Fanfic: La Compañera
CORPORACIÓN CÁPSULA
El día de la fiesta finalmente había llegado y ya algunas personas se encontraban reunidas en el jardín de la C.C. Todo había sido ordenado con mucho esmero. Había dos enormes mesones repletos de muchos tipos de alimentos dulces y salados, así como gran variedad de licores y bebidas. También fueron colocadas pequeñas mesas en donde la gente podía sentarse a degustar los alimentos si deseaban. Cada mesa estaba adornada con un arreglo floral distinto. En el centro del jardín se encontraba una enorme fuente de vino, y faroles orientales daban al lugar una iluminación muy acogedora.
En un rincón se encontraban Bulma y Yamcha charlando.
«¡¿Cómo dices, Bulma?!», preguntó Yamcha muy consternado.
«Así es, Yamcha. Gohan le pidió a Shenlong una compañera para Piccolo», respondió Bulma muy seria.
«Pero… ¿por qué lo hizo?».
«Bueno, creo que pensó que Piccolo se sentía muy solo y quiso ayudarlo».
Yamcha se acarició el mentón con su mano, meditativo. «Ya veo… nunca había pensado que Piccolo pudiera sentirse solo…». Luego sonrió muy divertido y chasqueó sus dedos. «Aunque… ¡es una gran idea! ¡Yo también debería pedirle al dragón una chica guapa para mí!».
Bulma lo miró muy enojada. «Pero, ¡¿qué dices?! ¡El dragón no está para pedirle esas tonterías!».
«Bueno, bueno, no te enojes, Bulma. Era sólo una broma. Pero, dime, ¿la fiesta es para darle la bienvenida a la novia de Piccolo?».
«Así es. ¿No fue una gran idea hacerla de disfraces?». Bulma se quedó viendo el atuendo de Yamcha. Vestía un uniforme de béisbol sucio y sudado que contrastaba totalmente con su disfraz de genio color rosa que combinaba a la perfección con sus hermosos ojos azules. La tela del traje era transparente, así que podía notarse sus curvas bien formadas. Ella puso sus manos en sus caderas y regañó al hombre antes que pudiera responder su anterior pregunta: «Oye, Yamcha. ¿Por qué has venido tan sucio a mi fiesta?».
Yamcha rió algo nervioso. «Bueno… es que hoy tuve un juego importantísimo y de allá vengo. Lamento estar todo sucio y desarreglado, pero como la fiesta era de disfraces, pensé que nadie lo notaría». Culminó quitándose su gorra y secándose el sudor.
«Pues yo sí lo noté».
«Emmm… entonces mejor me voy a casa a cambiarme y luego regreso».
Yamcha estaba a punto de marcharse cuando Bulma lo detuvo. «Espera. No es necesario que hagas eso. Yo tengo la solución a tu problema. Sígueme a mi laboratorio».
El guerrero se puso nervioso al escuchar eso. Para nada quería ser el conejillo de indias de Bulma. «Y-y… ¿p-para qué quieres que te acompañe?».
«Pues porque es la ocasión perfecta para probar mi nuevo invento». Sonrió y le guiñó un ojo.
«¡GLUP!». No se movió. El pánico lo paralizó.
Al ver esto. La mujer regresó y lo jaló del brazo. «Vamos, hombre. No te pasará nada. Mi nuevo aparato ha tenido sus pequeños inconvenientes pero nada que un guerrero tan fuerte como tú no pueda soportar«.
Si el temor se lo hubiese permitido, Yamcha hubiese exclamado un grito de terror. Sin otra salida, sólo caminó tras ella como si fuese conducido al Patíbulo…
TEMPLO DE KAMISAMA
«Bien, Piccolo, ¿estás listo?», preguntó Piccolina al borde de la plataforma al tiempo que sujetaba su abundante y largo cabello negro con un moño.
«Sí, podemos irnos cuando quieras», respondió el Namek sonriendo de una manera que a Piccolina le pareció sospechosa. Unos días atrás había formado el mayor de los berrinches porque no quería asistir a esa fiesta y ahora se mostraba dócil y tranquilo. Ella lo miró de reojo, segura que algo planeaba. Pero finalmente se encogió de hombros. Tal vez estaba viendo lo que no existía…
Ambos levantaron el vuelo y se pusieron en marcha. Piccolo agradeció en lo más hondo de su corazón que el pequeño Gohan le hubiese enseñado a volar a la mujer como parte de sus entrenamientos, para así no tener que llevarla en sus brazos como lo hacía antes.
CORPORACIÓN CÁPSULA
Bulma abrió la puerta y entró al laboratorio; Yamcha la seguía muy de cerca. La habitación estaba en penumbras, así que sólo podía ver el tintinear de luces provenientes de los ordenadores principales. Cuando la mujer finalmente encendió las luces, el guerrero pudo apreciar el lugar con todo detalle: había una gran cantidad de aparatos extraños sobre un enorme mesón localizado en el centro de la sala, así como una mesa pequeña llena de herramientas. Al fondo vio una mesa de dibujo con un enorme plano abierto sujeto con varios pisapapeles. Una pequeña máquina de hacer café y algunos cuadros de científicos famosos culminaban la decoración del lugar.
La verdad, Yamcha nunca había entrado al laboratorio de Bulma, pero sintió mucha emoción de estar allí. Después de todo, de esa habitación salía la gran cantidad de fabulosos inventos que hacían a la C.C. una de las mayores empresas del mundo. La voz de la mujer lo sacó de sus pensamientos.
«No te preocupes. Sólo será cuestión de unos minutos», le tranquilizó, sin muy buenos resultados. Tomó una cápsula y la accionó, dejando al descubierto un marco grande metálico plateado, pero sin puertas y sin ninguna pared que la sujetara. Ella lo miró y sonriendo le habló: «Bien, sólo debes pasar por este marco y al hacerlo todo el sucio de tu cuerpo y ropa desaparecerá».
El hombre observó el aparato incrédulo. «¿Así de simple?».
«Bueno, el procedimiento no es sencillo, es muy complejo. Sólo te digo lo que mi nuevo invento puede hacer. Ahora, ¡ENTRA DE UNA VEZ!».
«Está bien, está bien. ¡Qué carácter!», refunfuñó mientras cerraba los ojos. Aguantó la respiración y se lanzó. Pasó por el marco lo más deprisa que pudo. Al hacerlo el equipo se accionó automáticamente emitiendo un leve destello y un gas blanco que cubrió al hombre mientras pasaba. Luego que salió, esperó unos segundos y finalmente abrió los ojos. Al hacerlo lo primero que vio fue el rostro de satisfacción de Bulma y luego se vio a sí mismo descubriendo con agrado que estaba totalmente limpio. «¡WOW! ¡Es fantástico, Bulma! ¡Te felicito!».
«Gracias. Es un aparato ideado para casos de emergencia como el tuyo», aclaró sonriendo. Volteó y comenzó a preparar algo de café en su máquina para celebrar.
«También para la gente que no le agrade bañarse», prosiguió el guerrero asombrado, mirándose los brazos.
Bulma volteó y observó a su amigo con picardía. «Cómo tú, ¿no es cierto, Yamcha?».
«Sí…». Yamcha seguía embelesado con los resultados del nuevo invento de la mujer cuando repentinamente abrió sus ojos de par en par y levantó su vista encontrándose con la de ella. «¡OYE! –exclamó enseguida al darse cuenta de la trampa en la que había caído–. ¡PARA QUE TE ENTERES, YO ME BAÑO TODOS LOS DÍAS!».
Bulma sonrió muy divertida. «No te enfades. Sólo bromeaba contigo», le dijo al tiempo que volvió a girar a la cafetera.
«Muy graciosa, Bulma. ¡JA!, ¡JA!, no sabes la risa que me dio tu chistecito…», le respondió con cinismo.
«Bueno, discúlpame. Sobretodo ahora que estoy tan feliz. Vaya, había trabajado mucho en este invento, ya que no quería funcionar adecuadamente. Figúrate que cada vez que lo usaba, el aparato se volvía loco y comenzaba a emitir grandes descargas…».
«¿Eléctricas?», interrumpió Yamcha mientras retrocedía temeroso sin que Bulma se diera cuenta.
«Sí. ¿Cómo lo supiste?», preguntó ingenuamente la mujer.
«Pues, porque… ¡HA COMENZADO A HACERLO!», exclamó mientras esquivaba algunas descargas.
Bulma giró rápidamente y se quedó paralizada al ver lo que pasaba. ¡Había sucedido de nuevo! ¡¿Por qué?! ¡Si había hecho algunas correcciones que estaban mal en los cálculos! Yamcha tuvo que darle un empujón para evitar que la mujer fuera electrocutada en el acto por un potente rayo. Ella rodó viendo que Yamcha caía al suelo ya que, por haberla quitado del camino, él había recibido el impacto. Ya furioso, se levantó y destruyó el equipo con una descarga de Ki. Suspiró y cayó nuevamente, algo adolorido. El impacto había sido enorme, capaz de matar a un ser humano ordinario.
Bulma se acercó a él muy apenada y le tendió su mano para ayudarlo a levantar. «Lo siento mucho, Yamcha», se disculpó casi sollozando.
«No te preocupes. Lamento haber tenido que destruir tu aparato. No tuve alternativa», respondió al tiempo que apagaba, con sus dedos, una pequeña llama que se encontraba encendida en una de las puntas de su cabello chamuscado, mientras que de las otras salían expulsados delgados hilillos de humo.
Bulma no respondió. Se sentó en una silla y cruzó brazos y piernas al tiempo que cerraba sus ojos. Yamcha colocó una de sus manos en su hombro muy preocupado. «¿Qué sucede? No estás así por el equipo roto, ¿cierto?».
Ella negó con la cabeza. «No, no es eso… es que…».
«¿Qué?, dímelo, por favor…».
Suspiró y abrió sus ojos para mirarlo. «Me molesta mi estupidez… he dejado que mis problemas personales afecten mi eficacia como científico. Y todo por Vegeta…».
