La Compañera – Capítulo 5

Fanfic: La Compañera


Tú, en tu mundo
Separado del mío por un abismo
Oye, llámame
Yo volaré
A tu mundo lejano…

Ya habían pasado algunos días desde la alocada fiesta en la Corporación Cápsula y la mayoría de los Guerreros Z había vuelto a su vida normal. Piccolo seguía en el Templo Sagrado ayudando a Dende a ser un buen Kamisama, así como, en su debido momento, había entrenado a Gohan para poder defender al planeta de la amenaza que representaban los saiyajins, varios años atrás. Su parte buena, la que fue Kamisama en algún momento, se lo exigía. Y no es que desempeñar el rol de maestro del pequeño namek le gustara mucho, y más aún sabiendo que su estadía en la Plataforma Celeste implicaba estar cerca de su «compañera» impuesta a la fuerza, pero sabía que nadie más podría hacerlo. El trabajo de Dende era muy importante y pasaría mucho tiempo antes de que pudiera desempeñarlo a cabalidad y solo.

Por su parte, Piccolina entrenaba todas las tardes con Gohan. Ya volaba perfectamente y también era capaz de reconocer y sentir sin dificultad el ki de las personas. También había comenzado a aprender técnicas de combates. Justo como ese día…


Yo conozco tu camino
Cada paso que darás
Tus angustias tus vacíos
Y las piedras que hallarás
Pero nunca piensas que
Como roca a ti regresaré…Yo conozco tu respiro
Todo lo que no querrás
Tú no vives yo estoy viva
No lo reconocerás
Y parece como si
Este cielo en llamas de cayese en mí
Como el fin del universo…

Era una hermosa tarde otoñal. Las hojas rojizas y amarillentas caían de los árboles como si fueran lágrimas… muriendo para revivir nuevamente con el comienzo de la primavera… Ya casi culminaba el otoño, una de las épocas del año favoritas de Piccolo, con la cual se sentía muy identificado… Una estación no muy alegre, más bien melancólica, como lo era él…

Ese día, el namek se encontraba meditando sobre una enorme cascada de agua. En un instante abrió sus ojos y levitó hasta su cima, posándose con suavidad. Su larga capa blanca se movía majestuosa con el viento, dándole al guerrero una apariencia imponente y, al mismo tiempo, fascinante. Tomó una enorme bocanada de aire puro y se permitió una ligera sonrisa al observar los hermosos parajes que adornaban ese lugar, por el que sentía un cariño muy especial. Allí había vivido desde muy pequeño y había entrenado arduamente con el único propósito de derrotar a Goku. Pero, qué lejos habían quedado esos días… Ya no era el mismo de antes, sin duda. Ahora luchaba en el bando de los buenos e incluso había entrenado al hijo del que creía su mayor enemigo, es decir, Gohan, y hasta había llegado a quererlo tanto como si fuera suyo.

Pero aún así había algo que no había cambiado en él. Esa sensación cálida y agradable que sentía cuando se encontraba en ese lugar. Desde siempre, desde niño. Era su hogar, su rincón especial del planeta, su refugio… Siempre se dirigía a esa región cuando quería meditar o simplemente estar solo.

Levantó su brazo y tomó la cantimplora que tenía atada a su cintura. Se acercó al rió y la llenó con el agua cristalina más deliciosa que había probado. Tomó unos sorbos e inmediatamente secó sus labios para luego volver a llenarla. Estaba fría, más de lo acostumbrado; el invierno se aproximaba y ya pronto haría demasiado frío como para poder estar allí. No tanto por él, ya que estaba acostumbrado a las enormes nevadas que caían, sino por Gohan y Piccolina, que habían decidido seguirlo y sentir esos parajes como suyos también, utilizándolos para entrenar.

Guardó su cantimplora y observó a la pareja entrenar a los lejos. Intercambiaban golpes y patadas a una velocidad sorprendente, haciendo que sus movimientos fueran imperceptibles a los ojos humanos ordinarios. Al verlos, Piccolo frunció el ceño, extrañado de ver los progresos de Piccolina. Era fuerte, demasiado diría él, para una persona que, al haber nacido gracias a un deseo pedido a las Esferas del Dragón, no debería superar los poderes de su creador. Pero ella era mucho más fuerte y ágil que Dende… Había pensado mucho tiempo al respecto y la única explicación que se le ocurría era que su parte namekuseijins era de la clase guerrera más alta, la mejor… y si seguía entrenando de esa manera, quién sabe a dónde llegaría…

Piccolina respiraba agitadamente, pero aún así no sentía el agotamiento que debería haber hecho merma en ella al llevar varias horas ejercitándose. Por el contrario, estaba feliz, y al mismo tiempo emocionada. Le gustaba mucho aprender todo lo que fuera posible, y Gohan lo hacía muy bien. Ambos disfrutaban el entrenar juntos y habían conformado una gran pareja. Sin embargo, una sensación extraña comenzó a invadirla haciendo que perdiera su concentración; todo su cuerpo se estremeció… Giró y notó que Piccolo la observaba fijamente, penetrándola con su mirada. Ella se quedó embelesada con el embrujo de su profunda mirada de ojos negros, esos ojos tristes y solitarios que ella tanto amaba… Un dolor agudo en su abdomen la hizo volver en sí, justo a tiempo de observar horrorizada cómo todo su cuerpo se incrustaba en las duras y frías rocas del suelo. Su vista comenzó a perder enfoque hasta que finalmente se tornó negra, perdiendo el sentido…

Gohan y Piccolo volaron apresuradamente a su encuentro. El niño, sorprendido por haber logrado asestarle ese golpe, cuando estaba seguro de que ella lo esquivaría. De haber sabido que se quedaría inmóvil, nunca le habría golpeado con tanta fuerza. También le dio gracias a Kamisama por no haberse convertido en SSJ cuando le dio la patada, sino en su estado normal.

«¡PICCOLINA!, ¡PICCOLINA, ¿ESTÁS BIEN?!», exclamó el joven saiya casi desesperado.

Piccolo tomó a la mujer y chequeó sus signos vitales. Observó su cuerpo notando que no tenía ninguna herida o daño grave. «Tranquilo, Gohan. Está bien. Sólo le sacaste el aire».

«¡¿En serio?!», insistió el chico.

«Por supuesto. Yo no te mentiría».

Ella comenzó a abrir sus ojos. Al verlos trató de sonreír. «H-hola… c-chicos… ¿C-cómo están?…».

Ambos se vieron y suspiraron aliviados. Piccolo ayudó a que se pusiera en pie.

«¿Cómo te sientes, Piccolina?. Yo, lo siento mucho… Nunca pensé que no esquivarías mi golpe…», comenzó a disculparse el niño.

«No te preocupes. Ya estoy bien. No fue nada…».

Piccolo se puso muy serio. «Además, no fue tu culpa, sino de Piccolina. Ella perdió su concentración y cometió un gran error, que en una pelea real le hubiese costado la vida. Jamás dejes de observar los movimientos de tu oponente o estarás a su merced, ¿me oíste? ¡JAMÁS!», alegó casi exasperado.

Piccolina bajó su rostro muy apenada. Era cierto lo que Piccolo le decía, y por eso sabía que merecía sus duras palabras. Sin embargo, a veces sentía que lo único que lograba obtener de él eran sus regaños, sermones, o simplemente su silencio… Nunca una palabra amable, una caricia, o algo tan simple como una sonrisa… Pero ella no era de las personas que se rendían fácilmente. Piccolo era un reto que ella había aceptado. Quizás la mayor prueba que debería superar en toda su vida. Y haría lo que fuera necesario para poder conquistarle…

Gohan, viendo la reacción de Piccolina, la tomó del brazo. Ella vio su rostro sonriente. «No te preocupes, Piccolina. Fue sólo un pequeño errorcito. No volverá a suceder. Mejor continuemos, ¿sí?».

Ella también sonrió a su gesto. «¡Claro que sí! ¡Ya verás como esta vez sí te gano!», le retó mientras alzaba el vuelo y se ponía en guardia. El chico aceptó la apuesta complacido y la siguió.

Piccolo los vio alejarse y cruzó sus brazos. «Es más fuerte de lo que pensé. Después de semejante golpe, pudo levantarse sin mucha dificultad. Y casi no recibió daños…», pensó sorprendido.

