pero luego se lanzó en los brazos de su amiga, muy triste.

«¿Sabes?, yo creo que lo está haciendo». Apartó a Milk y sonrió al verla. «Gohan es un gran niño. Digno hijo de Goku. Estará bien. Te lo prometo».

Milk secó sus lágrimas y sonrió. «Es verdad. No debo temer por él…».

«Así es. Además…». La mujer sonrió con picardía. «La fiesta también la estoy haciendo para él. Será muy lindo que se reencuentre con sus viejos amigos».

Milk se puso un poco seria, alzó una ceja y cruzó sus brazos. «Bueno, de eso no estoy segura. Todos los amigos de Goku son unos rebeldes, y…».

«Milk», le interrumpió Bulma.

«¿Qué?».

Bulma la vio seriamente, pero luego fue imposible contener una carcajada. Milk la miró algo confundida, a lo cual Bulma sólo pudo jalarle la nariz. «¡No digas eso!, ¡ellos no son unos rebeldes! Pero sí fueron grandes amigos de Goku… y estoy segura que a Gohan le hará muy bien verlos…».

Milk también sonrió y asintió con la cabeza. «Bien, iremos».

«Me alegra muchísimo escucharlo. Y ahora, ¡vamos, que los chicos nos esperan!». Tomó a Milk de la mano y comenzó a correr por los largos pasillos del centro comercial. Milk se dejó llevar. Sus largos cabellos negros comenzaron a soltarse del moño que los aprisionaba y ondeaban al ritmo de sus pasos. Mientras avanzaba, pensaba en Gohan y su valentía. Finalmente estaba superando la muerte de su padre y, tal vez, ya era hora de que ella siguiera los pasos de su hijo… siempre amaría a Goku, siempre, pero la vida continuaba y tenía dos hijos que dependían de ella. Además, tenía a su padre y a muy buenos amigos que habían estado a su lado en las buenas y en las malas. Vio a Bulma correr delante de ella y sonrió al darse cuenta de que había estado a su lado dándole su apoyo durante todo el largo y doloroso camino que había tenido que recorrer. Tomó su mano con más fuerza y, en lo más profundo de su corazón, se hizo una promesa: «Querido Goku, no estoy sola… nunca lo he estado… y por mis hijos, por Bulma, por mi padre, por todos nuestros amigos, te prometo que nunca me rendiré«.


DOS DÍAS DESPUÉS. TEMPLO DE DIOS

«¡NO!, ¡NO!, ¡NO!, ¡¡Y MIL VECES NO!!», exclamó Piccolo muy alterado, dándole la espalda a Gohan y Piccolina.

«Pero, señor Piccolo, hablamos sólo de una pequeña fiestecita. Bulma la preparó especialmente para usted y Piccolina. ¡Así ella podrá conocer a todos nuestros amigos! Además, debemos celebrar que entré al colegio», dijo el niño muy feliz.

Piccolo volteó y colocó una mano sobre la cabeza del chico al tiempo que sonreía de una manera que Piccolina nunca había visto: con orgullo. «Sí, sabía que aprobarías los exámenes, Gohan. Siempre he pensado que puedes hacer todo lo que quieras si te lo propones».

Gohan vio a Piccolo con una profunda admiración. Sus ojos brillaron como dos estrellas en el firmamento. Luego sonrió. «Es verdad, señor Piccolo. ¡Y mi mami se puso muy feliz ya que obtuve la máxima calificación!».

«Lo imagino, pequeño», dijo el namek. Luego se puso muy serio. «Pero, igual, ¡NO PIENSO IR A NINGUNA FIESTA! ¡A MÍ NO ME GUSTAN ESAS TONTERÍAS! ¡ASÍ COMO TAMPOCO ME GUSTA ESTAR RODEADO DE HUMANOS! ¡Y NADA DE LO QUE PUEDAS DECIRME ME HARÁ CAMBIAR DE OPINIÓN!». Giró, cruzó sus brazos y caminó al borde de la Plataforma. Todos esos días al lado de Piccolina le habían parecido horribles. Y justo ahora estaba de muy mal humor, ya que la mujer le había dado su acostumbrado «Beso Matutino». ¡Bah!, él no sabía lo que era el amor, y nunca lo sabría porque nunca podría sentir esos sentimiento típicos entre los humanos. ¡Los namek no amaban!, pensó con convicción. Ya había hecho muchas cosas por Gohan, pero ir a una fiesta… ¡eso nunca!

El niño vio a su amiga muy preocupado y se sorprendió al ver que ella se mostraba extrañamente tranquila. No había dicho nada hasta el momento, se acercó a ella afligido. «Lo siento mucho, Piccolina, hice todo lo que pude, pero no hay caso…», dijo mientras bajaba su cabeza.

«Lo sé, amiguito. Pero no te preocupes, que yo lo convenceré», dijo muy convencida de sus palabras.

«Pero… ¿cómo?, el señor Piccolo es muy terco», opinó no muy seguro de que pudiera hacerlo cambiar de parecer.

«No es necesario que lo digas, ya lo conozco lo suficiente como para saberlo». Miró a Gohan, sonrió y guiñó un ojo. «Ya verás. Dame cinco minutos», le dijo muy divertida a medida que se acercaba a él. Al llegar tocó su hombro. «Emmm… Piccolo, yo quiero ir a esa fiesta».

«Pues ve. Nadie te lo está impidiendo», le dijo de manera muy seria y sin voltear a verla.

«Sí, pero yo quiero ir contigo. Como una pareja».

«Ya te dije que NO. Y no insistas, porque no cambiaré de parecer».

Piccolina sonrió nuevamente. Piccolo había sido un reto desde el principio. Siempre tan serio, callado e indiferente. Muy seguro de que su corazón, no podía albergar ningún sentimiento. Pero ella sabía que estaba equivocado. Tosió un poco y continuó: «No lo decidas aún. Debo decirte algunas cosas primero».

Piccolo rió con malicia. «¡JA!, di todo lo que quieras. De nada servirá».

«Eso lo veremos«, pensó ella.

Gohan, detrás de ellos, veía todo sin muchas esperanzas. Su sensei no era precisamente de las personas que se dejaban convencer con facilidad o cambiaban de parecer. Aunque Piccolina de veía muy confiada de lo contrario.

Así, ella comenzó a hablar…
CINCO MINUTOS DESPUÉS…

«Y bien, Piccolo, ¿qué dices ahora?», concluyó ella con una medio sonrisa maliciosa en sus labios.

Piccolo estaba completamente pálido y sudaba por todos sus poros. Vio a Gohan buscando su apoyo, pero notó enseguida que el chico estaba tan asombrado como él. ¡¿Cómo demonios lo había hecho?! En sólo unos minutos Piccolina le había explicado, de forma muy convincente, todos los motivos por los cuales debía asistir a esa fiesta, dejándolo completamente desarmado. ¡¡Si hasta sentía que, de no ir, sería un miserable, detestable, canalla, sin derecho a existir!!… ¡GLUP! «Sí… iré…», respondió con un hilillo, casi imperceptible, de voz.

«¡Qué bien! Estaba segura que aceptarías». Piccolina abrazó a Piccolo y le dio un enorme beso en los labios.

«¡¡Claro!! –pensó el namek indignado–. No sólo me manipula, como si fuera un muñeco de trapo, para que haga todo lo que ella quiera. ¡Además, la muy condenada, se aprovecha de mi estado tan vulnerable para darme otro beso!… gggrrr… Era… era… era… ¡¡diablos, era una mujer!!«.

«Bien, tengo mucho apetito, así que iré a comer algo. ¿Vienen conmigo?», les preguntó a ambos. Pero estaban demasiado sorprendidos como para hablar, ¡ni que se diga moverse! «Piccolo, nunca he visto que pruebes bocado alguno. Deberías comer más o te debilitarás», insistió. Pero Piccolo aún continuaba en shock, así que no pudo explicarle que los namek no comían. Ella se encogió de hombros y se fue muy feliz.

Piccolo, haciendo acopio de una fuerza extraordinaria, pudo hablar finalmente: «G-gohan… ¿v-viste… lo… m-mismo… q-que yo…?…».

El chico levantó la cabeza hacia su maestro y amigo y, viendo que no podía gesticular ninguna palabra, la movió afirmativamente.

«Q-qué… b-bueno… –continuó el namek–. P-pensé que estaba enloqueciendo… ¿G-Gohan?».

«S-sí… s-señor P-Piccolo…».

«¿Todas las mujeres son iguales?», preguntó Piccolo muy consternado.

«No lo sé… pero mi mamá siempre hacía exactamente lo mismo con mi papá… y hasta en la misma cantidad de tiempo… siempre lo convencía para que hiciera lo que ella quería…», le aclaró Gohan.