«P-por… V-Vegeta…»
«Sí. Desde que Goku murió, Vegeta cambió mucho. Ya casi no lo veo. Desde hace más de un mes que se marchó y aún no regresa. No sé qué tanto hace si ya no quiere volver a pelear, así que no entrena…».
Yamcha se arrodilló a su lado y sonrió. Bulma sí que se la había puesto difícil esta vez, porque defender a Vegeta era algo que no sabía, y mucho menos quería hacer… pero por ella lo intentó. «Debes entender que su misión en la vida era derrotar a Goku y, cuando murió, su razón de vivir se fue con él».
«¡¿Y qué hay de mí?! ¡¿Y Trunks?! ¡No le importa en lo más mínimo!».
Oh, vaya. No lo había hecho nada bien y ahora la mujer se veía más enojada que antes… Un golpe en la puerta los hizo voltear. Era Milk, que acababa de llegar. «Hola, chicos, ¿puedo entrar?».
Yamcha quedó muy sorprendido al ver a Milk. Llevaba puesto un traje de indígena conformado por unas botas largas de cuero, una falda corta y una blusa manga corta, ambas de color marrón. Llevaba su hermoso cabello negro suelto que le llegaba hasta la cintura. ¡Se veía bellísima!
Bulma se levantó de inmediato a saludar a su amiga. «¡Hola, Milk! Me alegra que hayas venido. ¿Y Gohan?».
«Está afuera, junto a todos los invitados. ¿Pasa algo malo?», preguntó con una mirada seria que incomodó un poco a la pareja.
«No, nada», respondió de inmediato Yamcha. «Es que tuve un pequeño problema con mi ropa. Pero ya está todo resuelto». Pero suspiró al ver que su traje había quedado en pésimas condiciones. Ni hablar, nunca más probaría los aparatos de Bulma. ¡Ni Loco! Vaya, pues… ¡que de esos menesteres se ocupara Vegeta!
Milk vio el rostro apagadito de Bulma y enseguida se dio cuenta que algo no estaba bien con ella. Pero viendo que no era el momento apropiado para discutir, salió al paso. «¿Ah, sí? –le comentó a Yamcha–. Pues yo no opino lo mismo».
Bulma miró a Yamcha y se dio cuenta que Milk tenía toda la razón. «Es cierto, quedaste peor que antes. Será mejor que lo intentemos de nuevo…».
«¡Ni lo sueñes! ¡Jamás volveré a probar tus inventos, Bulma!», afirmó muy convencido al tiempo que cruzaba sus brazos.
«¡Claro que sí!», refutó mientras tomaba otra cápsula y la accionaba. «No estaré tranquila hasta que este invento funcione». Abrió un pequeño panel que se encontraba en uno de los costados del aparato y reorganizó algunos cálculos en él. «Listo. Ya puedes probar de nuevo».
«¡Te dije que no lo haría, ¿qué estás sorda?!», insistió Yamcha muy nervioso al tiempo que retrocedía hacia la puerta, dispuesto a huir despavorido de ser necesario.
Al ver esto, Bulma tapó su rostro con sus manos y comenzó a llorar desconsoladamente mientras Milk trataba de tranquilizarla. «Ya, Bulma, no llores. Si quieres, y es tan importante para ti, yo puedo probarlo».
«¿Lo dices en serio?», deseó saber la científico, alzando su rostro esperanzada.
«Claro…».
Al escuchar esto, el guerrero se acercó a ellas alarmado. «¡¿ESTÁS LOCA?! ¡NO LO HAGAS, MILK!».
«¡¿No ves cómo está la pobrecita Bulma?! Por ella haré lo que sea…». La mujer se aproximó al aparato y estaba a punto de usarlo cuando Yamcha la detuvo.
«¡ESPERA!». Él jamás dejaría que la esposa de uno de sus más queridos amigos, al cual admiraba como a nadie, arriesgara su vida innecesariamente. «Es muy peligroso… yo lo haré…».
«¡Bien! Ya sabía que lo harías». Milk se apartó del equipo, sonriente.
«¿Qué dices?». Yamcha no entendía nada.
«Todos los hombres son iguales», dijo Bulma al tiempo que secaba sus falsas lágrimas y sonreía. Cuando Milk llegó a su lado chocaron sus manos triunfantes. Se miraron y afirmaron al unísono: «La técnica de llorar nunca falla».
El guerrero cerró sus puños molesto. «¡GGGRRR! ¡Me engañaron vilmente!».
«Bueno, más o menos. Pero anda, mira que nos esperan los invitados», insistió Bulma.
«De acuerdo. ¡Pero que conste que es la última vez que pruebo tus inventos locos, ¿eh?!».
«Lo que tú digas», le siguió la corriente sin creer en sus palabras.
Yamcha cerró nuevamente sus ojos y pasó por debajo del marco rápidamente rogando que nada malo fuera a pasar. Esta vez se sentía fresco y sumamente liviano, como si su ropa no pesara nada. Cuando finalmente abrió sus ojos volteó hacia el invento y comprobó con alivio que esta vez no había ocurrido ningún desperfecto, luego notó que las chicas lo miraban ruborizadas pero inmediatamente giraron y le dieron la espalda. «Y-yo… lo siento mucho… no fue mi… i-intención…», balbuceó Bulma apenada.
«Pero, ¿por qué?, si me siento mejor que nunca…». El hombre no entendió el motivo de esa actitud hasta que se miró a sí mismo y se dio cuenta que estaba totalmente… ¡DESNUDO!… Al ver esto su rostro se puso rojo del coraje. «¡¡BULMAAA!!».
En el jardín se encontraban platicando Gohan, quien vestía un traje de vaquero, Krilim y A18. Era la primera fiesta a la que la pareja asistía desde que se habían casando, así que ambos se notaban muy felices. Claro que la felicidad de Krilim era más notoria que la de la androide, que aún le costaba mostrar abiertamente sus emociones. La pareja había asistida vestida normalmente ya que a ninguno de ellos les gustaba la idea de ponerse un disfraz. Así se lo habían dicho a Bulma y ella había accedido a su petición sin problemas.
«¡Hola, Bulma! ¿Dónde estabas? Llevamos un buen rato aquí», preguntó Krilim al ver que Bulma, Milk y Yamcha se acercaban a ellos. Pero tuvo que contener una carcajada al ver la forma tan ridícula en que su viejo amigo vestía: con unos pantalones apretados que le quedaban cortos y una playera de un color rojo intenso adornada con palmeras amarillas. «Je… parece que Yamcha trató de ponerse la ropa de Vegeta… aunque no creo que ese saiyajin tenga unos gustos tan terribles para elegir su vestuario… en fin… como estamos en una fiesta de disfraces, supongo que todo es válido«, pensó divertido sin saber que eso era exactamente lo que había pasado.
«Eh… bueno… lo que pasa es que Yamcha tuvo un pequeño accidente y lo estaba ayudando», respondió ella algo nerviosa. En ese momento volteó a ver a la androide. «Hola, 18. Me alegro que tú y Krilim hayan venido a mi fiesta».
Ella asintió con la cabeza al tiempo que tomaba unos cabellos dorados y los colocaba detrás de su oreja, sin emitir ningún comentario.
«Vaya, una chica de pocas palabras, sin duda«, pensó Bulma. «¿Y el maestro Roshi?»
«Lo vimos hace un rato persiguiendo a unas chicas», respondió Gohan.
«Ese viejo… nunca cambiará… je, je…», comentó Yamcha, que cada vez se sentía más ridículo al sentir cómo todos lo miraban de manera extraña. Además, la ropa de Vegeta le quedaba muy apretada. ¡Era el hazmereír de la fiesta! ¡Pero nunca… NUNCA MÁS PROBARÍA LOS INVENTOS DE BULMA!
«Y díganme, chicos, ¿dónde están Chaoz y Ten Shin Han?» preguntó Bulma, sacando de sus pensamientos a Yamcha.
Todos se miraron y al hacerlo se encogieron de hombros. «Pues no sé… –alegó Krilim–. Cuando lo de Cell, Ten nos dijo que probablemente no volveríamos a verlos…».
«Es cierto –afirmó Gohan–. Fue en la Plataforma Celeste, luego que revivimos a Trunks del Futuro».
«Oh, vaya. No lo sabía», dijo Bulma. «Es una pena, pero igual nos divertiremos».
«Sí, pero al menos dinos cuál es el motivo de la celebración, ¿no? –preguntó Krilim curioso–. Cuando nos invitaste estabas muy misteriosa».
«¡¿Qué aún no lo sabes, Krilim?!», exclamó el pequeño saiyajin, perplejo.
«No sé qué…», insistió el guerrero, muy confundido.
Yamcha comenzó a reír haciendo que todos voltearan a verlo. «Lo siento…», se disculpó tapando su boca con sus manos y aguantando unas carcajadas. A18 arqueó una ceja y puso cara de gran curiosidad, pero, aún así, se reservó sus comentarios.
«¡Me dirán lo que pasa, ¿sí o no?!». Krilim cruzó sus brazos y puso semblante serio.
«Nada grave ni de qué preocuparse», le tranquilizó Bulma.
«Aunque sí es muy extraño…», opinó Milk.
«Ajá…», dijo Krilim cada vez más desesperado por saber qué diablos pasaba.
Bulma suspiró. «Nos hemos reunido hoy aquí en la C.C. para darle la bienvenida a la nueva novia de Piccolo».
«¡¡¿¿QUÉ??!!». Krilim retrocedió dos pasos asustado y se puso pálido. A18 también abrió su boca muy sorprendida. Ambos se miraron anonadados. «E-Escuché… b-bien… ¿d-dijeron… la nueva… no…no…no…novia de… Pi…Pi…Piccolo…?». El guerrero pasó su mano por su frente algo perturbado. «Pero… si Dende me dijo en el Planeta Namek que todos los de su raza eran…«, pensó.