Ambos se miraron fijamente algunos segundos. Piccolina no esperó mucho tiempo y tomó la delantera, atacando al niño fieramente con una combinación de golpes en el rostro. Gohan no se movió hasta que encontró su oportunidad de tomar ventaja, finalmente pudo tomar uno de los brazos de la mujer, jalándola. Dio una vuelta sobre su eje, empujándola para posteriormente lanzarla en contra de una montaña. Ella salió volando, pero puedo detenerse antes de chocar en contra de ellas.

El saiya voló apresuradamente tras la mujer y, antes de que pudiera reaccionar, clavó uno de sus pies en sus costillas, obligándola a retroceder e incrustarse en las rocas. La namek usó toda su fuerza, pero finalmente, y sujetando su pie, lo lanzó lejos. Se levantó como pudo y, aprovechando la sorpresa del momento, se colocó justo arriba de él. El chico observó asombrado por su rapidez como lo esperaba con sus brazos en alto, dispuesto a darle el golpe final. Como pudo, desvió un poco su trayectoria, evitando el golpe, aunque no por completo, así que cayó pesadamente al suelo, que se agrietó debajo de su espalda.

Piccolina descendió y colocó muy cerca del saiya, muy segura de que ya no podría levantarse. El chico, desde hacía largo rato estaba agotado, ya que había comenzado a entrenar mucho antes que ella, y sabía que no podría continuar por mucho tiempo más. Pero se sorprendió al verle levantar la cabeza…


Gohan jadeaba. Levantó su rostro y sintió un líquido caliente descender de su labio inferior. Era sangre. Estaba mareado, pero vio una silueta deforme justo a su lado. Observó detenidamente y finalmente la figura comenzó a tomar forma. Un grito ahogado escapó de su garganta al reconocer quién era… una pesadilla que volvía para atormentarlo nuevamente, directo del infierno… ¡ERA CELL!



Piccolina vio el semblante del saiya y enseguida se figuró que algo malo le pasaba. Se asustó y preocupó. Esa mirada perdida, como si estuviera en otro mundo… ¡No!, ¡¿sería que otra vez estaba sucediendo?!


Gohan se levantó. Un sudor frío recorría su rostro mientras reconocía el siniestro lugar donde se encontraba. Todo tal y como estaba en ese entonces… La plataforma del Cell Game en ruinas… La devastación producto de la gran batalla llevada a cabo… Sus amigos a lo lejos observando la escena con espanto, sus brazos caídos… ya no luchaban… sin ánimos, viéndolo todo perdido… siendo testigos del fin… la Tierra a punto de desaparecer…
El viento soplaba con furia, levantando una gran polvareda que agitaba sus cabellos dorados y su aura… Llegó justo a tiempo de escuchar el discurso final de su más odiado enemigo. Aquel que le había quitado lo más preciado…

«Me derrotaste, niño. Pero yo no me iré solo… ¡¡me autodestruiré en un minuto y me llevaré a todo este miserable planeta conmigo!! ¡Y no podrás hacer nada, porque si me atacas, sólo lograrás que explote antes de tiempo!».

El joven, aún aturdido, volteó y vio con horror a Cell expandiendo todo su cuerpo, dispuesto a estallar en mil pedazos queriendo vengarse, asesinándolos a todos.

En ese momento sintió como todas sus fuerzas de SSJ nivel 2 fallaron, haciendo que cayera de rodillas en el suelo y comenzara a llorar desconsoladamente. Había sido su culpa, ¡todo había sido su maldita culpa! ¡¿Por qué no lo acabó cuando pudo?! ¡¿Por qué no hizo caso de las palabras de su padre?!

«Gohan… hijo…».

Abrió sus ojos de par en par. Esa voz…

«P-papá…», levantó su mirada para poder verle bien. Allí estaba, como todas las veces convertido en SSJ. Sonriéndole, sin una pizca de reproche, pero sí con mucho amor. Dispuesto a morir para salvarlos a todos. Tratando de arreglar su fatal equivocación…

El niño levantó su mano en súplica. Tratando de tocarlo, de impedir que lo hiciera, aún sabiendo que todo era inútil. Nada cambiaría, él seguiría muerto…


«¡GOHAN! ¡DESPIERTA, GOHAN!», Piccolina tomó al niño por los hombros y comenzó a moverlo casi histéricamente, tratando de que volviera en sí…

Gohan se resistió un poco. Se zafó de sus brazos con violencia, pero luego parpadeó, reconociendo dónde estaba realmente, y con quién. Como si despertada de un largo sueño…

«¿Estás bien?… Gohan…», murmuró tímidamente, esperando su reacción.

El chico la observó detenidamente, sorprendido, con una expresión de horror en su rostro. Como si hubiese visto al mismísimo demonio o a alguien peor. Finalmente cayó casi desmayado en sus brazos. Se aferró con violencia desesperada a su cintura y comenzó a llorar amargamente…

Ella colocó una de sus manos en su cabeza y acarició sus cabellos, sin entender bien lo que le pasaba. Era la tercera vez que Gohan caía en ese… trance… y ella no sabía por qué. Ni siquiera sabía qué lo originaba, o qué veía, ya que él nunca quería hablar al respecto, una vez que se reponía del shock. Sin embargo, sabía que debía ser algo terrible, sospechaba que debía ser algo de su pasado… un mal recuerdo que se resistía a abandonarlo…

Piccolina levantó su rostro buscando a Piccolo con su mirada. Lo encontró en la cima de la montaña, observándolos con preocupación. Aún así, no se acercó. Cruzó sus brazos y piernas y, levitando un poco, cerró sus ojos y comenzó a meditar.


¡LA PELEA DEL SIGLO!PICCOLO vs PICCOLINA

ROUND 1

Por amor, has querido darlo todo
Por amor, intentaste el tiempo detener
Tuviste sentimientos
A corazón abierto
Inventaste manías
Que se quedaron mías…


Piccolo y Dende se encontraban conversando en la Plataforma celeste. El namek le explicaba a su pupilo algunas cosas, y al mismo tiempo le recomendaba unos libros muy interesantes que se encontraban en la biblioteca y que podía leer.

En un instante, ambos se taparon instintivamente los oídos. Sintieron un dolor agudo, como si sus tímpanos fueran a explotar de un momento a otro, con una desesperación tal que casi hizo que se arrancaran las orejas.

No podía ser otra cosa. Alguien silbaba…

Salieron corriendo, con las escasas fuerzas que les quedaban, y que mermaba por momentos, en la dirección de donde provenía ese ruido infernal. Allí encontraron a la causante de su tortura: Piccolina…

Ella se levantó muy nerviosa al verlos, preguntándose cómo sabían que estaba en el Templo, al tiempo que tapaba un caja grande detrás de ella.

«¡CÁLLATE!, ¡CÁLLATE!, ¡CÁLLATE!», le gritó Piccolo, al borde del desmayo.

«¿Eh?… pero, ¿qué les pasa? ¿Están enfermos?… Tienen unas caras…», dijo, dejando de silbar.

Los namek suspiraron aliviados, tratando de controlar su respiración agitada. ¡Rayos, cómo dolía!

«E-eso… q-que hacías…», balbuceó Piccolo, entrecortadamente.

«¿Qué? ¿Esto?». Ella comenzó a silbar nuevamente, para desgracia de Piccolo y Dende, que volvieron a taparse los oídos, muy adoloridos. El más joven cayó al suelo, mientras que el mayor tomó a Piccolina por un brazo y le tapó la boca para que dejara de emitir tan lastimoso sonido.

«¡TE DIJE QUE TE CALLARAS, PICCOLINA! ¡NOS ESTÁS LASTIMANDO!», repitió casi histérico.

Ella los miró sorprendida. «¿Los lastimo?, pero si sólo estoy silbando… Vi a Gohan hacerlo una vez y enseguida aprendí yo también…».

Piccolo tomó unas enormes bocanadas de aire antes de continuar. «Sí. El oído de los namek es muy sensible. Sobre todo a los silbidos. ¡No vuelvas a hacerlo nuevamente, ¿entendiste?!».

«E-está… b-bien… Yo no lo sabía…».

Con tanto alboroto, llegó Mr.Popo dispuesto a saber qué estaba pasando. Viendo a Dende aún en el suelo, lo ayudó a levantar inmediatamente.

«¡Kamisamas! ¡¿Estás bien?!».