«Ahhh… ya veo… ¿c-cómo lo harán…?».

«Ni idea, señor Piccolo… tal vez sea una habilidad innata en todas las mujeres del universo…».

«Sí, rayos, creo que tienes razón».

Ambos se miraron muy sorprendidos sin decir palabra, pero con el mismo pensamiento en mente: La mujer, sin lugar a dudas, era un misterio indescifrable. Uno de los mayores enigmas del universo.

Piccolo pensó, justo en ese instante, en decirle toda la verdad a Gohan sobre la raza Namek. Quería terminar con toda la farsa de una buena vez. «Gohan, ¿en serio no notaste nada extraño cuando fuimos al planeta Namek?».

«No, señor Piccolo. Pero, dígame, ¿hay algo que deba saber?», le preguntó algo intrigado. Después de todo, era la segunda vez que hacía la misma pregunta. El niño lo vio y sonrió con una gran inocencia.

«Bueno… –comenzó a explicarle Piccolo–, la verdad sí… es que…».

«¡Ay, no!, ¡no puede ser!», interrumpió Gohan cuando vio la hora en su reloj.

«¿Qué sucede?».

«¡Ya es muy tarde! ¡Mi mamá me espera para almorzar y si no llego a tiempo me matará! Lo siento, debo irme», dijo dándole la espalda dispuesto a marcharse. Luego giró y se acercó nuevamente a su maestro. «¿Sabe, señor Piccolo?, estoy muy contento de que tenga a Piccolina con usted. Saber que lo he ayudado, aunque sea un poco, me ha hecho muy feliz. Al menos he retribuido en algo toda su ayuda». Sonrió y colocó una mano detrás de su cabeza, tal y como lo hacía su padre. «Pero, ¡es verdad!, usted tenía algo que decirme, ¿no?».

Piccolo, algo asombrado por sus palabras tan hermosas y conmovedoras, giró para que el niño no se diera cuenta de toda su emoción. «Emmm… bueno… no es nada importante… Ahora es mejor que vayas con tu madre».

«De acuerdo. Hablaremos luego. ¡Estoy muy feliz porque irá a la fiesta!». Se despidió y se fue volando.

«Gggrrr, ¡qué niño tan tonto! –pensó mientras cruzaba los brazos–. ¡Claro! ¡Hijo de Goku tenía que ser! Pero el más tonto de todos, sin duda, he sido yo. ¡Yo, el hijo del demonio Piccolo Daimaoh, metido en tantos aprietos por un chiquillo! ¡Qué vergüenza me doy! ¡Si hasta parezco un humano por lo sentimental que me he vuelto! ¡¡TODO ES CULPA TUYA, GOKU!!, ¡¡GGGRRR!!«.


EN EL OTRO MUNDO

Goku, con su aura en la cabeza, entrenaba sin descanso para participar en el próximo torneo de los muertos. Sin duda, esta vez le ganaría a Paikuhan. Kaiosama se acercó a él, justo cuando el saiya…

«¡¡ACHISS!!», estornudó.

«Salud… aunque eso ya no es necesario decirlo, porque estás muerto, jijiji. ¡Qué buen chiste!, ¿no lo crees?», dijo Kaiosama.

«Eh… bueno… si tú lo dices…», respondió sin mucha convicción.

«Debo anotarlo para que no se me olvide». Kaiosama se puso muy serio. «¡GOKU!», le llamó muy molesto.

«¿Qué sucede, Kaiosama?», le respondió mientras dejaba de entrenar y volteaba a verlo.

«¡LOS OTROS KAIOSAMAS VIVEN BURLÁNDOSE DE MÍ PORQUE ESTOY MUERTO! ¡ADEMÁS, PORQUE ME QUEDÉ SIN MI PLANETA!».

«¡Pero Kaiosama, eso fue hace un año ya! ¡¿Todavía sigues con lo mismo?! ¡Ya te expliqué que no tuve alternativa!».

«¡Eso no me importa! ¡Y no me tutees, yo soy un Dios y tú un simple saiyajin!», le regañó al tiempo que le daba un pescozón en la cabeza.

«¡Ayayay, eso me dolió! ¡Deja de golpearme!», se quejó Goku.

«¡No lo haré porque eres un irrespetuoso!».

«De acuerdo, de acuerdo, no volveré a hacerlo, Kaiosama… digo, ¡señor Kaiosama! ¿Mejor así?», preguntó con fastidio.

«Sí, mucho mejor. Debes tratarme con el respeto que me merezco», dijo Kaiosama muy orgulloso de sí mismo.

«Emm, sí, como quieras. Ahora, déjame entrenar, ¿sí, Kaiosama?… ¡¡AUCH!!». El Dios le había dado otro pescozón.

«¡¡QUE NO ME TUTEES TE HE DICHO, GOKU!!», le gritó furioso.

Goku sonrió y colocó una mano detrás de su cabeza. «Lo siento, lo olvidé, Kaio… perdón, señor Kaiosama», culminó suspirando con resignación. «Ay, Dios, esto de estar muerto a veces no es nada fácil«, pensó.

La Compañera – Capítulo 2

Fanfic: La Compañera



Unos brazos fuertes y musculosos la tomaron y acercaron a su pecho; pudo sentir el latir rítmico de su corazón muy cerca de ella, haciendo que el suyo propio se acelerara… sus caricias la hicieron temblar y estremecerse… cerró sus ojos abandonándose al placer que, de forma tan delicada y gentil, pero al mismo tiempo firme, le proporcionaba… alzó sus brazos y acarició su nuca mientras lo abrazaba… finalmente levantó su rostro descubriendo que sus ojos negros la miraban fijamente… su mirada, ¡oh, qué mirada!, hizo que todo rastro del universo desapareciera a su alrededor… sólo ellos dos existían en el tiempo y espacio. No había temor, ni lo habría mientras él estuviese a su lado brindándole su amor y ese especial calor que emanaba de su hermoso cuerpo verde y que cobijaba hasta el más recóndito rincón de su alma, que acababa de nacer… «Te Amo…», le confesó él… «y yo a ti, Piccolo»… Piccolina se puso de puntillas para poder tenerlo frente a frente y, su delicioso aliento impregnó su rostro mientras se aproximaba a su labios… un beso selló su amor…


«Piccolo… Piccolo… Piccolo…«, repetía entre sueños Piccolina, mientras abrazaba a su almohada con pasión casi hasta aplastarla… La persiana de la ventana que se encontraba en su habitación se abrió con violencia producto del viento, haciendo que la mujer despertara bruscamente. «¡PICCOLO!», gritó mientras se incorporaba, sobresaltada, en la cama. «¡PICCOLO! –repitió nerviosa–. ¿Piccolo, dónde estás?», miró a su alrededor dándose cuenta que estaba sola en una habitación extraña. Se levantó muy desilusionada, ¡todo había sido un sueño!, maravilloso, pero sueño al fin… secó su frente, que estaba humedecida por el sudor y se asomó a la ventana. Nubes, lo único que veía eran nubes; vio hacia abajo y notó que estaba a una altura impresionante. «¿Dónde estaré?», se preguntó al tiempo que salía de la alcoba.

Caminó por un largo pasillo sin rumbo fijo, tratando de encontrar una salida. Ya comenzaba a impacientarse cuando, al cruzar una esquina, tropezó con un chico verde. «¡Oh, perdón, cuando lo siento!», se excusó tendiéndole su mano.

Dende, algo aturdido en el suelo, balbuceó una respuesta. «No hay cuidado, no veía por dónde caminaba. Piccolo siempre se molesta por eso…», sacudió su cabeza y estaba dispuesto a tomar la mano de la persona que se la ofrecía cuando miró hacia arriba y vio a Piccolina que, sonriéndole de manera gentil, esperaba. Se asustó tanto al verla que, gateando, se alejó de ella hasta que chocó con una pared. Viéndose atrapado, cerró sus ojos y se tapó la cabeza con sus brazos.

Piccolina vio esto muy asombrada. «¡¿Qué?!… ¿Qué viste?», dijo mientras se volteaba esperando ver algún monstruo o algo parecido detrás suyo, pero no había nadie. Abrió las puertas de las habitaciones más cercanas, pero todo fue inútil ya que no encontró nada que pudiera haberlo asustado tanto. Se rascó la cabeza y se acercó al niño dispuesto a averiguar lo que le pasaba. «Oye, tú –le dijo mientras le daba unas palmaditas en la espalda–. ¿Qué tienes? Ya revisé y no hay nada que temer».

Al sentir el contacto de su mano, Dende lanzó un grito de terror y trató de huir nuevamente, pero, una vez más, chocó con la pared.