«¡¡SÍ!!», afirmó Gohan muy feliz. «¡¿NO ES MARAVILLOSA LA NOTICIA?! ¡YO LA CREÉ CON LAS ESFERAS PARA DARLE UNA SORPRESA AL SEÑOR PICCOLO!».
«¿Cómo?… No entiendo nada…», balbuceó Krilim.
«Ni yo», afirmó A18.
Todos voltearon a verla sorprendidos. «Hasta que se decidió a hablar«, pensaron.
«Que yo le pedí a Shenlong una compañera Namekuseijin al señor Piccolo para que le hiciera compañía». Gohan hablaba con una sonrisa que recorría su rostro de oreja a oreja.
«¿U-una… m-mujer… n-namekuseijin…?…» insistió el guerrero mientras en su cabeza se formulaban miles de preguntas y le asaltaban infinidad de dudas. «Esto no puede ser… esto no puede ser… esto no puede ser…«, pensaba una y otra vez.
«Sí. Es que como no sabemos a qué planeta se fueron a vivir los Namekuseijins, decidí pedirle al dragón que creara una namek, ya que ninguna de ellas se quedó aquí. Ahora el señor Piccolo no estará tan solito».
Cuando Krilim iba a refutar las palabras del niño, dos personas llegaron al lugar: Piccolo y Piccolina. Ambos vestían sus acostumbrados trajes azules con sus botas color naranja. «¡Hola, Gohan!», saludó ella enseguida con su brazo en alto.
Gohan sonrió muy dichoso de verlos llegar. «¡HOLA, PICCOLINA!», saludó. Salió corriendo y tomó su mano jalándola para llevarla con sus amigos. «¡Miren, chicos! ¡Ella es Piccolina!».
Krilim casi se desmayó al verla. Era tan verde… tan namekuseijin… tan mujer… y la unión de todas esas cualidades para describir a un mismo ser no sonaban para nada lógicas… ¿Le habría entendido mal a Dende?… ¿O acaso se estaría volviendo loco y ahora sufría de nefastas alucinaciones?… Sacudió su cabeza tratando de disimular su sorpresa al tiempo que un sudor frío recorría su rostro. Su mente era un torbellino de ideas, pero de algo sí estaba seguro: tendría que hablar seriamente con Piccolo apenas tuviese una oportunidad…
Todos se quedaron viéndola curiosos unos instantes, sin pronunciar palabra. Pero inmediatamente Bulma y Milk se adelantaron con una gran sonrisa en sus rostros dispuesta a saludarla. «Mucho gusto, Piccolina. Mi Gohan me ha hablado mucho de ti», dijo Milk.
«Oh, sí, señora Milk. También me ha hablado mucho de usted. Tiene un hijo maravilloso».
«Muchas gracias. Dime Milk, por favor».
«Sí, y yo soy Bulma», habló la otra mujer con su mano en alto.
Piccolina la tomó y un fuerte apretón las hizo sonreír. «Hola, Bulma. Gohan también me habló mucho de ti y tus maravillosos inventos. Muchas gracias por hacer esta fiesta para mí. Te estoy muy agradecida».
«No es nada, linda. Todos conocemos a Piccolo desde hace muchos años, así que es lo menos que podíamos hacer por él… y por ti…».
Yamcha también se adelantó muy sonriente. «Hola, Piccolina. Yo soy Yamcha. Gran amigo de Piccolo».
«¿En serio? –preguntó algo incrédula–. Piccolo nunca me ha hablado de ti… Aunque en realidad nunca habla mucho», dijo casi para sí.
Yamcha caminó hasta donde estaba el namek y le dio un golpe por lo bajo. «¿Verdad que sí, amigo Piccolo? Por cierto, que es muy bonita tu novia…», opinó muy divertido, haciendo que Piccolina se ruborizara.
Piccolo no habló, sólo emitió un quejido poniéndose muy serio y lanzándole una mirada fulminante al hombre. Al ver esto, Yamcha sudó y retrocedió un poco temeroso. «Ejem… Y tú, Krilim, ¿no saludas?», dijo rápidamente, cambiando de tema.
Krilim guardó silencio, así que la androide se adelantó a saludar para poder darle tiempo a su esposo de recuperarse de la sorpresa. «Hola, mucho gusto, Piccolina. Yo soy A18».
«¿A18?, qué nombre tan raro…», murmuró ella.
La androide se encogió de hombros. «Es sólo un nombre como cualquier otro… pero puedes llamarme simplemente 18, si gustas».
En ese momento Krilim levantó su rostro y sus ojos se encontraron con los de Piccolo, ambos se observaron fijamente unos instantes muy serios; el namek se sorprendió un poco al notar en su mirada una mezcla de sorpresa, confusión y preocupación. Algo sabía, de eso estaba seguro…
Finalmente el guerrero desvió su rostro y, luego de suspirar y armarse de todo el valor que le fue posible, se adelantó hacia la joven namek para saludarla. «Mucho gusto, Piccolina. Yo soy Krilim».
«¡VAYA! –exclamó ella–. ¡Así que tú eres Krilim! Gohan también habla mucho de ti. Se nota que te quiere mucho».
«Bueno, yo también lo quiero mucho. Además, juntos hemos vivido muchas aventuras».
«Sí, me lo ha contado casi todo. Ya sé que ustedes estuvieron en el planeta Namek. Mi planeta…».
«Es cierto. Era un lugar muy hermoso –afirmó Gohan–. Es una pena que el maldito de Freezer lo haya destruido».
«¡Ay, no me lo recuerdes, hijo! Casi me muero de la preocupación cuando fuiste en esa horrible y peligrosa misión para buscar esas… esas… esferas del dragón…».
«No exageres, Milk. No nos fue tan mal allá», alegó Bulma.
«Sí, claro –se burló Krilim–. Eso lo dices ahora, porque cuando estábamos en Namek no hacías más que temblar de miedo».
«¡¿QUÉ DIJISTE, TONTO?! ¡YO NO TENÍA MIEDO!». Ante este comentario todos comenzaron a reír. Todos menos Piccolo, que estaba meditativo y había cruzado sus brazos y cerrado sus ojos.
En un instante, Piccolina se puso algo seria. «En realidad yo quisiera que me hablaran de todas sus experiencias –comentó dirigiéndose a Bulma y Krilim–. No nací en Namekuseijin, pero igual soy una Namek y quisiera saber todo lo que sea posible de mi planeta, aunque esté destruido…».
«Pues, la verdad, pasamos muy pocos días en tu planeta, pero no tengo problemas en hablarte de ellos. Y seguramente Krilim tampoco, ¿verdad, Krilim?». Bulma le dio un codazo al guerrero al ver que éste no respondía.
«Eh… claro… claro… yo tampoco tengo problemas… je…», respondió nervioso.
«¡Muchas gracias! Esto significa mucho para mí».
Esta conversación se había vuelto insoportable para el Namek, quien cada vez se sentía más miserable, así que decidió poner en marcha su plan en ese instante. Tosió un poco para llamar la atención y alegó: «Discúlpenme, pero debo ir al baño». No esperó respuesta para retirarse.
«¡¿IR AL BAÑO?! –pensó Krilim cada vez más confundido–. ¡Pero si se supone que los Namek no comen! ¡¿Cómo pueden ir al baño, entonces?! Yo cada vez entiendo menos… gggrrr…«.
Piccolo entró al baño y puso el seguro. Se acercó al espejo y se observó unos instantes. Secó el sudor de su frente y suspiró con alivio; al fin había superado la peor parte de su estadía en la C.C. y ahora, si su plan daba resultado, no tendría que seguir soportando las conversaciones de esos tontos terrícolas.
Su «amigo». ¡JA!, así lo habían llamado los demás… ¡Bah!, definitivamente los humanos eran muy sentimentales, ya que él no sentía lo mismo por ellos. Siempre había estado solo… bueno, al menos hasta que conoció, y prácticamente crió, a Gohan… Sin embargo, era un ser solitario… nunca había necesitado la compañía de alguna persona y nunca la necesitaría… Así es, sólo se necesitaba a sí mismo y a nadie más… ¡y a ese ingenuo niño saiyajin tampoco!… ¡Y MUCHO MENOS A PICCOLINA!
Pero ahora lo importante era librarse de esa ridícula fiesta a la que no pensaba asistir, así que, sin pensarlo más, se concentró en lo que deseaba, alzó su mano iluminada y enseguida apareció una réplica exactamente igual a él. Era un muñeco, y Piccolo sonrió lleno de satisfacción al verlo: la misma estatura, color, ropa, todo era absolutamente perfecto… ¡Era un genio!, estaba seguro que nadie se daría cuenta que su nuevo «amigo» ocuparía su lugar.
Tomó a la réplica en sus brazos y se acercó a la puerta abriéndola con mucho cuidado. Se asomó y vio que no había nadie cerca, así que salió rápidamente al jardín. Cuidando que nadie lo viera se aproximó a una de las mesas y sentó al muñeco en una de las sillas. Cruzó sus piernas y brazos y alzó el vuelo dirigiéndose al tejado de la casa vecina desde donde suponía podría velar que nadie se diera cuenta de la farsa que había montado. El plan había comenzado y, si era cuidadoso, todo saldría a la perfección y nadie se enteraría del truco.
La fiesta continuó sin ninguna novedad. Cada uno tomó su camino, bailando, tomando o comiendo y nadie le prestó mucho atención al pobre muñeco que permanecía solitario en uno de los rincones del jardín. Tenía una actitud similar a la de Piccolo, y por eso pasó desapercibido por todos, a excepción de uno que otro mesonero que, de vez en cuando, se acercaba al «namek» ofreciéndole algún exquisito pasapalo o licor. Pero Piccolo a lo lejos, y siempre atento a todo lo que pasaba, se limitaba a mover negativamente la cabeza de su réplica utilizando la telekinesis.