«Sí, Mr.Popo. Descuida».

«Beros, ¿qué basós?», quiso saber muy preocupado. No quería ni pensar en que estuviera enfermo.

«Es que Piccolina comenzó a silbar. Ya sabes que nuestros oídos no soportan ese ruido».

«¡Oh, sí! Es muy ciertos…».

Piccolina frunció el seño, confundida. «Un momento… Si lo que dicen es cierto, entonces, ¿por qué yo no siento ningún dolor al silbar?».

Piccolo se puso algo nervioso con la pregunta. «B-bueno… lo que pasa es que… es que… ¡Ah, sí! Sólo los hombres tenemos los oídos sensibles. Las mujeres no tienen esa debilidad… ¿Verdad, Dende?». En ese momento colocó una de sus manos en el hombro del pequeño y la apretó un poco, indicándole que lo apoyara. Él no sería el único mentiroso en todo ese lío.

El niño entendió su mensaje. ¡Bah!, ¡qué vergüenza que un Kamisama debiera mentir!, aunque fuese por una buena causa…

«Sí, por supuesto…», mintió, sin muchas ganas, sus ojos mirando el suelo.

Vaya, había estado muy cerca.

«Ya veo…», respondió Piccolina, no muy convencida. Ella sentía que algo le ocultaban, pero por alguna extraña razón no querían decírselo. Igual lo averiguaría a como diera lugar, eso seguro…

De repente, unos extraños ruidos hicieron que todos voltearan curiosos hacia la caja que la mujer trataba de ocultar infructuosamente.

«¿Qué es eso?», preguntó Dende.

«Yo no escucho nada…», dijo Piccolina, haciéndose la inocente.

Pero los ruidos se hicieron más agudos. Parecían lamentos, en realidad.

«¿Y eso tampoco lo escuchaste?», preguntó Piccolo, cínicamente. «¡Déjame ver qué tienes en esa caja!».

«¿Caja?… ¿Cuál caja?…».

Piccolo se golpeó la frente con su mano, desesperado. «¡PUES ESA MALDITA CAJA!», insistió señalándola con su dedo.

La mujer giró nerviosa, fingiendo gran sorpresa al verla. «¡Oh, vaya! ¿Cómo habrá llegado esto aquí?…». Pero viendo que nadie le creía, suspiró. No había caso, debía decir la verdad. «Está bien… Dentro de la caja traigo una sorpresa que le quería dar a Piccolo…».

El guerrero abrió sus ojos sorprendidos. «¡¡A MÍ!!», exclamó tragando saliva. ¡Quién sabe qué locura se le habría ocurrido ahora!

«Eh… bueno, sí…», balbuceó un poco ruborizada. Tomó la caja en sus brazos y la levantó. Pero ésta comenzó a moverse sola, haciendo que Piccolo, Dende y Mr.Popo retrocedieran sorprendidos.

«¡¿QUÉ RAYOS TIENES AHÍ?!», preguntó, alarmado.

«Es sólo una pequeña mascota. Mis nuevas amigas Alicel y Saltamontes me dieron la idea. Es algo inquieta, por eso silbaba. Parece que los silbidos la tranquilizan… je, je…», sonrió, pero nadie parecía muy divertido con la situación.

Quitó la tapa y un animalito, parecido a un gato, asomó su negra cabecita con curiosidad. Enseguida saltó de la caja inesperadamente al suelo. Y entonces los ojos de los hombres se abrieron desorbitados al ver que el animalito era totalmente negro a excepción de una delgada línea blanca que recorría su cabeza y espalda, y finalizaba en su cola.

«¿No es linda? Es hembra», dijo Piccolina con ternura.

Los tres se miraron y gritaron al unísono: «¡WWHHAAA! ¡ES UN ZORRILLO!».

Salieron corriendo y se colocaron muy lejos de ellos, por si acaso el animal llegaba a expulsar su desagradable «perfume».

La mujer se les quedó mirando, sorprendida. «¿Un zorrillo?… Y yo que pensé que era un gato… En fin, igual es encantadora…». Se arrodilló y acarició la espalda de su nueva mascota, que comenzó a mover su colita, llena de felicidad.

Piccolo cerró sus puños, furioso. «¡¡DESHAZTE DE ESA COSA INMEDIATAMENTE!!».

Ella lo miró desafiante. «¡No quiero! ¡Es un regalo para ti! ¡¿Nunca te han dicho que rechazar un obsequio es de mala educación?!».

«Bueno, en eso tiene razón…», comenzó a hablar Dende. Pero Piccolo no lo dejó continuar.

«¡TÚ CÁLLATE, ENANO! ¡¿NO RECUERDAS LO QUE PASÓ LA VEZ QUE A TI TAMBIÉN SE TE OCURRIÓ LA BRILLANTE IDEA DE TRAER UNO DE ESOS ANIMALEJOS ACÁ?!». Tomó aire para poder continuar, así que giró hacia Piccolina. «¡¡OBEDÉCEME ANTES DE QUE HAYA UN ACCIDENTE!!».

La mujer tomó al zorrillo en sus brazos y sonrió. «¿Un accidente?… Vamos, hombre. Es sólo un animalito inofensivo. ¿Qué podría hacer?».

Pero con los gritos de Piccolo, la zorrillo se puso nerviosa. Sus cabellos se pararon en punta, totalmente erizados, y levantó su cola dispuesto a utilizar la única arma que tenía para defenderse. Fue entonces que la Plataforma Celeste se llenó de la mayor pestilencia. El olor fue tan intenso, que todos cayeron desmayados…

El animal saltó de los brazos de la mujer y salió corriendo al interior del Templo dispuesto a esconderse y salvar su vida, que creía amenazada…


Una hora después, ya todos habían despertado. El olor del lugar era atroz, pero el viento había disipado un poco los gases, haciéndolos un poco más llevaderos…

«¡TE DIJE QUE TE DESHICIERAS DEL ZORRILLO! ¡¿POR QUÉ DEMONIOS NO ME HICISTE CASO?!», vociferó Piccolo, tan enojado que casi expulsaba fuego por su boca.

«Es que yo… ¡Lo siento mucho, pero nunca imaginé que algo así podría pasar!», musitó la namek casi al borde del llanto.

Pero aún no terminaba el discurso…

«¡NO PODÍAS TRAER ALGO MÁS NORMAL COMO UN PERRO O UN GATO, ¿CIERTO?! ¡NNOOO! ¡LA NIÑA TENÍA QUE LUCIRSE! ¡DÉJAME DECIRTE QUE NO PUDISTE ELEGIR ALGO PEOR!

«Pues a mí me barece muy extraños que Biccolinas trajeras justo un zorrillos igual que Kamisamas…».

«Un momento, señor Piccolo –intervino Dende– creo que ahora lo entiendo…».

«¡ENTIENDES, ¿QUÉ?!»

«Usted tal vez no lo sepa, porque no creció en Namekuseijin como yo. Para nosotros, ¡los zorrillos son el mejor amigo del namek!».

«¿Uh?… ¿Que ése no era el berros…?», preguntó el fiel ayudante rascándose la cabeza, confundido.

El joven Kamisama sonrió. «El perro es el mejor amigo del humano, Mr.Popo; el zorrillo, del Namek. Claro que, los zorrillos namek no huelen tan mal como los de acá…», culminó el pequeño tapándose la nariz, asqueado.

Piccolo casi se cayó para atrás al escuchar tal cosa. «¡Eso es lo más ridículo que he escuchado en mi vida!…». Se quedó pensando unos minutos y continuó: «…Bueno, eso y la vez que Goku me dijo que quería aprender a conducir… ¡¿ACASO TRATAS DE TOMARME EL PELO, NIÑO?!».

«¡Ay, no, señor Piccolo!, ¿Cómo cree? Lo que le digo es cierto…».

«Además –alegó Piccolina–, tú no tienes cabello. ¿Cómo podría tomártelo?».

El hombre miró a la mujer fijamente. Se puso rojo y sus venas sobresalieron de su frente. «¡NO SEAS TONTA, FUE SÓLO UN DECIR!».

«Ah, ya entendí… ¡pero no me grites! ¡Yo no tengo la culpa de que seas calvo!».

«¡GGGRRR!». Piccolo tomó su turbante y lo echó al suelo con furia. «¡A mí no me interesa si soy calvo a no, ¿entendiste?!».