Piccolina se dio cuenta, al ver esto, que el chico estaba asustado por ella, cosa que le sorprendió mucho. «¿Uh?, Pero… pequeño, no te asustes. No te haré ningún daño…». Alzó sus manos para que Dende pudiera verlas y muy lentamente se acercó a él. «No te lastimaré –le decía, cada vez más cerca–. Lo prometo». Cuando llegó hasta donde estaba, se arrodilló a su lado y vio cómo el chiquillo temblaba por su cercanía. Ella, muy despacio, para que no hubiese sorpresas, tomó su mano mientras le repetía: «No temas… no temas…».

Dende la veía fijamente. Más que miedo tenía una gran impresión de ver a una mujer de su propia raza. Aunque ya sabía cómo había sucedido todo, aún era un niño y le costaba asimilar ciertos acontecimientos, ya que era muy sensible. Pero entonces vio sus ojos y notó que en ellos no existía maldad alguna y eso, poco a poco, fue calmándolo.

La mujer vio esto con gran alivio. «¿Lo ves?, no pasa nada. Vamos, si no soy tan fea, ¿o sí?», le preguntó al tiempo que hacía unas morisquetas con su rostro para lograr que riera un poco.

«N-no… «, respondió Dende más tranquilo y sonriendo divertido por las caritas de la mujer.

«Bien». Piccolina se levantó y volvió a tenderle su mano al pequeño que, esta vez, acepto su ayuda. «Mi nombre es Piccolina, ¿cuál es el tuyo? Por el color de tu piel veo que también eres un namekuseijin».

«Mi nombre es Dende y sí, soy del planeta Namek».

«Pues mucho gusto, Dende», le dijo mientras le tenía su mano. Dende la vio y le dio la suya en señal de saludo. «Bien, ahora que nos conocemos, ¿podrías decirme dónde me encuentro?».

«Estás en el Templo Sagrado. Mi hogar. Yo soy el Kamisama de la Tierra».

«¿Kamisama? ¿Qué es un Kamisama?», preguntó intrigada.

«Bueno, un Kamisama es un Dios. Mi misión es velar por el bienestar de la raza humana».

«¡Wow!, ¡es increíble! Pero, ¿no eres muy joven para tener un trabajo tan importante?».

Dende esbozó una sonrisa. «Bueno, sí, aún soy inexperto, pero espero llegar a ser un Kamisama digno de este planeta», le respondió orgulloso.

«Y sin duda lo serás. Se ve que eres muy inteligente», le aduló mientras le acariciaba la cabeza. Luego se inclinó y le preguntó: «Y dime, Kamisama, ¿has visto a Piccolo?».

El joven Kamisama se sintió muy halagado con sus palabras, ella había sido muy amable y se había comportado como toda una dama. Su temor había desaparecido por completo, cediendo su lugar a la enorme simpatía que comenzaba a sentir por Piccolina, así que le respondió con el mayor de los placeres: «Ajá, está afuera, entrenando. Si caminas por aquel corredor, llegarás a la salida sin problemas», concluyó, señalando con su dedo uno de los pasillos.

«Y tú, ¿no vienes?».

«No, debo ir a la biblioteca a estudiar un poco».

«Entiendo. No hay problema. Nos vemos luego, amiguito», se despidió. Acarició de nuevo su cabeza y comenzó a caminar por el pasillo que le habían indicado.

Dende se le quedó mirando unos instantes sonriendo. «Es muy simpática… tal vez no fue tan mala idea crearla«, pensó. Giró y se fue a la biblioteca.



En la Extensión del Mundo

El poeta observa y sueña

Que las cosas más pequeñas

Tienen un misterio profundo…

Y que a veces un segundo

Alcanza para apreciar

La grandeza singular

De todas las maravillas

Bajo mil formas sencillas

Pero que hay que descifrar.


Luego de caminar algunos minutos, Piccolina encontró una puerta y, al abrirla, la luz la dejó enceguecida. Se tapó los ojos con sus manos y caminó al exterior. Al hacerlo, percibió una sensación muy agradable al sentir el calor del Sol sobre todo su cuerpo. Poco a poco fue abriendo sus ojos hasta que pudo adaptarse por completo a la intensa luz. Sintió algo de asombro al ver La Plataforma que estaba llena de vegetación; era más hermoso de lo que se había imaginado… Suspiró y el olor de las flores la atrajo como un imán, así que caminó hacia ellas y se arrodilló a su lado. Había una gran variedad de ellas, cada una con su propia forma, color, tamaño y olor. «¡Qué maravilla!«, pensó mientras se acercaba a cada una para tocarla y sentir su exquisito perfume.

Todos sus sentidos estaban extasiados descubriendo y admirando cada pequeño detalle de la vida, una vida que acababa de comenzar y que, bien sabía, debía ir conociendo poco a poco… una vida tan rica y diversa que se manifestaba de mil formas distintas y en las más variadas formas y tamaños, aunque todas igualmente maravillosas ante sus ojos; si tan sólo en ese pequeño espacio de tierra podía apreciar una gran variedad de plantas y animales: hormigas, orugas, gusanos, aves, flores, árboles, etc. ¿cuánto no descubriría al explorar algo tan vasto e infinito como el mundo exterior?…

Unas mariposas revoloteaban, juguetonas, a su alrededor, y ella, muy divertida, trató de tocarlas, pero no pudo hacerlo y sólo logró caer sobre unas flores que esparcieron todo su polen en el ambiente, provocando algunos estornudos en la chica. Se levantó sonriente por su pequeño accidente y trató de sacudir el polen de sus ropas. Tenía sed, así que se acercó a una fuente y tomó agua, lavó sus manos y cara, alzó su vista y entonces lo vio… a él… a Piccolo…

Sonrió feliz y a la vez nerviosa. Sintió cómo un pequeño escalofrío recorrió todo cuerpo y también cómo le faltaba el aire… Vio su reflejo en el agua para confirmar que tenía buena apariencia, ya que quería causar una buena impresión. Sus largos cabellos negros estaban algo revueltos y sus ropas algo arrugadas, pero no era nada grave así que se armó de valor y caminó hasta donde estaba.


Piccolo se encontraba levitando, y a la vez meditando, de una manera tan profunda que no sintió la proximidad de la mujer. Piccolina se acercó sigilosa y, algo nerviosa, lo llamó: «Piccolo».

Pero éste no la escuchó, así que ella se acercó aún más y volvió a pronunciar su nombre al tiempo que colocaba una mano en su hombro: «Piccolo, ¿me escuchas?, soy yo».

Al darse cuenta que alguien lo llamaba, Piccolo perdió su concentración así que cayó al suelo bruscamente llevándose un buen golpe. «¡Auch! ¡¿Qué?! ¡¿Quién es?! ¡Ya saben que no deben interrumpir mi entrenamiento!, y…». Se levantó muy molesto del suelo y volteó para darse cuenta que era Piccolina la que lo llamaba, «…P-Piccolina…».

Ella lo vio apenada. «Y-yo… lo siento mucho, Piccolo… No sabía que no debía interrumpirte…», se excusó mientras se aproximaba a él. «¿Te lastimaste?, déjame ver».

Trató de tocarlo, pero a medida que caminaba hacia él, Piccolo retrocedía muy nervioso. «N-no… n-no me pasó nada…», balbuceó.

Ella se detuvo y frunció el seño. «Pero… bueno, ¿es que todos los namek son tan tímidos como tú y Dende?», le preguntó mientras cruzaba sus brazos.

Piccolo se detuvo en seco cuando la escuchó. «¡Dende! ¿Lo viste?».

«Sí, y, al igual que tú, se asustó mucho al verme… como si hubiese visto una abominación…».

«Bueno, más o menos…», dijo para sí en voz baja, Piccolo.

«¿Qué dijiste, Piccolo?, no te escuché bien…», le dijo mientras se aproximaba más al namek, que volvió a retroceder asustado…

«Emmm… ¡Nada, nada! –le respondió algo alterado–. Que… que… que, qué bueno que conociste a Dende… sí, eso…».

Piccolina lo vio de reojo como si no creyera mucho en sus palabras. «Bien, pero cálmate un poco, estás muy nervioso».

«¡¿Nervioso, yo?! ¡Qué va! Para nada estoy nervioso…», carraspeó y trató de retomar su acostumbrada postura.

«Bueno, entonces ven», le dijo mientras con su mano le indicaba que se acercara.

«Q-que… m-me… a-acerque… y… y… ¿para qué?… si… aquí… estoy… b-bien…».

«Pues porque quiero saludarte. Por eso», le respondió con picardía mientras le guiñaba un ojo.