Milk y Bulma, por otro lado, se habían llevado a Piccolina por todos los mesones haciendo que probara cada uno de los alimentos y bebidas que allí se encontraban, mientras le aclaraban sus nombres y le explicaban cómo se hacían. La joven se maravillaba cada vez más a medida que degustaba cada nueva exquisitez, y es que jamás había imaginado que pudiera existir comida tan deliciosa. Es verdad que Mr Popo también se había esmerado en la cocina, pero esto era, sin lugar a dudas, ¡comida de dioses!
«¡Esto está exquisito!», exclamaba una y otra vez para deleite de las mujeres que la miraban divertidas.
«Me alegra que te guste. Puedes comer todo lo que quieras».
«Gracias, Bulma», respondió entre bocados.
Ninguna de ellas notó que una peculiar pareja se acercaba. Eran dos mujeres que saludaron al llegar. «¡Hola, chicas! ¿Cómo están? ¿Cómo les baila la vida? ¿Qué se teje por estos lados?».
Milk y Bulma voltearon, pero no pudieron reconocer de inmediato a la persona que las saludaba tan efusivamente, aunque por su voz notaron que era una mujer. Estaba vestida igual a Mr.Satan, así que Milk se aproximó a ella y procedió a levantarle el bigote para salir de dudas.
«Pero si es… ¡es Alicel!», dijo sorprendida mientras volvía a pegarle el bigote en el rostro.
«¡Claro que soy yo! ¿No me reconocieron?».
«La verdad no –confesó Bulma–. Lo sentimos». Luego miró a la otra chica que vestía un disfraz de Saltamontes y sonrió. «¡Y tú debes ser Saltamontes!».
«¡Bingo! ¡Se han ganado el premio mayor!», saludó divertida. Todas se abrazaron muy felices.
«Pero, ¿qué pasó? ¿Por qué llegan tan tarde?», quiso saber Bulma.
Saltamontes frunció el ceño. «¡Todo fue culpa de Alicel!».
«¡Culpa mía! ¡¿Y eso por qué?!».
«¡Por tu ridículo disfraz! ¡No podíamos dar dos pasos en la calle porque la gente la detenía, confundiéndola con el verdadero Mr.Satan!».
Alicel dio una vuelta moviendo alegremente su capa y enseguida adoptó la típica pose de triunfo de su gran ídolo. «Bueno, es que soy igualita a mi super héroe… ¡JA!, ¡JA!, ¡JA!…».
«Muy cierto», afirmó Milk. «Es idéntica a ese farsan… digo, a ese sujeto. ¡Hasta se ríe igual de escandalosa que él!».
«Yo pienso que es horrible… ¡Y no puedo lograr que se lo quite!». Saltamontes casi lloraba de la desesperación.
«Bueno, no es para tanto –trató de tranquilizarlas Bulma–. Yo creo que ambas se ven muy bien».
Alicel se inclinó ante este comentario. «Muchas gracias por el halago. Pero ya lo sabía».
Saltamontes se golpeó la frente con su mano. «Ay… ay… lo sabía… cada vez que se pone esa… esa… cosa… comienza a actuar extraño…».
«Descuida –dijo la científico–. Estamos en una reunión, ¿no?, así que debemos pasarla lo mejor posible».
«Si tú lo dices…».
«Claro. Ya verás». Bulma llamó a Gohan y Yamcha que pasaban muy cerca de ellas. Al llegar, miraron al par de chicas un poco extrañados. Sobretodo a Alicel y su peculiar disfraz. «Chicos, quiero que conozcan a mis amigas Alicel y Saltamontes».
Gohan se adelantó e inclinó un poco. «Mucho gusto», saludó de la manera más respetuosa.
Yamcha trató de hacer lo mismo, pero se quedó embelesado viendo a Alicel. Sin aguantar más, sonrió divertido. «Lo lamento… es que me da mucha risa tu atuendo…», balbuceó entre risas.
Alicel se acercó molesta hasta tenerlo muy cerca de ella y lo enfrentó. «¡¿Ah, sí?! ¡¿Acaso tengo puesto algo chistoso?! ¡¿O es que tienes algo en contra de mi ídolo?!».
«¿T-tu… ídolo…?… N-no… me digas que Satan… es… t-tu…», el guerrero no pudo culminar su frase por la sorpresa.
«¡POR SUPUESTO QUE SATAN ES MI HÉROE! ¡FUE EL HOMBRE QUE NOS SALVÓ LA VIDA A TODOS NOSOTROS DEL TERRIBLE MONSTRUO CELL! ¡Y DÉJAME DECIRTE QUE DEBERÍAS HABLAR CON MÁS RESPETO DE ÉL!», culminó cruzando sus brazos y dándole la espalda muy ofendida.
Mientras, Saltamontes volvió a golpearse la frente desesperada. «Allá vamos de nuevo…», murmuró.
Yamcha no salía de su impresión. Miró a Gohan y éste se encogió de hombros, al igual que Bulma y Milk. Suspiró y trató de disculparse. «Yo… lo siento… es que… ¡JUA!, ¡JUA!, ¡JA!, ¡JA!…», sin poder contenerse comenzó a reír a carcajadas de manera incontrolable. Al verlo, el pequeño saiya y las chicas hicieron lo mismo. «¡Qué chiste tan bueno!… ¡JA!, ¡JA!…», alcanzó a decir entre risa y risa. En un momento cayó al suelo y se revolcó en el césped.
Al ver esto, Alicel se puso furiosa así que se jaló los cabellos arrancándose su peluca. «¡GGGRRR! ¡¡¿De qué se ríen si no he dicho ningún chiste?!!». Al ver que la sostenía en sus manos, volvió a colocársela en la cabeza.
«Es que… es que… –alegó Gohan– ¡Ja!, ¡Ja!, ¡Ja!…». Pero no pudo continuar.
Al ver cómo todos se burlaban de ella, Alicel casi se puso a llorar. «¡HA PASADO DE NUEVO!… ¿Por qué… todos se ríen de mis disfraz…?…».
Saltamontes se aproximó a ella para consolarla. «Ya, ya, Al. Te dije que no te pusieras este traje».
«Pero… yo sólo quería…». Se recostó en el hombro de su amiga, llorando desconsoladamente.
Viendo lo que había hecho, Yamcha se levantó del suelo y trató de contener su hilarante risa para no seguir lastimando los sentimientos de la joven. «No llores, por favor. No me burlo de ti, sólo de tu traje».
«¿Qué?… no puedo escucharte…», balbuceó Alicel sollozando.
Yamcha se acercó un poco más. «Dije que lo siento…», repitió avergonzado.
La mujer volteó y sonrió. Yamcha, al verla, también lo hizo, pero no le duró mucho la alegría ya que, sin previo aviso, Alicel le dio un golpe en sus partes íntimas que lo tumbó al suelo, presa del dolor. Luego secó sus lágrimas y prosiguió: «Disculpa aceptada».
Saltamontes vio a su amiga y movió su cabeza resignada. «Nunca cambiarás, ¿verdad?… Y tú, Yamcha, eres un ingenuo. ¿No viste que mi amiga lloraba de mentiras?».
«N-no…», apenas pudo responder, mientras Gohan lo ayudaba a levantar. Estaba furioso, ya que era la segunda vez que una mujer lo engañaba ese día. «Pero creo que no volveré a confiar en una mujer».
«Te lo tienes merecido por insultar a mi héroe y a mi fabuloso traje».
«Ejem… Bulma, ¿qué te parece si buscamos a Piccolina y le presentamos a las muchachas?», opinó Milk tratando de solventar el asunto antes que pasara a mayores.
«¿Piccolina? ¿Quién es ella?», deseó saber Saltamontes.
«Es una de las personas por las que nos reunimos hoy», respondió Bulma.
«¡Ah!, ¡ya lo recuerdo!».
«Bien, entonces vayamos». Las cuatro mujeres se fueron, dejando a Yamcha adolorido y sentado en una de las sillas mientras Gohan le traía un vaso con agua.
«¡Mujeres! ¡Nunca las entenderé!», se quejó al verlas alejarse.
«¡Ni yo!», le apoyó el niño, que en un arrebato se tomó de un sorbo el agua.
«¡Oye!, ¡Esa agua era para mí!».
«¡Oops!, Lo siento…», se disculpó el saiya sonriendo y colocando una mano detrás de su cabeza.
Piccolina aún continuaba en su muy placentera tarea de probar todos los alimentos que, en su honor, habían sido preparados ese día, cuando llegaron a su encuentro las mujeres.
«Piccolina, te presento a nuestras amigas Alicel y Saltamontes».
La namek tragó rápidamente el bocado que tenía en la boca y se presentó a ellas. «Hola, encantada de conocerlas».
«Lo mismo digo», se presentó Alicel.
Saltamontes, en cambio, miró a Piccolina de arriba a bajo. «¡Wow! ¡Está genial tu disfraz!», exclamó. Le tomó la mano y comenzó a darle vuelta para verla desde todos los ángulos.
«¿D-disfraz…?… ¿Qué es… eso…?… perdonen mi ignorancia, pero hace unos pocos días que nací y aún hay muchas cosas que desconozco…», aclaró algo mareada mientras Saltamontes tocaba sus manos y rostro, admirada. ¡Si hasta parecía piel de verdad!
Milk y Bulma se miraron preocupadas.
«Sí… muy graciosa, chica… pero dinos… ¿dónde lo conseguiste?».
Piccolina se miró a sí misma confundida. «¿Dónde conseguí qué?».
«¡Ay, por Dios! ¡Todos se las dan de graciosos este día!».
«¿Graciosa? Pero si yo no he dicho ningún chiste… ¿o sí?».
«Parece que esta muchacha es algo lenta«, pensó Saltamontes. «No, no has dicho ningún chiste. Sólo quiero saber de dónde sacaste tu indumentaria».
«¿De dónde saqué mi ropa?».
«¡Así es!». Su paciencia se estaba acabando.
«Es cierto –la apoyó su fiel amiga–. Nosotras tenemos una tienda de disfraces y nunca habíamos visto un traje igual al tuyo. ¿De qué material está hecho?».