«¡JA!, sí, cómo no…».

«¡PUES ASÍ ES!».

«Ejem…». Dende tosió un poco tratando de llamar la atención y prosiguió con su explicación. «Lo importante del asunto es que seguramente Piccolina actuó por instinto. No fue malicia».

«Sí, sí, ¡así es!. Yo vi muchos animalitos bonitos en el bosque, pero el que más me llamó la atención fue la zorrillita, así que decidí traerla».

«Te pasó igual que a mí».

Piccolo sonrió con malicia. «Sí, y al igual que a Dende, ahora tú recibirás merecidamente mi tratamiento especial».

Piccolina tragó saliva. «¿E-el… t-tratamiento… e-especial?… y… y… ¿q-qué es eso?».

El guerrero alzó su mano y enseguida apareció en ella un cepillo de dientes. «Bueno, ya que por tu culpa el Templo huele peor que el infierno, ¡SERÁS TÚ QUIEN LO LIMPIE!».

«Pero… ¡¿con eso?!». Piccolina señaló el cepillo. «¡ME TOMARÁ TODA UNA ETERNIDAD TERMINAR!».

«¡JA!, ¡JA! A Dende le tomó exactamente un mes, seis días y ocho horas limpiarlo todo. Tú podrás hacerlo más rápido, seguramente», se burló mientras le entregaba su herramienta de limpieza.

Ella se lo arrancó de su mano, enfurecida. «¡Está bien! ¡Qué malo eres, Piccolo!». Se arrodilló y comenzó a cepillar el suelo.

«¡JA! ¡TODA LA VIDA, NIÑA!», le respondió alejándose de ella.

«¿Es esto necesario?», trató de disuadirlo Kamisama.

«¡POR SUPUESTO! ¡¿QUÉ EJEMPLO TE DARÍA SI, CUANDO PICCOLINA HACE LO MISMO QUE TÚ, YO NO LA CASTIGARA COMO ES DEBIDO?!».

«Pues eso a mí no me molesta…», balbuceó temeroso.

«¡PERO A MÍ SÍ! ¡Y YA CÁLLATE SI NO QUIERES TERMINAR AYUDÁNDOLA A ELLA!».

«E-está… b-bien…».

Piccolo se acercó a Mr.Popo. «Popo, quiero que busques a ese zorrillo por todo el Templo antes de que haga más desastres».

«Enseguidas, Biccolos», dijo mientras se ponía un gancho de ropa en su nariz e iba en su búsqueda.

«¿Y usted qué hará mientras tanto?», preguntó, curioso, el chico namek.

«Pues vigilar que Piccolina haga adecuadamente su trabajo», le aclaró mientras se acercaba a ella.

Al ver su sombra, la mujer levantó su rostro, sólo para oírle decir: «¡QUIERO QUE ESTE PISO QUEDE RELUCIENTE! ¡CUANDO TERMINES, ESPERO PODER VER MI REFLEJO EN CADA UNA DE ESTAS BALDOSAS, ¿FUI CLARO?!».

«Sí, Piccolo», refunfuñó la joven.

Piccolo hizo aparecer un altoparlante en su mano y lo encendió, dispuesto a usarlo. «¡LIMPIA!, ¡LIMPIA!, ¡LIMPIA!…», comenzó a gritarle.

La mujer suspiró resignada.

NOTA MENTAL: El Plan A no salió bien. No importa, para eso tengo el Plan B… Me preguntó cuándo pensará darme de comer ese verdoso regañón, sin una pizca de humor en todo su grande, musculoso y hermoso cuerpo… ¡¡Muero de hambre!!


ROUND 2Por amor, has corrido sin aliento
Y dime sin pretextos
¿Cuánto de ti has puesto?
¿Cuándo has caído tú en esta agonía?
Y parece como si
Este río se inundara sobre mí
Como lluvia en un diluvio…


Ese día, Piccolina llegó al Templo muy contenta. El plan sugerido por sus amigas Alicel y Saltamontes, de darle una mascota a Piccolo, no había dado muy buenos resultados, así que le había hecho una visita a Milk, buscando su consejo, alguna idea que le ayudara a conquistar al namek. Ella le había sugerido que fuera una buena ama de casa, eso ayudaba, y sobretodo una excelente cocinera, recordando cómo su querido Goku adoraba todo lo que ella le servía en la mesa, lo contento que se sentía al llegar todos los días a su hogar sintiendo el agradable aroma de sus alimentos provenientes de su cocina. Si esa táctica había funcionado con un saiyajin, ¿por qué no habría de hacerlo con un namekuseijin?

Por supuesto, Milk nunca se figuró que existía una sutil diferencia entre ambas razas: mientras que los saiyajins podían comer grandes cantidades de comida varias veces al día, los namekuseijins no comían nada en lo absoluto…

El problema consistía en que ella aún no sabía cocinar, así que Milk le preparó un impresionante banquete, capaz de alimentar a todo un ejército de humanos durante una semana, y se lo había dado en un cápsula. Así que lo primero que hizo al posarse sobre la Plataforma fue dirigirse a la cocina.

Al llegar, tomó la cápsula, accionándola, y enseguida pudo apreciar el festín. Piccolina estaba sorprendida y sentía que, aunque se lo explicaran un millón de veces, jamás entendería cómo, dentro de algo tan pequeño, podían caber tantas cosas.

Todo olía delicioso. Aún humeaba, y por lo tanto permanecía caliente. Sonrió al ver el hermoso mantel blando que su amiga había guardado con las provisiones. Y también algunas botellas de vino.

Colocó el mantel, los platos, cubiertos y copas, y finalmente toda la comida que pudo colocar sobre la mesa. Todo lo demás lo guardó en el refrigerador, ya que sentía que lo que había apartado sería suficiente para ambos.

Observó el resultado final muy emocionada. Ya sólo faltaba Piccolo, así que salió al exterior, dispuesto a esperarlo.


Estaba a punto de anochecer cuando Piccolo finalmente llegó al Templo. Estaba cansado, luego de un largo día de entrenamiento. Se posó con mucho cuidado para no hacer ruido. Lo menos que quería era ver a Piccolina en esos momentos.

Se sacó sus botas y comenzó a caminar en silencio rumbo a la entrada. Pero una voz en las sombras lo asustó de muerte.

«¡Buenas noches, Piccolo! ¿Por qué entras tan silencioso?».

Piccolo giró, maldiciendo su mala suerte. «Eh… hola, Piccolina… No es nada. Camino así porque me duelen los pies…».

«Ah, bien», dijo ella acercándose peligrosamente al namek, que retrocedió un poco temeroso.

«Por favor… ¡que no quiera besarme!», suspiró en silencio.

Ella llegó a su lado y tomó su brazo muy emocionada. «¡Ven conmigo, Piccolo! ¡Te tengo una sorpresa!».

«¡Ay, no!, ¡otra vez no!». Tomó sus botas con fuerza antes de lanzarlas al suelo. «¡¿Ahora?! ¡¿No podría ser otro día?!… Es que en serio estoy muy cansado hoy…».

«No te preocupes», trató de tranquilizarlo, «es una sorpresa agradable…».

Tomó su mano y lo llevó consigo a dentro. Piccolo, no muy feliz, pero sin ningún modo de escapar de tan incómoda situación…

Se sorprendió al ver que ella lo llevaba justo a la cocina. ¿Qué estaría planeando ahora?, pensó con nerviosismo… pero abrió sus ojos sorprendidos cuando vio la enorme cantidad de comida sobre la mesa hermosamente adornada. ¡No había visto nada igual!

«Bueno, mi querido Piccolo, ésta es mi sorpresa. Quise que comieras algo especial hoy… Siempre entrenas mucho y NUNCA TE HE VISTO COMER… Eso no está bien, porque te puedes debilitar… Pero dime, ¿te agrada?», preguntó sonriente.

«Y ahora, ¡¿qué haré?!», pensó consternado. «Emm… r-realmente… me has dejado sin palabras…», balbuceó.

Piccolina sonrió feliz y lo tomó del brazo empujándolo y obligándolo a que se sentara en una de las sillas de la mesa. «Tú tranquilo. Yo me ocuparé de todo».

Él se sentó a regañadientes. Colocó su brazo en la mesa y apoyó su cabeza en su mano, murmurando para sí: «Sí, eso es lo que temo…».