Piccolo vio esto y si sintió cómo todos sus músculos temblaban mientras se ponía pálido y la tensión le bajaba, sabiendo bien lo que la mujer quería de él… «P-pero… n-no… e-es… n-necesario… y-ya me… s-saludaste…».

«Sí, pero no como yo quiero hacerlo. Vamos, acércate», insistió.

No tenía salida, así que al namek no le quedó más remedio que acceder. Suspiró, aguantó la respiración y caminó hacia ella, sintiendo que se lanzaba a un abismo negro y profundo… Ella tomó su mano. Él cerró sus ojos para no tener que ver lo que ella iba a hacerle.

Piccolina se aproximó, se puso de puntillas y, tal como en su sueño, le dio un beso en los labios. Luego volteó sonrojada y colocó sus manos en sus mejillas que, sentía, ardían como el fuego. «Así está mejor, ¿no lo crees?».

«Sí, claro…», contestó algo irónico, mientras escupía y se limpiaba los labios sin que la mujer se diera cuenta.

Piccolina giró bruscamente. «¡PICCOLO, VEN!».

«¡¿QUÉ?!, ¡¿QUÉ?! ¡NO!, ¡DEFINITIVAMENTE NO! ¡¡¿UNO AL DÍA NO ES SUFICIENTE?!!», le respondió al borde de una crisis pensando que ella querría besarlo nuevamente. Retrocedió cayendo nuevamente en el suelo, justo al lado de donde había quedado su autoconfianza desde que ella había entrado a su vida.

«¿Eh?, ¿de qué hablas? Si sólo quiero hacerte algunas preguntas, nada más… No sé qué te tiene con esos nervios de punta, pero, sea lo que sea, deberías deshacerte de ello».

«Ojalá pudiera…», volvió a decir para sí mientras se levantaba.

«Habla más alto que no te escucho. ¿Qué dijiste?», quiso saber.

«Dije que estoy bien». Sacudió sus ropas y acomodó su turbante. «¿Qué quieres saber?», le preguntó algo fastidiado.

A ella se le iluminó el rostro y muy emocionada lo tomó del brazo. Sin que Piccolo pudiera reaccionar, se vio arrastrado por la mujer. «¡He visto unas cosas en el jardín y quiero que me expliques qué son!».

Ella lo llevó y comenzó a preguntarle el nombre de las flores y todo sobre ellas. Y, para mala suerte de Piccolo, su gran curiosidad parecía no tener fin…


DOS HORAS DESPUÉS…

Piccolo estaba a punto de arrancarse las orejas para no tener que seguir oyendo la cháchara interminable de Piccolina. Era demasiado para él tener que responder todos sus preguntas. «¡Ya no aguanto más! ¡No para de hablar y hablar! ¡Ni siquiera respira!, ¿cómo lo hará?… Y yo que me alegraba porque sabía hablar y pensaba… ¡¡Ojalá fuera muda, diablos!!… Pero si se suponía que el calvito de Krilim era el de la mala suerte, así había sido siempre… Seguramente el muy estúpido me la contagió… gggrrr…«, pensaba.


KAME HOUSE

Krilim y el maestro Roshi se encontraban platicando mientras veían la T.V. y justo en ese momento…

«¡¡ACHUSSS!!», Krilim estornudó.

«Salud», le dijo el maestro.

«Gracias, maestro. Debe ser que me voy a resfriar».

«Eso o que alguien está pensando en ti», se burló Roshi.

«¡Ay, maestro! Usted y sus bromas», le respondió divertido el guerrero.

Ambos rieron…


TEMPLO SAGRADO

Piccolo estaba a punto de lanzarse por la Plataforma y dejarse caer en el abismo de la desesperación, cuando vio a Mr Popo caminar por uno de los largos pasillos del Templo. «¡MR.POPO, VEN AQUÍ!», lo llamó enseguida.

Mr Popo los vio y se acercó a ellos. «Dimes, Biccolos».

Piccolina lo vio y sonrió muy divertida. «Qué gracioso es tu amigo. ¿Quién es él, Piccolo?», le preguntó.

«Es Mr.Popo. Y está encargado de cuidar el Templo. Es como un ayudante para Dende».

«Mucho gustos, Biccolinas», la saludó con una sonrisa.

«Mucho gusto. Eres muy divertido, me caes bien», le dijo enseguida. El extraño ser le había caído simpático desde que lo había visto.

«Tú también, Biccolinas. Eres muy bonitas, además», le respondió Mr Popo.

«¡Ay, pero muchas gracias!», exclamó mientras le pellizcaba las mejillas. «También eres muy lindo».

Este gesto hizo que Mr Popo se ruborizara por completo, y Piccolina lo notó muy divertida. Piccolo había aprovechado la gran simpatía que había surgido entre ambos para escapar sigilosamente. Se alejó unos pasos sin que ellos se dieran cuenta y estaba a punto de levantar el vuelo, cuando…

«Biccolos, tu amigas es bien simbáticas, ¿no le crees?», preguntó.

A Piccolo no le quedó más remedio que regresar a su lado, maldiciendo un millón de veces su infortunio. «Sí, por supuesto, es MUY SIMPÁTICA –dijo mientras pensaba–: ¡Maldito Mr.Popo! Pareciera que TODOS están confabulados en mi contra…«. Pero entonces sonrió como si se le hubiese ocurrido una gran idea. «Oye, Piccolina, ¿no tienes hambre?».

«La verdad no había pensado es eso, pero sí, me muero del hambre», afirmó.

«Lo imaginaba. Aún no has probado bocado. ¿Por qué no le das algo de comer, Mr.Popo?».

«Muy buena ideas, Biccolos. Lo haré enseguidas. Ven conmigos, Biccolinas», le dijo mientras la guiaba a la cocina. «Ya verás, mis blatos son exquisitos. Lástimas que aquís nadie los comes».

«Claro. Seguro que es así. ¡Sí que eres una lindura, Mr.Popo!». Se acercó a él y le dio un beso en la frente. Mr.Popo la vio y rió de manera estúpida, completamente embelesado con la muchacha…

«Sí, sí, vayan. ¡Y tómense su tiempo!», exclamó el Namek. Cuando se fueron, Piccolo suspiró con alivio. «¡Al fin! Pensé que nunca me desharía de ella. Y ahora, ¡¡es mejor huir!!». Alzó el vuelo y se fue lo más lejos que pudo.


CORPORACIÓN CÁPSULA

En la C.C, Bulma aún continuaba en estado de shock por la noticia que le había dado Milk hacía algunos momentos. ¡¿Una Compañera para Piccolo?! ¡JA!, era lo más gracioso que había escuchado en los últimos tiempos… o, tal vez, la idea no era tan descabella… la verdad, nunca había pensado en eso. Se le ocurrió una idea, así que llamó a Milk, que tomó el teléfono casi inmediatamente.

«Aló. Sí, Milk, soy yo, Bulma».

«¿Bulma? ¿Sucede algo malo?», preguntó su amiga al otro lado de la línea.

«No… bueno, sí, es que…», comenzó a divagar.

«Estás sorprendida, ¿no?, a mí me pasó lo mismo cuando me enteré. Tal vez debí decírtelo en persona y no por teléfono».

«No. Tranquila, estoy bien. La verdad me sentí algo mal, ¿sabes? Nunca había pensado mucho en Piccolo ni en sus sentimientos. No sabía que se sentía tan solo», dijo apesadumbrada.

«Sí, te entiendo, yo sentí lo mismo».

«Por eso pensé en hacer una pequeña fiesta aquí en la Corporación para darle la bienvenida a… ¿cómo me dijiste que se llama?».

«A Piccolina. ¡GENIAL! ¡Creo que es una gran idea, Bulma!».

«¿Verdad que sí? ¿Me ayudas a hacer todos los preparativos, Milk?».

«¡Por supuesto! Cuando todo esté listo, le diré a Gohan que les avise. Además, tengo muchos deseos de ver cómo es ella. No me imagino cómo serán las mujeres namekuseijins».

«Ni yo. Cuando estuve en Namek no vi ninguna. Tal vez estaban escondidas por el peligro de Freezer».

«Eso seguro. Bueno, voy para allá apenas arregle a Goten».

«Bien, entonces te espero».

Bulma colgó el teléfono y se asomó por la ventana. «Qué extraño –pensó–. Sólo ahora me doy cuenta que no vi a ninguna mujer en Namek… hummm, y no recuerdo si había alguna entre los namekuseijins que revivió el Dragón… Bueno, de seguro que sí, si no, ya hubiese desaparecido la especie, ¿no?. Yo estaba muy preocupada por Goku, y la pelea que tenía con Freezer en ese momento, y de seguro por eso no puedo recordarlo. Sí, eso debe ser».