Piccolina se quedó pensando unos instantes y finalmente se encogió de hombros. «Bueno, pues no sé… Cuando el dragón me creó, ya estaba vestida…», dijo inocentemente.
«¡¿Qué?!», exclamaron las dos mujeres al unísono.
Pero al escuchar semejante barbaridad, Bulma y Milk salieron al rescate.
«¡JA!, ¡JA! ¡Qué graciosa eres, Piccolina!», se adelantó Milk.
«Sí… ¡JA!, ¡JA!… ¡Muy bueno!, ¡muy bueno!», le siguió la corriente Bulma, mientras animaba a las mujeres para que rieran también. «¿Verdad que son muy buenos sus chistes?».
Alicel y Saltamontes se miraron. «Eh… supongo que sí… je, je…», disimularon.
«¡Ah, ya entendí!». La namek chasqueó sus dedos contenta, como si hubiese hecho un gran descubrimiento. «¡Para ustedes los humanos, un chiste significa decir la verdad!».
«¡¿N-nosotros… los… h-humanos?!», volvieron a decir al mismo tiempo.
«¡¿Acaso tú no eres de la Tierra?!».
«No. Yo soy del planeta Namek. Pero desgraciadamente fue destruido por el malvado tirano espacial Freezer». Caminó hacia Saltamontes y tomó su mano. «Por el color de tu piel veo que tú tampoco eres de este planeta. ¿De dónde eres?, ¿Es que Freezer también destruyó tu mundo?». Bajó su rostro meditativa y luego lo alzó sonriente. «¡POR SUPUESTO! Una vez más pido disculpas. ¡Tú me dijiste que eras una saltamontes! ¡Por eso eres verde!».
La mujer miró su disfraz que era totalmente verde y sacudió su cabeza aturdida. «N-no… no es eso… yo tengo puesto… un traje de…».
«¡Vaya, –interrumpió– y yo que pensé que todos los insectos en la Tierra eran pequeños!». Comenzó a caminar de un lado para el otro mientras todas las chicas la miraban anonadadas. «¡No sabía que algunos saltamontes eran tan grandes! ¡¿Comes hojas y todo eso?!», preguntó muy emocionada tomándola de los hombros. Alicel y Saltamontes la miraron con ojos desencajados.
«¡JA!, ¡JA! Ya, Piccolina, deja de contar tus maravillosos chistes porque nos dolerá el estómago de tanto reír…». Milk se acercó y le dio unas palmaditas en la espalda a la joven.
«Y acaso, ¿para los terrícolas decir la verdad es motivo de risa…?…». No pudo seguir porque Milk le tapó la boca. Bulma también se aproximó y cada una de ellas tomó a Piccolina de un brazo. «Vaya, muchachas. Lo lamento, pero nuestra amiga está muy cansada y quiere ir a recostarse un poco».
«Pero… si yo no estoy cansada…». De nuevo Milk le impidió continuar. En ese momento comenzaron a caminar, llevándose consigo a Piccolina.
«Enseguida volvemos», se disculpó Bulma mientras se alejaban.
«S-sí… c-claro…», fue la escueta respuesta de Saltamontes.
«Esa Piccolina es muy extraña, ¿no lo crees, Salta?».
«Vaya que lo es… ahora veo por qué nos habían dicho que era diferente… yo creo que está mal de la cabeza… ¡y lo peor de todo es que no nos dijo dónde había encontrado su disfraz!».
«Sí, ni hablar…».
Ambas se miraron y suspiraron.
Piccolo continuaba en el tejado cuando sintió una presencia conocida a su lado. «¿Qué haces aquí?, ¿Cómo me descubriste?».
«Bueno… podría decir que mis fabulosos instintos me indicaron que te encontrabas en un sitio apartado…».
«Sí, pero eso no sería la verdad –interrumpió–, ¿o me equivoco, Krilim?». Piccolo abrió sus ojos por primera vez y observó a su viejo conocido fijamente para finalmente volver a cerrarlos.
Krilim se acercó y sentó a su lado. «No… Te vi por casualidad cuando pasaba y decidí subir a saludarte», confesó ruborizado.
«Humm… eso tampoco lo creo. No me hagas perder el tiempo, ¡dime a qué viniste!».
Al escuchar esto, el guerrero se puso muy serio. «Yo creo que ya lo sabes, ¿o no?».
El namek volvió a abrir sus ojos y miró al cielo. «Piccolina…».
«Exacto. Ella… ¿qué pasó?».
«No sé porqué lo preguntas. Conociendo al niño, me imagino que ya te lo contó todo».
«¿Lo del deseo que le pidió a Shenlong? Sí, y estaba muy feliz cuando lo dijo».
Piccolo cerró sus manos con furia. «Ese tonto… bien, esa es toda la historia. No hay nada más qué añadir».
«Yo no estoy tan seguro. Cuando estábamos en Namek, Dende me contó que los namekuseijins eran… eran… bueno, ¡tú-ya-sabes-qué! Pero, ahora que veo a Piccolina, pienso que tal vez malinterpreté lo que me narraron».
«No. Así es, los namekuseijins somos una raza unisexo. Entendiste todo a la perfección».
Krilim abrió sus ojos de par en par muy sorprendido. «¡¿CÓMO?!, ¡NO PUEDE SER!, ¡ENTONCES… TÚ Y ELLA…!…».
«¡ELLA Y YO NADA!, ¡QUE TE QUEDE CLARO!».
Ambos se vieron con furia, pero luego trataron de calmarse un poco. Krilim vio a lo lejos cómo Piccolina era arrastrada por Bulma y Milk a algún lugar pero, la verdad, no le dio mucha importancia en ese momento. «Ya veo… ¿Ella lo sabe…?…».
Piccolo bajó su rostro con cierta tristeza. «No. No quiero que Gohan se entere porque podría lastimarlo…», pensó en callar, pero finalmente continuo, «…y a ella también…».
Al oír esto, Krilim sonrió. «Tienes mucha razón. ¡Cielos!, no quisiera estar en tu pellejo… Ahora que lo pienso mejor, estoy seguro que Gohan y Bulma estaban conmigo cuando Dende nos confesó todo. Aunque supongo que por la preocupación del momento, lo olvidaron».
«Obviamente. Si lo recordaran, no estaría en este lío».
«Es verdad».
Piccolo frunció el ceño. «Además de ti, ¿quién más sabe la verdad?».
«Se lo comenté en alguna oportunidad a A18, pero ella no dirá nada». Krilim se levantó del suelo dispuesto a retirarse. «Sabes que tendrás que decirlo tarde o temprano, ¿no?».
«Sí, lo sé».
«Bien. Te deseo mucha suerte». Comenzó a levitar, pero no quiso irse sin antes dar su opinión sobre un tema que le había causado mucha gracia. «Por cierto, Piccolo. ¡Muy bueno el truco del muñeco!».
Piccolo sonrió, pero disimuló muy bien. «¡YA VETE ANTES QUE ME DESCUBRAN POR TU CULPA!».
«Sí, sí, ya me voy», dijo a medida que se alejaba.
El namek suspiró. «Hasta que se fue… ¡AY, NO!», exclamó asustado cuando vio a un par de chicas acercarse peligrosamente a su réplica.
«¿Estás segura que hacemos los correcto?», preguntó Alicel caminando detrás de Saltamontes.
«¡Claro que sí!». Saltamontes se detuvo a escasos metros de la réplica de Piccolo y giró hacia su amiga. «Míralo. Tiene puesto un disfraz igual al de Piccolina. Te apuesto a que es la otra persona de la que nos habían hablado las chicas. Tal vez él sí nos diga dónde consiguió su atuendo».
«Eso es verdad», dijo Alicel, pero luego comenzó a reír.
Su amiga la observó curiosa. «¿Qué sucede?».
«Nada. Es que cada vez que veo al sujeto, recuerdo una de mis películas favoritas: ¡EL ATAQUE DE LOS MARCIANOS!… ¡JA!, ¡JA!, es igualito a los alienígenas que salen allí».
«Bueno, pero él no es ningún extraterrestre».
«Ya lo sé. Sólo bromeo», aclaró, pero inmediatamente frunció el ceño. «Pero… ¿Y si está tan loco como su amiguita?».
Saltamontes volvió a girar hacia su objetivo, suspiró y colocó sus manos en sus mejillas ruborizadas. «No lo creo… además, es tan, pero tan lindo…».
Alicel caminó un poco colocándose frente a su amiga y enseguida notó que estaba totalmente embelesada y casi babeándose por el extraño hombre que aún no conocían. Entonces, la chica levantó sus brazos al cielo suplicando piedad y sobretodo paciencia. «¡¿Y qué tiene que ver que sea guapo?! ¡Igual puede ser un sicótico o un pervertido!».
El maestro Roshi estaba feliz de haber asistido a la C.C. ese día, en vez de quedarse en casa viendo el increíble maratón de aeróbics que transmitirían en la T.V. ¡Ja!, ya había roto su propia marca tocando, hasta el momento, 10 traseros y 15 pechos. ¡Y todos ellos de chicas hermosísimas! Humm, la verdad, no sabía que Bulma conociera a tantas mujeres hermosas como ella… y claro que había recibido un número igual de golpes por su atrevimiento, pero… ¡Nah!, era un precio muy bajo el que había tenido que pagar por obtener semejando placer. Justo ahora había avistado a su próxima víctima y estaba a escasos milímetros de su voluptuoso trasero, cuando…
«¡¡ACHUSS!!», estornudó.
La chica, al oír esto, giró y se dio cuenta de lo que el hombre pensaba hacerle, así que se puso furiosa. «¡¡ÓIGAME, VIEJO PERVERTIDO, A VER SI APRENDE A RESPETAR!!», exclamó histérica al tiempo que le dio una cachetada que lo lanzó violentamente contra una pared, incrustándolo en ella.