Ella abrió el refrigerador y sacó una de las botellas de vino, dispuesta a abrirla. Pero no tenía con qué, así que comenzó a revisar los cajones buscando un sacacorchos. Mientras, Piccolo la observaba tratando de encontrar una solución.

«Y dime, Piccolina. ¿Dónde está Mr.Popo? ¿Él hizo todo esto?».

«No, él no ha entrado a la cocina en todo el día. Aún sigue buscando a Maggie».

«¿A Maggie?… ¿Y quién rayos es Maggie?», preguntó extrañado. No había sentido ningún ki desconocido en el Templo.

«¿No te lo había dicho?… Pues Maggie es el nombre que le puse a mi linda mascotita».

Finalmente encontró lo que buscaba, así que comenzó a tratar de sacar el corcho de la botella, pero no podía.

Piccolo le indicó que se sentara. Ella lo hizo y enseguida tomó el vino dispuesto a ayudarla. «Oye, no quiero que te encariñes con ese zorrillo. ¡De ninguna manera se quedará aquí!», dijo sacando el corcho con su mano, sin mucha dificultad.

«Pero… ¡es que yo la quiero! ¡Quiero que Maggie se quede a vivir con nosotros!».

«¡YA TE DIJE QUE NO! ¡¿ACASO QUIERES QUE EL TEMPLO HUELA A RAYOS CADA VEZ QUE MAGGIE HAGA UNO DE SUS BERRICHES Y LEVANTE SU COLA?!».

Bueno, en eso Piccolo tenía razón… el olor del animalito era espantoso. Y ella lo sabía bien porque aún estaba cansada de tener que limpiar todo el Templo por su culpa. Pero aún así le había tomado mucho cariño…

«Tú eres un guerrero poderoso. Yo he visto en más de una ocasión todas tus capacidades… Puedes hacer magia con tus manos… aparecer y desaparecer cosas… ¡¿No podrías quitarle ese olor tan horrible a Maggie?!… ¡¡Sí, por favor!!».

Piccolo la miró sorprendido, tal vez, dudoso… y un poco divertido, ella aún era una niña…

«Veo que aún te falta mucho por aprender. ¡Lo que hago con mis manos no es magia!… Es un don muy especial que tenemos los namekusejins y que nos permite materializar nuestros pensamientos… Hasta tú podrías hacerlo si te enseño… Pero no sé si sería capaz de hacer lo que me pides».

La namek bajó su rostro, apenada. «Ya veo…».

No sabía por qué, pero Piccolo se puso triste de verla así… Tal vez se estaba contagiando un poco de los estúpidos sentimientos humanos…

«Oye, de todas formas lo intentaré. ¡Pero si no logro quitarle ese olor al animal, tú misma lo devolverás a la Tierra, ¿sí?!».

«¡¿En serio lo intentarás?!, ¡Oh, muchas gracias!», le dijo mientras lo abrazaba muy feliz. Pero luego se soltó. «Bien, ya que hemos aclarado el asunto de Maggie, ¿qué te parece si comemos? ¡No sé tú, pero yo tengo mucha hambre!».

Tomó el plato del guerrero y comenzó a llenarlo con ¡mucha, mucha comida!, tal como Milk le había dicho. Unas piezas de pollo… puré de papas… guisantes… ¡Ah, sí!, un poco de ensalada estaría bien… y, entre cucharada y cucharada, poco a poco fue formando una enorme montaña de comida, cuya majestuosidad sólo era comparada con la del monte Everest. Tan alta, que Piccolo tuvo que apartar un poco su plato para poder ver el rostro de Piccolina. Sus ojos desencajados, y sudando copiosamente…

«¡Por Kami…! ¡Esto es ridículo!… ¡Pero ahora lo entiendo todo!… ¡No sé cómo no lo vi antes!… ¡Debo estar pagando todos los pecados cometidos por mi padre, el demonio Piccolo Daimaoh!… ¡¡No existe otra explicación para tanta desgracia!!… ¡¡Oh, sí, muchas gracias, padre, por hacer mi vida tan miserable!!… gggrrr…», pensó.


EN EL INFIERNO…


En la Plaza Mayor de la ciudad «¡Qué calor hace aquí!», la muy conocida capital del infierno, un gran mitin se llevaba a cabo… Muchos de los ciudadanos se habían reunido con grandes pancartas en sus manos en las que podía leerse mensajes como: «¡Todos a la huelga!», «¡Los malos también tenemos derechos!», «¡Abajo el frío!, ¡Arriba la maldad!», «¡Nada por debajo de los 300 °C!», entre otros.

Se podían escuchar grandes vítores y cánticos. Todos muy emocionados de presenciar el discurso de su gran líder Darbura que, subido en una enorme tarima, informaba la situación a todos sus súbditos…

«¡¡Amigos… hermanos… demonios todos!! –exclamó con sus brazos en alto–. Todos conocemos la lamentable situación que estamos viviendo… Las temperaturas del infierno siguen bajando… ¡ESTO ES MUY GRAVE!».

«¡Así es!, ¡y nuestra paciencia se está agotando!», exclamó uno de los oyentes. Darbura buscó con su mirada y enseguida sonrió al reconocer esa voz. Era Freezer que vociferaba, enfurecido, todas sus quejas.

«¡El lago de lava y brea parece un tina tibia, y las calderas del infiernos se están apagando!, ¡¡ESTO ES INADMISIBLE!!».

Su compañero le apoyó. Era Cell quien tomaba la palabra esta vez.

«¡SE SUPONÍA QUE SUFRIRÍAMOS LOS PEORES TORMENTOS AL ESTAR AQUÍ! Y POR EL CONTRARIO, ¡¡PARECE QUE ESTAMOS PASANDO UNA VACACIONES EN LA ANTÁRTICA!!».

«¡De seguir así, este lugar terminará convertido en el Paraíso parte II!», opinó Zaabon, que en ese momento tomó su pancarta y la arrojó al suelo. Luego cruzó sus brazos. «¡¡¿PERMITIREMOS QUE ESO SUCEDA, HERMANOS?!!», gritó a todo pulmón.

«¡¡NO, POR SUPUESTO QUE NO!!», respondieron todos al mismo tiempo.

Viendo el desorden, Darbura pidió un poco de calma y serenidad.

«Debemos guardar algo de compostura. Piccolo Daimaoh tiene algunas cosas que decirnos».

Todos aplaudieron cuando el demonio Piccolo se levantó de su asiento y tomó el lugar de Darbura en el podio. Tomó las fichas donde tenía escrito su discurso, justo cuando…

«ACHUSS», estornudó, creando una enorme histeria colectiva.

«¡¡SE LOS DIJE!!», exclamó Raditz. «¡ESTAMOS VIVIENDO EN UNA NEVERA!».

«¡SÍ, YA HASTA PICCOLO DAIMAOH SE RESFRIÓ!», le apoyó Nappa.

Los reunidos alzaron sus panfletos, vociferando y quejándose de las malas condiciones en las cuales los Onis mantenían el infierno, pidiendo a gritos que el sindicato de demonios hiciera algo al respecto. No podía ser que vivieran en esas condiciones tan deplorables…

«¡¡QUEREMOS CALOR, NO FRÍO!!», se escuchaba el griterío por toda la ciudad.

«¡HUELGA!, ¡HUELGA!, ¡HUELGA!, ¡HUELGA!, ¡HUELGA!…».

Toda la muchedumbre gritaba a toda voz. Mientras, el pobre demonio retomó su asiento. No había podido decir ni una palabra del maravilloso discurso que había estado preparando durante días y que seguramente le habría valido la admiración de todos sus compañeros demoníacos.

«¡Ahora sí que me equivoqué! ¡Tremendo momento para estornudar!… ¡Argh!, ¡ahora nunca seré elegido alcalde de la ciudad! ¡Qué desgracia!», pensó Piccolo Daimaoh malhumorado, tirando sus fichas al aire.

«Piccolina… Yo en serio no tengo hambre…», dijo Piccolo con un hilillo de voz.

Pero la mujer no parecía escucharlo. «Esta comida está riquísima», dijo mientras amarraba un babero blanco con unos conejitos rozados en el cuello del namek, como si fuese un bebé.

Tomó una pierna de pollo, acercándola a sus labios. «A ver, a ver, Piccolo, abre la boquita. Pruébala y dime cómo está…».