La Compañera – Capítulo 1

Fanfic: La Compañera


En el horizonte, el Sol comenzaba a salir anunciando el comienzo de un nuevo día. Mientras, en el Templo de Dios, Mr.Popo había comenzado a realizar sus labores diarias; justo en ese momento se encontraba regando las flores del jardín, acompañado por Dende. Ambos conversaban plácidamente cuando sintieron el Ki de Piccolo acercarse a toda velocidad. Pero no venía sólo, sino acompañado por alguien que no pudieron identificar, ya que no reconocían el ki que emanaba. Sin embargo, de sólo sentirlo Dende se puso muy nervioso…

«¿Qué sucede, Kamisamas?», le preguntó Mr.Popo algo alarmado.

«¿Eh?… no lo sé… es una sensación extraña que tengo… algo en el ki de la persona que viene con el señor Piccolo no es normal… me pregunto si este presentimiento tendrá algo que ver con los deseos que le fueron pedidos a Shenlong hace poco».

«Sí, me imaginés que lo habían invocados. Bero, ¿bor qué cree que Biccolos tiene algo que ver con esos deseos?».

«No estoy seguro, pero mi intuición me dice que él está involucrado…».

En ese momento pudieron ver a Piccolo acercarse volando para finalmente posarse sobre el suelo de la Plataforma. Dende y Mr.Popo vieron asombrados a una persona moverse un poco en los brazos del namek. Piccolo se les quedó viendo unos instantes y al hacerlo suspiró con cierta resignación; vio a la pareja mirarlo llenos de curiosidad, así que caminó hacia ellos, con mucho cuidado para no despertar a su acompañante. Al llegar a su lado y ver con detalle a la persona que estaba en los brazos de Piccolo, Dende dejó caer su bastón y retrocedió unos pasos sumamente asombrado…

«¿Q-qué… e-es… e-esto…? P-pero… s-si… e-es…», balbuceaba.

Si la situación no hubiese sido tan delicada, Piccolo hubiese sonreído al ver a Dende tan asustado… pero lo entendía perfectamente; él tampoco había podido creerlo la primera vez que la vio… a ella… «Así es, Dende. Ella es una namekuseijin mujer».

Mr.Popo abrió sus ojos de par en par al escuchar tal noticia. «¡B-Bero… Biccolos, e-eso es… imbosibles…!».

«N-no… n-no… p-puede ser…», dijo Dende, que se puso pálido de la impresión.

«La estás viendo, ¿no? Existe y es tan real como nosotros», sentenció Piccolo como si todos fueran víctimas de una nefasta maldición.

«P-pero… ¿cómo?… ¿cómo pasó…?», insistió el joven Kamisama.

«Fue Gohan –le interrumpió Piccolo–. Él le pidió como deseo a Shenlong una… una… compañera para mí», respondió con cierta humillación.

«¡¿QUÉ?!», exclamaron Mr.Popo y Dende al unísono.

«¡¿QUIEREN CALLARSE?! ¡DESPERTARÁN A PICCOLINA!».

«¡¿¿PICCOLINA??!», volvieron a exclamar al mismo tiempo, pero una fiera mirada de Piccolo los hizo comprender que, si no guardaban silencio en ese instante, a ambos les iría muy mal, así que, instintivamente, se taparon la boca.

Piccolo miró a Piccolina en sus brazos y esperó expectante su reacción ante tanto escándalo al tiempo que pensaba: «por favor… por favor… que no se despierte… que no se despierte…«. Ella, aún dormida, se movió un poco en sus brazos y sonrió tan plácidamente que parecía que tenía un lindo sueño.

Los tres: Piccolo, Mr.Popo y Dende, miraron a la mujer y luego se miraron entre sí al tiempo que lanzaban un suspiro de alivio. A riesgo de ser nuevamente regañado, Dende continuó hablando lo más bajo que pudo: «¿Habla en serio, señor Piccolo? ¿Gohan hizo eso?».

«¡¿Qué no lo estás viendo, enano?! ¡¿Acaso debo responder esa estúpida pregunta?!», gritó Piccolo, que parecía a punto de sufrir un ataque de nervios.

Pero fue inmediatamente callado por Mr.Popo y Dende; ahora los papeles se habían invertido… «Ssshhh, la despertarás», dijeron ambos. Una vez más los tres miraron a la mujer, que siguió durmiendo tranquilamente como si nada pasara… Una vez más, los tres suspiraron…

«Es extraño, a pesar de ser una Namek como nosotros, tiene cuerpo de mujer», comentó Dende un poco sorprendido y mirándola fijamente.

«Es que ella no es una namek pura. Es una combinación de humano y namek», le aclaró Piccolo.

«Y también es muy bonitas, ¿no le crees, Biccolos?», opinó Mr.Popo algo ruborizado y sonriendo.

Piccolo lo miró de arriba a abajo como si hubiese perdido la razón. «Si esperas que conteste tu pregunta, Mr.Popo, ¡estás bien loco!».

«Ssshhh, ¡la despertarás!», volvieron a decir, pero esta vez en son de burla.

Piccolo comenzó a respirar agitadamente. «¡Dejen de mandarme a callar! ¡Yo soy el único que puedo hacerlo!», refunfuñaba mientras Mr.Popo y Dende lo miraban de manera extraña y, con gestos, le indican que mirara a la mujer. Pero el Namek no entendió nada y, por el contrario, se alteró más. «¡¿Está claro?! ¡¿Y por qué rayos me miran así?! ¡Dejen se hacer tantas estupideces!, ¡parecen unos monos!». Pero en ese instante sintió un murmullo y, temeroso, miró a Piccolina, notando que comenzaba a moverse agitadamente como si estuviera a punto de despertar y eso lo asustó muchísimo. «¡Ay, no! Y… y… y… ahora, ¡¿qué hago?!», exclamó de manera desesperada.

«¡No lo sé!», le respondió Dende muy nervioso mientras se retorcía las manos.

«Arrúllalas, eso calma a las bebés inquietos», le sugirió Mr.Popo.

«¡¿Qué?! ¡No puedo hacerlo! ¡Ella no es un bebé!».

«Bueno, tal vez funciones», insistió Mr.Popo encogiéndose de hombros.

«Pero… eso es… ¡demasiado ridículo! ¡No lo haré jamás!». Piccolina comenzó a emitir ruidos extraños y, al ver esto, Piccolo, casi al borde de un desmayo, comenzó a moverla de un lado para el otro tratando de arrullarla mientras le mecía con sus brazos, tal y como había visto a Bulma hacerlo millones de veces con Trunks. Claro, nunca pensó que algo tan increíblemente absurdo, estúpido, ridículo, humillante… y todos los peores adjetivos que le vinieron a su mente, le pudieran pasar a él… ¡A ÉL, UN GUERRERO TAN PODEROSO!

Mr.Popo y Dende lo veían muy divertido y lamentaban no tener una cámara en sus manos para filmar tan memorable momento. «Tal vez si le canta una canción de cuna, señor Piccolo, obtenga mejores resultados…», dijo Dende, sonriente.

«¡Cállate, renacuajo!», le advirtió Piccolo. La mujer seguía algo inquieta y él cerró sus ojos esperando lo peor, pero luego de unos segundos de extenso sufrimiento, ya no sintió nada. Armándose del escaso valor que le quedaba, abrió un ojo al tiempo que recitaba nuevamente su plegaria: «por favor… por favor… que no se despierte… que no se despierte…«. Y vio, con gran alegría, que Piccolina había vuelto a quedarse profundamente dormida. Así que abrió su otro ojo.

«Estuvos cercas…», opinó Mr.Popo.

«Ejem… Sí, Mr.Popo, tienes razón», dijo Piccolo tratando de retomar su acostumbrada pose indiferente.

«¡Mire, señor Piccolo! ¡Está despertando de nuevo!», gritó Dende.

«¡¿Qué?!… ¡¿Qué?! ¡¿Cómo?! ¡¿Cuándo?!». Apenas oyó esto, comenzó a arrullar nuevamente a Piccolina desesperado, mientras todo su cuerpo temblaba, hasta que se dio cuenta de la cruda realidad y es que Dende le había jugado una… broma…

Mr.Popo y Dende comenzaron a reír mientras Piccolo templó todos sus músculos del coraje. «¡¿Qué demonios te pasa, verdoso endemoniado?! ¡Esto no es ningún jueguito!».

«Lo siento, señor Piccolo –dijo mientras aguantaba unas carcajadas–. No lo volveré a hacer».

«Más te vale, chiquillo, si no quieres que te dé mi tratamiento especial», le amenazó firmemente el namek.