Roshi se zafó como pudo del muro y se acarició su enrojecida mejilla. Estaba lleno de golpes, pero aún así su rostro reflejaba una gran alegría. «Una menos…, pero no importa. ¡Aún quedan muchas! ¡¡YUPI!!». Dio un brinco de emoción y salió corriendo en pos de otra hermosa criatura.
Saltamontes apartó a su amiga con su mano para acercase al sujeto que le atraía poderosamente desde el instante en que lo había visto. «No lo creo… un hombre tan hermoso no puede ser un loco o un pervertido».
Alicel suspiró con resignación y siguió a su compañera. Si algo pasaba, ella estaría a su lado para ayudarla.
La muchacha se colocó a un costado del «namek». «Emm, disculpe, señor, ¿puedo hablar con usted un momento?», preguntó, causando la desesperación de Piccolo, que a lo lejos había escuchado todo con su oído bien desarrollado. Utilizando la telekinesis, movió la cabeza de su réplica negativamente.
«¡¿Lo ves?!», dijo la chica cuando llegó al lado de la otra. «No quiere hablar con nosotras. Es mejor que nos marchemos».
Trató de jalar a su amiga, pero ésta se resistió. «Espera un poco. Lo intentaré de nuevo».
«¡¿Qué quieren?!«, pensó Piccolo angustiado. «¡Diablos!, ¿qué podré hacer?«. En ese momento sintió que alguien tocaba su hombro. «¿Qué quieres?, ahora no tengo tiempo», dijo sin voltear a ver a la persona que lo llamaba. Pero los golpes en su hombro no cesaron y finalmente se levantó furioso. «¡TE DIJE QUE NO TENGO TIEMPO! ¡MÁRCHATE, KRILIM!». Giró y casi sufrió un infarto cuando vio quién lo miraba con semblante asesino. Justo la persona que menos esperaba ver: «¡PI-PICCOLINA!».
«¡¿Qué crees que estás haciendo, Piccolo?!», preguntó furiosa, cruzando sus brazos.
«Bueno… es que… yo…».
«¡¿Acaso pensaste que no me daría cuenta?! Buen intento, pero cometiste un pequeño error… ¡Tú réplica ni siquiera tiene ki!».
«¡ES CIERTO!, ¡MALDICIÓN, OLVIDÉ POR COMPLETO EL KI! ¡Y LO PEOR DE TODO ES QUE ESTA MUJER ES ASTUTA!«, pensó consternado.
Piccolina, al ver que Piccolo no respondía, le dio un golpe en el pecho. «¡Ellos son tus amigos! ¡¿Cómo pudiste engañarlos de esa manera?!».
El namek cerró sus puños lleno de furia. «¡UN MOMENTO! ¡NO FUE MI IDEA VENIR A ESTA ESTÚPIDA FIESTA! ¡¿LO RECUERDAS?!».
«¡¿Y QUÉ?! ¡Lo importante es que decidiste asistir!».
«¡JA! ¡No me hagas reír! ¡TÚ ME OBLIGASTE A ESTAR AQUÍ!».
La mujer colocó sus manos en su cadera, enfurecida. «¡¿Me estás diciendo que EL PODEROSO PICCOLO se deja manipular por una inocente mujer?!», le dijo, sabiendo que esas palabras lastimarían su orgullo, humillándolo por completo. Y lo logró.
El rostro de Piccolo se tornó rojo del coraje y la ira. Su mente se puso en blanco y sólo un pensamiento cruzó por su cabeza: ¡Estrangular a Piccolina!
Saltamontes aún esperaba poder sacarle algunas palabras a su interlocutor. Y por supuesto, no pudo hacerlo, ya que Piccolo había perdido toda su concentración olvidando por completo a su «amigo».
«Olvídalo ya», le suplicó Alicel sentada en una silla, sumamente aburrida.
Saltamontes suspiró desilusionada. «Tienes razón, ¡pero déjeme decirle, señor, que usted es un grosero!», le reclamó al tiempo que giraba molesta.
Hasta el momento, nadie se había percatado de la acalorada disputa que había comenzado entre la pareja namekusejins.
«¡GGGRRR! ¡Escúchame bien! ¡Yo no me dejo manipular por nadie! ¡Y MUCHOS MENOS POR TI!», proclamó, señalándola con su mano.
Piccolo estaba tan alterado que no se dio cuenta que su réplica comenzó a moverse igual a él, así que también alzó su mano topándose con el trasero de Saltamontes. Al sentir esto, la mujer volteó indignada. «¡ERES UN ABUSIVO!, ¡MI AMIGA TENÍA RAZÓN CUANDO PENSÓ QUE ERAS UN PERVERTIDO!».
Trató de abalanzarse sobre él, pero Alicel la detuvo. «Déjalo. Es mejor irnos».
«¡De ninguna manera!».
«Vamos, Piccolo –prosiguió ella–. Sabes que tengo un gran poder de convencimiento sobre ti».
Piccolo cruzó sus brazos y sonrió con malicia. «¡Ni lo sueñes!».
Ella se encogió de hombros y lo miró fijamente. «Por algo estás aquí».
El muñeco también cruzó sus brazos y sonrió.
Saltamontes vio la reacción de «Piccolo» y se alteró más. «¡Míralo! ¡Está riéndose con toda la malicia del mundo! ¡No voy a dejar que nadie se burle de mí!». Salió corriendo y justo cuando iba a atacarlo, éste levantó sus brazos haciendo que ella retrocediera temerosa.
Piccolo alzó sus brazos. «¡No te confundas! ¡Si estoy aquí es por el chico!».
«¡Eso no te lo crees ni tú!», afirmó ella. «Pero no nos alejemos del tema. ¡Sabes que has hecho algo terrible, ¿no?!».
El namek respiró hondo y continuó: «Yo no lo veo así… además, debes admitir que fue una buena idea». Trató de controlar sus emociones y en ese momento rompió inconscientemente el lazo mental que tenía con su réplica.
«¡Ten mucho cuidado!», gritó Alicel preocupada.
Saltamontes sonrió y se puso en guardia. «Descuida… ¡Y tú, miserable, prepárate, porque yo sé defensa personal!». Sin esperar más, corrió y le dio una patada a la silla en que estaba sentado la réplica, haciendo que cayera en el suelo. «¡Y eso no es todo!». Saltó sobre él aprisionando sus brazos con sus piernas. Luego que hizo esto comenzó a golpearle en el rostro.
Alicel se tapó los ojos para no ver la paliza que le estaban dando ya que, de sólo verla, a ella le dolía el cuerpo. «Ese sujeto no sabe con quién se metió», murmuró.
«¡A mí no me parece una buena idea y no sé cómo puedes pensar eso!».
Piccolo sonrió. «Te lo dije una vez: ¡NO ME GUSTAN LOS HUMANOS! ¡Y NO PIENSO ESTAR RODEADO DE ELLOS!».
«¡¿Y POR QUÉ RAYOS NO?! ¡DAME UNA RAZÓN LÓGICA!», gritó Piccolina, exasperada.
Las personas comenzaron a acercarse para saber qué estaba sucediendo. Todos, incluyendo a Yamcha, Krilim, y Gohan, se aproximaron. Sabían que era una pelea, pero se había levantado una gran polvareda que impedía saber quiénes eran los protagonistas de la misma.
«¡¿Qué está pasando?!», preguntó Krilim.
«No lo sé», respondió Yamcha. En ese momento vio a Alicel y se asustó muchísimo. «¡WWHHAA!, ¡son esas chicas dementes de nuevo!».
«¿C-chicas dementes?, ¿a qué te refieres?». Para Krilim era inaudito que su amigo se expresara de esa manera de algo que siempre había idolatrado: ¡LAS MUJERES!
«¿Ves a la chica que está allá?». Yamcha señaló a Alicel.
«¡DALE DURO, SALTAMONTES! ¡TÚ PUEDES!», gritaba Alicel, apoyando a su amiga cuando Krilim la observó.
«Sí, ¿Y qué?».
«¡Ella me tumbó de un solo golpe!».
«¡¿Cómo?!». Krilim desvió su mirada hacia Gohan.
«¡Es cierto! –afirmó el pequeño–. Yo lo vi todo». Al recordarlo, el niño empezó a reír.
«¡TE LO DIJE! ¡ELLAS SON UNOS MONSTRUOS!».
«¡Oh, vamos!, no exageres tanto. Apuesto a que no has vuelto a entrenar, ¿no es cierto?».
Yamcha bajó su cabeza, apenado. «E-en… realidad… n-no…».
«¡Por eso te vencieron, hombre! Si no entrenas, pierdes práctica y un golpe bien dado te puede tumbar. Como efectivamente pasó».
«¿Tú crees?».
«¡Claro que sí!».
«Yo me pregunto con quién estará peleando, de todas formas», dijo Gohan muy curioso.
Pero la reacción de la gente no se hizo esperar.
«¡Miren! –gritó un señor al lado de Gohan–. ¡Esa muchacha acaba de asesinar a un pobre hombre!».
«¡Es cierto! –gritó otro–. ¡¡HUYAMOS TODOS Y SALVEMOS NUESTRAS VIDAS!!».
Las personas comenzaron a huir despavoridas, formando una enorme estampida. En su camino, tropezaban con mesas y sillas e incluso con la enorme fuente de vino que cayó de lado, esparciendo su líquido por el suelo, provocando que muchos otros cayeran y se resbalaran. Las primeras personas brincaron la cerca trasera de la C.C., pero finalmente la desesperación de la muchedumbre la tumbó, ocasionando muchos daños en su estructura. Milk y Bulma llegaron corriendo en ese momento a reunirse con los demás.
«¡¿QUÉ PASÓ AQUÍ?!», gritó Bulma histérica.
«¡SÍ, ESTÁBAMOS BUSCANDO A PICCOLINA! ¡DIOS, ESPERO QUE ESTÉ BIEN! ¡¿NO LA HAN VISTO?!», prosiguió Milk.
«No, no la hemos visto. Pero no te preocupes, mamá, de seguro está bien. Ella es muy fuerte e inteligente».