El guerrero se echó hacia atrás, desesperado. ¡A punto de desmayarse!

«No, mira…», comenzó a hablar. Pero un portazo hizo que ambos pegaran un brinco tan alto que casi golpearon sus cabezas en el techo.

Asombrados, vieron una sombra negra brincar sobre la mesa, echando mucha de la comida a un lado y otro. Detrás, Mr.Popo hacía lo mismo…

«¡¡NO HUYAS, COBARDES!!», vociferaba muy molesto. «¡¡TE ATRABARÉ!!».

Brincó sobre la mesa y estaba a punto de hacerlo sobre ellos, de no ser porque Piccolo, en una rápida acción, tomó a Piccolina y se tiró al suelo.

Pero no sólo ellos terminaron en el piso, sino también la comida que, poco a poco, comenzó a hacerles compañía. También salió volando por los aires, terminando de la misma forma en las paredes.

Piccolina veía todo horrorizada. Tanto esfuerzo, ¡y todo había sido en vano! ¡GGGRRR!, ¡una vez más su plan había fallado!

Piccolo se levantó del suelo, enfurecido. «¡¡¿QUÉ SUCEDE, POPO?!!».

Pero éste no parecía escucharlo. Sólo daba vueltas por toda la cocina, gritando a todo pulmón. «¡¡YA VERÁS, TE HARÉ BURÉS!!».

Popo tomó una enorme cacerola de hierro y comenzó a golpear el suelo. Piccolo estaba a punto de lanzarle un rayo de energía para ver si así lograba tranquilizarlo, cuando un olor inconfundible llegó a su nariz. ¡Demonios, ya sabía qué estaba pasando!

Piccolina también lo sintió y se levantó muy asustada. «¡ES MAGGIE! ¡POR FAVOR, PICCOLO, NO DEJES QUE MR.POPO LE HAGA DAÑO! ¡¡DETENLO!!».

En ese momento, Piccolo sintió que alguien brincaba en sus brazos y vio que era el zorrillo apestoso quien lo hacía. No le dio tiempo de reaccionar para evitar que su fiel ayudante rechoncho lo golpeara con el sartén en la cabeza, haciendo que el guerrero terminara viendo muchas estrellitas girar a su alrededor. Finalmente, cayó al piso…

El ayudante vio que el utensilio de cocina se había doblado, completamente deforme por tan fuerte impacto, así que lo echó a un lado, ya totalmente inservible.

Por supuesto, el animalito, para nada tonto, saltó de los brazos del namek, apenas éste llegó al suelo, y salió huyendo por la puerta seguido muy cerca por Mr.Popo…

«¡¡TE MANDARÉ A LOS INFIERNOS, ENDEMONIADOS ANIMAL!! ¡¡TE MACHACARÉS!!», exclamaba en la lejanía.

La pareja namek había terminado llena de comida, al igual que toda la cocina. El guerrero aún continuaba aturdido en el suelo y Piccolina lo rodeó con sus brazos, tratando de darle calor. Estaba segura que su querido Piccolo arreglaría el desastre de esa noche con su don tan especial. Esperaba aprenderlo algún día, ya que resultaba muy útil.

NOTA MENTAL: El Plan B fue todo un fracaso. Afortunadamente ya había pensado en un Plan C. ¡La tercera es la vencida, ¿no?! Dios, espero que Maggie no sufra ningún daño…


ROUND 3Por amor, has gastado tanto y cuánto
Por amor, de tu orgullo queda el llanto
Por eso aquí me quedo
Toda la noche y ruego
Me voy con mi manía
Que crece fuerte y mía
Dentro de mi alma por ti, para ti…


Bueno, bueno, el plan A no había funcionado. Ni el B tampoco… Tal vez el plan C saldría mejor, pensó Piccolina un poco afligida, yendo en la dirección en que podía sentir el ki de Piccolo.

Aún debía tratar de ser una buena ama de casa. Aunque no sabía bien lo que eso significaba, Milk se lo había explicado varias veces y finalmente parecía comprenderlo. La idea de la cena no había salido bien, pero ella aún no se rendía…

Empezaría por algo sencillo, no muy complicado.

Cuando llegó al lugar indicado, vio al namek realizar maniobras en el aire, dar algunas patadas y golpes a un enemigo imaginario. Era muy rápido, y también muy guapo… sonrió para sí, emocionada. Agitó su cabeza tratando de controlarse, no quería desviarse de su principal objetivo. Buscó con su mirada y enseguida vio los objetos de su interés. Sobre el suelo, no muy lejos de donde ella se encontraba, divisó la capa y el turbante que Piccolo había dejado para poder hacer algunos movimientos nuevos con más soltura.

Se acercó sigilosamente y trató de tomarlos y llevarlos con ella. Pero pesaban mucho y lo único que logró fue caer al suelo muy sorprendida. Enseguida levantó su rostro al cielo. Por suerte, Piccolo no había notado su presencia.

«¡Qué pesado es esto! ¡Pero yo no pienso rendirme!».

Hizo un último gran esfuerzo y finalmente pudo levantarlos. Otro esfuerzo más y pudo irse con ellos volando.

Cuando iba ya lejos de allí, Piccolo giró y frunció el ceño. Había visto todo, pero decidió no intervenir.

«Y ahora, ¿qué pensará hacer esa loca?», pensó curioso, temiendo alguna nueva calamidad. Sentía una gran curiosidad, pero no dejaría de entrenar por eso, ¡faltaba más!. Se encogió de hombros y siguió con sus ejercicios.

Aunque no aguantó mucho, así que dos horas después se fue rumbo al Templo dispuesto a saber qué pensaba hacer con su capa y turbante.

Cuando llegó, vio a Piccolina sentada en el suelo con piernas y brazos cruzados. Se acercó un poco más y se alarmó al notar que estaba llorando…

«¿P-Piccolina?… ¿qué sucede?».

Ella se alteró al escucharlo, así que se levantó de un salto y comenzó a secar sus mejillas para que no notara que había llorado. «¡Piccolo! ¡¿Qué haces aquí tan temprano?!».

En ese momento el guerrero pensó en inventar una excusa, pero decidió ir directo al grano. «Te seré sincero. Quiero saber, ¿qué hiciste con mi capa y turbante?. Porque yo vi cuando te los llevaste».

La mujer abrió sus ojos en shock. «¡¿M-me viste…?!».

«Así es, aunque no quise decir nada en el momento. Pero conociendo tu historial, no quiero correr ningún riesgo».

«¡Qué desconfiado eres! ¡¿Cómo crees que yo haría algo malo, ¿eh?!».

Piccolo rió cínicamente. «¡JA!, ¡no me vengas con chistes!… ¿O quieres que comience a contar?».

Piccolina giró. «¡No es necesario que seas sarcástico, ¿no lo crees?!».

«Hummm… a ver… déjame pensarlo detenidamente… ¡¡Pues sí lo soy, y más contigo, niña!!».

La namek cerró sus puños con fuerza. «¡GGGRRR! ¡YO NO SOY NINGUNA NIÑA, ¿ENTIENDES?!».

«Sí, claro…». Pensaba continuar, pero la mujer se tiró en sus brazos y comenzó a llorar desconsoladamente, dejándolo sorprendido. En un principio no respondió a su abrazo, pero luego posó una de sus manos en su espalda. «Pero… ¡¿qué pasó?!».

«¡Lo siento mucho, Piccolo! ¡De veras no fue mi intención!», balbuceaba entre sollozos.

«A ver…», comenzó a hablar mientras la apartaba. «Y ahora, ¿qué hiciste?».

Ella se mordió los labios, dudosa. «Es que yo… yo… ¡¡yo sólo quería ser una buena ama de casa!!», exclamó, apoyando su rostro en su pecho.

«¡¡¿Ama de casa?!!», repitió Piccolo cada vez más confundido.

«S-sí… ¡pero nada me sale bien!».

«No lo entiendo. ¡¿Qué tiene que ver mi capa y turbante con ser una buena ama de casa?!».

Piccolina lo vio seriamente y enseguida metió una de sus manos en uno de los bolsillos de su pantalón, sacando un pedazo de tela blanco. Piccolo pensó en un principio que era un pañuelo, pero estaba equivocado…

«Te lo diré, pero… ¡¡por favor, trata de no enojarte mucho, ¿sí?!!».