Dende tragó saliva al escuchar esto y es que no le gustaba para nada el tratamiento especial de Piccolo, que consistía, nada más y nada menos, en limpiar todo el Templo con un cepillo de dientes. ¡GLUP!, todavía recordaba con amargura el día que le tocó hacer tan agotadora tarea, y todo gracias a una pequeña tontería sin importancia… humm, todo por haber querido tener una mascota. ¡¡¿Cómo se iba a imaginar que un zorrillo terrestre tendría tan mal olor?!! Aunque claro que el Templo olió a zorrillo por varios meses después de haber regresado al animalito a la Tierra, pero aún así consideró que el castigo era exagerado… En fin, lo mejor era no molestar a Piccolo, así que se puso serio nuevamente y continuó su interrogatorio: «Pero… si Gohan fue a Namek, ¿no se dio cuenta que en nuestra raza no hay mujeres?», preguntó Dende, incrédulo.

«No –murmuró Piccolo–. El muy tonto no se dio cuenta de nada… Rayos, no sé qué tanto estudia si no sabe algo tan básico de los namekuseijins».

«¿Y no lo dijistes nadas, Biccolos?», quiso saber Mr.Popo.

«¡Por supuesto que no! Estaba muy feliz y no pude hacerlo…».

«Entiendo», dijo Dende, sonriendo ante los buenos sentimientos de Piccolo. Éste lo vio y, como si leyera sus pensamientos, se puso muy serio.

«¿De qué sonríes, Dende?», preguntó muy serio.

«¿Eh?… no, de nada, de nada…», respondió aguantando su risa, lo que a duras penas conseguía.

«Y… ¿se llamas Biccolinas?… Un nombres muy bonitos», se burló Mr.Popo.

Pero ambos, Mr.Popo y Dende, trataron de guardar compostura al ver cómo a Piccolo le brotaban las venas en la cabeza al tratar de contener su ira. «Sí, se llama Piccolina –dijo con la poca paciencia que le quedaba–. Gohan eligió su nombre. ¡¡Y ya me cansé de escuchar sus tonterías!! Voy a acostarla en una de las habitaciones del Templo para poder irme a entrenar. ¡Y más les vale que se comporten!».

«Sí, sí, sí», respondieron ambos mientras Piccolo entraba al Templo. No terminó de pasar por la puerta cuando pudo escuchar la risa incontrolable de ambos en el exterior. Giró y vio cómo reían a carcajadas hasta casi caer al suelo. Se enfadó tanto al verlos que, si no hubiese tenido las manos ocupadas en ese momento, de seguro les hubiera lanzado un rayo de energía al par de payasos. «Gggrrr, ¡ya me las pagarán esos idiotas!», pensó furioso mientras se adentraba en los largos pasillos de tan sagrado lugar.


PAOZU YAMA, HOGAR DE LOS SON

Milk no había dormido en toda la noche de la preocupación. Ella se había levantado a media noche para alimentar al pequeño Goten, y, como era su costumbre, pasó por la habitación de Gohan para acariciarle sus cabellos y percatarse que estuviese bien abrigado, pero al ver que su hijo no estaba, había comenzado su insomnio… «¿Dónde estará? Si desde hace un buen rato que amaneció y aún no llega… No, ¿por qué mi hijito habrá salido tan rebelde? Ojalá que esté bien mi chiquito…«, pensaba la mujer, desesperada mientras caminaba de un lado para el otro por toda la casa.

En ese momento la puerta de la casa se abrió de par en par y ella pudo ver al niño parado debajo del pórtico. Estaba a punto de darle el escarmiento de su vida cuando notó algo extraño en su hijo… algo que no veía desde hacía mucho tiempo… Se sorprendió al verlo feliz.

«¡Mamá! –exclamó Gohan al verse sorprendido en su fuga–. ¡¿Qué haces?!, si yo pensé que estarías… dormida…».

La mujer cruzó sus brazos y lo miró con dureza, pero luego sonrió y corrió a abrazarlo. «¡Gohan, hijo, ¿dónde estabas?! Estaba muy preocupada por ti!».

«¡Ay, mamá! ¡Sabes bien lo poderoso que soy!, nada malo podría pasarme», alegó Gohan algo avergonzado por haber hecho sufrir a su madre.

«¡Eso no me importa!», le refutó ella mientras le daba un beso en la frente. «Aún eres un niño y no debes andar solo por ahí». Luego le dio un pescozón en la cabella. «¡No vuelvas a hacerlo, ¿me oíste?!».

«No, no, mamá, lo prometo», se excusó el saiya mientras se acariciaba su cabeza. Sin duda su mamá era la mujer más fuerte del planeta porque ese golpe le había dolido terriblemente…

«¿Tienes hambre?», le preguntó mientras se dirigía a la cocina.

Al oír esto la carita del niño se iluminó de la alegría. «¡Sí, muchísima!», respondió.

«Bueno, te haré el desayuno, pero mientras, cuéntame, ¿qué hiciste anoche? ¿Adónde fuiste?», quiso saber su madre mientras sacaba una docena de huevos del refrigerador y ponía a tostar una cantidad igual de rebanadas de pan.

Gohan caminó a la cocina y se sentó en la mesa dispuesto a narrarle todo lo sucedido a su madre. «Anoche reuní la esferas e invoqué a Shenlong», dijo inocentemente.

«¡¿QUÉ?!», exclamó su madre mientras aplastaba un huevo que tenía en su mano.

«Sí, le pedí un deseo», especificó.

«¿U-un… deseo?… ¿y qué… pediste…?», preguntó con mucho temor de la respuesta que obtendría al tiempo que se limpiaba su manos y se sentaba, a su lado, en la mesa.

«Le pedí una compañera para el señor Piccolo», dijo Gohan lleno de euforia.

«¡¿Cómo?! Pero… hijo, no debiste hacerlo… ¿y si Piccolo se molesta por ese atrevimiento?».

«No, ¡al contrario!, se alegró mucho con Piccolina… ¡Tienes que verla, maná! ¡Es muy linda!».

«Ejem… sí, claro, hijo, si tú lo dices…», balbuceó Milk muy asombrada. «B-bueno… es verdad, no lo había pensado, pero Piccolo está muy solo…».

«Sí, ¡pero ya no más! ¡No volverá a estar solo!».

Milk observó a su hijo, que tenía el rostro iluminado como hacía tanto tiempo que no lo veía… desde la muerte de su padre… y el verlo así la llenó de una gran dicha; tal vez las heridas de su Gohan finalmente comenzaban a sanar… y le daba gracias a Kamisama por eso, y también a Goku, porque sabía que, dónde sea que estuviese en esos momentos, él los observaba y cuidaba… «Qué bien, hijo. Me alegro mucho por Piccolo», le dijo mientras le acariciaba sus enmarañados cabellos y se levantaba dispuesta a seguir preparando la comida.

Gohan también se levantó y colocó dos platos y dos juegos de cubiertos en la mesa. Abrió el refrigerador y se sirvió un vaso de leche. «Tal vez llame a Bulma después de comer para decirle lo de la nueva compañera de Piccolo, ¿qué opinas?», preguntó su madre mientras servía una enorme cantidad de huevos a su hijo y ella se quedaba con una pequeña porción.

«Me parece bien… ¿Sabes, mamá?, lo he pensado bien y quisiera asistir a la escuela…».

«¿En serio?», le preguntó mirándolo fijamente. «No es ninguna obligación que vayas. No te quiero presionar, sólo quiero que seas feliz. Lo sabes, ¿verdad, cariño?».

El chiquillo asintió con una enorme sonrisa en sus labios. «Lo sé, mami, yo quiero ir y hacer amigos, y… y… y… tal vez entrenar un poco a Piccolina, ¡de seguro que es tan fuerte como el señor Piccolo! Digo… si estás de acuerdo…», balbuceó algo asombrado por tanto entusiasmo.

Al escucharlo, Milk casi dejó caer su taza de café de la impresión, y al mismo tiempo de la alegría. «Humm, bueno, lo de la escuela está bien. Si tus calificaciones son buenas y no bajan, podrás entrenar a tu nueva amiga un rato en las tardes», le respondió sin creer que hubiese accedido la petición de su hijo tan fácilmente… ¡Nah!, lo que realmente le importaba ahora era que estuviese contento, y sin duda lo estaba…

«¡¡VIVA!!», gritó Gohan lleno de alegría mientras se paraba de la mesa y se iba corriendo. Y sin duda lo hubiese logrado si su madre no lo hubiese impedido.

«¡¿A dónde crees que vas, jovencito?!», le dijo firmemente.

Gohan, al escucharla, se paró en secó, «P-Pues… a… a… d-decirle a P-Piccolina… q-que la… e-entrenaré».

«¡De eso nada! ¡Además, estás castigado!», le respondió de manera implacable.