«Eso espero, hijo», dijo la madre aferrándose a Gohan.
Bulma se acercó a Yamcha y lo jaló por su camisa. «¡OYE, YAMCHA! ¡¿ES QUE NO PIENSAS HACER NADA PARA DETENER ESTE DESASTRE?! ¡MI FIESTA SE ESTÁ ARRUINANDO!».
«¡¿LO DICES EN SERIO?! ¡JA! ¡CLARO QUE NO! ¡DESDE HACÍA MUCHO TIEMPO QUE NO ME DIVERTÍA TANTO!».
Bulma se enfureció con la respuesta. «¡GGGRRR! ¡CONQUE TE ESTÁS DIVIRTIENDO, ¿EH?!». Lo giró y le dio una patada en el trasero que lo mandó lejos. El guerrero chocó con el costado de una mesa, provocando que un enorme pastel saliera volando, cayendo justo en la cabeza de la mujer.
Krilim salió corriendo a ayudar a su amigo. «¡¿Estás bien?!».
«S-sí…», le tranquilizó el guerrero. «Este no ha sido mi día con las mujeres. ¡YA VAN TRES VECES QUE SOY UNA VÍCTIMA DE ELLAS!«, pensó.
«¿Ves?, a esto me refería con un golpe bien dado. Bulma te lo dio y te mandó a volar».
Yamcha se encolerizó con esas palabras y tomó un pastel que milagrosamente se había salvado en su caída. «Sí, claro. ¡Y ahora yo pienso darte otro golpe bien dado!».
Se lo lanzó, pero Krilim estaba prevenido y lo esquivó sin problemas. «¡JA!, ¡JA! ¡No podrás conmigo porque yo sí entreno!», se burló descaradamente.
«¡HEY, KRILIM!», sintió que alguien lo llamaba, así que ingenuamente volteó sólo para recibir un pastelazo en el rostro, provocando la risa de Yamcha. Luego de la sorpresa inicial apartó el pastel de sus ojos y lo probó. «¡Qué rico! ¡Es un pastel de manzana!», levantó la vista y vio que A18 se lo había lanzado. «Conque ésas tenemos…», él tomó otros dos y se los aventó a la cabeza, pero ninguno dio en el blanco. Por el contrario, golpearon a Milk y Gohan.
A18 vio esto y sonrió muy confiada, pero su semblante cambió a uno de sorpresa cuando sintió el ki de su esposo justo detrás de ella, así que giró. Cuando lo hizo Krilim la veía divertido. «Aún no termino contigo, cariño. Guardé el mejor para el final», le dijo cínicamente, estrellando un pastel en su rostro.
«Buen gusto, amor. Es de chocolate», comentó quitando el pastel de su cara.
«Sí, mi favorito».
«Lo sé. ¿Quieres probarlo?, está fresco y jugoso».
Krilim se acercó y la tomó por la cintura. «En realidad… ésa idea cruzó por mi mente». La pareja se besó apasionadamente en medio de la guerra de pasteles que había comenzado entre todos ellos.
Piccolo tomó a Piccolina de un brazo y la jaló para que observara el espectáculo que se había formado en los jardines. «¡¿TE DAS CUENTA?! ¡TODOS LOS HUMANOS SON UNOS SALVAJES! ¡SE LA PASAN PELEANDO ENTRE ELLOS! ¡¿ÉSA TE PARECE UNA RAZÓN SUFICIENTEMENTE VÁLIDA?!».
Ella vio la guerra de pastelazos y a lo lejos apreció la huida de las últimas personas que corrían despavoridas. Al hacerlo se tapó la boca víctima de una enorme sorpresa. «P-Piccolo… No lo puedo creer…».
El namek puso semblante serio y cruzó sus brazos. «Así son ellos… No sé qué comenzó todo esto, pero de seguro fue alguna tontería sin importancia. Nunca falta algún cretino que comience una revuelta».
«No lo sabía… parecían muy simpáticos y pacíficos».
«Pero no lo son. La historia de la humanidad está llena de guerra inútiles, y cada una de ellas causó miles de muertes».
La mujer bajó su rostro entristecida. «Es una pena… Lo lamento, Piccolo, tenías toda la razón. No debí hablarte de esa manera».
«No te preocupes… yo… bueno, yo… también lo siento», se disculpó sin mirarla y un poco apenado. Al verlo, Piccolina sonrió feliz.
Saltamontes se cansó de golpear a su oponente, así que se levantó y secó el sudor de su frente. Pero no había terminado; tomó a su contrincante por las solapas y precedió a darle algunas patadas, luego comenzó a jalarlo de un lado para el otro salvajemente, haciendo que la réplica moviera brazos y piernas descontroladamente como lo que era: un muñeco. Su ropa había tomado tonalidades rojizas al ser restregado en el suelo, y también se había desgarrado en jirones.
Yamcha, Gohan y Krilim abrieron sus ojos sorprendidos sin creer lo que veían: ¡¡ERA PICCOLO!!
«¡NO PUEDE SER! –exclamó Gohan desesperado–. ¡ES EL SEÑOR PICCOLO!».
«¡TE LO DIJE, KRILIM, ELLAS SON MUY FUERTES!».
«N-no… «. Krilim se sostuvo del brazo de Yamcha para no caer al suelo, pero luego lo tomó del cuello. «E-esto es… ¡¡es imposible!!».
Todos observaron aterrados la escena y también impotentes porque, si esa chica era capaz de vencer a un guerrero tan poderoso como Piccolo, ¿qué podrían hacer ellos para ayudarle?
Gohan cerró sus puños con fuerza y comenzó a aumentar su ki haciendo que el polvo y la comida comenzara a volar a su alrededor. «N-no… voy a permitir q-que le… p-pase nada al… al s-señor P-Piccolo… ¡NO DEJARÉ QUE LE HAGAS DAÑO!», gritó enfurecido convirtiéndose en SSJ. Enseguida voló y se colocó al lado de la pareja.
Saltamontes observó al chico horrorizada y enseguida soltó a la réplica, que chocó en el suelo emitiendo un golpe seco que retumbó dolorosamente en los oídos de Gohan. Sus cabellos dorados… su aura… y esos increíbles ojos azules que reflejaban tanta ira, furia y también cierta tristeza… tristeza de tener que volver a pelear y, tal vez, volver a matar… No podía estar equivocada, ¡era él!, ¡EL JOVEN CORREDOR! El grito de Alicel los hizo girar justo a tiempo de ver a la chica caer desmayada al suelo por la impresión.
Gohan estaba listo para encarar al nuevo enemigo, pero el contacto de una mano en su hombro lo hizo desistir; ese ki era inconfundible. «¡SEÑOR PICCOLO, NO LE PASÓ NADA! ¡ESTÁ BIEN!». El niño se lanzó en sus brazos, sollozando de la alegría.
Piccolo sonrió enternecido. «Claro que estoy bien, pequeño».
«Ejem… Creo que nos debes a todos una explicación», escuchó que Bulma le decía al tiempo que agitaba sus manos tratando de quitar el pastel de sus manos. Todos lo observaron muy serios.
Piccolina descendió del techo y se colocó al lado de sus amigos. «Yo también pienso que debes dárselas».
Piccolo suspiró. «Vaya, parece que me metí en un GRAN LÍO».
Bulma observó con pesar lo que alguna vez fue su hermoso jardín. No había quedado nada de las flores que con tanto esmero y cuidados había cultivado por años. Todas habían sido pisoteadas. Las paredes estaban recubiertas de comida, al igual que el suelo. Y el cercado estaba casi completamente destruido. Suspiró tratando de no pensar en todo el tiempo y dinero que debería invertir para que todo volviera a ser como era antes, al tiempo que escuchaba el alocado relato de Piccolo. Había sido un plan muy astuto y original y, a pesar del enojo inicial, a todos les había sacado una carcajada por lo ridículo de la situación. Todo, absolutamente TODO el desastre de ese día, lo había generado una réplica colocada en el lugar y el momento preciso. Pero, así era la vida a veces…
«¡Tremendo susto nos diste, Piccolo!», le reclamó Krilim.
«Sí, yo me asusté mucho cuando vi a Saltamontes golpear a su réplica, señor Piccolo. Y como no sentía su ki, pensé que estaba muerto».
«¡A mí me pareció un truco de mal gusto! Por eso es que no me gusta que mi hijo esté cerca de ustedes. ¡Todos son unos rebeldes sin causa!».
Piccolo estaba cabizbajo mientras escuchaba todos los reclamos y regaños. Después de todo, era lo menos que podía hacer. «Perdónenme todos. No debí hacerlo».
Estaban enojados, pero se quedaron callados al escuchar su disculpa; no era común escuchar tales palabras de alguien tan orgulloso. Algunos comenzaron a limpiar lo mejor que podían todo el sucio de su ropa y cuerpos con servilletas y pañuelos, pero era inútil.
«Creo que en este momento mi nuevo invento nos sería muy útil», dijo Bulma en broma.
«¡NO DE NUEVO!». Yamcha retrocedió muy asustado, tropezando con una silla y cayendo al suelo. «Prefiero quedarme tal como estoy, gracias».
Bulma sonrió. «Eso pensé».
«No entiendo de qué hablan», comentó Krilim confundido.
«Es una larga historia», dijo Yamcha de mal humor.
«¡Oigan, mi amiga está despertando!», les informó Saltamontes. Todos rodearon a la pareja de amigas justo cuando Alicel abrió sus ojos, luego de su desmayo. «¿Cómo te sientes?».
Alicel vio a Saltamontes y suspiró aliviada. «B-bien… pero tuve un sueño muy extraño…». Su vista se aclaró y pudo ver a los demás, al hacerlo se levantó del suelo sobresaltada y corrió a esconderse detrás de su inseparable compañera. «¡NO FUE UN SUEÑO! ¡NO PUEDE SER!».