«Está bien», dijo mientras cruzaba sus brazos.

La mujer extendió el pedazo de tela para que Piccolo pudiera apreciar lo que realmente tenía en sus manos. ¡Era su capa!, aunque ésta medía como 15 centímetros de largo. Como si hubiese sido hecha para una muñeca.

«¡Pero si es…!».

«Es tu capa… Yo sólo quería lavarla, ya sabes… darte una sorpresa… pero, je, je, se encogió un poco… y también quise hacer lo mismo con el turbante…».

Volvió a meter su mano en su otro bolsillo, sacando su pequeño turbante, y bajó su cabeza, esperando el tremendo regaño que recibiría.

Piccolo tomó la capa y el turbante en sus manos. Los observó un rato, impresionado. La verdad, ya no sabía si reír o llorar con todas las ocurrencias de su compañera. Y lo peor de todo es que siempre le salían las cosas mal…

«Piccolina», la llamó.

«Sí… echa afuera toda tu ira. Sé que lo merezco. Yo lo soportaré, descuida…», dijo, ya resignada.

El namek no pudo evitar sonreír con sus palabras. «Escúchame bien. Tú no debes ser ninguna ama de casa. No es necesario, para esas labores está Mr.Popo. Deja que él haga su trabajo».

«Es que… yo sólo quería agradarte…».

«Hummm… Si quieres agradarme, deja de meterte y meterme en tantos problemas».

Ella levantó un poco su rostro. «Lo siento… Sabes que no lo hago a propósito. Lo intentaré, en serio…».

«Bien, con eso será suficiente». El guerrero creó otra capa y turbante en ese instante. «Ahora me voy. Todavía quedan varias horas de luz y pienso aprovecharlas».

Al escuchar eso, Piccolina se sorprendió mucho. «¡¿Eso es todo?!… Quiero decir, ¡¿no habrá sermones ni castigos?!».

Piccolo levantó una ceja, no se esperaba ese tipo de comentario. «¿Acaso te gustaría?».

«N-no… c-claro que no… pero pensé que te enojarías», murmuró tímidamente, casi arrepentida de haberlo dicho.

Él se acercó a ella y colocó sus manos en sus hombros. «Eres una buena persona. Atolondrada, pero buena. ¿Por qué habría de castigarte si no hiciste nada malo?. Sólo querías ayudarme».

«¿Y-y… tu capa… t-tu turbante…?».

«¿Eso es lo que te preocupa?».

Ella asintió con su cabeza.

«No es importante. Ya viste que puedo materializar todas las capas que quiera. Es más…», se retiró un poco y giró.

«¿Qué harás?», preguntó curiosa la mujer.

«Ya verás…», fue su respuesta.

Vio una luz surgir y luego notó que giraba para darle un obsequio. Un pequeño muñeco de felpa igual a él, sólo que esta pequeña réplica de sí mismo tenía los ojos muy abiertos y reía mostrando todos sus dientes, como nunca lo había hecho el original. Piccolo le puso la capita y el turbante encogido. Ambos le quedaron a la perfección.

«¿E-es… p-para mí…?», preguntó Piccolina, enternecida.

«Sí. Es para que veas que no me cuesta nada hacerlo», le aclaró mientras colocaba el regalo en sus manos y se preguntaba por qué había hecho algo tan cursi. No lo entendía…

«Ya veo». Piccolina lo tomó y abrazó muy feliz. «¡Muchas gracias, Piccolo! ¡Me ha gustado mucho!».

El guerrero sonrió levemente. «No te preocupes. Ahora me voy a entrenar», se despidió mientras comenzaba a levitar.

«Sí. Otra vez gracias. Llamaré a mi peluchito Piccolito, en tu honor», le dijo mientras se despedía con su mano.

«¡Y vaya honor!», murmuró, mientras se alejaba. «¡Qué ridículo y cursi! ¡Guácala! Demasiado empalagoso para mi gusto!».

NOTA MENTAL: El Plan C tampoco resultó, aunque Piccolo ha cambiado un poco conmigo… Tal vez ya me quiera un poco… ¡Nah!, me pregunto si sólo serán ideas mías… Aún no tengo un Plan D, pero ya lo idearé. ¡Ja!, menos mal que el abecedario tiene tantas letras… ¿Verdad, Piccolito?


ROUND 4: ÚLTIMO ASALTOYo te lo digo ahora
En este día y hora
Cuánto me cuesta no saberte mío
Y parece como si
Este mar enorme naufragase en mí


Plan D. Hasta el momento, ninguna de las tácticas utilizadas por Piccolina habían dado buenos resultados. Es verdad que Piccolo se mostraba un poco más amable y comprensivo, pero aún así, no había podido llegar a su corazón. O al menos eso pensaba ella.

Ya sin muchas esperanzas, había recurrido a la única amiga que le quedaba: Bulma. Sabiendo todo lo que había pasado hasta el momento, habló seriamente con la namek explicándole que los guerreros como su marido Vegeta, vivían para la lucha y los entrenamientos. Ella, con toda la experiencia que tenía en el tema, había llegado a la conclusión de que existían tres cosas realmente importantes para su compañero. Los combates y la comida eran dos de ellas. Y la tercera, la gran «S», según le había dicho la científico, era infalible y uno de los mayores placeres de la vida… EL SEXO… No había nada más. Debía intentarlo.

Esa tarde, Bulma habló largo y tendido con Piccolina sobre el sexo, explicándole con mucho detalle todo lo que la joven tenía que saber. No debía tener miedo, ya que era algo sumamente natural entre parejas como ellos. Además, era placentero, tanto, que llegaba a convertirse en una necesidad vital. Una experiencia íntima y gratificante que unía a las personas con lazos sólidos y a veces eternos.

La joven pensó mucho al respecto. Era un gran paso y debía estar segura de poder darlo. Sin duda, sentía una gran atracción por Piccolo. Lo amaba. Quería estar a su lado siempre… la verdad, no tuvo que meditar mucho al respecto. La decisión estaba tomada…


Una bata blanca, no muy larga. Su sedoso cabello negro, totalmente suelto. Sus enormes ojos llenos de amor. Todo su cuerpo reservado para él…

Piccolo tocó a la puerta, sin saber el motivo por el cual la chica lo llamaba. Quería que fuera un sorpresa.

«Pasa, Piccolo», respondió con voz temblorosa, llena de emoción.

El guerrero entró a la habitación en penumbras. Las luces estaban apagadas, y sólo unas velas daban cierta iluminación. Miró de un lado y del otro, pero no pudo encontrarla. Sintió que una suave brisa llegaba hasta su rostro y entonces se dio cuenta que la ventana se encontraba semiabierta, y un viento helado movía ligeramente las persianas transparentes.

«Piccolina, ¿dónde estás?», preguntó susurrando, como si estuviesen jugando a las escondidas.

Repentinamente sintió que unos brazos rodearon su cuerpo. Unas manos suaves acariciaron su pecho, haciendo que el namek se sobresaltara. Apartó esas manos y giró desconcertado, dándose cuenta que era Piccolina quien lo había tomado por sorpresa. Abrió sus ojos impactado al verla tan hermosa… Su pequeño traje permitía apreciar todo su cuerpo, muy bien formado… Sus cabellos caían sobre su rostro, pero aún así pudo ver una extraña determinación en sus ojos azabaches… Ella lo miraba fijamente y, por primera vez en su vida, Piccolo se sintió vulnerable, como si hubiesen visto hasta el más recóndito rincón de toda su alma…

«¿Q-qué… quieres…?», balbuceó temeroso.

La mujer se acercó seductoramente. Colocó sus manos en su pecho, recorriéndolo. Él no se movió, se había quedado completamente paralizado.

«No eres nada ingenuo. Me imagino que sabes lo que quiero, ¿no?».

En ese momento, el guerrero sintió como si un rayo hubiese atravesado su pecho. ¡No!, lo que más temía estaba pasando… El fin estaba cerca…

Bajó su rostro. Muy a su pesar sentía tristeza… cuánto lo sentía…

«Lo sé. Pero yo no puedo dártelo», le dijo, apesadumbrado, mientras retiraba sus manos de su pecho.

Piccolina abrió sus ojos, sorprendida, retrocediendo un poco. Realmente no se esperaba tal reacción.