«¡¿CASTIGADO?!».

«¡Claro! ¡Ni creas que el susto de anoche se quedará así, ¿eh?! ¡Y ahora, termina tu desayuno!».

«Sí, m-mamá… está bien…». Gohan se sentó de nuevo en la mesa y comenzó a comer. Miró a su madre, que tenía un semblante bastante serio, pero luego ambos sonrieron.

«Eres incorregible, igual que tu padre…», le dijo ella. El pequeño arqueó una ceja, sonrió y siguió comiendo mientras Milk pensaba, al tiempo que tomaba un sorbo de su café: «Sí, igual que su padre… mi amado Goku…».


La Compañera – Prólogo

Fanfic: La Compañera

Gohan volaba apresuradamente. Era medianoche y todavía le faltaba reunir una de las Esferas del Dragón. Esperaba que su madre no notara su ausencia, aunque desde que Goku había muerto, hacía ya un año, ella había dejado de ser tan sobreprotectora con él.

Involuntariamente recordó los primeros meses, luego de la derrota de Cell. Milk había estado muy deprimida con la muerte de su esposo, lloraba todo el día, no dormía ni comía. Permaneció en ese estado hasta que nació su segundo hijo Goten. El bebé le había devuelto la sonrisa a su madre. Era su consuelo y alegría. Ese niño había logrado que Milk finalmente pudiera superar, al menos en parte, el haber perdido a su adorado Goku.

Pero con Gohan había sido distinto… él no podía superar su pérdida… perder a su padre, ahora definitivamente, era lo más doloroso que había tenido que enfrentar en sus trece años de vida… pensaba que todo había sido su culpa… si le hubiese hecho caso a su padre cuando le dijo que exterminara a Cell… ahora estaría con vida, junto a ellos, como antes cuando eran una familia… ¡cuánto dolor había causado su inmadurez!… no había ni una mirada de reproche en los ojos de su madre, ni un comentario acusador proveniente de sus amigos, pero no eran necesarios. Él, como todo el mundo, sabía que era responsable de su muerte…

Comenzó entonces a evocar malos recuerdos de la batalla. Vio a su padre. Era como si viviese todo nuevamente… Cell a punto de explotar y volar todo el planeta en mil pedazos, y él… Goku junto a su hijo… despidiéndose… luego… nada… sólo su muerte y un gran vacío en su corazón que nunca nadie podría llenar…

Y a partir de ese día, la pena del niño se hizo más grande. Día con día, revivían las mismas escenas en su cabeza… viendo morir una y otra vez a su padre… la misma pena… el mismo nefasto final…

El cielo, poco a poco empezó a nublarse haciendo que la noche, hasta ahora hermosa y estrellada, se tornara oscura y tenebrosa… Gohan seguía volando a toda prisa sin notar esto. Lloraba amargamente, como casi todos los días desde que Goku había sacrificado su vida por salvar a la Tierra de Cell. Las lágrimas le impedían ver con claridad, así que no se percató de que cada vez volaba más bajo, hasta que fue demasiado tarde… y pasó lo que tenía que pasar… el niño chocó estrepitosamente con unos árboles y cayó al suelo muy adolorido.

Al caer, la bolsa que llevaba en su cintura se rompió y seis esferas anaranjadas se esparcieron en el piso… Gohan, aún aturdido por el golpe y lleno de rasguños, cerró sus puños con fuerza y golpeó el suelo. ¡¿Es que nada le podía salir bien?!, pensó al tiempo que se levantaba y sacudía el polvo de su ropa. Trató entonces de encontrar las esferas, pero la oscuridad de la noche le hacían muy difícil su labor.

Mientras buscaba, siguió meditando sobre su vida. Desde que habían logrado derrotar a Cell, él se había vuelto un niño muy solitario. No hablaba mucho ya que se había encerrado en sí mismo. Su madre, viendo esto, le había sugerido que asistiera a una escuela normal donde pudiera hacer amistad con otros niños de su edad, pero él se había rehusado. La única persona que soportaba cerca en esos momentos era a Piccolo…

«¡Rayos!, no puedo encontrarlas, bueno, mejor me transformo en SSJ, así podré hallarlas rápidamente», dijo para sí, el tiempo que se transformaba.

Y en efecto, todo el lugar se iluminó haciendo que todas las esferas fueran fáciles de encontrar. Cuando las tuvo todas reunidas nuevamente, sacó su radar del dragón y lo accionó. Seis puntos luminosos aparecían reunidos en un mismo lugar, mientras un séptimo punto se encontraba a unos pocos kilómetros de su posición actual.

«¡Sí!, ya estoy cerca de la última esfera, debo apresurarme», dijo al tiempo que alzó el vuelo rumbo a ese paraje…

Mientras se dirigía al sitio donde se encontraba la esfera, pensaba en Piccolo. Él había sido su sensei por mucho tiempo, además, era su amigo. Después de su padre, era la persona que más respetaba en todo el universo. Pero el pequeño saiya sentía que había un vínculo que los unía más allá de la amistad o el respeto. Los unía su soledad… es verdad, ambos estaban solos en la vida, por eso se entendían tan bien. Podían estar juntos por horas, aún sin hablar, ya que el silencio no los incomodaba, al contrario, los confortaba… lo disfrutaban… Desde lo de Cell, Piccolo había sido un gran apoyo; sin él, no hubiese podido sobreponerse del golpe recibido por la muerte de su padre, a pesar que no lo había hecho por completo. Por él, por su madre y su hermano Goten, trataba ahora de seguir adelante con su vida a pesar de todo el dolor, la pena y la culpa que anidaban en su corazón… Sí, por Piccolo pediría ese deseo…

Luego de un rato, Gohan finalmente llegó al lugar que le indicaba el radar. Las nubes seguían manteniendo la excesiva oscuridad de esa noche sin Luna, así que una vez más, el pequeño tuvo que transformarse en SSJ y actuar como linterna para poder cumplir su objetivo: reunir las siete esferas e invocar a Shenlong.

Le costó un poco: a pesar de la iluminación, el lugar estaba lleno de maleza y tuvo que buscar largo rato antes de poder encontrarla. Luego de una hora de intensa búsqueda, pudo reunir todas las esferas… al verlas, sus ojos brillaron llenos de emoción.

«¡Al fin!», pensó lleno de alegría. Finalmente podría hacer algo bueno por alguien.

Las esferas comenzaron a brillar, lo que indicaba que estaban listas para cumplir su función. El saiya se les quedó mirando unos instantes antes de actuar, había esperado todo un año para poder pedir ese deseo, y ahora finalmente podría hacerlo… Se acercó a ellas y gritó a todo pulmón:

«¡SAL, SHENLONG, Y CUMPLE MI DESEO!»

Apenas dijo esto, las nubes comenzaron a moverse rápidamente, al tiempo que truenos y relámpagos comenzaron a sentirse por doquier. La Tierra, poco a poco, comenzó a quedar en penumbras…

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Piccolo se encontraba meditando sobre una enorme cascada cuando, de repente, comenzó a sentir que el cielo se estremecía… Las nubes corrían apresuradamente unas tras otras, y vientos huracanados azotaban todos los rincones del planeta. Supo al instante lo que esos cambios climáticos significaban.

«¡Oh, no! ¡Alguien ha invocado a Shenlong! Pero… ¿quién? Debo averiguarlo», dijo al tiempo que apresuradamente volaba en la dirección en donde podía sentir a todas las esferas reunidas… cualidad que tenía desde que se había fusionado con el antiguo Kamisama de la Tierra.

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El majestuoso Shenlong hizo su aparición ante Gohan. ¡Era increíble!, no era la primera vez que el niño lo veía, pero aún así estaba sorprendido, y para qué negarlo, algo intimidado ante su presencia… Su enorme poder podía sentirse sin mucha dificultad, y el saiya se le quedó mirando casi hipnotizado, hasta que el Dragón finalmente habló. Y a Gohan le pareció que esa voz sería escuchada en todo el planeta.

«Tú, niño, has reunido todas las esferas, por ello te concederé dos deseos», dijo el dragón.

Al escucharlo, el pequeño sonrió. El momento había llegado…

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Piccolo volaba a toda velocidad, sentía que Shenlong había resurgido de las esferas. Era increíble que ya hubiese pasado un año desde la derrota de Cell y la muerte de Goku… Tenía un mal presentimiento… Esperaba llegar a tiempo…

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Gohan dio dos pasos al frente. Tenía algo de miedo de que su deseo no fuera concedido, pero aún así debía intentarlo. Ojalá diera resultado.

«Shenlong, sólo tengo un deseo que pedir; luego que lo cumplas puedes irte», expresó el saiya finalmente.