«No, no lo fue». Saltamontes dio dos pasos al frente muy seria. «Yo tengo algunas preguntas y algunas sospechas». Los observó a todos detenidamente. «Cuando los conocí, Yamcha, Krilim, Gohan y hasta el mismo Piccolo me parecieron muy conocidos. Pero no recordaba de dónde ni por qué, y no fue hasta que vi al niño hacer esa rara transformación que pude recordarlo. ¡Fue en el juego de Cell!».
«¡ES VERDAD!». Alicel caminó y se colocó al lado de su amiga. «¡Yo ya vi la cinta que tengo del combate unas 500 veces y no me puedo equivocar! ¡Ustedes eran los sujetos que estorbaron a Mr.Satan cuando luchó en contra de ese monstruo!».
Todos se asustaron al oír semejante acusación. Milk miró a Bulma con cara de ‘sabía que no tenía que haber venido a esta fiesta‘.
Yamcha sonrió nervioso. «N-no, chicas… Nos están confundiendo…».
«Yo no lo creo. Ya que… ¡mi amiga me obligó a ver esa maldita cinta todas las 500 veces! Como verán, la sé de memoria… ¡Y TÚ, GOHAN, NO TRATES DE MENTIRME! ¡ERAS ESE JOVEN CORREDOR QUE PELEÓ CON CELL!».
Gohan no sabía qué decir. Siempre le habían dicho que debía guardar su identidad en secreto para evitar problemas, y definitivamente no quería tenerlos ahora. Pero la respuesta de Piccolo no se hizo esperar: «Es verdad. TODOS estuvimos allí».
«¡Lo sabía! Pero eso no es todo… ¡estoy segura que fue él quien le ganó al monstruo y no Mr.Satan!».
Un silencio sepulcral invadió el lugar. Gohan se puso pálido y comenzó a sudar.
«¡No digas eso, Salta! ¡Yo no lo creo!», le reprochó Alicel.
Luego de pensarlo detenidamente, Piccolo continuó: «No veo motivos para seguir ocultándolo. Gohan derrotó a Cell».
Gohan tomó el brazo de Piccolo tratando de detenerlo, mientras Milk casi se desmayaba de la impresión, al igual que Alicel. El namek bajó su rostro y miró al niño fijamente, al principio serio, luego sonriente. «Gohan y Goku fueron nuestros salvadores. Gracias a ellos TODOS ESTAMOS CON VIDA. Y hoy debo decir que me siento muy orgulloso de mi pupilo, así como sé que su padre lo está en el otro mundo».
El niño bajó su carita ruborizada, escondiendo las lágrimas que bajaban por sus mejillas. Las palabras de Piccolo, su maestro y amigo, lo habían conmovido mucho, al igual que a todos. No sólo Gohan lloró ese día.
Piccolo se aproximó a Saltamontes y Alicel. «Esto es muy importante: por el bien del niño esperamos que nadie se entere de la verdad. No sabemos lo que podría pasar si la gente se entera que Satan es sólo una farsa».
«Entendemos. Seremos muy discretas», afirmó Saltamontes.
En ese momento Alicel comenzó a llorar desconsoladamente y Salta la abrazó, tratando de consolarla. La imagen de Mr.Satan se había roto en pedazos en su corazón. Era bueno saber la verdad, pero a veces era muy dolorosa.
«Aún tengo una duda», le dijo Saltamontes a Piccolo.
«¿Cuál es?».
«¿Qué es esa transformación de Gohan? ¿Todos podemos hacerla?».
«No. Piccolina y yo no somos de la Tierra. Y Gohan es sólo mitad humano, su otra mitad es saiyajin y gracias a eso posee poderes extraordinarios».
«¿Q-qué…?», balbuceó Alicel. «¡Ya lo sospechaba! ¡Ustedes son marcianos! ¡Déjenme ver su verdadero rostro!». Se acercó a Piccolo y trató de arrancarle la cara, cosa que no pudo hacer.
«¡¡AUCH!! ¡¿QUÉ TRATAS DE HACER, HUMANA?! ¡ESO DUELE!».
Cuando vio que ése era su verdadero rostro, Alicel pegó un brinco cayendo en los brazos de Saltamontes. «L-lo… s-siento…».
Piccolina y todos comenzaron a reír cuando vieron esto.
«¡NO SOY UN MARCIANO! ¡SOY DEL PLANETA NAMEK! ¡Y EL PADRE DE GOHAN ERA DEL PLANETA VEJITA».
Saltamontes soltó a su amiga que cayó al suelo estrepitosamente. «Sí, Piccolina ya nos lo había dicho. Pero no le creímos. Ahora es distinto».
«Ustedes los terrícolas son muy extraños… No creen nada de lo que les digo».
«Lo siento mucho», se disculpó Alicel. «¿Por qué están en nuestro planeta y no en el suyo?».
«Ambos planetas fueron destruidos. Ya no existen».
«Fue ese tal Freezer, ¿no?». Saltamontes y Alicel se miraron asustadas pensando en que tal vez su planeta también correría peligro.
Piccolo se dio cuenta de ese temor. «Así es. Pero no deben preocuparse, él ya no existe. Goku, el padre de Gohan, lo mandó al infierno hace años».
Ambas sintieron un gran alivio con la noticia. «Los demás, ¿también son de otros mundos?».
«No, nosotros sí somos de la Tierra», les aclaró Krilim.
«¡Vaya, es fascinante!».
«En fin. Es mejor que vuelva al Templo. No tengo nada más qué hacer aquí».
«Yo iré contigo, Piccolo», dijo Piccolina.
Piccolo caminó un poco hasta donde había quedado su réplica. La tomó en sus manos y sonrió divertido. A pesar de todo, había sido una buena idea y, la verdad, estaba muy orgulloso de su propio ingenio. Luego lo lanzó a los brazos de Saltamontes. «Ten. Consérvalo de recuerdo», se despidió con su mano en alto y se fue volando. Piccolina lo siguió.
«¡¿Me lo prestarás algún día?!», preguntó Alicel emocionada.
Saltamones abrazó al muñeco. ¡Piccolo era tan guapo!, pensó ruborizada. Observó a su amiga con picardía y respondió: «¡Oh, no, es sólo mío!».
«¡Qué mala eres, Salta!».
Milk se acercó a su amiga Bulma, que estaba cabizbaja y triste. «Oye, ¿te ayudo a limpiar este desastre?».
Krilim, A18, Yamcha, Gohan, Alicel y Saltamontes le apoyaron.
«Claro, Bulma. Todos te ayudaremos», dijo Yamcha.
«¡Juntos terminaremos más rápido!», opinó Gohan.
Bulma los vio a todos y sonrió. Tenía suerte de tener tan buenos amigos. «¡Muchas gracias, chicos!».
«Por cierto… ¿alguien ha visto al maestro Roshi?», preguntó Krilim.
«Debió salir huyendo…», se burló A18. «Detrás de alguna muchacha hermosa, seguramente».
«¡Es verdad!», proclamaron todos al mismo tiempo.
Pero un murmullo en la lejanía los hizo girar al mismo sitio. «¿Uh?… ¿chica hermosa?, ¡¿dónde está?!». De entre algunos matorrales salió el maestro totalmente borracho. Pero inmediatamente cayó al suelo inconsciente.
«El maestro Roshi nunca cambiará».
Todos lo vieron y luego de encogerse de hombros se pusieron manos a la obra.
La pareja namek había recorrido ya varios kilómetros cuando Piccolo se detuvo inesperadamente.
«¿Qué sucede, Piccolo?».
«Olvidé hacer algo muy importante. ¡Sígueme!». Giró y comenzó a volar rumbo a la Corporación Cápsula nuevamente. Cuando llegó, se quedó en lo alto donde nadie pudiese verlo.
Piccolina lo alcanzó unos instantes después. Apenas había aprendido a volar y aún no era tan rápida como los demás. «¿Por qué regresamos?».
«Bulma estaba muy triste por su jardín».
«Es verdad. Pobrecita, se veía muy afligida».
«Todo fue mi culpa. Tengo que arreglar el destrozo que causé».
«Pero… ¿cómo?».
Piccolo guiñó un ojo. «Observa».
Ella vio como el hombre cerraba sus ojos, concentrándose con fuerza. Guardó silencio para no distraerle. Un minuto después Piccolo abrió sus ojos y sonrió con satisfacción. Chasqueó sus dedos y entonces se hizo la magia…
«¡ES UN MILAGRO!», gritó Alicel.
Bulma se miraba la ropa sorprendida. ¡Estaba limpia! Ella y los otros… las mesas en su lugar, las sillas, la fuente de vino totalmente llena… su cerca estaba intacta… ¡y sus flores estaban vivas y abiertas, mostrando así todo su esplendor! Estaba tan feliz que comenzó a bailar de la alegría.
Gohan vio las mesas llenas de comida. «¡QUÉ BIEN!, ¡TENGO MUCHA HAMBRE!». Salió corriendo y comenzó a comer.
Alicel hizo lo mismo. «¡Espérame, Gohan! ¡Yo también me muero del hambre!».
A Saltamontes se le iluminó el rostro. «¡Ahora lo entiendo todo!, ¡Mi amiga siempre tiene apetito y come desesperadamente como lo hace Gohan ahora! ¡ELLA DEBE SER UNA SAIYAJIN!», se burló.
Alicel dejó de comer para observar a su amiga disgustada. «¡Muy graciosa!, ¡JA!, ¡JA!». Pero su estómago crujió, así que ella volvió a las andadas.
«Bueno… la verdad, yo también tengo hambre… ji, ji…», confesó Krilim.
«Pues… igual yo…», le apoyó Yamcha.
«Yo podría comer algo», comentó Milk.
«¡¿ Y QUÉ ESPERAMOS, ENTONCES?! ¡SI NO NOS DAMOS PRISA, ALICEL Y GOHAN ACABARÁN CON TODO», advirtió la androide.
Todos salieron corriendo y comenzaron a comer y a reír. Bulma se quedó rezagada, se apartó un poco de ellos y finalmente levantó su rostro al cielo pensando: «¡Muchas gracias, Piccolo!«.