«¿Qué? Pero… ¿por qué no? ¿Es que acaso no te gusto? ¿No te parezco ni un poco bonita?», preguntó con voz temblorosa, a punto de llorar.

«N-no… no es eso… es que…», comenzó a divagar. ¿Cómo explicárselo?. A pesar de su inteligencia, esta vez no encontraba las palabras adecuadas. Trató de hablar, pero no pudo…

Ella sonrió con cierta amargura. «Sí, sí es eso. Al menos ten el suficiente valor como para admitirlo. ¡No seas cobarde!», le reprochó endureciendo su mirada, que ahora parecía de hielo.

Pero esas palabras ofendieron al guerrero en su orgullo, enfureciéndolo. «¡Nunca vuelvas a repetir tal cosa, ¿oíste?! ¡Yo no soy ningún cobarde, nunca lo he sido y nunca lo seré! ¡YA TE DIJE QUE NO PUEDO Y PUNTO! ¡No tengo por qué darte más explicaciones!».

Caminó hacia la puerta dispuesto a marchase, pero Piccolina se le adelantó y le impidió el paso. ¡Qué veloz era!

«¡No te irás ahora!», exclamó alterada.

El namek cruzó sus brazos. «¿Ah, no? ¿Y quién me lo va a impedir? ¿Tú?».

«Si es necesario, lucharé contigo. ¡No tengo miedo!», sentenció con determinación. «¡Ya me cansé de tantas estupideces! ¡No puedo creer que rechaces todos mis intentos por acercarme a ti!… ¡¿PARA QUÉ ME CREARON SI TÚ NO ME QUERÍAS?! ¡PORQUE ES OBVIO QUE NO ME QUIERES!».

Piccolo cerró sus puños con fuerza, cansado de tantas evasivas. Estaba harto, tal vez era el momento de decir la verdad… pero Piccolina lo sacó de sus pensamientos, cada vez más enojada.

«¡RESPÓNDEME DE UNA MALDITA VEZ! ¡YA SÉ QUE ALGO ME OCULTAN, LO HE SABIDO SIEMPRE!… ¡¿O ES QUE ACASO TIENES MIEDO?!».

Esas palabras sacaron de sus casillas a Piccolo, que explotó de coraje. Su mente se puso en blanco… ¡Era la última humillación que aguantaría!… ¡Quería la verdad, ¿no?!… ¡¡Pues la iba a tener!!

«¡Conque quieres saber la verdad! Bien, ¡pero luego no te quejes! ¡¡ESTOY CANSADO Y FASTIDIADO Y NO TENGO POR QUÉ SOPORTAR TUS MAJADERÍAS!!», gritó a todo pulmón mientras caminaba por toda la habitación rápidamente, haciendo que su capa se moviera agitadamente.

Piccolina se quedó en un rincón. Nunca había visto a Piccolo tan molesto, y temía que pudiera hacerle daño.

«¿Por dónde empezaré? –dijo con cierto cinismo–. ¡Ah, sí!, tal vez por aquí: ¡MIRA, NIÑA, YO NUNCA QUISE QUE TE CREARAN! ¡TODO FUE IDEA DE GOHAN! ¡Y SI TE ACEPTÉ FUE PORQUE, DESDE QUE MURIÓ SU PADRE HACE UN AÑO, NUNCA LO HABÍA VISTO TAN CONTENTO! ¡FUE SÓLO POR ESE MOTIVO QUE ESTÁS AQUÍ!… ¡¡NO TE QUIERO, ¿CAPTAS?, NO TE QUIERO!!».

La mujer se apoyó en la pared para no caer al suelo. ¡No podía ser! Era… demasiado terrible… Como pudo llegó al borde de la cama y se sentó… Todas sus fuerzas la habían abandonado, así que no podía salir huyendo de allí… Bajó su rostro y unas lágrimas resbalaron por sus mejillas, cayendo sobre sus manos en el momento que las colocaba sobre sus rodillas y las cerraba con fuerza, casi hasta hacerlas sangrar… Sus cabellos se agitaron un poco con el viento…

Pero Piccolo aún no terminaba…

«¡¿Y quieres saber por qué no te quiero?! ¡JA!, ¡eso es lo más irónico de todo este asunto! ¡Escúchalo bien, porque será la única vez que lo diga!… ¡¡LOS NAMEKUSEIJINS SOMOS UNA RAZA UNISEXO!!… ¡Me imagino que sabes lo que eso significa!».

Ella se levantó de un brinco de la cama. «¡¿QUÉ ESTÁS DICIENDO?!», preguntó, desesperada, mientras se acercaba a él y lo tomaba de las solapas.

Pero Piccolo la apartó de un empujón. «¡LO QUE ESCUCHASTE! ¡EL TONTO DE GOHAN PIDIÓ EL DESEO PORQUE NO LO SABÍA!».

La mujer se tapó los oídos con sus manos para no seguir escuchándolo. «¡NO, ESO NO ES CIERTO! ¡CÁLLATE!, ¡CÁLLATE, NO SIGAS!».

El guerrero no estaba dispuesto a detenerse. Llegaría hasta el final… La tomó de los brazos, haciendo que lo observara fijamente. Piccolina tenía los ojos enrojecidos de tanto llorar…

«¡TÚ QUERÍAS SABER LA VERDAD!… ¡Y ÉSA ES LA VERDAD!… ¡¡NUNCA DEBISTE EXISTIR, NUNCA!!… ¡¡ERES UNA ABOMINACIÓN…!!».

Pensaba continuar, pero Piccolina le dio tal bofetada que casi lo tumbó al suelo. Sorprendido por tal reacción, giró su rostro para verla mientras colocaba su mano en su mejilla, que ya comenzaba a hincharse…

Piccolina lo observaba con mirada fría… con odio y resentimiento… jamás le perdonaría la forma en que la había tratado… ¡NUNCA!… Sintió que parte de su corazón había muerto esa fatídica noche… Algo se había perdido, algo que no volvería a recuperar…

«¡MALDITO BASTARDO!… ¡BRAVO, TE FELICITO! –exclamó mientras aplaudía– ¡YA PUEDES SENTIRTE FELIZ!… ¡¡FINALMENTE TE HAS DESHECHO DE MÍ, PORQUE YO NO QUIERO VOLVER A VERTE NUNCA!!… ¡¡¡TE ODIO!!!».

Sus manos cayeron a sus costados. Lo miró por última vez con la mayor frialdad. Ya no lloraba… Le dio la espalda y se fue volando por la ventana.

Piccolo se quedó inmóvil en la oscuridad mientras se perdía en la lejanía. Aún se encontraba como hipnotizado, preso de la ira que se había apoderado de todo su ser. Pero luego observó un objeto que seguramente Piccolina había colocado sobre una almohada en el centro de su cama. Aún respiraba agitadamente por la emoción cuando se acercó para saber qué era. Estiró su mano y tomó el muñeco de felpa que le había obsequiado apenas unos días atrás. Sus manos comenzaron a temblar cuando recordó lo feliz que se había puesto cuando se lo había dado a… ella…

Inmediatamente salió corriendo hacia la ventana. Se concentró, pero fue inútil, ya no podía sentir su ki en lo absoluto… Abrió sus ojos de par en par, como si hubiese despertado de un largo sueño, consciente de lo que había dicho y hecho…

«¡Por Dios!… pero… ¡¡¿QUÉ HE HECHO?!!».

NOTA MENTAL: Hoy siento que mi vida llegó a su fin… Ya nada tiene sentido… El mundo perdió todo su color… Me duele el alma, es un dolor indescriptible… He perdido el amor, lo he perdido todo… hasta mi razón de ser… No soy namek… no soy humana… no soy nada, sólo un fenómeno creado por error… Es cierto lo que dijo Piccolo, yo nunca debí existir… Estoy tan cansada…


por ti volaré
por cielos y mares
hasta tu amor
abriendo los ojos por fin
contigo yo vivirépor ti volaré
espera, que llegaré
mi fin de trayecto eres tú
contigo yo viviré


NOTA DE LA AUTORA: Durante todo el capítulo he incluido trozos de varias canciones de Andrea Bocelli. Todos ellos me recuerdan mucho a Piccolina y su intento por lograr conquistar el corazón de Piccolo. Me parece que relatan a la perfección lo que ella debe sentir, por eso quise ponerlos.