«Bien, lo que tú digas», respondió Shenlong.

El niño suspiró y luego de pensar unos instantes en cómo pediría su deseo, habló finalmente.

«Mi deseo es…»

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El namekuseijin pudo ver cómo, en la lejanía, Shenlong desaparecía y las esferas, ahora convertidas en piedra, volaron en todas direcciones a través del firmamento.

«¡Demonios!, llegué tarde… y ahora, ¿quién sabe lo que habrán pedido como deseos? Espero que esto no signifique nuevos problemas», pensó muy consternado.

Repentinamente pudo sentir un Ki conocido. ¡Era Gohan!, pero… no estaba solo, había alguien más con él. No podía reconocerlo a esa distancia; aunque su vista era excelente, la oscuridad de la noche le impedía ver con claridad. Al menos, ahora estaba más tranquilo: si Gohan había pedido los deseos a Shenlong, seguramente no representarían un peligro para el planeta, aunque tampoco podía dejar de lado su instinto, y éste le decía que algo malo pasaba… Así que se apresuró en llegar hasta donde se encontraba el niño y su acompañante.

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Gohan estaba parado, mirando fijamente a la persona que tenía delante, cuando sintió un Ki conocido acercándose a ellos.

«¡Vaya!, el señor Piccolo se aproxima. ¡Qué bueno!, así ya no tendré que buscarlo», dijo Gohan lleno de alegría.

Esperó unos minutos hasta que Piccolo finalmente llegó al lugar. Se posó con suavidad y caminó hacia donde se encontraba la pareja. Cuando estuvo a unos metros de distancia, repentinamente se detuvo y comenzó a temblar…

«¡Hola, señor Piccolo!», dijo el niño sonriente.

«Gohan, tú invocaste a Shenlong… Pero… ¡¿qué has hecho?!».

Piccolo miraba fijamente a la persona que tenía enfrente, pero aún así no podía creer lo que veía… era… imposible…

Gohan tomó de la mano a la persona que lo acompañaba y le dijo:

«Ella es Piccolina… Yo pedí una compañera para usted a Shenlong … ¿Le gusta su nombre?, yo lo elegí».

Luego volteó hacia la mujer y le dijo:

«Piccolina, él es Piccolo y será tu compañero de ahora en adelante».

«¡¿ÉSE FUE TU DESEO?!», dijo Piccolo muy sorprendido señalando al compañero de Gohan.

«Ajá, es que usted está tan solo, que yo quería que tuviera una pareja de su propia raza», respondió el niño inocentemente.

Un relámpago repentino iluminó el cielo y entonces Piccolo pudo ver con claridad el deseo de su pupilo… Era verde y con antenas como las de él… ¡era namekuseijin! Pero… sus formas y rostro eran de mujer… ¡Ella era una mujer!… también… llevaba puesto un traje idéntico al suyo, pero sin la capa y el turbante blanco.

«E-Ella… es… una… namekuseijin… m-mujer…», dijo Piccolo muy pálido y casi desmayado por la impresión.

Lo que veía no era natural, ya que la raza namek era unisexo, es decir, no eran ni hombres ni mujeres. Llegado el momento, y si lo desean, los namekuseijins tienen su descendencia a través de huevos que expulsan por su boca. Shenlong acababa de crear una nueva raza: ¡Una mujer Namekuseijin!

«¡Claro que es una mujer! ¿No es bonita?», expresó Gohan.

Piccolo miraba a Gohan y a la vez a la mujer…

«Veo que no sabes nada de la raza namekuseijin… ¿No notaste nada extraño cuando fuimos al planeta Namek?».

«¿Extraño?… Pues… a ver…», el niño se quedó unos instantes pensando en la pregunta de su sensei, «La verdad… es que… no, señor Piccolo, no noté nada raro».

Piccolo colocó una mano en su rostro como gesto de desesperación.

«¡Qué tonto! ¿Cómo pudo no notar que no habían mujeres en Namek? ¡Vaya!, por algo es hijo de Goku. Ya salió a relucir su herencia genética», pensó.

Su cerebro funcionaba rápidamente tratando de encontrar una solución para su situación. Por un lado estaba esta mujer, primer espécimen de una nueva raza creada por Shenlong. Y por el otro estaba Gohan, ¡estaba tan feliz! Desde la muerte de su padre no lo veía tan animado, realmente pensaba que había hecho algo bueno por él, y la verdad, no tenía corazón para desilusionarlo.

«¿Se encuentra bien, señor Piccolo? ¿No le agrada mi deseo?», preguntó el saiya, algo preocupado de que no le gustara su nueva compañera.

Luego de unos instantes de gran debate interior, Piccolo suspiró como gesto de resignación, y dijo finalmente:

«Si me gusta, Gohan. Muchas gracias», respondió con una sonrisa forzada.

El niño se puso feliz y Piccolina también. Apenas Piccolo dijo esto, ella salió corriendo hacia él. Al llegar hasta donde estaba, lo abrazó con fuerza. Por la impresión, el namekuseijin no pudo mantener el equilibrio y ambos cayeron al suelo…

«¡Qué bueno que me aceptas! –dijo ella finalmente– ya pensaba que no lo harías».

«¿Cómo pudiste pensar tal cosa?», respondió irónico Piccolo, al tiempo que pensaba: «Bueno, al menos sabe hablar… y piensa».

«Me alegra estar viva… a tu lado».

Luego que dijo esto, lo besó apasionadamente en los labios. Piccolo estaba muy sorprendido… ella se levantó y se dirigió hasta donde estaba el pequeño saiya. Mientras, el namekuseijin se levantaba; al hacerlo se limpió los labios y comenzó a escupir. Era la primera vez que lo besaban, y la verdad, no sabía por qué le gustaba tanto a los humanos. A él no le había parecido la gran cosa.

Piccolina tomó las manos del niño y le dijo:

«Gracias, amiguito, no te preocupes, cuidaré muy bien de Piccolo. Yo lo protegeré».

«M-Me… p-protegerá…», pensó Piccolo al tiempo que tragaba saliva. Eso que dijo no le había gustado nada. ¡Ni que fuera un bebé! En ese momento, algo muy dentro de él le dijo que su vida cambiaría totalmente a partir de ese día…

«Lo sé, Piccolina. Ahora el señor Piccolo no estará solo», dijo Gohan. Estaba feliz de que su deseo hubiese sido concedido.

Ella sonrió y caminó nuevamente hacia Piccolo al tiempo que le decía:

«Bien, Piccolo. Vámonos a casa».

Él la miró sorprendido, «¿A casa? ¿Cuál casa?».

«Al sitio donde vives».

«Creo que se refiere al Templo de Dios», opinó Gohan.

«Ah, ya veo. De acuerdo, vamos», respondió Piccolo bastante fastidiado.

Apenas dijo esto, Piccolo comenzó a levitar, pero ella no lo siguió.

«¿Qué sucede? ¿Por qué no vienes?», expresó Piccolo algo molesto.

«B-Bueno… es que yo… no sé volar», respondió Piccolina algo avergonzada.

«¡Lo que me faltaba! ¡Maldición!, ahora deberé llevarla yo, ¡es una inútil!», pensó al tiempo que se acercaba a ella. «Bueno, ven, yo te llevaré».

Ella se puso feliz al oír esto. Apenas se posó sobre el suelo, lo abrazó nuevamente mientras él la sujetaba en sus brazos.

Luego que ambos se despidieron de Gohan, Piccolo se fue volando a toda velocidad. Quería llegar pronto al templo para poder quitarse de encima a la mujer. ¡Diablos!, lo sujetaba tan fuerte que no lo dejaba respirar con libertad. Además, sus manos inquietas comenzaron a recorrerlo y eso lo incomodaba, aunque prefirió guardar silencio y no decir nada al respecto.

Piccolina, en cambio, estaba emocionada. Desde que había visto a Piccolo se había quedado prendada de él. ¡Era tan guapo!, y besaba muy bien, pensó al tiempo que se ruborizaba un poco. Al principio estaba algo asustada por la altura y la velocidad a la que se desplazaban… pero ahora que la llevaba en sus brazos ella aprovechaba para recorrer todo su cuerpo con sus manos… sentía sus músculos muy desarrollados y firmes. Su color verde era muy hermoso y lo hacía ver muy varonil. Y su mirada la impresionó mucho…. era profunda, y ella sentía que podría perderse fácilmente en lo negro de sus ojos… Era el único ser adulto que había visto en sus escasas horas de vida, pero ella sentía que no existiría alguien más en todo el universo tan perfecto como Piccolo…

Suspiró entonces, estaba algo cansada, así que se recostó en su hombro y, poco a poco, comenzó a quedarse dormida…